Lorena quiso contar su historia para generar conciencia sobre la violencia que sufren muchas mujeres; con 39 años, el lunes egresa del secundario; “estudiar es la mejor herramienta para darle luz a todo”, asegura y cuenta que cuando escapó de su agresor llegó a vivir en la calle con su hija recién nacida
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Lorena Benítez (39 años) siente que vive un sueño. Se crio en La Matanza y tuvo que dejar la escuela a los 15, para trabajar. Pero el lunes, después de meses de enorme esfuerzo y años de anhelar ese momento, le van a entregar su diploma de egresada del secundario. Se emociona cuando repasa las palabras que va decir delante de sus compañeros y autoridades, y al pensar que va a estar presente su hija, de 4 años.
Para ella, es mucho más que un título, porque llegar a donde está hoy no fue nada fácil. Lo que vivió antes, fue una pesadilla. En 2019, la expareja de Lorena la violentó de todas las formas posibles: “Fui secuestrada y violada durante casi 70 días en mi departamento. Pude salir después de muchos intentos y cuando logré escapar, fui directamente a la Maternidad Sardá, porque tenía un embarazo de casi seis meses”, recuerda.
Él la había dejado incomunicada y ella sentía que no había escapatoria: cualquier movimiento en falso podía costarle la vida. La forma en que logró dejar ese departamento fue de película, e incluyó dormir a su agresor con pastillas que le puso en la comida. Fue un plan minucioso y un trabajo de hormiga, hasta que una noche dijo: “Tiene que ser hoy”. En el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, elige contar su historia para visibilizar y generar conciencia sobre un mal que no da tregua.
Argentina ocupa el primer puesto respecto a la cantidad de mujeres que respondieron haber sufrido algún tipo de violencia física o psicológica en el último año: cuatro de cada 10 (37%), lo que supera por 20 puntos al promedio global (17%). Las jóvenes resultaron las más afectadas: 6 de cada 10 mujeres (57%) de 18 a 24 años, señalaron haber atravesado estas violencias, según una encuesta mundial realizada recientemente en 35 países por las consultoras WIN Internacional y Voices Argentina sobre violencias y equidad de género.
En el caso de Lorena, ella sintió que volvía a hacer pie cuando gracias a una propuesta de la Dirección de Educación de Adultos y Adolescentes del Ministerio de Educación porteño, pudo retomar el secundario. “Siempre supe que para poder tener un trabajo en mejores condiciones y lograr un futuro para mí y mi hija, necesitaba el título”, asegura. Desde la dirección le propusieron anotarse en Adultos 2000, un programa de educación a distancia diseñado para jóvenes y adultos.
Pero, además, le hablaron de la posibilidad de hacer parte de ese proceso de forma presencial, en un espacio comunitario cercano a su casa, lo que le garantizaba el acceso a una red de apoyo y contención que sería clave. Le mencionaron dos lugares: la fundación CasaSan (que trabaja con personas en situación de vulnerabilidad en La Boca) y Casa Trans (un espacio de contención del gobierno de CABA abierto a toda la comunidad). Por cercanía, Lorena se anotó en este último, pero ambos espacios jugaron un rol fundamental para ella: “Encontré una comunidad que abraza muchas historias y retroalimenta vidas, porque una va tejiendo redes de contacto”, asegura.
“Siento que no la vi venir”
Lorena nació en La Matanza e hizo la primaria y parte del secundario en San Justo. Sus papás estaban separados y ella vivía con su mamá, que trabajaba en casas de familia. “Me crie más o menos sola y cuando era adolescente, a los 15 o 16 años, dejé la escuela y me fui a la ciudad de Buenos Aires para buscar trabajo”, recuerda. Se mudó con una amiga un poco más grande. Empezó a trabajar primero de moza y más adelante en fábricas como administrativa u operaria.
La idea de retomar en algún momento el secundario estaba siempre latente, por debajo de esa vorágine que implicaba ganarse la vida siendo una adolescente sin redes de contención. “Cada vez que quería otro estilo de trabajo, con mejores condiciones laborales, lo primero que me preguntaban era si había terminado el colegio”, recuerda. Los años fueron pasando y nunca dejó de trabajar. Cuando podía, hacía cursos para capacitarse. También viajó mucho, siempre detrás de ofertas de trabajo.
En 2018, todo cambió cuando comenzó una relación con un hombre a quien conocía desde antes. Ella alquilaba un departamento en San Telmo, tenía unos ahorros y estaba buscando la forma de empezar un emprendimiento. Al poco de arrancar la relación, empezaron a convivir y luego Lorena quedó embarazada, algo que los tomó por sorpresa a ambos.
Le cuesta reconstruir en qué momento ese hombre que le hablaba de un futuro juntos, la empezó a violentar. “Me sigo preguntando cómo pasó. Siento que no la vi venir. Entrás en un círculo tan simbiótico, no sé si porque estás enamorada, cegada o qué, que de pronto te encontrás sumisa frente a ese hombre que se cree un macho alfa. Creo que es algo que nos pasa a todas las que atravesamos por esto: es como si nuestras defensas quedaran vulneradas y no nos diéramos cuenta de que estamos en un circuito de mucha manipulación”, reflexiona.
De a poco, Lorena siente que fue dejando todas sus cosas de lado. “No podría decirte con exactitud cómo empezó la violencia, pero sí que fue mucho peor desde que quedé embarazada”, sostiene. Un tiempo después de esa noticia, él desapareció. Estuvieron un mes sin verse hasta que volvió. “Me dijo que quería que lo intentemos de nuevo, que podíamos tener un futuro. Pero no fue nada así. Empezaron las peleas, los golpes, los celos, las millones de cosas que me hacía para que me sintiera menos. Empezó a no dejarme salir, a atarme, encerrarme y taparme la boca. Estuve secuestrada durante casi 70 días”, detalla con la voz quebrada.
