Su hermano se suicidó, ella se recibió de psicóloga y hoy acompaña a otros jóvenes en duelo: “No pudimos dimensionar lo que le estaba pasando y él tampoco”
Rodrigo Arevalo tenía 30 años cuando se quitó la vida en su departamento de Rosario, donde estudiaba con su hermana Florencia; a la culpa que sintió ella tras su muerte, se le sumó el peso de sentir que tenía que sostener a sus padres; hoy coordina un grupo de hermanos de personas que se suicidaron y subraya la necesidad de hablar de una problemática que sigue siendo tabú
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“El suicidio de mi hermano fue lo peor que me pasó en la vida. Pero darle la noticia a mis papás, fue lo peor de lo peor”, cuenta Florencia Arévalo, que es psicóloga. Fue el 24 de diciembre de 2018. Ella tenía 26 años y Rodrigo, su único hermano, 30.
Ambos habían dejado María Susana, el pueblo santafesino de 3500 habitantes donde nacieron y se criaron, para estudiar en la universidad, trasladándose 170 kilómetros hasta Rosario. Primero fue él, que arrancó la carrera de Farmacia y finalmente se pasó a Periodismo Deportivo. Después Florencia, que saltó de Abogacía a Psicología y llegó cuando su hermano ya se había recibido y trabajaba en un diario local.
Compartían un departamento y, aquel diciembre, ella decidió dejar para febrero un final pendiente de la facultad, e irse al pueblo para las Fiestas y la seguidilla de cumpleaños de amigos que empezaba en esa época. Rodrigo, en cambio, le dijo que tenía que quedarse, que el 24 debía ir a la redacción. Se despidieron el viernes 21 y esa fue la última vez que se vieron.
“Nunca me imaginé que podía llegar a pasar lo que pasó. Pero el problema no es solo que nosotros como entorno llegamos tarde, sino que él también llegó tarde, porque creo que no pudo tomar dimensión de lo que le estaba pasando: eso es lo más grave”, dice Florencia, que hoy tiene 30. “Por eso me parece importante que podamos hablar de este tema: la salud mental es salud. Así como uno va al médico y se hace una tomografía para diagnosticar un tumor, deberíamos poder decir: ‘Che, me siento mal’ o ‘estoy triste, no sé qué me pasa’”, agrega.
Florencia se recibió de psicóloga hace exactamente un año: un día como hoy, 10 de septiembre, presentó su tesis. Se enteraría después que en esta fecha se conmemora el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, una coincidencia que interpretaría como una especie de señal. Y es que desde marzo, además de atender pacientes en un centro de salud mental privado y en su consultorio particular, la joven forma parte del equipo de profesionales de Empesares, donde coordina ad honorem uno de los grupos de hermanos y hermanas de personas que se suicidaron.
Se trata de una iniciativa que nació como una página de Instagram de la mano de Jess Brown (la mamá de Ignacio Vázquez Brown, un chico de 28 que se suicidó en abril de 2020). Esa comunidad de 73.000 personas se convirtió finalmente en una agrupación que trabaja en el acompañamiento de quienes atraviesan crisis profundas y de sus familias, y también en la prevención.
“Empesares me permitió jugar ese doble rol de psicóloga y de paciente. En el grupo de hermanos encontré un espejo donde reflejarme y, a su vez, yo también les brindo un espejo al resto de las participantes”, reflexiona Florencia. Y es que para ella, hay acá un punto fundamental: cuando se habla del suicidio de una persona joven, en general se pone el foco en los padres, ¿pero qué pasa con los hermanos?
“Cuando los hermanos somos adultos, lo que nos sucede muchas veces es que sentimos el peso de la mochila de tener que encargarnos de los otros. Y esto no lo digo como un reclamo, pero está. En general postergamos nuestros duelos y aparecen otras cuestiones como la culpa, el sentir que de repente tenés que hacer todo perfecto, el ¿cómo le vas a hacer esto a tus papás? −explica Florencia−. Por otro lado, hay muchísimos grupos para padres que se juntan frente a estas situaciones y está buenísimo, pero lo que me dicen muchos hermanos es: ‘Yo no conocía a nadie’”.
