Tomó un colectivo y nunca más regresó a su casa: la epopeya de un hijo que sin ayuda buscó a su padre durante 45 días
Ricerio Requelme desapareció el 12 de junio en Monte Grande, partido de Esteban Echeverría; la tarea de encontrarlo recayó en Marcelo y tuvo el peor desenlace: una muerte sobre la cual sobran incógnitas
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Será una experiencia límite y desde el primer minuto pondrá a prueba la paciencia y la frustración. Un hombre de 83 años, Ricerio Requelme, estuvo perdido durante 45 días y sus noches, y su familiar más cercano, su hijo, no se sintió debidamente asistido, ni cuidado por el Estado. Estamos al sur del conurbano bonaerense: pude ser parte del día 34 de la búsqueda de un hombre que –por todo lo que cuentan- se presume entrañable.
¿Qué pasó con Ricerio Requelme durante las 45 noches y sus días en los que estuvo fuera de los radares? El miércoles 12 de junio era un día más en la rutina de un jubilado de 83: caminaría 20 metros a saludar a su compadre, Roberto, y a su sobrina Adriana, y a lo sumo, iría con su hijo Marcelo a atenderse con el cardiólogo, que encontraría todo bien. Luego caminaría dos cuadras hasta la farmacia Roza, la más antigua de Monte Grande, para finalmente –con el protector estomacal adquirido- caminar una cuadra y media más hasta la parada del 501 que lo llevaría de vuelta al hogar.
Cuenta regresiva
Es 19 de julio por la tarde y sigue sin haber novedades sobre el “caso Requelme”. Día 34 sin Ricerio y su última imagen data del mismo 12 de junio en la parada del 501, donde lo inmortalizó una cámara municipal. Marcelo tiene como “confirmado” que subió al colectivo. Es lo último que sabe de su padre. Ante reiterados llamados de LA NACIÓN, los ocho números telefónicos correspondientes a seis comisarías y dos destacamentos que figuran en la página oficial parecen estar desconectados y ni siquiera llaman. No hubo más suerte con la línea municipal de atención al vecino, “Elegimos estar”, durante tres horas continuas de intentos de conexión.
Ese viernes 19, llegamos con el hijo a los consultorios del “Centro de Especialidades Médicas”. Desde ahí, ese miércoles 12, Ricerio se había ido caminando por la calle Azcuénaga hasta el Boulevard Buenos Aires: la última vez que Marcelo vio a su padre, de espalda.
“Buen día”, a la recepcionista de ese Centro Médico. “Estamos ayudando al señor Requelme Quiroga en su búsqueda, porque su papá desapareció. La última vez se atendió acá”. “No me acuerdo del señor”, responde la mujer. “Vino a ver al cardiólogo. Se fue a buscar sus medicamentos y se perdió”, se insiste.
“Acá viene un mundo de gente, señor. No hay nada anotado. La historia clínica la tiene el médico. Tendría que averiguar en la farmacia sí estuvo por ahí. Los pacientes vienen acompañados –se atiende a PAMI- y nosotras no sabemos qué hacen de la puerta para afuera”.
Por su cuenta, Marcelo, que tiene 52 años y es profesor de bachata, empapeló las paradas de colectivos de la zona de la estación de Monte Grande y los folletos fueron desmantelados el día después. Debió repetir varias veces la operatoria, y siempre se llevaron al día siguiente los folletos pegados. Marcelo se pregunta: “¿Quién puede ser tan cruel?”.
El martes 11, por la noche, Marcelo y Ricerio miraron en la tevé un programa sobre caballos, que a Ricerio le fascinaban. En Catamarca, de donde era oriundo, rescató uno y lo tenía como su rey: con sus herraduras y su montura “hechas un chiche”. Durante esas horas de búsqueda sin apoyos, Marcelo no paraba de contar a medio mundo cómo era su papá, trazando un identikit amateur. “Es un hombre de su casa; le gusta su quintita en el fondo. Le cuesta manejar un teléfono de los nuevos”, decía de su papá, que durante gran parte de su vida trabajó en la bodega Giol y en una empresa de seguridad con la que prestó servicios en La Rural, Galerías Pacíficos y distintos bancos.
