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El viernes 10 de abril de 2020, Ignacio Vázquez Browne se suicidó en Buenos Aires. Tenía 28 años. Nadie se lo imaginó. Nadie lo vio venir. Ni sus familiares ni amigos. Ignacio, “Nacho”, era un joven al que la vida, a los ojos del resto, parecía sonreírle. “La sociedad machista en la que vivo no me deja pedir ayuda”, escribió en una de las cartas que le dejó a su mamá, Jess Browne. Con crudeza, desnudó en una oración la complejidad de un desafío que nos atraviesa como sociedad: romper el tabú que hay en torno a la depresión y todo el abanico de padecimientos vinculados a la salud mental. A principios de este mes, los suicidios del futbolista Santiago “Morro” García y del jugador de rugby Alan Joel Calabrese, volvieron a poner la problemática en agenda.
Si todavía de “eso no se habla”, en el caso de los varones el reto parece multiplicarse. Los estereotipos y roles de género, refuerzan el silencio. “¿Por qué los varones sienten que no pueden compartir sus penas?”, “¿Qué estamos haciendo como sociedad para que sientan que estar tristes es un fracaso?”, “¿Por qué creen que deben ser siempre superpoderosos?”, “¿Por qué resulta más fácil empatizar con la depresión de una mujer que con la de un hombre?”, son algunas de las preguntas que se hizo Jess después del suicidio de Nacho. Tiene 50 años, es argentina y desde hace más de dos décadas vive en el exterior, actualmente en Londres.
Amante de la palabra escrita, desde hace años Jess dedica buena parte de su tiempo a “bloguear”, a compartir en las redes sociales y “sin miedo” sus emociones, como cuenta en la charla por Zoom con LA NACION. Pero el pasado 10 de abril se quedó sin palabras. “La muerte de un hijo te deja muda; y el suicidio de un hijo, muda y con mil preguntas”, asegura. En busca de ir armando ese rompecabezas al que parecían faltarle un millón de piezas, de recuperar su voz y de compartir su experiencia, el 18 de julio abrió una cuenta en Instagram donde hoy suma más de 19.000 seguidores, y que además está presente en Facebook (donde ya tenía el Blog de Jess, una comunidad de 42.000 personas). A ese nuevo espacio lo llamó “Empesares”. Así, con “s”. Un Empesares que viene de “pesares”, pero también de volver arrancar, de poner primera después del punto muerto. En una de sus cartas Ignacio le escribió: “Mostrásela a quien quiera leerla”. Ese fue para Jess su permiso. La habilitación a que ese dolor se fuese transformando en el encuentro con dolores ajenos.
Nacho con una camisa a cuadros y su pequeña ahijada en brazos. Corriendo en la playa. De chiquito, abrazado a su mamá. Manejando un auto. Con sus abuelos maternos, Nana y Willie. Siempre sonriente. La mirada luminosa. Así se lo ve en las fotos que comparte Jess en Empesares. Poco antes de su suicidio, se mostraba lleno de proyectos: acababa de firmar un contrato con una importante compañía, había vuelto a instalarse en Buenos Aires tras años viviendo en otros países, iba a reencontrarse con su novia, a viajar con su mamá para su cumpleaños número 50.
“Quiero que seamos conscientes de que alguien que parece tenerlo todo, que se deja querer, que es amable y dulce y ‘normal’ puede estar peleando una batalla de la que no nos damos cuenta. Tenemos que reconocer que como sociedad nos falta sentarnos a hablar de salud mental”, interpela Jess en uno de sus posteos en Instagram. Siente que sería egoísta no contar su historia “porque puede servirle a otros”. Y en cada persona o familia a la que le tiende una mano con sus letras, encuentra un sentido en el sinsentido. Para ella es “una forma de sobrevivir”. De honrar a Ignacio.
“¿Cómo no le pediste ayuda a mamá? “¿Qué parte tuya eligió callar?”, se pregunta Jess en otro de sus escritos, donde contó además cómo Nacho, hace un par de años, le dijo: “Ma, nadie me conoce como vos, ¿no me escribís de regalo un manual de instrucciones de cómo soy?”. Lo que su mamá supo después, fue que ese manual era un regalo para una novia. “Hoy también me doy cuenta de que había una parte suya que solo él conocía”, afirma Jess.
¿Crees que a los varones les cuesta más pedir ayuda?
El primer indicio que tengo de que es así, es la carta de Ignacio. Él valoraba mucho mi palabra, ¡a veces me llamaba para decirme que iba a salir y no sabía qué camisa ponerse! Lo primero que pensé cuando se suicidó fue: tenía confianza conmigo, sabía que yo lo conocía, pero evidentemente sintió que siendo varón, con este tema no podía pedir ayudar. Si te ponés a mirar estadísticas de suicidio, son muchos más los varones que las mujeres.
