Julia Camilletti tiene 34 años y vive en Rosario; en pleno duelo por la muerte de su padre, encontró en la escritura una forma de resignificar el dolor y ayudar a otros; habla de la necesidad de contener a los seres queridos para prevenir que “se repita el patrón”
- 13 minutos de lectura'
“El duelo por suicidio es muy particular: se mezcla con la incertidumbre y la culpa. Con el diario del lunes, uno analiza un montón de cosas y todo te parece que es una señal: es superperturbador, porque ya no se puede hacer nada”, dice Julia Camilletti. Tiene 34 años, vive en Rosario y en agosto de 2022 su papá, Adrián, que tenía 61, se suicidó: “A veces me da la sensación de que lo podría haber evitado, aunque en el grupo terapéutico trabajamos constantemente en que eso no es así”.
No fue la primera muerte por esta causa en su familia: otros dos parientes de Julia también se suicidaron. “Mi viejo vivió esta situación de cerca, no recibió la ayuda necesaria y repitió la historia. Con mi hermano venimos haciendo el camino de la posvención”, reflexiona la joven en el marco del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, que se conmemora cada 10 de septiembre. Esa jornada busca instalar también la importancia de la posvención, es decir, de aquellas intervenciones que apuntan a trabajar tanto con quienes tuvieron un intento de suicidio, como con los familiares de quienes se suicidaron, y que los expertos coinciden en que se encuentran en situación de especial vulnerabilidad.
De hecho, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada suicidio tiene un serio impacto sobre al menos otras seis personas: son madres y padres, hijos e hijas, hermanos, parejas, abuelos y amigos que tienen que reconstruir su vida sin ese ser querido que ya no está. En el caso de Julia, no dudó en buscar ayuda. Poco después del fallecimiento de su papá, conoció Empesares, una organización sin fines de lucro que trabaja en la prevención y posvención del suicidio; y se sumó a uno de sus grupos de acompañamiento para hijas e hijos de personas que murieron por esa causa. “En mi grupo somos todas mujeres las que nos acercamos a pedir ayuda y casi todas, excepto una, perdimos a nuestros padres. Hay algo ahí del peso de la sociedad patriarcal, del machismo”, enfatiza.
Las cifras así lo demuestran: en la Argentina, por cada suicidio consumado de una mujer, hay tres de un varón. Los estereotipos y roles de género, los mandatos hegemónicos de lo considerado “masculino” y todas esas construcciones sociales que colocan a los hombres en un lugar de privilegio, también ponen en riesgo su salud física y emocional, dificultando el pedido de ayuda.
“Hay un halo de silencio que no colabora”
Julia creció en Arroyo Seco, una pequeña ciudad santafecina de 40 mil habitantes, ubicada 32 kilómetros al sur de Rosario. Sus papás se divorciaron hace varios años y tiene un hermano menor que ella. Trabaja como terapeuta holística y le quedan pocas materias para recibirse de psicóloga en la Universidad Nacional de Rosario.
Adrián, el papá de Julia, era bibliotecario y desde hacía 40 años trabajaba en la biblioteca popular Bernardino Rivadavia de Arroyo Seco. Por la tarde, también lo hacía en la del Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino de Rosario. “Hace unos meses, en la biblioteca del pueblo nombraron una sala con su nombre. Lo homenajearon y ese día se hizo un recorrido de su vida, pero no se nombró en ningún momento el suicidio. Es algo que no se dice, porque hay una mezcla de no querer lastimar a los familiares con un halo de silencio que no termina de ayudar mucho. Por eso estoy dando esta nota”, reflexiona Julia.
—¿Había comportamientos de tu papá que te llamaban la atención?
—Venía registrando cosas que no estaban bien: después de la pandemia le costó mucho volver a disfrutar de espacios laborales o sociales, pero más allá de eso no había nada que nosotros hayamos podido ver en ese momento. Siempre le sugerí acompañamiento terapéutico por los antecedentes familiares de suicidio, pero él estaba bastante negado, no quería saber nada. Creo que pesaba mucho la cuestión del pueblo chico, la mirada tabú, el qué dirán, el estigma.
Julia describe a su papá como una persona muy sensible, que “no podía expresar esa sensibilidad en otros lugares” y lo hacía a través del trabajo. “Uno lo veía activo y no parecía estar cursando un cuadro de depresión. Trabajaba a la mañana en Rosario, a la tarde en Arroyo Seco, estaba muy comprometido en los proyectos de las dos instituciones, no tenía el cuadro de una persona que no se levanta de la cama, que no tiene propósito, que no se haya. Fue muy sorpresivo e impactante para todos los compañeros de trabajo, no lo vieron venir”.
“Al principio no podía llorar”
El duelo por suicidio, explica Julia, tiene varias particularidades. “Te cierra mucho, no te dan ganas de compartirlo en cualquier espacio, te sentís bastante incomprendido porque tiene características distintas de lo que implica perder a un ser querido en otras circunstancias. Nunca estás preparado para una suicidio. En el grupo de pares sabés que te van a escuchar y te vas a sentir comprendido, a diferencia de otros espacios donde las personas no pueden alojar esa angustia”.
