Tiene 87 años y lleva seis décadas de lucha por la inclusión laboral: “Solo los funcionarios que viven la discapacidad hacen algo por el tema”
Jacqueline de las Carreras usa silla de ruedas desde los 14 años; una biografía recupera su trabajo para que las personas del colectivo ganen autonomía; en una charla con LA NACION, destaca un cambio en la educación: “Cuando hablo con mis nietas, veo que conviven con naturalidad con la discapacidad”
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Cuando a los 14 años, el virus de la poliomielitis paralizó su cuerpo, Jacqueline de las Carreras cambió su deseo de ser bailarina clásica para convertirse en una activista por los derechos laborales de las personas con discapacidad. Fue una precursora que en los años 70 hablaba del acceso al trabajo, la educación y la vivienda mientras el mundo tenía una mirada asistencialista y excluyente. “La gente te rechazaba, te huía la mirada”, dice hoy a sus 87 años.
Mira el pasado con la satisfacción de haber cambiado un paradigma, pero rechaza los halagos y los homenajes. “Soy de hacer, no de hablar”, aclara. Sentada junto a la mesa del comedor, en su casa de Belgrano R, recuerda la primera vez que escuchó la palabra “empoderarse” y se la apropió.
En la práctica, Jackie, como le dicen, lleva más de seis décadas reivindicando derechos. Pero en 1988, cuando creó la Fundación Par, produjo un antes y un después en su lucha: dedicó 32 años a capacitar personas con discapacidad para ingresar al mundo laboral y participar en la creación de políticas públicas. Armó un equipo interdisciplinario y lanzó el slogan: “A igual capacidad, igual oportunidad”, bandera con la cual recorrió el mundo entero.
—¿En qué te inspiraste para crear la fundación?
—En 1981 viajé a Singapur, al primer Congreso Internacional de Personas con Discapacidad, a donde fui a representar a la Argentina. Se hablaba de derechos, de igualdad de oportunidades y de políticas públicas que lo garanticen. Allí tomé conciencia de que ese iba a ser mi camino de ahí en adelante.
De familia aristocrática, sus posibilidades económicas le permitieron gozar de privilegios y comodidades muy exclusivas para esa época, como un ascensor en la casa familiar del barrio de Belgrano y un auto con adaptaciones. Su activismo empezó de muy joven: participó en varias organizaciones, tuvo un programa temático en Radio Nacional y se reunió con muchos funcionarios, desde el flamante gobierno democrático de Raúl Alfonsín. En aquella presidencia logró poner el tema de la discapacidad realmente en la agenda pública. “Imaginate que logramos que contraten 120 personas en la administración pública. Desde el exterior nos decían: ‘Es la más importante de la historia’”, dice con una sonrisa de satisfacción.
Madre de dos hijos, destaca que el amor y la sexualidad eran temas tabú cuando ella era joven y lo fue hasta hace muy poco. “Creían que las personas con discapacidad no estábamos destinados a tener una familia ni tampoco teníamos deseo sexual. Había mucha ignorancia sobre el tema”, dice Jackie con la resignación de haber superado también eso.
—¿Cuáles son las principales dificultades de las personas con discapacidad para poder ingresar al mundo del trabajo?
—Es la falta de accesibilidad. Sin duda, es la más grave. Poder acceder a edificios, al transporte público, a baños o a transitar por las calles. Esos son los principales obstáculos. Aunque hay una legislación que obliga a adaptar la infraestructura, nadie controla nada y nadie penaliza nada. Seguimos dependiendo de que el tema de la discapacidad atraviese en forma personal a algún funcionario para que haga algo.
—¿Cree que el paradigma de la inclusión se acerca más a un deseo que a una realidad?
—Creo que en estos años, muchas cosas cambiaron y están mejor. Antes, la mirada de la sociedad era compasiva, te tenían lástima y hoy es más inclusiva. Se habla más del tema, hay más respeto, menos prejuicios, pero todavía hay rechazo y miedo, sobre todo a la hora de contratar a personas con discapacidad. Después de un tiempo de trabajar con ellas, las empresas te dicen que están contentas con los resultados, pero hay que seguir derribando muchas barreras y falta mucha sensibilidad.
A fines de los 80, la gente escuchaba con asombro y cierta incomprensión lo que Jackie decía. El modelo laboral eran los talleres protegidos, una especie de empresa social donde producían cosas que luego intentaban vender en el mercado. Ya existía la llamada “ley de cupo”, de 1981, que establecía la obligación del Estado de tener un cupo de 4% de personas con discapacidad, pero nadie la cumplía.
Jackie se movía en un círculo social muy selecto y tenía amistad con los empresarios más importantes del país. Muchos la recibían y apoyaban financieramente, aunque el tema del que ella les hablaba les resultara lejano. En un evento social, sentada junto a Alicia Pérez Companc (hermana del empresario Gregorio Pérez Companc), le contó sobre su fundación. “Al día siguiente, me llamó y me dijo: ‘Acá tenés 50 mil dólares para que se compren una casa. Y te voy a aportar 2.500 dólares por mes’. Yo no podía creerlo”.
La década del 90 acompañó el crecimiento de Fundación Par con más profesionalización de los equipos de trabajo y la llegada al país de muchas empresas extranjeras, que traían sus propias políticas internas de inclusión. “En esos años, crecimos mucho y logramos que empleen a mucha gente. Además, empezamos a ofrecer talleres a emprendedores, porque mi idea siempre fue que todos tienen que alcanzar la autonomía, algo que veía en países como Noruega o Canadá, pero que a nosotros nos faltaba mucho lograr”.
