Transporta en su camioneta a chicos con discapacidad y tuvo que mandarles a las familias un audio inesperado: “Hasta el miércoles, tengo plata para el gasoil”
Desde hace 30 años, Fernando Merlo traslada todos los días a niñas, niños y jóvenes con discapacidad para que puedan ir a la escuela o a sus terapias; las obras sociales le abonan menos de 89 pesos el kilómetro, mientras que en Uber, por ejemplo, ese trayecto se cobra unos 147 pesos; por la falta de pagos, la posibilidad de seguir haciendo su trabajo está en riesgo
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Esta mañana, Fernando Merlo grabó un audio en su celular y lo dejó listo para ser enviado a las 11 familias de los chicos, chicas y jóvenes con discapacidad que todos los días se trasladan en su camioneta: los lleva y los trae a la escuela, clubes y centros donde realizan distintos tipos de terapias. Es un mensaje que desearía nunca tener que haber grabado y, menos que menos, mandar. Por eso se demora en enviarlo.
“Les explico a los padres que tengo para bancar el gasoil hasta el miércoles que viene. Creeme que es real. Si las obras sociales no me pagan…”, cuenta Fernando, pero el nudo en la garganta le impide terminar la frase. “Cuesta mandarlo −agrega después de tomar aire−. Los padres trabajan y dependen mucho de mí. El transportista en discapacidad es muy querido y necesitado por las familias. No son chicos que podés dejar con una vecina o con una abuela: necesitan hacer sus terapias”.
Su historia muestra la otra cara de una realidad que, en los últimos días, saltó al centro de la agenda pública: la demora de varios meses en los pagos a quienes prestan servicios a las personas con discapacidad afiliadas a obras sociales. Se trata de un problema de largo arrastre, que involucra a una diversidad de actores −como las obras sociales, la Superintendencia de Servicios de Salud, la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), el Ministerio de Economía y la AFIP− que suelen pasarse la pelota de la responsabilidad. En el medio, quedan las familias y los prestadores de servicios que, como Fernando, hacen malabares para seguir trabajando.
A pesar de la demora en los pagos, hasta el momento Fernando nunca dejó de salir con su camioneta. Tiene 60 años, de los cuales lleva la mitad como transportista. “Trabajo solo, por mi cuenta. Tengo una camioneta Fiat Ducato de 2013 que con mucho sacrificio familiar compramos 0 kilómetro”, detalla. Y, sobre la situación actual, explica: “Me cortaron todos los pagos, tanto las obras sociales como las prepagas. Hasta ahora venían pagando más o menos bien, aunque suele ser a 60 días. Pero ahora se cortó de golpe. Tendríamos que haber cobrado junio a partir del 20 de agosto, pero estamos a 1 de septiembre y todavía no pagó ninguna”.
Explica que, hasta el mes pasado, lo que se le abonaba por kilómetro (según lo establecido en resoluciones conjuntas del Ministerio de Salud y ANDIS) eran 88,82 pesos. Dos ejemplos: en el caso de una aplicación de viajes y según estimaciones hechas por LA NACION, el costo es de aproximadamente 147 pesos el kilómetro (aunque depende del día y horario, pudiendo ser mayor según la demanda). Mientras que la tarifa de las remiserías llega a los 150 pesos el kilómetro. “A partir de septiembre, nos van a pagar un 5% más”, dice Fernando.
El suyo es un trabajo que implica poner “cuerpo y alma” en cada traslado. Algunos de los chicos, chicas y jóvenes que transporta tienen discapacidades físicas, algunos intelectuales, otros ambas. En todos los casos, necesitan ayuda para subir y bajar de la camioneta. “Hay casos donde son más independientes y otros en que tienen dificultades muy severas. Al servicio de ayudarlos en el traslado se lo llama ‘dependencia’ y por el mismo se debería cobrar un 35% más del valor del kilometraje. Pero acá tenemos otro problema grave, porque muchas obras sociales no te lo quieren cubrir. Y tengo casos, como el de un joven de 35 años, que si no lo podés ayudar a subir, no sube, porque no puede caminar solo”.
“Estoy arriba de la camioneta todo el día”
Además de los transportistas como Fernando (que es socio de la Asociación de Transportistas de Personas con Discapacidad, Ataecadis), los prestadores de servicios para las personas con discapacidad son aquellas instituciones de salud, terapéuticas o de educación, especializadas en la atención de esa población. El pago por el trabajo que realizan en general viene de las obras sociales y, si la persona no tiene obra social, de la ANDIS, mediante el programa Incluir Salud. Esa agencia transfiere todos los meses, según datos recolectados por Clarín, 3.000 millones de pesos a más de 1.200 instituciones.
En el caso de las obras sociales, del 9% que los trabajadores registrados aportan a las mismas, aproximadamente el 17% se destina al Fondo Solidario de Redistribución (FSR), que recibe unos 17.000 millones de pesos mensuales, de los cuales 9.000 millones se destinan a los prestadores de servicios de discapacidad. De esa última cifra, la mitad es para el transporte de personas con discapacidad.
Volviendo a la vida cotidiana de quienes prestan ese servicio, las demoras en los pagos les complica, entre muchos otros aspectos, costear un insumo fundamental: “Mi vehículo acepta solo gasoil del bueno, no le podés poner del otro porque se rompe el motor. Ahora está cerca de los 200 pesos el litro, así que gasto unos 4000 pesos diarios”, explica Fernando. Y agrega: “Prácticamente estoy arriba de la camioneta todo el día, hago un promedio de 150 kilómetros diarios”.
