Teletrabajo: ese sueño que, por el coronavirus, devino en pesadilla
Más de uno habrá soñado, alguna vez, con la posibilidad de trabajar desde el hogar, cerca de la familia, sin el estrés del tránsito, en pijama y con pantuflas. Pero ahora que, culpa de la pandemia de coronavirus, el teletrabajo se convirtió en la realidad de miles de trabajadores, el presente dista mucho de ser esa postal con la que se soñaba.
El contexto no ayuda, claro. A la incertidumbre propia de vivir una situación completamente excepcional como es una pandemia, se suman adicionales. Con el teletrabajo llegó la suspensión de clases de los hijos y, con ella, la exigencia a veces diaria de cumplir con tareas de lo más variadas: desde armar el castillo de Rapunzel, hasta aprender las tablas de multiplicar.
La incomodidad de no contar con un espacio de trabajo en el hogar se agiganta debido a la estancia obligada de todos los miembros de la familia en el mismo lugar: ¿cómo cumplir con las tareas laborales e, incluso, las reuniones virtuales cuando los niños están dando vueltas? Además, la permanencia de todos en casa demanda también un plus de tiempo y energía para mantenerla limpia, cocinar, hacer las compras y, por sobre todas las cosas, convivir en paz y armonía.
La sensación es una: se trabaja todo el día, aunque se empiece más temprano y se termine más tarde que antes. Y las mujeres, en la mayor parte de los casos, terminan siendo las depositarias de esta carga extra. ¿Cómo hacer para que aquella postal de ensueño no devenga en una pesadilla de consecuencias nefastas para la salud mental?
Mails a las dos de la mañana
Paola Gómez es contadora y trabaja en el área de Finanzas de una empresa que vende instrumental médico. Está casada con Marcos, tienen dos hijos: Mateo, de 4 y Uma de 9, y viven en un departamento en Villa Pueyrredón. Si bien, antes de la cuarentena, disponía de dos días mensuales de home office que utilizaba para ocasiones especiales como actos en el colegio de los chicos o reuniones de padres, el teletrabajo diario ha sido, para ella, un cambio rotundo.
"Como los chicos van a un colegio de media jornada turno tarde y yo trabajo desde las 9 de la mañana, una señora los cuida cuando me voy y se queda con ellos hasta que yo llego del trabajo. Además, otra persona me ayuda con la limpieza una vez por semana, porque como en la semana trabajo, intento que los sábados y domingos sean para disfrutar en familia. Ahora todo cambió. Mi marido también trabaja desde casa y me ayuda, pero para algunas demandas, la primera palabra de los chicos sigue siendo mamá", asegura Paola, quien se ha convertido en la encargada de las compras familiares, ya que su marido integra uno de los grupos de riesgo.
Por la naturaleza de su trabajo, estas semanas son, ya de por sí, complicadas. Aunque cada día impone su propio ritmo, trata de comenzar la jornada lo más temprano posible y aprovechar para trabajar cuando los chicos todavía duermen. "Cuando ellos arrancan, está también el desafío de hacer la tarea, tanto de la nena, como del nene que está en sala de 5. Tenemos dos computadoras pero los dos trabajamos. Se hace difícil…", agrega Paola, quien cuenta haberse encontrado enviando mails a las dos de la mañana. "Yo trabajo con números, y a veces la concentración se hace difícil durante el caos del día… entonces espero a que se duerman para hacer ciertas tareas. Son días chicle, eternos…", reflexiona.
Trabajando en la terraza
A Mariana Mancuso también le estalló la rutina que había sabido conseguir con sus dos hijas Franchesca y Valentina de 1 y 9 años respectivamente, un marido, una casa, un perro, un gato y dos trabajos. Desde que comenzó la cuarentena, trabaja desde su casa y se quedó sin la ayuda de la persona que colaboraba en el cuidado de sus hijas. Es administrativa en Sadaic y además community manager de algunos colegios. "Me ha pasado de estar intercambiando mensajes con directoras y maestros a las 11 de la noche", cuenta Mariana a modo de ejemplo de lo desorganizada que está su vida por estos días.
Antes de la cuarentena, trabajaba de 9,30 a 16,30. "Ahora arranco 7 o 7,30 para aprovechar todo lo posible mientras duermen. Una vez que arrancan, tengo que ir parando para hacerles la comida, para que Franchesca duerma la siesta. Arranco trabajando en la cocina, pero a la tarde subo con ellas un rato a la terraza para que se despejen y trabajo desde ahí. También es todo un tema la cantidad de tarea que le están dando a Valentina. En la semana no puedo con todo, así que suele pasar que hay cosas que quedan para el sábado. Aunque la docencia no es mi fuerte, tengo cero paciencia", explica Mariana, quien reconoce estar todo el día en pijama.
Un cambio abrupto
Para la licenciada en Psicología Luz Lanza, no hay que perder de vista que estamos ante una situación atípica y abrupta. "Una cosa es cuando una elige teletrabajar parar estar en casa, más cerca de los hijos o por los motivos que sean. Otra bien diferente es tener una rutina armada fuera de casa, con hijos que van al colegio y, de repente, hay que entrar en una dinámica que no se eligió. Un cambio abrupto de un día para otro. La angustia es inevitable", considera la especialista.
