Un estudio permitió calcular cuántas emisiones de gases de efecto invernadero se evitan al aprovechar materiales de los residuos; se estima que en el país son más de 200 mil las personas que viven de eso; quienes se organizan suelen conseguir, por primera vez en sus vidas, obra social y aportes jubilatorios
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Como un juego. Así empezó el vínculo de María Yone con la basura. Fue hace 25 años, cuando, a los 4, desandaba el trayecto Moreno-Caballito junto a su mamá y su papá para revisar lo que otros desechaban. Buscaban ropa, zapatillas y objetos con valor de reventa o que sirvieran para intercambiar en el club del trueque de su barrio.
Lo que encontraban, lo cargaban en un changuito. “Para mí era como una aventura… Me encantaba descubrir qué cosa linda íbamos a encontrar: lo veía con esos ojos inocentes”, recuerda María, quien nació en una familia en donde la subsistencia dependía de las changas que iban apareciendo. “Mi mamá y mi papá siempre trabajaron, pero tenían trabajos informales. En algún momento, cuando yo era chica, se quedaron sin trabajo y encontraron una salida por ese lado”, explica.
María habla con LA NACION en el Centro de Transferencia de la cooperativa Recuperadores Urbanos del Oeste (RUO), ubicado en Caballito, en un terreno angosto que corre entre la avenida Yerbal y las vías del Sarmiento. Ahí, varios camiones de recolección de residuos descargan, por día y en acuerdo con el Gobierno porteño, miles de kilos de desechos para hacer a gran escala lo mismo que María y su familia hacían allá por 2001: rescatar lo que sirve. Esa tarea le da trabajo a unas 800 personas.
Según estimaciones del Gobierno porteño, por día se generan unas 8000 toneladas de basura en la Ciudad. Aunque no hay estimaciones confiables, se calcula que de ese total sólo el 30% se recicla. Cuando no se los recupera, los desechos tienen un final contaminante: el enterramiento en rellenos sanitarios.
María es una de las 800 personas que trabajan en RUO. Algunas de ellas vienen haciendo lo que hacen desde antes de que la cooperativa existiera como tal. Para otros, la cooperativa es la primera posibilidad de un empleo fijo y formal en sus vidas.
En su inmensa mayoría, las personas que integran estas organizaciones crecieron en la pobreza, al punto de transformar lo que otros desechan en un medio de vida. Ser parte de una organización de estas características les abre oportunidades que parecen alejadas para este segmento socioeconómico, como tener aportes patronales y obra social.
En el país hay unas 205 mil personas ligadas al aprovechamiento de los residuos, según estimaciones de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores. Mientras que el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación tiene relevados unos 145 mil cartoneros, carreros y recicladores anotados en el Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular, un registro voluntario en el que están anotados, sobre todo, quienes trabajan en la recuperación de la basura de una manera organizada, principalmente en cooperativas. Se trata de un oficio que suele crecer al calor de la crisis. De hecho, ambos registros revelan un crecimiento en el número de inscriptos en el último año.
En el caso de María, la basura sigue siendo parte de su vida hoy, a sus 29, aunque de otra manera. Ya no tiene que cargar un carro. Había arrancado por las suyas, de manera informal, en su adolescencia mientras, en paralelo, estudiaba. A los 16 abandonó la escuela porque fue mamá y necesitaba un medio para subsistir. Entonces ingresó a la cooperativa como recuperadora y logró, entre distintos beneficios, una obra social para ella y su hija. Años después, en 2015, se convirtió en promotora ambiental.
“Me capacitaron y pasé del carro a la palabra. Mi función es transmitir la importancia de lo que hacemos, no sólo para tener las calles limpias sino porque le hace bien al medio ambiente”, dice orgullosa.
Desde el año último, la afirmación de María está respaldada por datos. Por cada tonelada de gases de efecto invernadero que la cooperativa emitió con su actividad durante 2022, se evitaron 59. El número surge de un estudio hecho en el contexto de un proyecto regional liderado por la plataforma Latitud R (integrada por organizaciones como el Banco Interamericano de Desarrollo y Avina) y la Universidad Nacional de San Martín.