En su caso, tras recibir la noticia del suicidio de su padre, la primera reacción que tuvo fue de “disociación”. “Estaba en shock. No podía llorar. En ese momento tenés que resolver muchas cosas a nivel práctico y sentía que no le podía dar lugar al dolor: me puse muy resolutiva y fría. El duelo empezó después, te diría que en enero de este año, cuando comencé a sentir realmente el dolor y un nivel de trauma al que accedí varios meses después”.
Cuenta que con su papá, no tenían “una relación fácil”. “Si bien nos queríamos mucho, a él le costaba tener manifestaciones de afecto. Ahora entiendo que era por su cuadro emocional. Lo que más nos unía y es algo que me ayudó mucho en el duelo, fue el arte: gracias a él, crecí rodeada de libros y empecé a escribir uno. El mensaje que me gustaría dar es la importancia de poder expresarse y hablar, tanto para la persona que está en riesgo, como para los familiares que perdieron un ser querido por suicidio”, sostiene. “A todas ellas les diría que se puede elaborar ese dolor: hay que sanar este trauma en comunidad, porque nadie se salva solo. Si lo seguimos callando y haciendo de cuenta que no pasa nada, hacemos más grande tabú”.
Julia llegó a su grupo de pares a través de ese mismo hilo invisible que la unió siempre con su papá: la literatura. En un posteo en redes sociales donde el escritor Juan Sklar hablaba sobre el suicidio de Marilyn Monroe, estaba etiquetada la cuenta de Empresares. “Al poco tiempo me contactó Marisa, la psicóloga y coordinadora del grupo, que es una persona hermosa. Todos los profesionales donan sus horas. Al principio, me costó comprometerme, me daba mucha resistencia, pero siempre pude participar y Marisa tuvo mucha flexibilidad conmigo. Yo tenía también mi espacio terapéutico personal desde antes. Creo que entre las dos cosas, pude armar una buena base de acompañamiento”.
“Pensé que no iba a salir nunca”
El arte también jugó un rol fundamental en el duelo de Julia: “En el peor momento, meses en los que estuve muy bajón, lo que más me ayudó fue el arte. No podía dormir y ahí empecé a escribir. Me parece hermoso poner la experiencia al servicio de otras personas, porque se hace una gran cadena de ayuda”. Su libro ya tiene título: Atravesar el silencio. Y en su Instagram, Julia comparte también algunas de sus reflexiones.
“Cuando pueda publicarlo, siento que va a ser una forma de reivindicar la vida de mi viejo, que fue hermosa, y también de hablar de su muerte, que no fue hermosa pero fue lo que ocurrió. Siento que puede ayudar a los supervivientes: cuando uno trabaja en la posvención hace prevención, porque hay muchos casos de personas cercanas a alguien que se suicidó que repiten el patrón”, advierte Julia.
Tras la muerte de su papá, los síntomas de la pérdida saltaban a borbotones del cuerpo de la joven: insomnio, ataques de pánico, problemas físicos y dolores que nunca antes había tenido. “A mi Julia del pasado le diría que va a salir, porque cuando estaba en ese estado de no dormir, que es totalmente desestabilizante para la salud mental, pensaba que no iba a salir nunca, y la verdad es que con mucha terapia, hoy estoy parada desde otro lugar”.
Tras un suicidio, Julia considera que las “redes de cuidado se tienen que profundizar más que nunca” en esa familia”. Y subraya que hay muchos mitos que es importante deconstruir: “En los momentos de inestabilidad se te cruza la sensación de que puede a llegar a ser contagioso. Entender que eso no es así, es algo que venimos trabajando mucho en el grupo. Sí puede haber, a nivel de la salud mental, una cierta tendencia de patrones de resolución de problemas que uno ve como válidos, pero no es algo contagioso. Lo mismo pasa con hablar del tema: no es que hablando se va a incitar a alguien al suicidio. Al contrario, se puede prevenir”.
Eso es algo que enfatizan de forma constante los profesionales. Silvana A. Savio, doctora en psicología y autora del libro Los que quedaron. Padres y madres que perdieron a un hijo o a una hija por suicidio, señala justamente que un tema del que no suele hablarse, es del riesgo de suicidio de los familiares directos de la persona que se quitó la vida. Considera que tomar conciencia de que en estos casos el riesgo aumenta de manera alarmante, es el primer paso para la prevención. “No hay evidencias de que exista un gen del suicidio. Sin embargo, una familia en la que alguien se suicidó, tiene más riesgo de otro suicidio. Puede ser que haya factores ambientales que juegan su papel, herencia de depresión o de características del temperamento. Además, se abre una puerta a que el suicidio sea una ‘alternativa’ más para terminar con el sufrimiento”, detalla Savio.
