Trastornos alimentarios: es nutricionista y superó un cuadro de anorexia, bulimia y alcohorexia
En el Día Internacional de la Lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria, la historia de María Agustina Murcho, quien convivió con un desorden alimentario durante casi diez años y hoy es nutricionista especializada en el tema
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María Agustina Murcho repasa su historia y ve que la comida siempre tuvo un lugar relevante en su vida. “Mi mamá dice que, ya de chiquita, veía comida y me desesperaba. Y, durante mi infancia, recuerdo haber vivido situaciones difíciles para mi edad, como el bullying o la separación de mis padres, y la comida me ayudaba a tapar las emociones”, recuerda en el Día Internacional de la Lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA).
Tiempo después, la anorexia, la bulimia y la alcohorexia, atravesarían su adolescencia y el principio de su juventud. Y hoy, a diez años de su recuperación, la comida sigue siendo importante, pero de otra manera: María Agustina es nutricionista especializada en trastornos de la conducta alimentaria y está convencida de que el acto de comer, cuando está distorsionado, es síntoma de algo más. Con casi 400.000 seguidores en Instagram, acaba de publicar su tercer libro titulado Vulnerable (El Ateneo), en el que comparte su historia y le pone palabras a este trastorno sobre el que todavía pesan estigmas, vergüenza y mucha desinformación.
“Padecemos trastornos sobre los que no hay conciencia. Además, pensamos que no nos van a entender, salvo quien esté pasando por lo mismo. (…) Es difícil comprender cómo hay personas que no comen, otras que se provocan el vómito, que se destruyen el intestino con laxantes, que comen hasta no poder más, que tienen miedo de comer, etc. Toda enfermedad mental es difícil de explicar y de entender”, reflexiona Murcho en las primeras páginas.
De manera didáctica y amigable, la autora va intercalando información y consejos con pinceladas de su propia vida. Y cuenta, por ejemplo, cómo las situaciones de bullying que vivió durante su infancia fueron minando su autoestima y constituyéndose en uno de los factores que propiciaron los desórdenes alimentarios que vendrían después.
Múltiples factores
“No siempre el bullying desencadena un trastorno de la conducta alimentaria. Y los factores que inciden no son solo psicológicos, sino que también influye lo neurobiológico. Uno tiene que tener una estructura cerebral determinada para desarrollarlo. Además, influye la personalidad de cada uno, y hasta la sociedad en la que uno vive, lo cultural. Los factores familiares también hacen lo suyo, pero uno puede tener padres presentes y amorosos y desarrollar un trastorno igual”, explica Murcho, en diálogo con LA NACION.
Las falsas creencias que todavía existen acerca de esta clase de trastornos hace que, con frecuencia, el abordaje familiar no sea el adecuado. “Se suele creer que esto se trata de un capricho, que la persona no quiere comer o come a escondidas o piensa en calorías por capricho, o porque no tiene nada mejor que hacer. También se cree muchísimo que, para estar ante un desorden alimentario, sí o sí tiene que haber delgadez extrema y no, una persona puede estar atravesándolo y tener un peso normal”, puntualiza.
En su caso concreto, algunos de estos mitos obstaculizaron el camino hacia la recuperación. “Cuando ya era claro que tenía un trastorno alimentario, entre mis 14 y 15 años, mis papás se enojaban. Una parte de ellos pensaba que lo hacía por capricho, pero, por otro lado, buscaban lugares para hacer tratamiento, aunque no entendían bien qué pasaba. A veces recurrían a las amenazas del tipo: “si no comés, no vas a Bariloche”. Todo esto era producto del desconocimiento y de la desesperación, porque se trata de tu hijo y no sabés qué es lo que pasa. También los veía tristes y preocupados A mi hermano también”, rememora.
De aquellos tiempos tiene muchos recuerdos difíciles. No se olvida, por ejemplo, del frío permanente durante su tiempo de anorexia. “Dormía con dos pantalones, dos frazadas, gorro, guantes y muchos buzos, y hoy puedo ver que era lógico porque mi cuerpo no generaba energía”, afirma. Y agrega que la comida estaba todo el tiempo en su mente, tapando todo lo demás. “Al principio, contando calorías. Pero después, era pensar todo el tiempo en comer, porque sentía una ansiedad tremenda. He llegado a mentir en mi trabajo de entonces y decir que me sentía mal para ir a mi casa a comer. A ese nivel. Una cosa horrible”, reconoce.
Por eso es que está convencida de que, si hoy puede hablar de sus peores años desde un lugar completamente diferente, es gracias a que sus padres no bajaron los brazos e insistieron con el tratamiento. “Cuando el tratamiento era ambulatorio, hacía lo que quería y hasta le mentía a la psicóloga. Yo estaba para algo más intensivo. Cuando hice hospital de día, no pude seguir mintiendo. Me di cuenta de que, si no cambiaba, iba a estar toda la vida encerrada en un hospital de día. Empezar a hacer las cosas bien me llevó, con el tiempo, a querer estar bien de salud. Ahí mejore mucho con el síntoma, que es la alimentación”, considera.
Aunque pone el corte entre los 23 y 24 años, María Agustina no cree que, en materia de desórdenes alimentarios, pueda hablarse de una cura definitiva. “Se convive con esto. Yo escribí este libro para que, quien esté padeciendo algún desorden alimentario no se sienta señalado y vea que es algo que le puede pasar hasta a una nutricionista. Por eso me animé a hablar. Porque hablar es clave. Si no lo hablás, no podés pedir ayuda y no te tratás. Y si no se tratas, vivís una vida muy limitada en sus posibilidades, o te morís”, concluye.
Consejos para padres y familiares
Pautas de alerta: “Si alguien está atravesando un trastorno o creemos que eso lo podría estar afectando, prestar atención a los cambios de humor, al estado de ánimo –en general las personas suelen estar ansiosas o depresivas–, ver cómo come, si come con ansiedad o mucha euforia, si va al baño después de comer, si desaparecen alimentos de casa, si nunca está para comer, si está mucho en el gimnasio, si se mira mucho en el espejo, si habla mucho de calorías, si empieza a evitar alimentos, o si está mucho tiempo encerrada”, propone Murcho.
Cómo encarar el tema: “Es aconsejable no retar ni ir al choque. Y no hablar del cuerpo. Preguntar cómo se siente la persona, si le está pasando algo. Por ejemplo. ‘No te veo bien, te veo desganado, triste, etc.’. Pero no mencionar la comida ni el cuerpo porque ahí la persona se va a cerrar”, recomienda la especialista.
A dónde recurrir en busca de ayuda
- Hospital Durand: Tel.: (011) 4982-5555 / 5655
- Hospital Piñero: Tel.: (011) 4631-8100 / 0526
- Hospital Borda: Tel.: (011) 4305-6666 / 6485
- Hospital Pirovano: Tel.: (011) 4546-4300
- Hospital Argerich: Tel.: (011) 4121-0700
- Hospital Garrahan: Tel.: (011) 4122-6000
- Hospital Gutiérrez: Tel.: (011) 4962-9247
- La Casita: es un centro de atención y prevención para adolescentes y jóvenes y su familia. Para el abordaje de la problemática que pueda surgir, trabaja enfatizando los recursos de la persona y su sistema familiar apoyándose principalmente en el grupo de pares. Tel.: (011) 4787-5432.
- CITPAD: es una institución médica especializada en anorexia, bulimia y trastornos depresivos. Tiene un hospital de día. Tel.: (011) 4863-7640.