En plena pandemia, Nacho Browne, de 28 años, se suicidó en Buenos Aires; Jess, su mamá, tuvo que hacer gran parte del duelo a distancia, en Londres; pasó momentos de extrema oscuridad y encontró alivio en la escritura; “Hablar es la primera prevención”, asegura en una entrevista con LA NACION
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10 de abril de 2020. Jess Browne está en Londres, donde vive desde hace tres años. A las 8 se levanta y no se siente bien. Entrena a mujeres que nunca antes corrieron para que puedan participar de una maratón, pero se encuentra sin fuerzas. “No sé qué me pasa”, le dice a sus amigas. Su hijo Nacho no la llama ni atiende el teléfono en todo el día.
Ese viernes, su hijo Ignacio “Nacho” Browne, de 28 años, se suicidó en un departamento de Buenos Aires. En la computadora dejó las cartas para su familia: habían sido escritas en febrero, dos meses antes. “No lo podrían haber frenado”, “lo venía pensando hace mucho”, “no es tu culpa”, son fragmentos tipeados en su despedida.
“Mamá, si mañana no te contesto no te preocupes, voy a dormir porque estoy muy cansado”, le había dicho Nacho a Jess el día anterior a su muerte. Ese jueves habían hablado varias veces, entre otras cosas de la pandemia y de la recuperación de Willie, el papá de Jess y abuelo de Nacho, que estaba internado en Buenos Aires por complicaciones cardíacas y a quien el nieto seguía de cerca. Jess recuerda partes de aquel diálogo.
− Nachi, estuvimos hablando todo el día, ¿no estás aburrido?
− No, ma, sigamos hablando.
Su último mensaje en WhatsApp es una selfie donde se lo ve con una máscara para protegerse del Covid-19.
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11 de abril de 2020. Primera hora de la tarde en Londres. Jess sale a andar en bicicleta. Le suena el celular. Diana. El nombre de la señora que desde hace años trabaja en el departamento de Willie (donde Nacho estaba viviendo de forma temporaria), aparece en la pantalla. No atiende. Hoy no puede explicar por qué. “La llamo después”, piensa. Pero el teléfono vuelve a sonar. Entonces, la oscuridad.
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Ese sábado, y aunque Nacho le había dicho que no fuera hasta el lunes, Diana se acercó hasta el departamento para ver si necesitaba algo y fue quien lo encontró. Willie seguía internado. A Jess le cuesta reconstruir lo que siguió a ese llamado que atendió en un parque londinense, bajo un sol frío de primavera. En la nebulosa quedaron los gritos de Diana, los arreglos de los que se ocuparon otros, el velorio por Zoom y el devenir de los días que siguieron. Su hijo había muerto a 11.128 kilómetros de distancia, sin vuelos y con el mundo en pausa por la pandemia. Ni en la peor pesadilla de Ray Bradbury.
Jess tuvo la certeza de que se iba a morir: el dolor era demasiado. Le tocaba hacer el duelo lejos, sin poder abrazar el cuerpo de su hijo.
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“Estoy convencida de que a la historia de uno, muchas veces la cuentan los que quedan. Y yo no quería que Nacho fuera recordado por su última decisión”, dice hoy Jess, en una charla con LA NACION. Hace unas semanas, viajó a Buenos Aires para organizar la ceremonia que hicieron junto amigos y familiares a un año de la muerte de Nacho. Era la segunda vez que aterrizaba en suelo argentino desde el suicidio: la primera había sido siete meses después de aquel 10 de abril.
Yo no quería que Nacho fuera recordado por su última decisión.
¿Cómo se reconstruye la vida después de una pérdida tan enorme? ¿Por dónde se empieza?
Parte de la respuesta, Jess la encontró en la escritura. En junio de 2020, con la herida reciente y empujada por un amigo, abrió Empesares, una cuenta de Instagram que hoy suma más de 51.000 seguidores y que además está presente en Facebook (donde ya tenía el Blog de Jess, una comunidad de 46.000 personas).
“Empesares” es con “s” y viene de “pesares”, pero también de volver arrancar, de poner primera después del punto muerto. En una de sus cartas, su hijo le escribió: “Mostrásela a quien quiera leerla”. Que su historia pudiera ayudar a otros, fue para Jess un salvavidas en el diluvio. “Empesares comenzó como un lugar donde yo pudiese contar lo que me estaba pasando y no ahogarme. Y siguió como una red de contención para otros y para mí”, explica Jess. Los mensajes que le llegan son de todo tipo. “Estaba pensando en suicidarme, pero te leí y no le puedo hacer esto a mi mamá”, le escribió hace poco un joven.