“La culpa te pone en un lugar de parálisis”
Cada martes, Julia participa del grupo de Empesares, que funciona en un espacio virtual: “Estamos ahí con mucha convicción de sanar nuestra historia y cambiar lo que nos pasó. Porque el miedo de que vuelva a suceder lo atravesamos todas y sale muy seguido, al igual que la culpa”. Esta última, dice, suele manifestarse en “ver señales a posteriori”. “Uno hace ese recorrido mental que es inevitable, el de pensar: ‘yo podría haberlo llamado’ o ‘podría haber hecho que no vaya a tal lugar’, pero no se puede volver al pasado para cambiar lo que ocurrió. La culpa opera en ese sentido: es muy inútil y te pone en lugar de parálisis. Hay que elaborarla y empezar a trascenderla”.
—¿Qué le sugerirías a quienes están acompañando el duelo de una persona por el suicido de un familiar?
— Como todo en el arte de acompañar, hay que estar muy atento a ver qué necesita la persona, no hay una ley igual para todos en esto, somos distintos y creo que lo mejor que podemos hacer es estar presente para conectar y preguntarle qué necesita. En mi caso, por ejemplo, pedí ayuda para que se queden a dormir cuando tenía miedo de tener pesadillas, que me acompañen al cementerio o a un recital que no quería ir sola. A veces no tenía ganas de hablar y que se pueda respetar el silencio también es importante. En resumen, no presuponer qué es lo que creo que el otro necesita, sino estar realmente disponible.
El fin de semana pasado, Julia y sus compañeras de grupo (son 12 en total contando a Marisa, la psicóloga), se encontraron presencialmente por primera vez: “Fuimos generando una red de mucha confianza, donde si bien nos unió el suicidio de nuestros familiares, tratamos de conectar con la vida y otras temáticas que nos llevan a lugares más luminosos”, dice. “Para mí, es un desafío encontrar lugares donde hablar de este tema, con personas que estén preparadas y quieran escuchar. Esto va a llevar un tiempo a nivel social, como todas las cuestiones que se empiezan a nombrar, es un proceso. Encontrar dónde y con quién hablar para que sea productivo y no iatrogénico, es el desafío”.
La relación con su papá, reflexiona, se fue transformando a lo largo de estos meses: “Cuando fallece un ser querido, el vínculo cambia, no es que desaparece, sino que te empezás a relacionar desde otro lugar: cómo es ahora recordar o soñar con nuestros padres, por ejemplo, es algo que compartimos mucho. Nos acompañamos en el proceso de perdonar, de no quedarnos con rencor, de poder aceptar la decisión que tomaron. Ahora nuestro trabajo es poder convivir con eso de la manera más saludable posible”.
Hoy Julia se siente muy bien, gracias a varias decisiones que fue tomando en ese tránsito. En ese sentido, asegura: “La inminencia de la muerte te ayuda a valorar la vida, o al menos me pasó a mí. Está presente el querer disfrutar de la vida como nuestros familiares nos enseñaron que no pudieron hacerlo. En el caso de mi papá, trato de quedarme con lo mejor: con los viajes que hicimos, la cultura que compartió conmigo, los actos en la biblioteca, las muestras de arte que organizaba”. Y concluye: “Hoy puedo valorar que me dio el amor que podía a su manera, porque él también tenía una historia difícil y cuando estaba vivo, quizás yo no lo entendía. Pero ahora sí lo veo”.
Más información
- Hablemos de suicidio: En esta guía elaborada por Fundación La Nación junto con destacados especialistas, podés encontrar información sobre señales de alerta, cómo acompañar a una persona en riesgo de suicidio, dónde pedir ayuda y mucho más.
- Empesares: nació como una cuenta de Instagram donde Jess Browne compartía sus reflexiones luego de atravesar el suicidio de su hijo Nacho. Hoy son una agrupación que ofrece cursos gratuitos para sobrevivientes al suicidio de un familiar, charlas sobre salud mental y prevención del suicidio, y cuenta con grupos para hermanos, padres y personas en riesgo coordinados por profesionales voluntarios de la salud mental. Para más información, se puede visitar su web o su página de Instagram. Para conocer la campaña que lanzaron en el marco del Día Mundial de la Prevención del Suicidio sobre el impacto de estas muertes, hacé click aquí.
- Fundación Kaleidos junto a FUSA lanzaron la campaña “Es de varón”, que busca visibilizar cómo los roles de género enseñan a los varones a naturalizar conductas que dañan su salud y la de las personas que los rodean, y da información para desarmar los estereotipos que les impiden pedir ayuda. En Argentina, casi el 80% de las personas que se suicidan son varones. Se puede ver la campaña en sus redes redes.
- Los que quedaron: padres y madres que perdieron a un hijo o hija por suicidio. Libro de Apoyo para un duelo consciente y reconstructivo (Dunken), es un libro escrito por la Dra. en Psicología Silvana A. Savio. Está disponible en Mercado Libre. Consultas: silvanasavio1@gmail.com