Su hijo tiene retraso madurativo y no hay posta sanitaria en su paraje
Wilson Maldonado tiene 9 años y le cuesta aprender en el colegio. Tuvo su primera convulsión a los dos años y eso le trajo varias secuelas: un leve retraso madurativo y también de crecimiento.
"Hay días que sabe y hay días en que no. De chico tuvo principio de epilepsia y parece que ahí se le quemaron unas neuronas y tampoco crece bien. Tiene 9 años y está chiquito él", explica su mamá Lucía Cuella, quien paga con angustia y desesperación los costos de tener que criar a un chico con discapacidad no solo en la pobreza, sino también aislada de todo tipo de servicio de salud.
En La Firmeza, el paraje en donde vive, ni siquiera hay posta sanitaria. "Cuando tuvo el primer ataque tuve que pagar un remis para que nos llevaran a Monte Quemado a atenderlo porque no tenía como llevarlo", recuerda angustiada.
Allí le dijeron que tenía que tomar un jarabe, que Lucía le daba religiosamente todas las tardes. Pero su hijo no mejoraba. Al contrario. “No podía hablar bien, se le cortaban las palabras. Hasta que cinco años después, cuando lo llevamos a Resistencia, nos dijeron que le teníamos que dejar de dar el jarabe porque le estaba haciendo mal”, dice sin terminar de entender bien lo que tiene su hijo ni cuál es el tratamiento adecuado para él.