Está convencida de que hablar de suicidio es la primera, la indispensable, prevención. “Con la muerte de Ignacio, empecé a pensar en cuántos chicos habría como él que se sintieron deprimidos y no pudieron pedir ayuda por algún motivo. Empesares tiene ese significado. No es mío. Es de todos los que lo leen y de todos los que escriben. A mí me hizo sentir que no estaba sola”, asegura Jess.
Con la muerte de Ignacio, empecé a pensar en cuántos chicos habría como él que se sintieron deprimidos y no pudieron pedir ayuda.
El silencio alimenta los fantasmas y Jess pone el acento en la importancia de la palabra. “Hablar sana. Cuesta, duele, pero me parece que es la única forma: las emociones te pueden ahogar y cuando las sacás y las decís, son menos horribles de lo que parecen”, sostiene. Y pide que el suicidio deje de ser un tema tabú: “Durante muchos años hubo una percepción de que si se hablaba del tema, iba a haber una especie de efecto contagio. Eso no es cierto y, nos guste o no, las cifras están subiendo y no podemos seguir haciéndonos los tontos”.
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Nacho era el mayor de sus tres hijos (además, es mamá de una joven de 19 y un varón de 17), nacido de su primer matrimonio. A la vista de todos, a Nacho la vida parecía sonreírle.
En los últimos años, había vivido en Panamá y en Australia en busca de playa y surf, mientras trabajaba de lo que surgiera: de seguridad, en bares sobre la arena u ofreciendo consultorías de marketing.
Como desde hacía tiempo Jess y Nacho vivían en distintos países, habían pactado que no podían pasar más de seis meses sin verse.
El último encuentro fue en julio de 2019 en Buenos Aires. Nacho había viajado desde Australia y su llegada coincidió con la internación de Nana, su abuela materna, por una neumonía. “Ma, adelantá tu viaje, Nana no está bien”, le dijo a Jess, que tenía previsto aterrizar unas semanas después desde Londres. “Gracias a él, mamá murió en mis brazos”, recuerda. Durante esos días, Jess y Nacho estuvieron muy pegados.
Los padres de Nacho se separaron cuando él era muy chico, y los abuelos maternos fueron pilares en su vida desde siempre.
En enero del año pasado, él desembarcó nuevamente en el verano pegajoso de Buenos Aires para instalarse definitivamente en la ciudad donde pasó su infancia. La Argentina le tiraba y quería quedarse. Mientras se acomodaba, se mudó con su abuelo, Willie.
Buscó y encontró un muy buen trabajo. Hablaba tres idiomas y tenía un CV jugoso. A los pocos meses, tras varias y rigurosas entrevistas, firmó contrato con una compañía internacional.
Nadie lo vio venir. Ni los que más lo conocían, ni quienes lo habían visto un par de veces. Cuando Jess llamó al hombre de la empresa que lo había entrevistado para contarle que Nacho se había suicidado, él se quedó sin palabras: le pidió disculpas y le dijo que tenía que cortar. Estaba en shock.
“Como mamá, te sentís inmediatamente muy culpable. Yo empecé a decir: ‘¿Y si hubo señales y no las vi?’, porque sé que a veces soy medio negadora y trato de ver que las cosas están bien. Pero no hubo ni una persona que conociera a Ignacio que me dijera: ‘Algo de esto yo me lo imaginaba’. Por supuesto, eso no lo hace menos terrible”, admite Jess.
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En menos de un año, a Jess la vida la golpeó donde más duele. Su mamá, Nana, había fallecido el 16 de julio de 2019. Su papá, Willie, sobrevivió a su nieto apenas dos meses: murió el 23 de junio de 2020. Hoy, Nacho y su abuelo están enterrados juntos en un cementerio privado de Pilar: “Es muy fuerte ver el nombre de Nacho primero”, dice.
Visitó su tumba en noviembre de 2020. “No lo puedo creer” era la frase que más había repetido desde el suicidio de su hijo. No podía ser que estuviera muerto. Tenía que haber un error. La distancia alimentaba esa fantasía: ella no lo había visto, no se lo habían mostrado. “Fue un viaje necesario, pero brutal”, escribió Jess en un posteo de esos días en su Instagram.
Fue al departamento donde Nacho se había quitado la vida: “Yo tenía una gran necesidad de tener sus cosas, y cuando llegué me di cuenta de que era solamente eso: una pila de ropa sin dueño. No sé qué esperaba encontrar ahí”, reconstruye Jess.
