Santiago es jubilado y desde hace dos años y medio que duerme en su auto; Zulema y Jaime usan todos sus ingresos para pagar una habitación; los tres tuvieron empleos pero no pudieron ahorrar y dependen de la ayuda solidaria; una de cada cuatro personas mayores de la Argentina vive en la pobreza; la soledad es un agravante clave
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Santiago tiene 70 años y habla desde el asiento del conductor de un Honda azul que está estacionado en Parque Centenario. “Fijate que la mayoría de la gente de la calle está casi todo el día durmiendo. Buscan pasar las horas”, afirma y después reconoce que quizá descanse ahí mismo o pare en alguno de los lugares que frecuenta durante las noches. Dormir mucho, dejar que pase el tiempo, es una de las rutinas de subsistencia que suelen tener las personas en situación de vulnerabilidad. Eso, justamente, hace Santiago.
Lleva dos años y medio durmiendo en su auto. Antes, alquilaba un monoambiente que describe como “chiquito”. Se jubiló a los 65 pero siguió trabajando como encargado de una cochera hasta que tuvo que renunciar por una malformación venosa en la pierna que se agravó al estar internado por Covid. Sin ese sueldo, se dio cuenta de que ya no podía bancar el alquiler y se subió al auto. Recuerda que pensó: “Esto es provisorio”.
Nació en la Ciudad de Buenos Aires y empezó a trabajar a los 14 en una empresa constructora en la que llegó a ser gerente. Al final, decidió irse a hacer “cosas” por su cuenta que “no salieron como esperaba”. “La jubilación la uso para tratar de sobrevivir”, explica. Lo que cobra no es acorde a aquel sueldo en la constructora pero tampoco es la mínima, que va de los $ 37.525 a $ 43.353: “Es un poquito más”.
La primera noche que pasó “afuera” dice que no fue en la calle, sino en el estacionamiento de un McDonald’s. Estuvo dos días y al tercero la gerenta de la sucursal llamó a la policía. “Nadie elige vivir en la calle”, dice y agrega: “Yo vivo literalmente acá, en mi auto”.
Uno de cada cuatro adultos mayores es pobre
Santiago no lo dice pero su vida ocurre en la pobreza. En el país, le pasa a muchos miles de adultos mayores. El dato es duro e interpela por la vulnerabilidad que implica llegar a determinada edad y sentirse abandonado: según un informe hecho por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina y la Fundación Navarro Viola, “uno de cada cuatro adultos mayores de 60 años vive en condiciones de pobreza”. En el caso de las personas mayores de 75 años, se da en una de cada cinco.
Santiago lleva puesta una remera gris y un pantalón azul, del mismo color que su auto. Afuera, Enrique Rocatti, su amigo y voluntario de la fundación Lumen Cor, le saca fotos mientras él protesta. “Son para mandar al grupo de Lumen”, le aclara.
“El grupo” es una red de voluntarios que asiste a personas en situación de calle con comida y ropa, y asistencia habitacional, laboral, psicológica y jurídica. Antes de la pandemia, Santiago pasó a ser una de las 1500 personas que reciben ayuda de parte de ese grupo.
Enrique coordina uno de los posaderos de la fundación, algo así como un equipo multidisciplinario que tiene su base en parroquias. El primer día que Santiago fue a La Metodista, la parroquia del barrio Almagro donde conoció a Enrique, entró y se puso a mirar hacia la pared. “Sentía mucha vergüenza”, reconoce.
“Con la jubilación me pago una habitación”
Jaime Corominas (70) y Zulema Fernández (72) no duermen en un auto ni en la calle. Él alquila una pieza con un baño y una cocina. Lo describe como un departamento “muy chico”. Ella renta una pieza en una pensión. Los dos sienten que la posibilidad de quedar en la calle “está cerca”. Como Santiago, ninguno de los tres se imaginó en la situación en la que están ahora.
Es la primera vez que Jaime y Zulema se cruzan. Suelen ir a la parroquia Nuestra Señora del Consuelo, otro de los posaderos de Lumen Cor. Allí los ayudan con mercadería, a hacer trámites y a sacar turnos médicos. “Tratamos de abrirles puertas”, dice Stella Della Roca, coordinadora del lugar.