La peor pesadilla
El 23 de diciembre a la noche Florencia se acostó en su cama de María Susana y se dio cuenta de que no tenía batería en el celular. Le restó importancia. “¿Quién me va a llamar’”, pensó antes de dormirse. Al día siguiente, la despertó su papá, contándole que una compañera de trabajo de Rodrigo le había escrito para avisarle que había faltado a la redacción. “Este boludo se quedó durmiendo”, pensó ella. Ya le había pasado otras veces. No se preocupó en lo más mínimo y se puso a hacer el vitel toné para esa noche.
“Hasta que prendí el celular y vi que esa compañera de Rodrigo me había escrito a mí. Me empezó a dar la información como a cuentagotas, que después aprendí que es una de las maneras de hacerlo. No digo que sea la correcta o no, pero uno no puede llamar a una persona y decirle: ‘Che, se suicidó tu hermano’”, recuerda Florencia.
En el diario se enteraron de que en el edificio donde estaba el departamento que compartían Florencia y Rodrigo alguien se había suicidado. Según la información que les brindó la policía, todo parecía indicar que se trataba de él. “A partir de ahí empezó la peor pesadilla de toda mi vida”, cuenta su hermana.
Ella se quedó en el pueblo y sus papás se fueron a Rosario. Los recuerda yendo a la morgue aquel 24 de diciembre, moviendo cielo y tierra para velar y enterrar a su hijo ese día del año en que todo queda en suspenso por la inminencia de la Noche Buena. “Desde entonces te imaginarás que las Navidades no son lo mismo, aunque intentamos ir buscándole la vuelta. Todos le ponemos onda y estamos muy acompañados. Siempre destaco el papel de los amigos: los míos; los de mi hermano, que tenía un millón de distintos ámbitos; y los de mis viejos, que me dieron una gran mano porque de repente yo tenía una mochila enorme, un gran peso”, dice Florencia.
“No nos dimos cuenta”
Florencia describe a Rodrigo como “muy ingenuo y bueno, un pibe bien de pueblo”. Superamiguero. Algo bohemio. Se acuerda de cuando compró una bicicleta plegable para ir a la redacción y la dejaba en la puerta del diario, sin candado. Cada media hora salía a ver si estaba. Una vez, no la encontró. “Se robaron la bici”, le dijo a su hermana. “Y sí”, pensó ella. Rosario no era María Susana.
“La infancia en el pueblo es muy linda. A Rodrigo le gustó mucho. A mí, más o menos”, cuenta Florencia. Y aclara: “Yo sentía que en cierto punto necesitaba abrir mis horizontes y sabía que me iba a quedar a vivir en una ciudad grande”. La aventura empezó cuando se mudó a Rosario junto a Rodrigo. Al principio fue difícil asumir el sinnúmero de nuevas responsabilidades, pero también recuerda entre risas la convivencia con su hermano: “De repente nos peleamos por pavadas y a los dos segundos nos olvidábamos, estaba todo bien y decíamos: ‘Che, nosotros estábamos peleados, ¿qué pasó acá?’”
Nunca imaginó que podría llegar a suicidarse. Jamás. Mirando en retrospectiva, con el diario del lunes resignifica palabras, actitudes, que en ese momento no le resonaron como nada en concreto. “Venía atravesando unos 20 días en los que había faltado algunas veces a trabajar o no iba a los entrenamientos de béisbol, que era el deporte que hacía en ese momento”, recuerda Florencia. Cuando ella le preguntaba por qué no iba al laburo, él le respondía que le dolía la espalda; o que se había terminado la temporada de entrenamientos (algo que, ella supo después, no era cierto).