Tal es el caso de Alejandra Seminara, separada y mamá de Jazmín, de 9 años, quien vive en Villa del Parque. "Soy empleada de comercio y desde que empezó la cuarentena me encontré con el desafío de la venta online y el armado de catálogos virtuales", cuenta.
A la necesidad de entrenarse en tiempo récord en una disciplina nueva y dominar plataformas virtuales desconocidas, se le suman las exigencias escolares de Jazmín. "Me encuentro haciendo de auxiliar de docente. Teniendo que explicar temas. Es muy difícil para mí porque no es mi fuerte y la paciencia en algún momento se me acaba", reconoce.
Alejandra no cuenta en su departamento con un espacio de trabajo. "Ahora el hogar se transformó en una oficina virtual. Pero tampoco puedo descuidar todo lo demás. Me la paso limpiando todo porque dicen que en este momento la higiene es fundamental. Y además conteniendo a mi hija, que algunos días los lleva mejor que otros. A veces se niega a hacer las tareas que le piden si la materia no le gusta. Y para todo estoy sola", se lamenta.
Exigencias sin horario
Pero aún en casos en los que el teletrabajo haya sido la opción laboral escogida antes de la pandemia, las actuales circunstancias imponen un escenario completamente nuevo y desconocido.
Tal es el caso de María Paula Sosa, desde hace años empleada remota de un estudio contable, quien vive en Villa Urquiza con su marido y sus tres hijos, los mellizos Manuel y Maximiliano, de 16 años, y Candelaria de 9.
"Antes de la cuarentena, el colegio de la nena me ordenaba. Arrancábamos temprano, la dejaba en el cole, volvía, me preparaba un cafecito y me ponía a trabajar sin pausa hasta el momento de ir a retirarla. Llegábamos, le preparaba el almuerzo, la ayudaba con algo de la tarea y me ponía unas horas más. A veces surgen demandas, obvio, porque no deja de ser una nena. Pero yo trataba de acomodarme", puntualiza María Paula.
Incluso para ella, estructurada y organizada para poder con todo, incluida la limpieza de su casa, la cuarentena obligatoria puso todo patas para arriba. "Ya no arranco 6,30 como antes porque los días son más largos y además a veces, con todo lo que está pasando, me cuesta conciliar el sueño. Entonces ya arranco el día más tarde y suele pasar que pierdo la noción del tiempo. El otro día almorzamos a las 5 de la tarde", se lamenta.
María Paula agradece que sus hijos varones son más grandes y más independientes y que su marido en casa la ayuda, por ejemplo, con la tarea de Candelaria. "Así y todo, a veces pasa que pierden de vista que yo estoy trabajando. Me ven y me piden cosas. También cuesta poner un límite al trabajo. Me ha pasado de que algún cliente me mandara a las 8 de la noche, cuando estoy revolviendo los fideos, una intimación que le había llegado más temprano. Y voy después de cenar, prendo la compu y me pongo. Cuando no teletrabajás, se hace tu horario de salida y te vas, el trabajo queda pendiente hasta la jornada siguiente. Si trabajás desde tu casa es diferente, cuesta cortar… lo que quedó pendiente se hace a la noche o al día siguiente, así sea sábado", reconoce.
Una sobrecarga excesiva
La licenciada Lanza considera que el teletrabajo en tiempos de pandemia llegó con un altísimo nivel de sobrecarga. "Hay que cumplir, a la vez, con diferentes tipos de demandas: las del jefe, la tarea de los chicos, la limpieza y organización de la casa y además hay que tratar de que los hijos estén bien, que realicen actividades lúdicas y que no estén mucho con la tecnología. Es pedir demasiado", sostiene.
Esta sobrecarga laboral, física, intelectual y familiar no está exenta de riesgos. "El sentir que no podemos cumplir bien con toda esta demanda termina generando culpa, ya sea porque tenemos menos paciencia o porque no estamos haciendo muffins con los chicos como hace la vecina. Esto genera que nos pongamos la vara aún más alta y la sobreexigencia sea mayor, generando mayor agotamiento, así como un aumento excesivo de la ansiedad y de angustia", agrega Lanza.
"Tenemos que aprender a diferenciar lo importante de lo urgente. ¿Es urgente leerle el libro al nene ahora? No, urgente es si se cae o si se lastima. El libro puede esperar si estamos en algo más importante. Lo mismo aplica con el trabajo, en caso de que nuestro jefe comience a demandarnos de más. Debemos aprender a poner límites cuando sea necesario", recomienda la especialista, quien aporta algunas claves para atravesar exitosamente esta cuarentena:
- Es esencial el armado de una rutina
- Tener capacidad de adaptación a esta nueva rutina, aunque no sea la de siempre
- Si hay un compañero o compañera en el hogar, o hijos grandes capaces de ayudar, que las tareas sean más democráticas
- Tratar de mantener horarios, como el almuerzo al mediodía
- Permitir roles más flexibles
- Entender que estamos ante una situación abrupta y afrontarla lo más amorosamente posible con uno mismo y con los demás