Zulema se acercó a ellos para pedir trabajo. Toda su vida cuidó personas, “unas 60 en total″. Hizo varios cursos y asegura que tanto por los cursos que hizo como por su experiencia no tiene “nada que envidiarles a las enfermeras”.
Hace unos meses, volvía de cuidar a una señora de 91 años cuando se desmayó. No pudo volver a trabajar. Se siente débil. Hoy alquila una “piecita” de una pensión en Devoto y cobra la jubilación mínima y la Ciudadanía Porteña, un subsidio de $ 6000 por mes pensado para que puedan comprar comida o remedios, por ejemplo.
Zulema se casó a los 18 y tuvo dos hijos que no ve “muy seguido”. Un poco por el ritmo de vida de ellos y otro poco porque ella está “medio triste”. A los 30 se separó y dice que cuando era joven tenía “un lomazo y unos ojazos que enamoraban”. Hoy piensa que las chicas están “más preparadas” y pueden lograr lo que sea.
Con la jubilación, Zulema paga el alquiler y queda casi en cero. “Por eso quería seguir trabajando”, dice y enseguida reconoce que “lo primero es asegurarse el techo”. En su “piecita” de la pensión no tiene muchas cosas. La ventana que da a la calle es “lo más hermoso” que hay. “Mirá a lo que llegamos, la ventana es un lujo”, piensa en voz alta.
“La soledad estigmatiza”
El informe mencionado concluye además que el sentimiento de soledad “aumenta a medida que disminuye el nivel socioeconómico”. Enrique Amadasi, sociólogo y asesor en investigaciones sobre personas mayores de la Fundación Navarro Viola, explica que las personas que se sienten solas en general no quieren que las vean así. “Saben que la soledad estigmatiza y que nadie se acerca a alguien que es un solitario”, dice y añade que “no dicen que necesitan ayuda, esconden la soledad”.
Jaime directamente no se pudo jubilar. Siempre tuvo trabajos informales, en el campo o “changas”. Hoy cobra la Ciudadanía Porteña y recibe la Pensión Universal para el Adulto Mayor (PUAM), que le asegura a los mayores de 65 años cobertura médica de PAMI y un ingreso mensual equivalentes al 80% del haber mínimo. En su caso son $24.700, pero gasta 24 mil en la pieza.
Nació en la Ciudad pero hasta los 13 años vivió en La Pampa. Fue peón rural, empleado de comercio e hizo tareas de mantenimiento. No fue a la escuela: “Casi no sé leer ni escribir pero lo que me enseñó la vida es a saber escuchar para aprender”, se enorgullece. Tiene un hijo pero lo ve “poco” y admite que en parte es porque él mismo es “muy cascarrabias”. Se las rebusca y ofrece servicios de jardinería, pintura y poda, pero desde que le operaron los ojos por cataratas no pudo seguir trabajando.
Cuando llegó a Buenos Aires, le habían dicho que “la plata la encontraba en el piso”. “En la Ciudad empezás a salir del cascarón, sabiéndote ubicar: no tenés para comer y bueno no comés, qué se va a hacer”, afirma. A su infancia la recuerda con cariño y dice que nunca pensó que iba a estar cómo está ahora.
“A la parroquia vengo más por contención que por otra cosa”, sostiene. Los voluntarios de la fundación lo ayudaron con entrevistas laborales, temas de salud y acompañamiento. Ahora quieren “darle una mano” con el alquiler, ya que como no le emiten un recibo, no pueden tramitarle que ingrese al programa del Gobierno de la Ciudad que ayuda a la gente mayor con un subsidio habitacional.
Ana, una de las voluntarias del grupo que lo ayuda, dice que ellos “tratan de ponerle voz a los que no saben expresarse”. Son adultos mayores en situaciones de vulnerabilidad, “personas que no tienen la suficiente instrucción y por eso las dejan de lado”, dice Stella. Están acostumbrados a que se les cierren las puertas en la cara: “Nosotros tratamos de abrirles esas puertas”, añade Ana.
Antes del auto
Santiago hizo un año de Derecho en la Universidad de Buenos Aires y lo dejó porque se fue del país y tenía que cuidar de sus hijos. Vivió un tiempo en Venezuela y en España, tiene Instagram y WhatsApp, que usa desde su teléfono. Sentado en el auto, escucha radio y música, le gustan mucho Abel Pintos y Arjona. No fuma hace 40 años y lo único que toma además de agua es Coca Cola. Es de Boca, le gusta el arte y la política pero no habla de ella porque “es complicado”.