Yo tenía una gran necesidad de tener sus cosas, y cuando llegué me di cuenta de que era solamente eso: una pila de ropa sin dueño.
Cuando el avión despegó para volver a Londres, sintió que el corazón se le desgarraba, que estaba dejando la tierra que contenía a su hijo, que lo estaba abandonando. En su último viaje, el de hace un mes, asistió a la ceremonia por el año del fallecimiento. Esta vez pudo ser con las personas queridas por ella y por Nacho. “Me fui del cementerio sintiendo que descansa en paz y que ahora viene el capítulo de ver cómo vivo yo en paz”, expresa.
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Por qué. Esa pregunta enorme abraza la infinidad de interrogantes que se desprenden cuando muere un hijo. “¿Cómo no le pediste ayuda a mamá? “¿Qué parte tuya eligió callar?”, son algunas de las que invadieron a Jess. A las respuestas, se las llevó Nacho.
“Mi hijo era muy profundo, demasiado. Y muy cuestionador: era difícil hablar con él de cosas fáciles. Me llamaba por teléfono y yo sabía que me iba a tener que concentrar. Se hacía muchas preguntas existenciales y creo que el mundo le dolía en algún punto”, describe su mamá.
Mi hijo era muy profundo, demasiado. Y muy cuestionador: era difícil hablar con él de cosas fáciles. Me llamaba por teléfono y yo sabía que me iba a tener que concentrar.
Tenían una relación estrecha. Nacho podía llamarla para consultarle qué camisa ponerse para una entrevista o para pedirle un consejo por una novia. “Por eso no puedo entender cómo no me dijo nada”, afirma Jess con la voz cortada.
“Cada vez que me siento culpable, voy al amor”, le escuchó decir Jess una vez a un hombre del grupo para madres y padres en duelo del que participa por Zoom. Lo que para algunos puede sonar cursi, para ella fue clave. “¿Nacho sabía que yo lo amaba? Sí. ¿Hubiese hecho cualquier cosa para que él me hubiese pedido ayuda? Sí. Si vos amás a tu hijo, no hay culpa”, subraya.
“Que el amor nos oriente es una frase de una canción que Nacho solía cantar y con la que su mamá finaliza todos sus posteos en Empesares. Jess abre su corazón y explica qué significa para ella: “Cuando estoy muy perdida y en la oscuridad, porque a veces estoy en momentos muy oscuros, le pido a Nacho o al universo que el amor me oriente para vivir con dignidad. No quiero que Ignacio sea mi verdugo. No es lo que él hubiese querido y no es lo que quiero yo”.
Para saber más
- Compartir la propia experiencia: En Empesares Jess comparte sus vivencias pero también, en la medida de sus posibilidades, ofrece orientación. Hoy, sueña con que lo que nació como una página de Instagram se transforme en una fundación que brinde contención y asesoramiento a personas en crisis y sus familiares, así también como a quienes están atravesando un duelo por suicidio. Su objetivo es que haya grupos específicos para quienes perdieron a sus seres queridos por esa causa, espacios de encuentro para hermanos, madres y padres, coordinados por especialistas en salud mental.
- Acompañar un duelo: Cómo acompañar a quien está atravesando un duelo por el suicidio de un ser querido, es una pregunta que suelen hacerse muchas personas. En esta nota podés encontrar consejos de algunas de las y los principales especialistas del país.
- Grupos de pares: En distintos puntos de la Argentina funcionan grupos de madres, padres y otros familiares, en duelo por la muerte de sus seres queridos. Algunos son solo de pares, otros están coordinados por profesionales. Haciendo click acá podes conocer más acerca de cómo funcionan y de qué manera contactarlos.
- Mitos y prejuicios: El suicidio sigue siendo un tema tabú. Conocer cuáles son los mitos vinculados a esta problemática social, puede ayudar a salvar vidas. Aquí podes conocer algunos de los más frecuentes.
Metodología. Cómo lo hicimos
Este artículo forma parte de “Hablemos de suicidio”, una guía de Fundación La Nación que incluye las voces y las recomendaciones de algunos de las y los principales referentes en esta temática de la Argentina, así como también testimonios en primera persona. Además de las entrevistas cualitativas, se realizó un análisis de datos estadísticos y una compilación de trabajos elaborados por distintas organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil, y contó con la curaduría de Nora Fontana, psicóloga especializada en tanatología y suicidología y vicepresidenta del Centro de Asistencia al Suicida Buenos Aires (CAS), y Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil del departamento de pediatría del Hospital de Clínicas y cofundadora del Centro de Asistencia y Prevención del Abuso Sexual en la Infancia y Adolescencia (Cepasi).