Se trata de una herramienta que mide el beneficio que el trabajo de los recicladores produce para el planeta, no sólo al reconvertir los desechos en materia prima (lo que reduce la extracción de recursos que se usan para producir esos mismos materiales) sino también al evitar que sean enterrados o incinerados.
De este proyecto participaron organizaciones de recuperadores de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina. Gracias a la aplicación de esta herramienta, contrastaron las emisiones de gases de efecto invernadero que generaron y las que evitaron. Fue un trabajo científico liderado por la antropóloga Romina Malagamba, de Latitud R, y la física, colaboradora del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) y profesora de la UNSAM Laura Dawidowski.
De enero a diciembre, el ahorro de emisión de gases a la atmósfera de estas organizaciones que participaron en el proyecto fue de de 150.000 toneladas de CO2 o gases equivalentes como el metano o los clorofluorocarbonos. Para tener una idea, esa cantidad de toneladas equivale a lo que emiten 33.380 autos por año, según la Agencia de Protección Ambiental norteamericana.
De la Argentina participaron tres cooperativas. RUO, por ejemplo, logró en 2022 recuperar 4333 toneladas de residuos, principalmente de cartón, vidrio y papel. Para hacerlo, generó 127 toneladas de CO2 a lo largo del año, sobre todo por el consumo de energía eléctrica, pero evitó la emisión de 7464 toneladas de CO2.
Un recuperador que forma parte de una organización como RUO recibe una contraprestación de 118.000 pesos que es pagada por el Gobierno de la Ciudad por realizar la tarea durante cuatro horas, de lunes a viernes. Además tiene un plus por productividad que oscila entre 5000 y 90.000 pesos y un bono extra que va desde los 5600 pesos hasta los 10.500 pesos. Es decir que pueden llegar a salarios superiores a los 200 mil pesos mensuales. Además, tienen aportes patronales y obra social.
“El impacto social y económico del trabajo de los recicladores estaba demostrado, pero pasaba lo mismo con el impacto climático, que ahora sí queda evidenciado con esta herramienta. Este triple impacto nos coloca en una posición diferente para encarar discusiones sobre políticas públicas o gestionar fuentes de financiamiento. El reciclaje urbano no es sólo una actividad social sino que responde a las necesidades del cambio climático”, dice entusiasmada Malagamba.
“Tenemos que cambiar la narrativa. A lo largo de 2023 se van a extraer 100.000 millones de toneladas de materiales vírgenes del planeta. El reciclaje inclusivo no puede ser mirado únicamente como gestión de residuos con finalidad social. Se trata, sobre todo, de recuperar materias primas a través de los residuos, pero entendiendo que detrás de cada tonelada recuperada hay rostros, hay historias. El desafío es garantizar que no se viole ningún derecho humano en el proceso”, agrega la especialista
Malagamba remarca que son, justamente, poblaciones como las de los recicladores, cuya actividad contribuye fuertemente a la mitigación y la adaptación climática, las más vulnerables a los efectos del cambio climático. “Por ejemplo, las inundaciones y los aumentos de temperatura los afecta fuertemente. Es injusto”, se lamenta. Según un relevamiento de Techo, el 60% de los barrios populares y asentamientos se inundan.
En la oficina de RUO hay afiches con algunos de los productos resultantes de la reinserción de los desechos en el aparato productivo: escobillones, juguetes, productos plásticos y hasta indumentaria. María cuenta con orgullo todos los beneficios que tiene desde que forma parte de la cooperativa. “Con Diego, mi pareja, que también es reciclador, por primera vez tenemos obra social para nosotros y para nuestra hija. Además hay escuela primaria y secundaria para los miembros de la cooperativa que no pudieron terminar sus estudios. También talleres de género, asistentes sociales que nos ayudan con diferentes trámites y diferentes cursos para generar algún emprendimiento”, enumera.