“Tenía algunos indicios de lo que podría llegar a ser una depresión. Lo pongo en potencial porque no lo sé y no soy quién para diagnosticarlo. Yo le preguntaba por qué no iba a trabajar, pero en la vorágine del día a día, era muy complicado, porque nos cruzábamos poco: él iba a la redacción y yo cursaba un montón. Por otro lado, a veces para la familia ver a alguien así y acompañarlo no es fácil”, detalla Florencia. Y subraya: “Pero, como te digo, no nos llegamos a dar cuenta”.
El rol de los hermanos
Florencia se conecta por Zoom con LA NACION desde un hostel en Barcelona. Hace algo de un mes, emprendió un recorrido soñado por Europa: “En este viaje mi hermano estuvo superpresente. Te cuento una anécdota: me lo encontré a Messi en un restaurante de Paris, le pedí una foto y a la única persona que quería mandársela, era a mi hermano. En ese momento pensé: ‘Ojalá me estés viendo’. Además este viaje es un regalo de él, yo lo siento así, porque me lo hicieron mis viejos con sus ahorros, con la plata que juntó durante toda su vida”, explica.
Pero dice que, además, ese sentirlo como un regalo se vincula con algo más profundo. “Tiene que ver con el perdón. Yo entiendo, porque a mí me pasa también, cuando alguien viene y dice: ‘¿Cómo puede ser que haya tomado esta decisión? No pensó en nadie’. Pero una pregunta que uno podría hacerse es: ¿Decidió? No creo que mi hermano haya querido morirse, creo que quería dejar de sufrir. No es que no pensó en los abuelos, en los padres, en la familia: lo único que quería era terminar con el sufrimiento y esa fue la forma que encontró”, reflexiona Florencia.
Ella y sus papás tuvieron el acompañamiento de sus psicólogas en el proceso de duelo. Eso fue clave para los tres. “Un día me senté en el consultorio llorando y le dije: ‘No sé cómo hacen mis viejos’. Ella me preguntó: ‘¿Y vos cómo hacés?’ Ahí fue que dije: ‘Ah, sí, bueno, yo también perdí un hermano, cierto’. Y empezamos a intentar conectar con la vida otra vez”, sostiene Florencia.
“Empesares” es con “s” y viene de “pesares”, pero también de volver arrancar, de poner primera después de una pausa marcada por el dolor. Leandro (que trabaja como remisero en María Susana) y Analía (que es docente y se jubiló el año pasado), los papás de Rodrigo y Florencia, habían empezado a seguir esa cuenta en Instagram y después se sumó Florencia.
En noviembre del año pasado, al poquito tiempo de matricularse como psicóloga, ella se postuló a la convocatoria para profesionales que quisieran donar su tiempo. En el grupo que coordina, los hermanos y hermanas (en general, son mujeres) viven en distintos lugares de la Argentina y la región. Funcionan de manera virtual, una vez por semana, durante dos horas.
¿Cómo acompañar a una persona en duelo?
Florencia dice que la tarea consiste muchas veces, simplemente, en escuchar y en permitirle a la otra persona descargarse, sin incomodarse ante el sufrimiento ajeno. “En una sociedad en la que todos nos mostramos divertidos en las redes sociales, es como si estar triste estuviese mal. A veces pasa que alguien llora y la otra persona le dice: ‘Bueno, bueno, ya está’, y no sabe qué hacer. En Empesares trabajamos con el que sufre y le permitimos a la persona que diga lo que siente, aunque sea políticamente incorrecto. Si querés putear a tu hermano, adelante. Si querés enojarte porque tu mamá o tu papá hacen tal cosa, también es parte del duelo”, detalla.
Algo que aconseja a quienes se proponen contener a una persona querida durante un duelo es “no querer buscar la frase superadora” porque “el suicidio de un hermano o un familiar es irremediable”, sino enfocarse en cuestiones “más prácticas”. Entre ellas, respetar los tiempos de quien está atravesando el duelo: “Por ejemplo si la invitás a salir y la persona te dice que no, poder entenderlo y corrernos de ese lugar de narcisismo y egoísmo de decir: ‘Tenés que hacer esto, tenés que hacer lo otro’”. O ir a lo básico, a las cuestiones de la vida cotidiana: “Me acuerdo de una chica del grupo que tiene hijos chiquitos y cuyo hermano se suicidio, que dijo: ‘Si en ese momento alguien le hubiese traído una pizza a mis hijos, me hubiese solucionado la vida’”.