Asegura que siempre fue “un tipo que captaba las cosas muy rápido” y en el colegio, aunque era medio “vagoneta”, nunca lo agarraron haciendo lío. Su hija del medio es igual. Es periodista y su padre cuenta orgulloso que “es excelente en su profesión”. “No digo que salió a mi porque también la madre es así”, añade.
Tiene tres hijos, un varón y dos mujeres de entre 35 y 45 años. A pesar de que habla con orgullo de ellos casi ni se comunican. “Me he peleado con mis hijos por culpa mía, por culpa de ellos, por culpa de la vida”, reflexiona.
Hasta no hace mucho, ni ellos ni su esposa, de la que está separado pero no divorciado formalmente, sabían de su situación. Y entonces lo vieron en un reportaje que le dio a Crónica TV desde el auto. “Me avergüenzo de que me vean así”, afirma.
“Con mi señora y con mis hijos, si hubiera actuado de otra manera, los tendría mucho más cerca”, aclara. No les pide ayuda porque asegura que es “muy orgulloso” para hacerlo. En la calle no tiene amigos, “solo conocidos”. De la infancia le queda uno solo, pero no quiere “ir a llorarle” con lo que le pasa. “Nunca he estado en la posición que estoy ahora, jamás, ni en los peores momentos de mi vida”, analiza y sigue: “A veces, uno cosecha lo que siembra”.
Su hermano mayor vive en otro país y hace como un mes y medio que no hablan. Lo último que le mandó fue un mensaje que decía que “no bajara los brazos”. A su padre lo recuerda con mucho cariño y lo describe como “un tipo muy laburador” que se preocupaba por ellos. No tuvo mucha relación con su madre pero cuando ella tuvo un paro cardiorespiratorio en el que terminó internada por seis meses, él estuvo a su lado.
¿Cómo es un día en su vida?
“Como buen viejo, me despierto a las 6:30 o 7″, cuenta Santiago. Busca agua para hacerse mate. A veces se queda en el auto y otras tiene que hacer trámites. En las noches (es más probable que coma de noche que de día) se acerca a los comedores y después, explica, “es pasar el día”.
Los fines de semana ayuda a repartir viandas con el grupo de Lumen Cor, pero si lo necesitan el resto de los días también está. Suele ayudarlos a buscar donaciones: “Soy como su Uber”, bromea y explica que ellos lo ayudan con la nafta. En una ocasión, el auto se le rompió y estuvo estacionado en el taller mecánico varios días. El arreglo le salió $40 mil, que tuvo que “pagar de a poquito”.
La rutina de Zulema y Jaime se basa en la incertidumbre: ver si hoy van a comer y si lo que se llevan a la boca es lo que necesitan para su edad: “Los mayores somos como un bebé, hay comidas que nos son indispensables, pero no las tenemos aseguradas”, afirma Zulema.
“Yo estuve como una semana sin comer”, dice Jaime y cuenta que lo primero que hace cuando se levanta es lavarse “los pocos dientes” que tiene y poner agua para el mate. Esto lo ayuda: “Un paquete de yerba y otro de azúcar, todo lo que necesito”.
Zulema dice que “lo primero es asegurarse el techo”, que después ve cómo comer. En su caso, ella dice que con la jubilación paga el alquiler y hasta ahí llega: “Por eso yo quería seguir trabajando”.
Descuidan su salud
Santiago puede estar varios días sin salir del auto simplemente porque no quiere. Por lo que le pasa en la pierna, debería dormir en una posición horizontal, pero la posición que tiene en el auto le complica más la salud. “No quiero estar como estoy, mi cabeza dice no estés mal pero mi cuerpo dice quédate ahí, ¿alguna vez te pasó?”, pregunta.
Hace muchos años que no va al psicólogo, no le gusta. “Como buen loco, no considero que tenga que ir”, afirma riéndose. Tiene días en los que se siente “estupendo”, pero también otros en los que le agarra la “depre” y dice “¿para qué?”. Si pudiera salir del auto, le gustaría ir a caminar a la costa.
Según indica el informe “Condiciones de vida de las personas mayores (2017-2021)”, los adultos mayores que están solos tienen “ciertas vulnerabilidades frente algunas circunstancias que no las tienen otros”. La observación hacer referencia a la necesidad de asistencia para hacer trámites, sacar un turno médico, comprar medicamentos, etcétera.
