Después de haber bajado durante dos años consecutivos, un estudio de la UCA expuso que en el país volvió a crecer el porcentaje de niños, niñas y adolescentes que hacen tareas productivas o intensivas en su casa; “Me costó mucho la primaria”, cuenta Florencia, que cuidó a sus hermanos desde los 8 años; “No teníamos para comer”, recuerda Diego, que cosechó tabaco desde los 11
- 8 minutos de lectura'
El primer trabajo de Diego fue a los 11, en una plantación de tabaco. “Somos cinco hermanos y no teníamos para comer. A veces pasábamos el mediodía con mate cocido. Cuando no había comida, yo entendía, pero los más chicos, no. Así que empecé a ir a trabajar con mi papá”, dice este joven de 23 años, oriundo de Chaco.
Florencia empezó a trabajar a los 8, cuando le tocó quedarse al cuidado de su hermanita, cocinar y limpiar la casa, mientras el resto de la familia trabajaba fuera del hogar. “Me costó mucho la primaria”, explica esta joven de 27 años, que vive en Jujuy.
Las voces de Diego y Florencia pueden escucharse en la investigación sobre trabajo infantil hecha por la delegación argentina de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y resumen el drama en el que están inmersos miles de niños, niñas y adolescentes en la Argentina: el de trabajar en lugar de llevar una vida acorde a su edad y sus necesidades.
Hace pocos días, un informe del Barómetro de la Deuda Social Argentina de la UCA le puso cifras a esta realidad triste que se da principalmente en los hogares más empobrecidos del país. Según ese estudio, que hace foco en las privaciones que sufren las infancias de nuestro país, el 14,8% de los niños, niñas y adolescentes de entre 5 y 17 años realizó algún tipo de trabajo durante el segundo semestre de 2022.
La cifra expone que más de 1.400.000 niños, niñas y adolescentes de entre 5 y 17 años trabajan, según un cálculo hecho en base a proyecciones del Indec. De esta manera, el problema del trabajo infantil vuelve a ubicarse en los niveles previos a la pandemia, cuando alcanzaba al 14,7%.
Después de una caída abrupta durante 2020 y 2021 (5,3% y 7,7% respectivamente), el estudio de la UCA, muestra que la situación actual supera los valores de 2019. Y además registra un crecimiento más significativo entre los adolescentes (1 de cada 3), en los sectores medios empobrecidos y en las áreas metropolitanas del interior de nuestro país.
Conocida y legislada como “trabajo infantil”, la incorporación tan temprana de niños, niñas y adolescentes al mundo del trabajo se presenta bajo dos grandes formas. La primera tiene que ver con el trabajo económico, es decir, tareas relacionadas con una actividad productiva y venta ambulante; y la segunda, con el trabajo doméstico intensivo, sobre todo vinculado con la limpieza y cocina en la casa y el cuidado de otras personas. En cualquiera de los dos casos, encarnan diferentes tipos de vulneraciones de derechos, como el derecho a ir a la escuela, jugar o tener tiempo libre. Incluso, en algunos casos, pueden implicar riesgos para la salud.
Si bien se trata de una actividad prohibida por la ley 26.390, de 2008, y contraria, además, a la Convención sobre los Derechos del Niño, los niños, niñas y adolescentes siguen siendo mano de obra buscada en las plantaciones de tabaco, yerba mate, té o frutillas, en diferentes regiones del país, así como en las industrias ladrillera, de la construcción o textil, en donde suelen comenzar como ayudantes de alguno de sus padres. También suelen acompañar a sus padres o hermanos mayores en tareas de reciclaje urbano o recolección de cartones y suelen ser los encargados de las huertas familiares o del cuidado de animales para consumo.
Las razones del aumento
El aumento de este índice con respecto a los valores de la pandemia tiene una explicación simple: cuando el confinamiento quedó atrás, comenzó a reactivarse el trabajo informal, es decir, las changas, los trabajos temporarios, por hora, o a destajo, que son la principal fuente de ingresos en los sectores más desfavorecidos: hogares pobres y marginales, principalmente ubicados en el interior y el Conurbano.
“Cuando esos adultos tienen trabajo, en general el trabajo infantil aumenta, ya sea porque los más chicos ayudan con alguna actividad familiar o porque se ocupan de lo doméstico mientras los adultos salen a trabajar”, explica la investigadora y coordinadora del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la UCA, Ianina Tuñón, y agrega que si bien el porcentaje de niños, niñas y adolescentes que trabajan es similar al de 2019, hay diferencias al interior de ese universo.
“Ahora es mayor la desigualdad social. Son actividades que se dan fuertemente en los estratos más bajos, cuando en 2019 lo encontrabas también en los sectores medios más empobrecidos. por ejemplo, con niños, niñas y adolescentes que ayudaban en el comercio familiar”, grafica la especialista.
