Nora es costurera y Ramón chofer de camiones, pero lo que ganan no les alcanza para los gastos de la casa; Elisa es empleada doméstica y el sueldo se le va en comprar comida; en el país, 520.000 asalariados formales viven en hogares pobres; ¿cuáles son los sectores más golpeados?
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Muchas veces los hijos más chicos de Norma (tienen 20, 16 y 12 años) le preguntan por qué ella y su marido trabajan tanto y aún haciendo ese esfuerzo, tienen que privarse de varias cosas, como unos jeans “que no sean comprados en la feria” o “una salida”.
Ella tiene 38 años y está casada con Ramón (48), que es chofer de un camión. Hace 11 años que su marido está en blanco y trabaja de lunes a viernes de cuatro de la mañana a 19. “Los sábado los dejó porque como duerme tres o cuatro horas por día, los fines de semana necesita descansar”, cuenta Norma, que tiene su propio emprendimiento: comparte un taller de costura en sociedad con su mamá. Hacen cortinas y uniformes para un colegio cercano al barrio de Las Tunas, en Pacheco, donde viven.
En el taller, Norma junta unos 90 o 100 mil pesos por mes, mientras que Ramón gana, en mano, 250 mil. Entre los dos suman unos 340 mil, pero parte de lo que Norma gana lo invierte en comprar materiales para seguir produciendo. Con lo cual, la cifra final queda por debajo del costo que tenía la canasta básica total (la que se usa como referencia para determinar la línea de pobreza) para una familia con iguales características a la suya en el mes de junio, que equivalía a 331 mil pesos.
Los sectores con más “trabajadores pobres”
La de Norma es una realidad que comparten cada vez más argentinas y argentinos: tener un empleo formal, con vacaciones pagas, obra social y ART, dejó de ser la garantía para no vivir en la pobreza. En otras palabras, el “sueño del trabajo en blanco” como un ticket a la estabilidad y el progreso, se desvanece. En el país, el 14,9% de los asalariados formales viven en hogares pobres, lo que representa unas 520.000 personas (si se pone el foco específicamente en aquellos que son jefes y jefas de hogar, el porcentaje trepa a 19,9%).
En el caso de los asalariados del sector informal, el impacto es mucho mayor: el 41,1% son pobres (38,4% si nos referimos al universo de jefes de hogar), lo que totaliza 881.000 trabajadores. Es decir que las personas con empleos en el sector informal, precarios y con jornadas parciales tienen más chances que el resto de vivir en hogares pobres. Pero, de nuevo, la formalidad tampoco es hoy garantía de nada.
Los datos fueron expuestos por el informe “Trabajadores pobres, características de sus hogares y acceso a sistemas de asignaciones familiares”, publicado en junio por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA. “Tener un trabajo no es garantía frente a la pobreza y muestra los límites del mercado laboral en la actualidad como espacio de integración socioeconómica”, advierten los autores del reporte, Santiago Poy y Eugenia Dichieralos.
“Hay un hecho coyuntural: el porcentaje de trabajadores del sector formal que son pobres viene aumentando. Mientras que en 2017 eran el 6%, en 2019 subieron al 15,9%, pasando por el 18,2% en 2020, y ubicándose en el 14,9% en 2022. Es una tendencia incremental que tuvo su pico durante la pandemia”, explica Poy, que además es investigador del Conicet.
¿A qué atribuye ese crecimiento? “Entre 2017 y 2019 hubo un pico inflacionario grande, el shock de la devaluación que fue la crisis de abril de 2018 y luego la pandemia, que implicó un proceso de deterioro salarial grande. En la postpandemia hubo cierta reactivación de la negociación colectiva que de alguna manera viene tratando de amortiguar el impacto de la inflación en los salarios. No le gana, pero tampoco pierde por mucho. Eso hace que ese proceso no se haya seguido profundizando”, señala Poy.
En esa línea, el investigador agrega: “Los trabajadores formales pobres están muy concentrados en algunas ramas, como el comercio, la construcción, los servicios personales (restaurantes, hoteles, etcétera) y algunas actividades del transporte. Esas actividades tienen más dificultad para generar ingresos por encima de la inflación, lo que explica este deterioro fuerte”.
“Nos abrigamos para no gastar en calefacción”
Los papás de Norma son de Santiago del Estero. Con su mamá arrancaron el taller 12 años atrás “con una sola maquinita” y siempre buscaron profesionalizarse: “Mi sueño es tener una empresa grande y con mucho trabajo”, anhela Norma. “De lo que gano, una parte lo uso para comprar telas: tres kilos salen entre 25 o 30 mil pesos. Es un montón. A veces hay que resignar comprarles cosas a los chicos para invertirlo en insumos. Soy muy emprendedora, pero la verdad es que sin plata es difícil proyectar”.
