Cuando se enteró por sus entrenadores de que había una posibilidad de viajar a Japón, ser parte de la historia de la Copa Mundial de Rugby y pisar la misma cancha que la selección argentina, no lo dudó ni un segundo. Milena Lasalandra Huber, de 12 años, escribió enseguida una carta contando cuánto disfruta este deporte y fue seleccionada entre 1200 chicos de 8 a 14 años que participaron en el concurso impulsado por una empresa alemana que apoya el deporte inclusivo en todo el mundo. Será un momento único, va a estar frente a su ídolo Pablo Matera, capitán de Los Pumas, ante una cancha llena que la va a estar mirando y con su sola presencia dará un gran mensaje al mundo sobre los prejuicios y los estereotipos en el deporte.
"Cuando entro a la cancha me siento con ganas de jugar y hacer tries, pero hay veces que por más que intento hacer un try no puedo. Esto no significa que no hay que seguir intentando", escribió Milena al final de la carta que la convirtió en ganadora y de alguna manera sus palabras resumen el camino que todavía les queda por recorrer a las niñas y a las mujeres que eligen practicar deportes asociados a una tradición masculina.
Si bien el rugby femenino creció en la Argentina en los últimos años, todavía está lejos del impulso que hay a nivel global, donde las potencias de este deporte tienen equipos de mujeres con un alto profesionalismo. Y así fue que a pesar de que Pablo, el papá de Milena, había jugado al rugby de chico en la Argentina, y que Luciano, su mellizo, ya había incursionado en el juego, ella empezó a practicarlo mientras vivían en Nueva York, destino al que llegaron porque Pablo trabajaba para Naciones Unidas en el Departamento de Operaciones de Mantenimiento de Paz.
Tal vez inspirada por la presencia mucho más frecuente de chicas en los equipos de rugby locales, y porque estaba cansada de siempre acompañar a jugar a Luciano, a los 9 años Milena (en Instagram @misslittlerugbier) comenzó a entrenar en Queens y a disputar partidos mixtos contra pequeños clubes o colegios de los distintos barrios neoyorkinos, como el Bronx, Harlem o Brooklyn. Todos estaban fascinados al verla jugar y en el último torneo de la temporada no paraban de preguntarle al coach quién era esa chica.
Alma aventurera
Milena recuerda los animales, cómo le llamó la atención el color de piel de la gente, todo lo que le proponía la nueva cultura y que fue un cambio drástico cuando con 4 años se instaló junto con su familia en África.
Desde los años noventa, tanto su mamá Paula, docente y psicomotricista, como Pablo, de profesión abogado, venían trabajando para diferentes ONG como Enfants Réfugiés du Monde, Acción contra el Hambre, Payasos sin Fronteras, Abogados sin Fronteras y Aldeas Infantiles. Con un gen viajero dando vueltas y una clara misión humanitaria, que había comenzado en la Argentina cuando eran muy jóvenes y apadrinaban una escuela en el Impenetrable, antes de la llegada de los mellizos vivieron en campos de refugiados y en países como Guinea, Angola, Malí y Timor Oriental formando parte de distintos proyectos. No recuerdan exactamente las veces que contrajeron Malaria, pero fueron varias.
Volvieron a la Argentina para formar una familia pero una misión de Naciones Unidas los llevó a vivir 3 años en Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo. Después de recorrer Sudáfrica, Suazilandia y Mozambique, y sorprenderse con todo lo nuevo que experimentaban, Milena y Luciano estudiaron en un colegio francés, que recuerdan bastante exigente y con maestros rígidos, donde no solo aprendieron el idioma sino también hicieron amigos y vivieron situaciones extremas, como una mañana de domingo en la que al otro lado del río Congo, en Brazzaville, explotó un depósito de municiones que mató a más de 200 personas y generó una ola expansiva tan grande que los vidrios del departamento donde vivían volaron por los aires. Los mosquiteros bajo los que dormían lograron detener los vidrios, todo tembló y en el contexto de guerra civil en el que estaban no sabían qué podía estar pasando.
De regreso en la Argentina, cuando tenían 7 años, una vez el tío de los chicos les dio un bastidor para que pintaran lo que quisieran. Se pusieron de acuerdo y reflejaron perfectamente el marrón del río Congo, las llamas, las ondas expansivas y las ventanas rotas. Hoy el cuadro está colgado en una pared del living de su casa en Villa Martelli y los hace recordar todas las aventuras que vivieron.
Tackleando estereotipos
En el club Ciudad de Buenos Aires, Milena juega en M12 desde el año pasado cuando volvió de Nueva York. Va a poder jugar al rugby mixto hasta que cumpla 14 años, pero después el reglamento ya no lo permite. De ahí en más la opción es integrar un equipo femenino, que el club por ahora no tiene. Sí hay otros clubes donde podría jugar, pero ella quiere quedarse en el suyo. "Mi sueño es que más mujeres se animen a jugar al rugby. Me gustaría tener un equipo en mi club, hay que conseguir más chicas. A veces es difícil convencerlas, quizás por timidez, porque no tienen a nadie en la familia que juega al rugby o porque no saben que se pueden acercar al deporte", dice Milena.
Al principio, cuando empezó a entrenar, en el club lo tomaron con sorpresa pero desde el minuto uno los entrenadores le dijeron que no iban a hacer distinción, que sería una más. A veces los rivales no se animan a tocarla o se ponen cuatro alrededor de ella pero la dejan pasar, esto no le gusta para nada porque es fanática del tackle. "Si vas a tacklear insegura, dudando, te podés lastimar, pero si aprendés cómo hacerlo no hay riesgo. Yo no tengo miedo. Sí hay contacto brusco, caídas, como en otros deportes, pero se van aprendiendo las técnicas, de qué manera acomodar el cuerpo, la posición del hombro, de qué lado tackear para no recibir un rodillazo o cómo caer para no lastimarte la muñeca", asegura. Y destaca que lo que más le gusta del rugby es que el juego no depende de uno sino del equipo entero, que solo nadie puede ganar.
El próximo sábado 5 de octubre, cuando se abran las puertas del vestuario del estadio Ajinomoto en la capital japonesa, Milena saldrá con la pelota y detrás de ella ingresarán las banderas y las dos selecciones. El mundo entero estará atento a este momento y ahora será ella la que podrá inspirar a muchas otras chicas a acercarse a los clubes para empezar a jugar al rugby.