Muchas veces naturalizado como “una ayuda a la familia”, el trabajo doméstico suele estar más invisibilizado. Para la directora de Aldeas Infantiles SOS Argentina, Alejandra Perinetti, está claro cuándo la ayuda a la familia se convierte en trabajo doméstico. “Cuando sobre el niño, niña o adolescente pesa una responsabilidad, hablamos de trabajo doméstico. Una cosa es repartir las tareas entre todos los miembros de la familia y que, por ejemplo, a alguien le toque levantar la mesa. Otra bien diferente es tener que ocuparse de cocinar, limpiar o cuidar hermanos o abuelos”, explica.
Para prevenir cualquiera de las formas de trabajo en la infancia o la adolescencia, la organización cuenta con espacios comunitarios para niños y niñas que funcionan durante ocho horas. Buscan que los familiares a cargo tengan en donde dejar a sus hijos antes o después de la escuela, mientras ellos trabajan. “Contamos con centros en Oberá, en el partido de General Pueyrredón, en Luján, Mendoza, Córdoba y Rosario. No solo trabajamos con los más chicos sino también con las familias, con propuestas de capacitación en oficios y ayuda para fortalecer microemprendimientos”, puntualiza la referente.
“Cocinaba y limpiaba”
“Cuando empecé la escuela, el que limpiaba y cocinaba era mi hermano mayor. Después, él me enseñó las comidas básicas y ahí empecé yo. Como mi mamá no estaba durante todo el día, nunca me ayudaron con las tareas de la escuela, entonces me la rebuscaba como podía y lo que no sabía cómo hacer, lo llevaba sin hacer”, relata Florencia, otra de las adolescentes entrevistadas por la OIT.
Gustavo Ponce es el Punto Focal de OIT Argentina en Erradicación de Trabajo Infantil, Trata y Trabajo Forzoso. El especialista reconoce que, cuando los chicos trabajan, es en desmedro de su rendimiento escolar. “En muchísimos casos, trabajan y estudian. Del total de niños y adolescentes que trabajan, la edad promedio de ingreso al mundo laboral es a los 11 años, es decir, cuando están dejando la primaria. Transitan la escuela, sí, pero con menos chances de permanencia, por la merma en su rendimiento. En muchos casos, se duermen en clase”, explica el experto.
Mientras que el 14% de los chicos de entre 5 y 17 años padece algún tipo de déficit en su educación, ese mismo valor asciende al 35% entre los niños, niñas y adolescentes que trabajan, según las estimaciones de la UCA. “No es que no asistan a la escuela, sino que son chicas y chicos con sobreedad, repetidores, que tienen sus trayectorias educativas demoradas”, amplía Tuñón.
Los especialistas consultados para esta nota relacionan este tipo de prácticas con una estrategia de supervivencia, en un contexto de pobreza ascendente, que afecta a 6 de cada 10 niños y niñas. “Cuando no alcanza con que los adultos trabajen, ahí es donde entran los niños en escena. Lo que se busca, en definitiva, es ampliar los ingresos que garanticen lo básico, la alimentación”, analiza Perinetti.
En sintonía con esta apreciación, Tuñón, de la UCA, explica que lo que surge de los estudios cualitativos es que, en los hogares más pobres, los adultos deciden qué hijos continúan los estudios, cuáles trabajan y cuáles se dedicarán a las tareas de limpieza y cuidado. “Por lo general, se prioriza que los más chicos tengan garantizada la escolaridad primaria. Eso se vio mucho en la pandemia, cuando la poca conectividad que había se destinaba a los que estaban en la primaria”, agrega la especialista, quien considera que el Estado argentino tiene una gran deuda en materia de políticas para la adolescencia.
En lo que respecta a la erradicación del trabajo infantil, los expertos consultados señalan grandes desafíos por delante. “A nivel mundial, la meta es erradicar el trabajo infantil, la trata y el trabajo forzoso para 2030. En nuestro país hay muchos progresos en materia de normativa y de iniciativas provinciales, pero falta aumentar la eficiencia en materia de coordinación entre los diferentes actores que son centrales en la materia: los Estados, el sector privado y los sindicatos”, explica Ponce de la OIT.
Por su parte, Perinetti señala como otra deuda pendiente la falta de información oficial sobre el estado de las infancias y las adolescencias, como un paso previo necesario para llevar adelante cualquier política pública. “Si bien se vienen llevando adelante diferentes acciones para erradicar el trabajo infantil, no debemos olvidar lo ligada que está esta variable con la economía de las familias. Mientras haya familias en las que se coma una sola vez por día, es lógico que los indicadores de trabajo infantil hayan vuelto a los niveles prepandémicos. Es difícil pensar que alguna política pública pueda revertir esta situación”, concluye.
Más información
- Aldeas Infantiles SOS Argentina es una organización que trabaja para que los niños, niñas y adolescentes puedan ejercer su derecho a vivir en familia en un entorno que garantice su desarrollo. Para conocer más, hacé click aquí
- En caso de detectar alguna situación de trabajo infantil, se puede denunciar por mail a denuncias@trabajo.gob.ar o llamar, de lunes a viernes de 8 a 20, al 0800-666-4100 (opción 1, luego opción 2.