Se trata de la Casa de Nuestros Mayores; actualmente tiene 14 residentes y lista de espera; solo en agosto recibieron 60 pedidos de asistencia; en el país, una de cada cuatro personas mayores vive en la pobreza
- 9 minutos de lectura'
Cuando Juan y María decidieron alquilar un monoambiente en Vicente López no se imaginaron que un día no podrían seguir pagándolo. Sin embargo, llegó un momento en el que el matrimonio, que tiene 79 y 69 años y vive de la jubilación mínima que cobra cada uno, destinaba absolutamente todos sus ingresos a mantener el departamento: “Tuvimos miedo. Realmente pensamos que íbamos a terminar en la calle”, dice Juan.
“En la calle”, por suerte, no llegaron a estar. A fines del año pasado, ante un panorama desesperante, tuvieron la oportunidad de irse a vivir en una casa comunitaria, en la que habían estado nueve años atrás, cuando transitaron una situación económica muy similar a esta.
Ese lugar que los salvó de quedar literalmente en la calle es la Casa de Nuestros Mayores “Marcela Rocca”, un complejo habitacional para adultos mayores que no tienen vivienda propia ni dinero suficiente como alquilar y no tienen familiares que puedan ayudarlos. En esa casa, ubicada en Florida, localidad del partido de Vicente López, viven 15 jubilados de entre 69 y 87 años, y autoválidos, es decir que se pueden valer por ellos mismos y no necesitan una asistencia especial más allá de la vivienda.
Como Juan y María, la mayoría de los huéspedes llega ahí porque se encuentran en una posición muy vulnerable: “Están solos, al borde de la situación de calle y la jubilación no les alcanza para alquilar nada”, explica Gabriel Langlais, coordinador de las actividades del hogar, que abrió hace 9 años y es una obra de la Asociación Civil Padre Pablo Tissera, que pudo construir el lugar gracias a las donaciones que reunió de parte de varias personas que se acercaron a la parroquia Santo Tomás Moro, de Vicente López.
En la casa hay jubilados con historias de vida muy diversas. Hay desde exenfermeras y cosmetólogas hasta pintores y guardias de seguridad. Algunos vivieron toda su vida en Vicente López y otros nacieron en provincias como Santa Fe y se mudaron a Buenos Aires en su adolescencia. Sin embargo, hay algo que los une: la necesidad.
Todos y todas las residentes cobran apenas una jubilación mínima, que en agostó fue de 70 mil pesos más un bono de 20 mil. Y que en septiembre sería de 87.459 pesos más un bono de 37 mil. Es decir, viven con lo justo. En su caso, Juan está jubilado con la mínima por sus años de servicio de reparación de persianas y María por ser ama de casa. Si tuviesen que pagar un alquiler, expensas y servicios, a ninguno le quedaría dinero como para comprar comida y mucho menos para hacer otras cosas.
“Este mes recibimos 60 llamados”
“Hay mucha gente que quiere vivir en la casa. Por eso nos manejamos con una lista de espera a la que recurrimos cuando se abre una vacante”, explica Gabriel. Hoy en esa lista hay 17 personas, que es solo una selección de entre todas las personas que llaman por ayuda, ya que para incorporarse a la casa hay que poder valerse por sí mismo, no cobrar más que una jubilación mínima y estar afiliado a PAMI, entre otras características.
“Últimamente están preguntando mucho más. Lo que pasa es que con los requisitos se achica mucho más el universo”, dice y continúa: “De cada 10 que llaman, uno se inscribe. Este último mes, por ejemplo, recibimos 60 llamados de personas interesadas”.
“Uno de los problemas graves e inobservados de los adultos mayores en Argentina hoy es la vivienda”, explica Eugenio Semino, gerontólogo y Defensor del Pueblo de la Tercera Edad. “Hubo un fenómeno nuevo que apareció en los últimos 10 años y es que muchísimos adultos mayores viven en situaciones de alto riesgo habitacional, como pensiones, donde la habitación cuesta 45 mil pesos y se les va más de la mitad del sueldo”, agrega.
“Dormí varias noches en una estación del Mitre”
La historia de Hugo García expone ese panorama: durante 17 años vivió en un edificio de Olivos que nunca terminó de construirse. A cambio de vivir allí dentro, en uno de los pocos departamentos terminados del lugar, Hugo era una especie de “sereno”. Y, durante el día, hacía trabajos de pintura, reparación y limpieza.
Antes, había tenido un trabajo formal como empleado de seguridad, pero por tener pocos años de aportes apenas pudo darse de alta para percibir una Pensión Universal para el Adulto Mayor, unos 47 mil pesos por mes. Sin embargo, el año pasado, cuando se resolvió demoler el edificio, quedó en la calle.
“No tenía nada y terminé en el Hogar Cura Brochero, un lugar de tránsito para personas en situación de calle que está en Olivos”, explica Hugo, en diálogo con LA NACIÓN. No era la primera vez que se quedaba sin casa. “Antes de vivir en el edificio, había tenido problemas matrimoniales porque no tener dinero destruye a una familia e irme de la casa fue la mejor opción para todos”, cuenta y sigue: “Dormí un tiempo en una estación de tren de la línea Mitre. Hacía algunos trabajos por la noche y dormía de día”.