Por otro lado, a las personas que están atravesando un duelo, Florencia siempre les plantea: “El otro no tiene por qué adivinar lo que nosotros necesitamos, queremos o deseamos. Es importante que podamos transmitir: ‘Te agradezco la invitación a tu cumpleaños, pero no me siento bien para ir’ o ‘Necesito que vengan a mi casa y me traigan helado’”.
Trabajar la culpa es también para la psicóloga un gran desafío durante los duelos. “Yo sentía una culpa enorme, no sólo porque mi hermano se suicidó mientras convivíamos, sino porque estaba estudiando psicología y me preguntaba: ¿qué tipo de profesional voy a ser?”, cuenta Florencia. Poco a poco, fue cambiando su mirada: “Creo que una posibilidad es pensarnos seres humanos y dejar de creernos todopoderosos. Entender que hicimos lo que pudimos en cada caso particular y que la otra persona debe haber hecho lo que estaba a su alcance también”.
La última foto
Hablar, hablar y hablar de salud mental es para la psicóloga clave en el camino de la prevención. En ese sentido, subraya el valor de la campaña “La última foto”, una iniciativa a la que se sumaron distintos países del mundo y que Empesares también está promoviendo: la propuesta es que familiares de personas que se suicidaron compartan alguna de las imágenes que se tomaron poco tiempo antes de morir, donde en general se los ve sonrientes, aparentemente felices. “Es muy importante visibilizar esto, porque es muy fácil sacarse una foto linda para Instagram: son tres segundos, pero uno puede estar roto por dentro”, sostiene Florencia.
Y concluye: “Siempre digo que lo que no se nombra, no existe. El duelo es algo que nos unifica e iguala: todos perdimos y perdemos algo todos los días. En Empesares aportamos algo desde nuestra singularidad, como personas, pero también como profesionales, con la certeza de que si estamos acompañados, es mejor”.
Para saber más
- Empesares. Ofrece contención y asesoramiento a personas en crisis y sus familiares, así también como a quienes están atravesando un duelo por el suicidio de un familiar. Sus grupos están coordinados por profesionales en salud mental que ofrecen su tiempo ad honorem. Funcionan de forma semana y virtual, y son gratuitos. Como reciben muchos pedidos, hay demoras para sumarse. Para consultas, se puede ingresar en su web o en su Instagram. También invitar a sumarse a profesionales que deseen donar su tiempo.
- Acompañar un duelo. Cómo acompañar a quien está atravesando un duelo por el suicidio de un ser querido es una pregunta que suelen hacerse muchas personas. En esta nota podés encontrar consejos de algunas de las y los principales especialistas del país.
- Grupos de pares. En distintos puntos de la Argentina funcionan grupos de madres, padres y otros familiares, en duelo por la muerte de sus seres queridos. Algunos son solo de pares, otros están coordinados por profesionales. Haciendo click acá podes conocer más acerca de cómo funcionan y de qué manera contactarlos.
- Mitos y prejuicios. El suicidio sigue siendo un tema tabú. Deconstruir los mitos vinculados a esta problemática social, puede ayudar a salvar vidas. Aquí podés enterarte de algunos de los más frecuentes.
Dónde pedir ayuda
- Línea 135. El Centro de Atención al Suicida atiende 18 horas diarias (consultar horarios en la web), de forma anónima, gratuita y voluntaria. La técnica que utiliza es la “escucha activa”. La línea recibe llamados desde CABA y gran Buenos Aires. Los números (011) 5275-1135 o el 0800 345 1435 son para todo el país.
- Salud Mental Responde CABA. Es un dispositivo que brinda orientación telefónica de forma confidencial para residentes de la ciudad de Buenos Aires. Se puede llamar de forma gratuita al 0800-333-1665, las 24 horas, todos los días.