¿Por qué pensás que es así?
Creo que hay dos motivos. Por un lado, porque el suicidio nos guste o no es un acto violento y los hombres son más violentos que las mujeres. Por el otro, pienso que a las mujeres nos salva eso por lo que muchas veces se nos critica: que hablamos. Nos dicen: “¡Ah, ustedes hablan de temas repersonales!”. A muchos hombres les está faltando juntarse a tomar una cerveza o un café, y que haya un momento para preguntarse: “Che, ¿cómo estás?”. Como madres, también tenemos la misión de traerlos a esa conversación, de exponer a nuestros hijos a sus emociones, y de exponerles que está bien no estar siempre bien.
¿Para prevenir, hay que empezar por hablar?
Es la primera prevención. Durante muchos años había una percepción de que si se hablaba del suicidio, iba a haber una especie de efecto “contagio”. Eso no es cierto y, nos guste o no, las cifras están subiendo de una manera que no podemos seguir haciéndonos los tontos. Está pasando. Por suerte y sobre todo con la pandemia, hoy se está hablando más de salud mental. Para mí la prevención es abrir esa puerta. Lo estoy aprendiendo con la horrible tragedia que viví: asegurémonos de que haya un diálogo con nuestras hijas e hijos. Me parece que así como las redes y los medios ponen en primera plana un montón de cosas lindas y está muy bien, si empezamos a poner lo incómodo y lo “feo” en el mismo nivel, podemos reconocer que las cosas lindas conviven también con las feas y todo es parte de la misma vida.
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“La vida como la conocía terminó el 10 de abril cuando mi hijo Ignacio se suicidó. Pero hoy creo que empieza otra”, se lee en el primer posteo de Jess en Empesares. Está convencida de que la historia de uno la cuentan los que quedan, y quiere que la de Nacho siga siendo contada. “Él en su carta me dice que puedo hablar de esto. Y conociendo a Ignacio, que era fan de mi blog y le encantaba leer y escribir, creo que me dejó una misión”, dice. En la misma línea, agrega: “Hace un año no estaban en mi panorama las mamás que habían perdido hijos. Cuando me pasó lo primero que pensé fue: ‘¿por qué a mí?’. Hoy me doy cuenta de que soy cero especial, que hay un montón de familias en la misma situación”.
Romper con la culpa
Ignacio era el mayor de los tres hijos de Jess (tiene dos más de su actual matrimonio, de 19 y 17 años). Habían hablado por última vez el día anterior a su suicidio. “Mamá, si mañana no te contesto no te preocupes, voy a dormir porque estoy muy cansado”, le dijo. Al día siguiente, Jess, que entrena personas para correr, no se sentía bien. “No sé qué me pasa”, les dijo a sus amigas. Siete meses después, en noviembre, pudo recién viajar a la Argentina, acompañada por sus hermanos que viven en Suiza, a visitar su tumba en el cementerio de Pilar donde está enterrado Nacho junto a su abuelo Willie. En ese viaje desgarrador en que tocó desarmar el departamento de su hijo, dio con el libro Los que quedaron, de Silvana Savio, doctora en psicología y especialista en suicidios. Jess la contactó y tuvieron tres conversaciones que significaron para ella “un antes y un después”.
“En esas sesiones, leyendo las cartas de Ignacio, hablando de su personalidad y de mi relación con él, pude entender su suicidio. Ignacio, no mostraba signos de depresión. Nadie que lo conocía dijo: ‘Esto me lo imaginaba’. Ignacio planeó su suicidio y no quiso o no pudo pedir ayuda. Y lo dejó escrito en sus cartas: ‘esto no lo podrían haber frenado’, ‘yo lo venía pensado’, ‘no es tu culpa’”.
Cuando una hija o un hijo muere, la culpa aparece como un agujero sin fondo en el medio del pecho. “Siento que te fallé, estos días no estoy pudiendo con la culpa que me da no haber visto que estabas sufriendo tanto. Reviso cada charla, cada llamado, cada discusión y no encuentra nada que me haya hecho imaginar tu increíble decisión”, escribió Jess en otro de sus posteos.
Desde tu experiencia, ¿cómo se trabaja la culpa?