La situación actual de Hugo no se trata de un caso aislado. Según un informe hecho por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina y la Fundación Navarro Viola, “uno de cada cuatro adultos mayores de 60 años vive en condiciones de pobreza”. En el caso de las personas mayores de 75 años, se da en una de cada cinco.
Hugo pasará a ser el residente número 15 de la casa comunitaria esta semana, cuando ingrese al complejo. En estos meses que pasó en Brochero la gente del hogar se encargó de hablar con la asociación que maneja la casa para que le hicieran un lugar. “Con lo que cobro de la pensión no podría permitirme vivir en ningún otro lado”, dice y los ojos le brillan de emoción. Como muchas personas mayores en situaciones vulnerables, sabe que estas oportunidades son casi inexistentes.
El agravante de la soledad
Todos los días cuando se despierta, Juan saluda al grupo de WhatsApp de la casa con un “buen día” y les desea bendiciones de su parte y de su esposa. Esa es la primera interacción de un grupo que suele compartir mateadas y charlas en actividades de catecismo que realizan los miércoles con voluntarios de la asociación. “Algo muy importante es que están en comunidad, y no solos, ya que la soledad es un agravante de la vulnerabilidad a la que ya se enfrentan de por sí”, señala Gabriel.
“Cada vez es más complicado el rompecabezas para que los adultos mayores puedan garantizarse alimentos, medicamentos y hábitat”, asegura Semino y continúa: “Además, la soledad que genera el no poder permitirse compartir algunos momentos es un agravante de la situación: no poder ir a una pizzería con amigos ni comprarle el regalo del Día de Niño al nieto se convierte en una frustración que causa enfermedad”.
La casa está compuesta por nueve departamentos para una o dos personas repartidos en dos plantas. Los únicos que comparten habitación son Juan y María. Cada departamento tiene baño, cocina, comedor, balcón y patio. Además cuentan con un salón de usos múltiples y un ascensor que los ayuda a moverse entre la planta baja y el primer piso.
La idea de crear un espacio para adultos mayores fue del padre Pablo Tissera: “Cuando falleció, pensamos que podíamos hacer algo para concretar ese sueño. Él ya había creado un hogar para niños”, recuerda Gabriel y explica cómo lo hicieron: “Empezamos a juntar la plata y a construir el lugar de a poco. Además, mediante las donaciones que recibimos, incluso hasta el día de hoy, conseguimos muchos materiales y parte del equipamiento. Es más, en el futuro esperamos poder hacer más casas como esta, pero por ahora no podemos”.
“Sigo trabajando porque necesito la plata”
Más allá de la ayuda que significa asegurarse un lugar donde vivir, algunos de los residentes continúan trabajando. Juan, por ejemplo, hace reparaciones de persianas. “Hace unos años empecé a darme cuenta de que me hacía mayor y el trabajo me costaba cada vez más, pero es algo que continúo haciendo porque lo necesitamos”, dice. En su caso, el no tener hijos ni recibir ayuda de su familia los volvieron los candidatos ideales para entrar a la casa.
El día a día de Juan y María se basa en salir a caminar —”si está lindo”—, comprar comida si lo necesitan, tomar mate y charlar. En general, sus gastos van a parar a la comida. Cuando necesitan ropa, van a “los manteros de Once”. “De otra forma no nos alcanza. Unos meses antes de entrar acá, estábamos a un paso de estar en la calle, hoy sin la casa, estaríamos allí”, asegura el matrimonio.
Con la llegada al hogar, “Mari”, como la llama cariñosamente su marido, decidió retomar sus estudios primarios y aprender a leer y escribir con la ayuda de una maestra que es voluntaria en el Hogar “Casa de Jesús”, el que hospeda a 14 niños de entre 5 y 18 años. “Ahora escribe su nombre con orgullo”, comenta Gabriel.
“Todos los que estamos acá es porque, de diferentes formas, pasamos malos momentos”, asegura Juan y concluye: “Es lamentable pero muchos terminan en la calle. Ojalá existieran más casas como ésta porque la necesidad es urgente”.
Más información
- La Asociación Civil Padre Pablo Tissera mantiene el Hogar “Casa de Jesús”, el que hospeda a 14 niños de entre 5 y 18 años, y la Casa de Nuestros Mayores “Marcela Rocca”. Si te interesa colaborar con alguna donación o como voluntario, podés entrar al sitio web o llamar al 11-4046-2404.
- La Asociación Civil Años promueve el Espacio GerontoVida, para la defensa de los derechos e intereses de la Tercera Edad. Su objetivo es lograr un acceso adecuado a la información y formación sobre la vejez para sensibilizar a la sociedad, promoviendo un cambio de paradigma que viabilice una sociedad para todas las edades. Además busca favorecer mejoras en las prestaciones de servicios públicos, privados y estatales destinados a los adultos mayores y su entorno social.