A Ramón le corresponden 28 días de vacaciones por año, pero se toma 15 y el resto los trabaja “para hacer una diferencia”. Los gastos fijos de la casa son muchos: “Lo último fue ponerle cerámica al piso, que no teníamos, y tuvimos que resignar arreglar el auto: hace dos años que está parado”. De luz, son 8 mil pesos por mes. Usan garrafa, lo que suma 5.200. Internet, 6.000. El secundario de la hija, que va a un parroquial, 15.000. El más chiquito, que por ahora va a una primaria pública, hace artes marciales (4.000) y se traslada a la escuela en un transporte por el que pagan 9.000. En la casa tienen una salamandra a leña: los 100 kilos salen 7.000 pesos y les duran 10 días: “A la noche nos abrigamos bien para no gastar”.
El resto, se va en comida. Para ahorrar y como Ramón se mueve por Pilar, donde están los productores, trae las verduras desde ahí. Los lunes, compran lácteos; los miércoles, carne en un mayorista. Todo lo freezan en porciones “para poder comer de calidad”. “A parte voy a buscar la caja de mercadería todos los meses al colegio del más chiquito de mis hijos, y una amiga que trabaja en una panadería nos trae el pan”, detalla Norma.
“Lo que entra se va en comida”
Elisa Alegre tiene 43 años y trabaja de manera registrada como empleada doméstica en dos casas de familia: a una, va cuatro horas tres veces por semana; a la otra, cuatro horas y media una vez a la semana. Entre ambos sueldos, suma 80 mil pesos. “Cobro el 15 de cada mes: hoy es 8 y a esta altura me quedan mil pesos”, cuenta la mujer. “Aunque uno trabaje mucho, es todo muy difícil… La pobreza es difícil”, resume.
Vive con su familia en el barrio porteño de Nueva Pompeya. Es jefa de hogar y mamá de cuatro hijos. Con los tres más chicos, comparte un departamento: Marcelo (23) es técnico mayor de obras, este año empieza la facultad y está empleado en blanco en una distribuidora; Fátima (20), que trabaja en un café; y Gustavo (13), que está en primer año del secundario. Hugo (25), el mayor, es licenciado en Administración y vive fuera del país. Además, Elisa ayuda económicamente a su mamá, que tiene 72 años, es diabética e hipertensa, y a una hermana de 42 con discapacidad.
Con lo que ganan Fátima, Marcelo y Elisa, la familia cuenta con un ingreso que araña el costo que tenía la canasta básica total para una familia con iguales características a la suya en junio, que equivalía a 260 mil pesos. “La situación es complicada, por eso siempre les digo a mis hijos que el estudio es clave, que tienen que ser mejores que yo, que de chica no tuve la posibilidad de estudiar. Un lápiz pesa menos que una pala. Eso es lo que les busco transmitir”, dice Elisa, que terminó el secundario de grande y está cursando el tercer año de abogacía en la Universidad Nacional de Avellaneda. Va a la facultad los jueves, el día que no trabaja.
La pobreza es un fenómeno estructural que se afianza en aquellas personas que trabajan en el mercado formal, e impacta fuertemente en las infancias: según datos de Unicef Argentina, nueve de cada 10 chicas y chicos en situación de pobreza monetaria viven en familias en las que al menos el papá o la mamá trabajan. El informe del observatorio de la UCA también arroja luz sobre ese punto. Aún cuando una persona que esté ocupada tenga ingresos por encima de la línea de pobreza individual, la composición de su hogar (en especial, la presencia de niñas y niños) y el número de otros ocupados (la llamada “intensidad laboral” del hogar) son determinantes de la situación de pobreza. De hecho, en 2022, la incidencia de la pobreza era del 13,4% para los trabajadores que vivían en hogares sin presencia de niños, y ascendía al 46,7% en el caso de aquellos donde sí la había.
Esa realidad afecta tanto a los empleados formales y no formales: “La presencia de chicos en el hogar implica mayores demandas de consumo pero, por otro lado, restringe ingresos por la menor capacidad de generar horas trabajadas, por las necesidades de cuidado que, sobre todo en el caso de las mujeres, limita la posibilidad de tener un empleo de más horas”, señala Poy.