—¿Cómo se logró el cambio de paradigma?
—Explicando una y otra vez que somos iguales, que una discapacidad no es estar enfermo o anulado, que tenemos muchas capacidades y es ahí adonde hay que mirar. El nombre de la fundación llegó más tarde, me costaba bautizarla y cuando escuché, de casualidad, la palabra “par”, sentí que en esas tres letras se concentraba el enorme significado de lo que queríamos decir.
La periodista Luciana Mantero, autora de una biografía de Jackie publicada a fines de noviembre por Editorial El Ateneo, destaca la actitud innovadora de Jacqueline y su equipo en materia de comunicación: “En 1998, cuando muchas personas aún no tenían mail, puso online su primera página web… En 2006 se animó a crear una plataforma de búsqueda de empleo… donde las personas subían sus perfiles y las empresas sus búsquedas”.
En “Discapacidad en primera persona”, título del libro de Mantero, la escritora y periodista subraya varias veces la coherencia de Jackie y cuenta que nunca aceptó hacer cenas de gala anuales, como hacían las demás fundaciones, porque no quería pedir nada. “A mí no me gusta la dádiva, la limosna. Nosotros queríamos crear otro paradigma de igualdad de derechos y oportunidades”, enfatiza Jackie, en uno de los pocos momentos en que se puso muy seria.
—¿En qué consistían las capacitaciones?
—Mirá, a la fundación llegaba gente muy golpeada y lo que hacíamos era trabajar sobre sus aptitudes para que coincidiera lo que querían con sus posibilidades físicas e intelectuales. Luego, hacíamos un currículum para empezar a definir el perfil laboral y les enseñábamos a afrontar una entrevista de trabajo.
En sus 32 años de existencia, Fundación Par capacitó a 14.000 personas con discapacidad, logró que 9.000 tuvieran una entrevista laboral, 2500 consiguieran un empleo y 250 pusieran su propio emprendimiento. En 2020, la fundación cerró sus puertas, pero dejó abierto un camino que hoy transitan muchas otras organizaciones.
—¿Cómo opera la familia respecto a la inclusión laboral?
—Muchas veces los entornos familiares son los más discapacitantes, ya sea porque los sobreprotegen o porque les subrayan constantemente sus limitaciones. La mayoría de la gente que venía a la fundación no había tenido la posibilidad de rehabilitarse bien o de terminar la escuela, algo que limitaba mucho sus posibilidades. Eso ha cambiado mucho en los últimos años gracias a la Ley Nacional de Educación de 2006.
—¿La educación es el sector que más avanzó en materia de inclusión?
—Yo creo que sí. Noto un cambio muy grande cuando hablo con mis nietas y con otros chicos que conviven con naturalidad con la discapacidad. Veo que alcanza a las escuelas públicas y privadas y eso me alegra mucho. Hasta el 2006, un chico con discapacidad no podía ir a una escuela común y si sumás a eso la falta de accesibilidad, es muy alto el porcentaje de gente que hoy es adulta y no estuvo escolarizada. Las estadísticas muestran claramente que entre la gente joven hoy es mucho más baja esa proporción.
De acuerdo a un informe realizado por la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Austral, en 2023, en Argentina solo trabaja el 12,6% de 1 millón y medio de personas que tienen un certificado de discapacidad (CUD). Si bien la legislación argentina garantiza y promueve la igualdad, así como ofrece programas de capacitación y beneficios impositivos a las empresas que contraten personas con discapacidad, 8 de cada 10 no ingresan al mercado de trabajo por diferentes razones: falta de accesibilidad, miedo al fracaso, a perder la pensión, porque un familiar lo sostiene económicamente, entre otras varias razones que aparecen detalladas en el informe. “La ley de cupo tampoco sirve. Fijáte que está sancionada hace más de 40 años y nadie la cumple”, dice Jackie.
—¿Por qué no le gusta la ley de cupo?
—Porque no sirve, tiene que nacer del corazón de las personas querer contratar a alguien con discapacidad. Si bien crea oportunidades laborales, yo siento que la gente no cambia por la obligación que impone una ley y ponen a la gente a hacer cualquier cosa. Creo que eso no sirve. Hay que enfocarse en las capacidades de las personas, no en su discapacidad. Cambiar la mirada.
—¿Cómo se ve hoy, a los 87 años, cuando mira hacia atrás?
—Mucho más normal que antes –ríe a carcajadas–. Tengo amigos en silla de ruedas, otros no escuchan bien. Más de uno tampoco anda tan bien de la cabeza –vuelven las carcajadas–. Hablando en serio, cuando lleguemos al final de nuestras vidas, es muy probable que todos vayamos a tener una discapacidad. Hablar de esto también es una manera de hacer que la gente tenga más conciencia de la importancia de incluir. A todos nos va a tocar, solo que a mucha gente le cuesta aceptarlo.
Más información
- Discapacidad en primera persona es el libro de la periodista Luciana Mantero que narra la historia de Jacqueline de las Carreras, una “mujer que no solo resultó un ejemplo de superación, sino que también transformó otros destinos incentivando a cada persona con discapacidad a ser una más en la sociedad”.
- Si querés leer más contenido sobre la importancia de incluir a las personas con discapacidad, podés navegar la guía de “Educación inclusiva” de Fundación La Nación.