Papá, volvé
Ricerio respetaba rituales inamovibles: estaba levantado todos los días a las 7.30, no se movilizaba más que una cuadra. Entramos a su intimidad: su dormitorio está tal cual como él lo dejó: tocamos la camita individual; él se hacía la cama, se lavaba la ropa. Está el buzo que usaba para dormir, ahí colgado.
El martes 11 a las 23.30 ya estaba metido en la cama. Marcelo se quedó trabajando en su modelismo estático, en este caso, en un busto de una figura femenina –que estaba siendo pintada “para un muchacho”- que representa a la actriz de Baywatch, Pamela Anderson.
Ahí está su calzado: las zapatillas y sus recetas, su bolsita. Hay un papagayo colgando en la pared: es del día en que Ricerio perdió la coordinación por un problema nervioso y durante un mes posterior tuvo inestabilidad para estar parado. Últimamente, tenía lapsos muy pequeños en que no prestaba atención y olvidaba algunos datos. Se olvidó de la hornalla de la cocina prendida; fue 15 días antes de la desaparición. Marcelo la encontró así cuando llegó. Le dijo: “Papá, te olvidaste la hornalla prendida, pero no te preocupes, ya está. El peligro es que se apague y pierda gas”. No volvió a pasar.
¿Hubo alertas tempranas? ¿O fueron hechos casuales? Hace un año y medio, Ricerio se desorientó estando en la casa. Tomó su habitual siesta y se levantó a las 19 pensando que eran las 7 de la mañana; y se fue a buscar unos lentes a una óptica en Luis Guillón, también en Echeverría. “Lo llevamos a Neurología del Hospital Bicentenario, de Monte Grande, casi Monte Chico”, antes zona de quintas y hoy residencial, de gente de trabajo y casas pequeñas.
Cuando Marcelo llegó, el miércoles 12, unas cinco o seis horas después de dejar a su papá en el centro, estaba el portón cerrado con la rejita para que Randy –perrito- no escapara. El perro no estaba acostumbrado a estar tanto tiempo solo, estaba desesperado. Era el mimado de Ricerio. Juntos, pasaban la mayor parte del día; le daba pan a escondidas; le cocinaba arroz, algo de carne, y siempre le costaba que comiera el balanceado.
Con su prima Adriana, llaman a la comisaría. No los atienden. Ya había anochecido cuando Marcelo monta la bici y se va a la comisaría que está enfrente de la plaza principal. Tiene que esperar. Hace unas recorridas pero de noche mucho no se ve. Cada dos horas se da otra vuelta por la comisaría y a las 5 am le toman la denuncia.
Según Marcelo, un oficial le confirmó que su papá tomó el colectivo y se pasó de largo; y que se bajó después de la escuela 13, al fondo, doblando para “aquel lado”. Empezó a caminar hacia “el fondo”, desde la intersección de Santamarina y San Pedrito; a un determinado alejamiento, las cámaras lo toman caminando hasta que lo pierden. Después, no hay cámaras, y en esa zona nadie lo vio.
“Mi papá está con alguien. Alguien le da de comer. Hizo mucho frío. Hubo mucha lluvia. Alguien lo tuvo que cuidar”.
Silencio oficial
De la farmacia Roza a la parada del 501: son días de ir y volver en un rulo con la esperanza de que aparezca un testigo clave. “Solo me acuerdo de que se enojó una vez porque no había traído un vale –dice la farmacéutica, de la Roza-. Él se enojó solo pero la relación después siguió cordialmente. Lo conocíamos por la campera roja o la azul. Siempre la misma ropa. Pero con tantos beneficiarios no nos acordamos los nombres ni los apellidos. Acá no vino nadie de la policía a preguntar. Pensamos que lo habían encontrado”.