La socióloga Carolina Garofalo, coautora del informe del Observatorio de la Deuda de la UCA, explica que “el vivir solos genera en algún punto mayor vulnerabilidad o mayor desigualdad en los mayores que quizá en otros grupos etarios no pasa”. Los mayores que viven sin compañía, en general, consultan menos al médico, no tienen proyectos personales y casi no practican ejercicio físico. Además, son quienes perciben que tienen menor apoyo de amigos y familiares, “aspectos primordiales debido a las características propias de esta etapa vital”, completa.
La falta de celular (Jaime y Zulema no tienen celular) o conectividad a Internet es otro problema. Esto dificulta muchos trámites que hoy se hacen virtualmente, por ejemplo en aplicaciones como Mi Argentina. Los espacios virtuales no son iguales de accesibles y entendibles para todos. “No es que las personas mayores sean vulnerables sino que necesitan políticas de intervención propias y adecuadas a su contexto y situación”, dice este mismo estudio.
“En mi vida hubiese pensado que yo iba a vivir esto. Pero le puede pasar a cualquiera”, reflexiona Zulema. A veces le dan “bajones” pero “como son muy feos” no se los quiere permitir. “Cuando me vi en una pensión me sentí como desarraigada”, cuenta. El compartir el baño, tener que vestirse antes de salir de su “piecita” y casi no conocer a los otros tres hombres con los que comparte el lugar la hizo sentirse rara. Nada de lo que está ahí es suyo ni lo compró ella: “Lo que más extraño es un florero de porcelana con girasoles que me regaló uno de mis hijos”.
¿Qué necesitan?
“Yo no necesito nada, lo único que quiero es afecto”, admite Jaime. Esa es la razón principal por la que se acercó a la parroquia, para no sentirse solo. Santiago opina que “ya con verte en un auto las personas piensan que estás bien, que no necesitás nada”, pero su verdadero sueño es salir de ahí e ir a caminar.
Amadasi cuenta que en la tercera edad sin importar el nivel socioeconómico el afecto es crucial entre las personas mayores. En el imaginario social son “pobres y punto” pero está pobreza va a acompañada de factores psicosociales que afectan en todos los aspectos. “Es el aspecto principal de los que están peor en términos de pobreza”, asegura el sociólogo y dice que “para esta persona mayor es fundamental tener un proyecto personal, o sea, algo que los saque del día a día”.
“Las vejeces se empiezan a convertir en una problemática social que nos interpelan a todos e identificar el problema es lo que hace que empiece a ser una realidad en una situación social”, comenta Garofalo. No es que nadie quiera ayudarlos o son ignorados, Enrique Amadasi explica que la gente “no sabe mucho qué hacer por más buena voluntad que tenga, es un problema de ignorancia”.
Lo que Santiago siempre quiso fue tener una familia unida. “Nunca lo pude lograr”, dice. A Zulema le gustaría tener una buena salud: “Para poder trabajar, porque me hace sentir bien a mí”. Jaime quiere volver a La Pampa y “ser feliz”. “Es muy duro vivir en la calle pero el ser humano se adapta a todo”, reflexiona Santiago.
¿Cómo colaborar?
Lumen Cor es una red de voluntarios que ayuda a personas en situación de calle con asistencia habitacional, alimentaria, laboral, psicológica y jurídica, y actualmente se encuentran colaborando con Santiago, Zulema y Jaime. Su objetivo es que las personas puedan reinsertarse socialmente con la ayuda de un equipo multidisciplinario de profesionales que los ayudan física y mentalmente.
Podés colaborar con Lumen Cor de varias maneras:
- Sumate a la Comunidad de amigos. Podés ser parte de una red de personas y empresas que acompañan de manera regular a la fundación y sus miembros haciendo un aporte cada mes para contribuir con las actividades que realizan.
- Voluntariado. Lumen Cor es una fundación privada que necesita el apoyo de la gente para acompañar a quienes acuden a ella. Hoy están en busca de profesionales como médicos, psicólogos y trabajadores sociales que puedan ayudar.
- Padrinazgo. Podés acompañar a personas y familias en su paso por Lumen Cor, ayudándolos con lo que necesiten.