Cuenta que sale a trabajar orgullosa, con su credencial y su nuevo uniforme, que es diferente al que usaba cuando era recicladora. También dice que está feliz de darle a Sharon, su hija de 13 años, que empezó el secundario, una infancia y una adolescencia muy diferentes a la suya, cuando volvía de noche, en el “tren cartonero”.
“El tren nos dejaba en el centro de Moreno. De ahí teníamos como 50 cuadras hasta mi casa. Recuerdo que yo me encaprichaba y decía que no quería caminar más, así que mi papá me subía en el carro y yo viajaba hasta mi casa ahí arriba”, cuenta con una sonrisa. Pero entonces la sonrisa se le borra al hablar de lo difícil que podía ser la interacción con los vecinos del barrio. El mismo barrio que ahora visita como promotora.
“En aquellos tiempos había una mirada prejuiciosa. Eras el ciruja. A veces venía la policía, por alguna llamada anónima, para que nos fuéramos de determinada cuadra”, reconoce. Tiempo después, sus padres se acercaron a RUO y formalizaron su trabajo. “Como la cooperativa no permite el trabajo de chicos menores de 16 años, dejé de venir con ellos y me dediqué a estudiar”, continúa. Con el nacimiento de Sharon, su hija, justamente cuando tenía 16, dejó los estudios y retomó la actividad, ya de manera formal, en la cooperativa. “El de recuperador es un trabajo como cualquier otro. Es una salida laboral digna para quien no tiene trabajo”, dice.
Hoy, su trabajo como promotora también busca incidir positivamente en la sociedad para bajar cualquier tipo de resistencia hacia los recicladores. “Por lo general la gente ya conoce lo que hacen los recicladores. La mirada hacia la actividad cambió mucho por suerte”, agrega. Y se sonríe cuando dice que ahora que su hija está más grande y puede manejar sus horarios no descarta, próximamente, retomar sus estudios secundarios.
Félix Cariboni se ocupa del área de investigación, desarrollo e innovación de la cooperativa. Un área estratégica que piensa en el futuro de la organización. Cariboni sabe que el reciclaje urbano se volverá cada vez más central en el mundo si tenemos en cuenta que sólo en América Latina se generan, por año, unos 200 millones de toneladas de residuos con una bajísima tasa de recuperación. Según un estudio del BID, el porcentaje que se recupera en la actualidad no llega al 5%. En la región trabajan dos millones de recuperadores urbanos, pero sólo el 10% está organizado.
“Para que el oficio de reciclador sea clave en el futuro y logre revertir estos números hay que cambiar el paradigma de recolectar y enterrar. Hoy en día, lamentablemente, hacer las cosas mal es más fácil y hacerlas bien da más trabajo”, dice con tono resignado. A pesar de eso, cuenta que toda la cooperativa está entusiasmada con los resultados de 2022. Un verdadero incentivo para seguir haciendo las cosas bien.
Mientras espera contar próximamente con los resultados de las otras dos cooperativas el país, Malagamba cuenta que en 2024 el proyecto hará pie en países como Panamá y Brasil. Además, en nuestro país, se va a replicar en otras cooperativas tanto del AMBA como de Mendoza y Bariloche. “Lo interesante de esta herramienta es que cruza ciencia y oficio, porque los recuperadores fueron consultados para generarla. Esperamos que año a año se puedan ir sumando otras organizaciones. Lo que es central, para poder utilizar esta herramienta es tener una buena cultura de datos. Pero estamos dispuestos a acompañar a quienes tengan desafíos en ese aspecto”, concluye.
Más información:
- El Centro de Transferencia de la cooperativa Recicladores Urbanos del Oeste está ubicada en Av. Yerbal 1473, Caballito. Cuenta con un espacio verde que puede ser visitado por vecinos, así como talleres de huerta abiertos a la comunidad. Las personas interesadas pueden consultar a: info@rudeloeste.com.ar.
- Para conocer más sobre el trabajo que hace Latitud R para que el reciclaje urbano se convierta en una pieza clave de la economía circular, hacer click acá