Elisa sabe bien de lo que habla. Hace malabares entre sus dos trabajos y las tareas hogareñas: llevar a su hijo más chico al club de fútbol donde entra, es una de ellas. Gran parte de lo que ingresa a la familia, se va en alimentos. Elisa tuvo una enfermedad oncológica y su sistema digestivo quedó “muy sensible, con secuelas”. “Puedo comer solo pescado, pollo y algunas verduras, que están carísimas y muchas veces no llegamos a comprarlas”, cuenta. Hay veces que restringe lo que necesita y prioriza el yogurt y la fruta para su hijo más chico, que está en pleno desarrollo.
Otro gasto son sus medicamentos. “Cuando en la salita del barrio o el hospital no hay, tengo que comprarlos yo. Son unos 70 mil pesos cada tres meses”, detalla. Entre luz, gas, Internet y expensas, se van otros 12 mil al mes. Además, compra los pañales para su hermana con discapacidad: son 6.000 pesos cada 15 días. A veces, los fines de semana, Elisa hace comida para vender por encargo: “Trato de rebuscármela”.
Hasta 2019 la mujer vivía en la villa 21-24 de Barrancas. Su familia fue una de las que fueron relocalizadas por el riesgo habitacional en el que se encontraban y actualmente habita un complejo de departamentos. En la lucha por una vivienda digna, conoció el trabajo de Fundación Temas, y suele participar de sus actividades comunitarias. Ese compromiso con sus vecinos fue lo que la empujó a estudiar Derecho.
“Es imposible proyectar”
Este verano, la familia de Norma se fue de vacaciones: fue la segunda vez en 20 años. Hicieron una fila eterna para comprar los pasajes en tren a Villa Gesell (1.200 ida y vuelta cada uno) y con unos amigos alquilaron una casa por 30 mil pesos, dividiendo los gastos. La ropa la compran usada, en ferias dentro del barrio. “A veces uno se siente culpable porque no le podés dar lo mínimo a tus hijos, aún trabajando tanto. Mis tres chicos tienen el pie plano. Las Tunas ONG me apoya muchísimo con el tratamiento porque no sé cómo haría sino con ese gasto de zapatillas y plantillas”, cuenta.
Las Tunas ONG es una organización histórica en el barrio que tiene programas comunitarios y educativos. “Ahí nacieron mis ganas de estudiar y terminé el secundario de grande”, dice Norma. Hizo talleres de valores y desarrollo personal y durante la pandemia participó del curso “Economía en tu idioma”, que de la mano del economista Gustavo Lazzari explica de manera sencilla esa ciencia para que todos puedan conocer sus reglas.
Norma y Elisa coinciden en un punto: cuando el sueldo se desvanece en un abrir y cerrar de ojos, ahorrar suena a utopía y eso mina la posibilidad de proyectar: te centra en el ahora, en qué vas a comer esta noche, en cómo vas a comprarle el guardapolvo a los chicos mañana. Pero el estudio, en cambio, mantiene la esperanza: seguir aprendiendo es el motor de ambas mujeres y lo que buscan transmitirles a sus hijos.
¿Qué se puede hacer desde la política pública para amortiguar el riesgo social de que los trabajadores sigan cayendo en la pobreza? “Hay que poner en valor el debate por las asignaciones familiares, que es un instrumento clave del sistema de seguridad social argentino y una política relevante para atender esta situación”, reflexiona Poy. “Los trabajadores informales cobran la Asignación Universal por Hijo (AUH) y los formales la Asignación Familiar por Hijo (AFH), pero el gran tema es que en el caso de estos últimos, incluso tienen una penalidad asociada a su escala salarial: eso genera equidad distributiva, pero en la medida que las escalas no se actualizan de forma eficiente frente a la inflación, provoca distorsiones, porque hay trabajadores que pierden la capacidad de cobrar y quedan más vulnerables a ciertos shocks. El informe muestra que habría que aumentar los montos para que tuvieran un efecto protector más importante que el que tienen”.
Más información
- Las Tunas ONG: ofrece experiencias educativas de alta calidad a niñas, niños y jóvenes. Cada año participan más de 200 chicos y sus familias de sus actividades. Cuentan con tutorías y becas, una orquesta infantojuvenil, talleres de artes visuales, educación digital y desarrollo personal, entre otros programas. Para conocer más sobre su visión o colaborar, hacer click aquí.
- Fundación Temas: su objetivo es contribuir a la promoción y el ejercicio de derechos de la comunidad de Villa 21-24 de Barracas a través de programas orientados a la educación, deporte, salud, vivienda y hábitat, desde espacios comunitarios donde se promuevan la participación y organización colectiva. Para saber más sobre sus programas o colaborar, hacer click aquí.