Y después a la parada del último 501, frente a la estación del Roca. “No veo fotos de él en los vidrios o los parabrisas de las patrullas –se lamenta Marcelo-. No escuché de rastrillajes. Un conocido me dijo: vos estás haciendo el laburo que tendría que hacer la policía”. Su prima, Adriana, es tan ferviente y creyente como él: “Si por favor alguien está con mi tío, y él no se acuerda de nada, anoten este número de documento, su número: es el seis millones, nueve cinco cinco, nueve tres tres”.
El peor final
“Hola! –leo a Marcelo con estupor frente a mi pantalla, a horas del cierre-. Recién vengo de la Fiscalía. Lo que te puedo informar es el preliminar: papá tuvo un infarto. Tengo que esperar de ocho meses a un año para tener la data aproximada de cuándo falleció con exactitud”.
No se le encontraron documentos, ni su credencial, ni los medicamentos que había comprado. Solo tenía el pase para viajar. Fue hallado muerto dentro de un predio sobre la calle Maipú, cerca del barrio La Victoria, a tan solo tres kilómetros de su casa. El cuerpo fue encontrado por un custodio en un pastizal dentro del predio. Fuentes policiales anticiparon que no hubo indicios de que se hubiera tratado de un homicidio.
¿Por qué tardaron un mes y medio en encontrar su cuerpo sin vida? El propio hijo había anticipado a LA NACIÓN, unos días antes del hallazgo, que todavía estaba pendiente y que él se haría cargo de realizar un rastrillaje en el barrio La Victoria, un poco más allá de la finalización del 501, donde finalmente apareció el cadáver. Ahí lo encontró un custodio y pocas otras cosas están claras, a excepción de lo que significa ser un adulto mayor, humilde, después de una vida de trabajo, y vivir en un territorio sin agua corriente y haber conocido el desamparo.
Que sirva
Aquel miércoles 12, Marcelo reclamó las imágenes de las cámaras pertenecientes a la empresa de colectivos, que habrían captado el final del recorrido de Ricerio. Pero se necesitaba una orden policial; a pedirla, se acercó hasta la comisaría Nº1 de Monte Grande, y –recuerda- el oficial de turno le dijo que tenía que hablar con el oficial que le tomó la denuncia original, “pero no se sabía cuándo volvería ese oficial, ni si estaría a la noche o al otro día, porque no se conocían sus turnos”.
—¿Qué considera que estuvo mal hecho de parte de la policía durante las primeras horas de la búsqueda?
—Tenían que agarrar un acta, imprimir una orden e ir conmigo a la empresa de colectivos y pedir que nos dijeran a dónde se bajó mi papá, que nos lo mostraran, y que nos dijeran en qué horario se había tomado el colectivo. Quizás pudimos haberlo encontrado más rápido. Se olvidaron de que un adulto mayor de 80 años es como un niño y se tenía que actuar de la misma manera que con un niño.
—¿Quiere agregar algo?
—Hay protocolos que se tenían que cumplir. Se pierde un nene y mueven cielo y tierra. Pero se pierde un adulto mayor y dicen “¡ah, se fue con los amigos! ¡ah, capaz que conoció a alguna novia y el hijo no sabe!”. Tendrían que darse cuenta de que a una persona adulta que se pierde tienen que considerarla como si fuera parte de su familia y no un número más en una causa. Todavía tienen que determinar si mañana me van a traer su cuerpo. No voy a hablar más. Gracias por la ayuda que trataste de darme.
Más información
- Si querés saber qué es lo que hay que hacer durante las primeras horas de desaparición de una persona, podés entrar a esta guía de LA NACION con toda la información necesaria sobre cómo proceder.
- La investigación especial “Qué les pasó a las 5000 mujeres perdidas que el Estado no sabe cómo buscar”, hecha por LA NACION en marzo pasado, visibiliza las ineficiencias de policías, fiscales y jueces para buscar a las mujeres desaparecidas.