Al principio todo es culpa. Todavía hay momentos en que la siento y no estoy segura de si la voy a dejar de sentirla alguna vez. En los grupos de padres y madres, aprendí que en la muerte de un hijo está siempre, más allá de la forma en que suceda: si fue un accidente, porque le di el auto; si fue una enfermedad, si elegí bien el médico. Lo que me ayudó mucho fue algo que dijo un papá: ‘Cada vez que me siento culpable, voy al amor’. Hoy creo que ese papá entendió todo. Me digo a mí misma que yo amaba con todo mi corazón a Ignacio y él lo sabía. ¿Qué mamá quiere que se le muera un hijo? Es lo peor que te puede pasar. ¿Nacho sabía que yo lo amaba? Sí. ¿Hubiese hecho cualquier cosa para que él me hubiese pedido ayuda? Sí. El consejo que le daría a cualquier mamá o papá que perdió un hijo es: la única manera de contrarrestar la culpa, es con amor. Si vos amas a tu hijo, no hay culpa.
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Por una desconocida que le dejó un mensaje en su blog, Jess conoció Renacer, una organización de grupos autogestivos de madres y padres cuyas hijas o hijos fallecieron. En los grupos, a Jess volvió a aparecerle de frente la dificultad de los varones de poner en palabras sus emociones. “Es muy llamativo cómo somos muchas más las mamás, lo cual no quiere decir que no haya papás sufriendo, sino que les cuesta más compartir ese dolor”, cuenta. En las redes, le escriben muchos chicos jóvenes con mensajes como: “Vi la historia y me identifico con Ignacio. Me parece que voy a hablar con mi mamá, pero no sé cómo hacerlo” o “tenía todo listo para suicidarme, te empecé a leer y pensé: no le puedo hacer esto a mi mamá, y hablé con ella’”.
En Empesares hay lugar para todos. Es un espacio que busca romper con eso que Jess ve a diario: el huirle a quienes tienen padecimientos mentales. El sufrimiento ajeno asusta, incomoda. “Es hora de preguntarnos qué rol jugamos los que nos creemos ‘sanos’ cuando se trata de ayudar, escuchar y tender una mano. ¿Cuántas veces nos alejamos del deprimido?”, pregunta Jess. Ella responde cada mensaje y sueña con que lo que empezó como una página en Instagram se convierta en una organización sin fines de lucro. Su hermana y una prima son psicólogas y colaboran con horas ad honorem, pero la idea es ir sumando más profesionales y, a futuro, generar grupos propios, por ejemplo, de hermanas y hermanos, o de hijas e hijos.
“Hablar de esto para mí es muy sanador y escribir, ponerlo en las redes, además de sentirlo como una misión, fue recibir mucho amor. Cuando yo puedo mirar el dolor del otro y salir un poco del mío, me curo”, sostiene Jess. Y concluye: “En el camino de aceptar la decisión de Nacho, sigo escribiendo. Pienso que, si hay una familia que la puede pasar un poquito mejor o un chico que va a repensar su decisión, si me pongo eso como norte, va a ser más fácil lo que me quede por delante”.
Más información
Empesares: Instagram y Facebook
Blog de Jess
Renacer: haciendo click aquí podés encontrar todos los contactos de los grupos en las distintas jurisdicciones de la Argentina.
Dónde pedir ayuda
Línea 135. El Centro de Atención al Suicida (CAS) está atendiendo 18 horas diarias, de 8 a 2 de la mañana, de forma anónima, gratuita y voluntaria. La técnica que utiliza es la “escucha activa”, con intervenciones orientadas a que el “consultante” hable. La línea 135 es gratis desde CABA o Gran Buenos Aires; y el (011) 5275-1135 es para el todo el país.
Hospital Nacional en Red Especializado en Salud Mental y Adicciones “Lic. Laura Bonaparte”. Cuenta con un Comité de Emergencia que realiza entrevistas telefónicas para el asesoramiento y la contención de personas que sufren los efectos del aislamiento social, preventivo y obligatorio. Atendida por profesiones de salud mental, la línea de teléfono (011) 4305-0091 al 96, interno 1155, está disponible de 8 a 20.
Salud Mental Responde CABA. Es un dispositivo que brinda orientación telefónica de forma confidencial para residentes de la ciudad de Buenos Aires. Tels: 4863-8888/48615586/4123-3120, lunes a viernes de 8 a 20. 4123-3100 int. 3484/3485 feriados, fin de semana y noche, de 20 a 8.
SOS un Amigo Anónimo. Esta asociación sin fines de lucro que desde hace casi cinco décadas ofrece asistencia telefónica anónima y confidencial para personas que transitan alguna crisis emocional, en el contexto de pandemia, está recibiendo las llamadas por Skype (usuario: SOSUNAMIGOANONIMO). Son 30 voluntarios que permiten que SOS funcione todos los días de 10 a 19. Se llama y atienden directamente.