Cada jornada, lleva a chicas, chicos y jóvenes que viven en barrios como Mataderos, Lugano, Parque Patricios, Once y Caseros. Pertenecen a familias de clase media y, otras, se encuentran en situación de gran vulnerabilidad económica y social. “El caso de los que tienen Incluir Salud (ex Profe), es un desastre. Ni me fijo cuándo me van a pagar. Lo hago más por humanidad, porque son familias muy carenciadas. Porque cuando viene el pago después de meses, esa plata ya perdió casi todo su valor”.
“Para esto tenés que tener pasión y empatía”
Fernando vive en Villa Lugano con su esposa, que es técnica en laboratorio, y su hija de 27 años, profesora en educación física, en una casa que tiene casi un siglo, y que van reacondicionado como pueden. “La compramos hace cuatro años con un crédito UVA y hoy en día tengo una deuda de 125.000 pesos que no puedo pagar”, se lamenta.
El despertador le suena entre las 5 y las 5.10 de la mañana. Sale de su casa 6.45 y pasa a buscar al primero de los chicos por Parque Patricios, a las 7. Todos los días, el recorrido cambia, porque depende de las actividades que tengan los pasajeros: terapias, clubes, centros de día, entre otras. A las 18, aproximadamente, emprende la vuelta a su casa. “Esto es pasión, corazón, esfuerzo, ganas y empatía hacia las familias y los chicos… Se me corta la voz”, dice Fernando emocionado.
Durante los 90, como es técnico en telefonía, trabajó con su hermano en empresas como Telefónica y Telecom. Cuando su hermano falleció, quiso un cambio. En el colegio de su hija se abrió una vacante para un transportista y se presentó. Fue allí que se fueron sumando en sus viajes algunos chicos y chicas con discapacidad y, poco a poco, Fernando empezó a dedicarse exclusivamente a ellos.
¿Cómo hace para sobrellevar las demoras en el pago de su trabajo? “Uf… Tengo muchos gastos porque tengo un crédito personal y uno hipotecario, uno me venció el 29 de agosto y todavía no lo pude pagar. El otro vence el 10 de septiembre y estamos en veremos. Me ayuda mi hija, porque con el sueldo de mi señora cubro una cosa y descubro la otra. Saco un poquito para el gasoil y el seguro de la camioneta obviamente lo tengo al día, porque sino no puedo trabajar. Esta es la historia real de lo que nos está pasando”, responde.
Si bien trabaja con unas ocho obras sociales y prepagas distintas, cuenta que Incluir Salud, “es la peor, y lamentablemente es la que tiene la gente más vulnerable”.
Además de la dependencia (el servicio por ayudar a subir y bajar a los pasajeros), otra cuestión que Fernando subraya que, desde su experiencia, no se cumple, es la resolución 1992/15. “La misma establece que por toda persona con discapacidad que vaya al centro de día, la terapia o el colegio, y que viaje el 80% de los días en el transporte, la obra social te debe pagar el mes completo, pero hay algunas que no lo hacen y te descuentan los días”, explica el hombre.
“Te convertís en parte de la familia”
Fernando pasó de todo en estos años. Incluyendo la tragedia inesperada que vivió apenas unos días atrás, el 18 de agosto. “Murió un chico arriba de la camioneta. Muerte súbita. Lo llevaba a una terapia, venía charlando conmigo, se acostó en el asiento y… Fue tremendo. Me pasó muchas veces de chicos que tienen convulsiones, es frecuente en este trabajo, pero esto fue demasiado. En el velorio, los papás me consolaban a mí. Tenía epilepsia muy severa. 23 años. No pude hacer nada para salvarlo”, dice Fernando. Tras un silencio, repite: “No puede hacer nada”.
Ese mismo día, tuvo que seguir trabajando. Había otros chicos que dependían de él. Su hija lo acompañó parte del trayecto. Estaba pulverizado. “Pudo haber pasado en la escuela, el centro de día o la casa, pero pasó en la camioneta”, dice Fernando. Y, volviendo a su labor cotidiana, asegura: “Hay que prestar muchísima atención en este trabajo. Yo estoy permanentemente comunicado con los papás, por ejemplo, me avisan cuando los chicos cambian de medicación, porque modifican sus conductas y hay que estar muy pero muy presente”.
Más allá de los momentos difíciles, satisfacciones también tuvo muchas. “Me pasó de encontrarme a chicos que terminaron la escuela y me los crucé de grandes, casados: habían formado familia y me la presentaban. O padres que me llamaban durante las vacaciones de verano para decirme que sus hijos me extrañaban. Me acuerdo de uno que me dijo: ‘Nahuel me tiene podrido, te quiere ver’. Le dije: ‘¡Traélo! Si sabés dónde vivo’. Y se quedaron a merendar. De alguna manera, vos te convertís también en parte de su familia”.
Cuando habló con LA NACION esta mañana, Fernando todavía tenía que mandar el audio. Antes de seguir con su día laboral, asegura: “Me duele. Porque me pongo en el lugar de los padres y porque somos un equipo trabajando: yo me entero de todas las cosas que pasan en la casa, qué está pasando en la vida de esos chicos. Hay muchas confidencias. Vos tenés que estar ahí. Tenés que estar”.
Dónde informarse
- Para contactarse con la Superintendencia de Servicios de Salud al que llamar al 0800-222-72583
- El número de contacto de la Agencia Nacional de Discapacidad es 0800-555-3472