El recuerdo de esos días aparece como una nebulosa. Así actúa el trauma: es un gas lacrimógeno que vuelve todo borroso. Él la obligaba a tomar pastillas para dormir y ella estaba “atontada” gran parte del día.
“Pude robarle las llaves y salir”
La forma en que Lorena logró escapar de ese departamento recuerda a la película Misery, basada en la novela del mismo nombre del estadounidense Stephen King. “Al principio estaba todo el tiempo en la habitación, hasta que dejé de confrontar con él porque me di cuenta de que no servía, ya que tenía mucha más fuerza que yo y empecé a convencerlo de que tenía todo el poder sobre mí”, dice Lorena. “Un día, empecé a tener más acceso al resto del departamento. Empecé a guardar algunas de las pastillas que me daba para dormir y una noche, después de que me violó, se la puse en la comida. Se quedó completamente dormido, pude robarle la llave y salir”.
Agarró la plata que encontró y se vistió: “El día anterior, por suerte, había podido bañarme después de muchas semanas”. Dejó el departamento de madrugada. En los casi seis meses de embarazo que cursaba, Lorena se había hecho una sola ecografía en la Maternidad Sardá. Se tomó un taxi y fue directo para allá. “Cuando llegué conté todo: que no me había podido hacer los controles y que había sido abusada durante el embarazo. Estuve internada desde ese momento hasta un mes después del nacimiento de mi hija, que fue en junio de 2019″.
En la Sardá, le tomaron la denuncia. “Vino una fiscal, lo fueron a buscar a él pero no lo encontraron. No supe más nada”, reconstruye. Le dieron el alta a ella y su niña en agosto. Hacía un frío que calaba los huesos y Lorena no tenía a dónde ir. Se quedó en situación calle, en pleno invierno y con una bebé recién nacida. “Ni siquiera sabía que existían los paradores y el único lugar que me resultaba familiar era la guardia de la Sardá. Me quedaba ahí y cuando había un día lindo, me iba a la plaza de Parque Patricios y estaba con mi bebé en el solcito. Unas abuelas de la caridad me dieron las primeras ropita para mi nena y también los pañales”, dice Lorena.
Finalmente, decidió hablar con la asistente social de la Sardá y contarle todo: “Nunca le había aclarado con exactitud si tenía un lugar donde vivir, porque lo primero que se me vino a la cabeza era que si reconocía que no lo tenía me iban a separar de mi hija. Pero blanqueé toda la situación y ella me dijo que fuese a un parador o a un refugio para mujeres que sufren violencia”.
Finalmente, llegó a uno en Belgrano, el Hogar 26 de julio. En 2021 consiguió alquilar una pieza en el departamento de una señora mayor, que necesitaba ayuda con la limpieza y sus cuidados. Mientras su hija iba jornada completa al jardín, Lorena trabajaba allí y en otras casas de familia. Tiempo después, se mudaron a la pequeña habitación donde ambas viven actualmente en el departamento de otra mujer, en Palermo. “Vivo de changas, lo que salga, ya sea trabajar de limpieza o de lo que me puedan ofrecer, cuidando personas o haciendo trámites. Me las rebusco como puedo para tener un ingreso”, explica.
“Es un renacer”
“Creo que mi historia refleja la de muchas otras mujeres que pasamos por violencias de todo tipo y pudimos, gracias a la ayuda de distintas personas, recorrer un camino de transición que nos permitió salir adelante. Porque una quiere salir, y la mejor manera de hacerlo es con mucho esfuerzo, a través del trabajo y el estudio, que es la mejor herramienta para darle luz a todo esto. Aprendés a construir otra vez: es un renacer”, asegura Lorena.
Cuando reconstruye esa red que le permitió salir adelante, habla de aquel día de febrero de 2022 en el cual, en el Centro Integral de la Mujer (CIM) 14 de Palermo, conoció Jackie Cichero, directora de Educación de Adultos y Adolescentes del Ministerio de Educación porteño, y a Marian Palij, profesora y asesora de esa dirección. Ellas fueron quienes le hablaron de la posibilidad de terminar el secundario mediante Adultos 2000.
“Lo que propuso Jackie fue llevar el programa a la territorialidad, es decir, a donde la comunidad lo necesita. Así surgieron los espacios de terminalidad primaria y secundaria en la fundación CasaSan, en Casa Trans, clubes de fútbol, entre otros. Estudiar a distancia no es fácil para nadie, y lo que hacen estos espacios es darle una regularidad”, sostiene Palij.
Lorena, que no tenía idea de que existiera esa posibilidad, no lo dudó. Empezó en Casa Trans pero con frecuencia se conectaba también con las mujeres de CasaSan y entre todas empezaron a tejer lazos. Dice que conoció a una “comunidad hermosa”, que le abrió las puertas de par en par, con “abrazos, mimos y alientos”.
Palij explica que todas las personas que forman parte de Adultos 2000 fueron vulneradas en sus derechos, ya que por un motivo u otro, no lograron terminar en tiempo y forma su educación. Muchas son mujeres que, como Lorena, atravesaron violencias. “Lo que más me gustó del programa es su flexibilidad. Yo en su momento había querido retomar el secundario pero no podía ir a un lugar de lunes a viernes de 18 a 22: ¿dónde dejaba a mi hija?”, dice Lorena.
Para ella, que llegó con la autoestima hecha polvo, entender que podía lograrlo no fue fácil. “Lo primero que nos pasa a los adultos cuando tenemos que volver a estudiar es pensar: ‘Si no pude antes, ahora menos’. Hay que perder el miedo de pensar que no vas a poder leer un libro, entender una consigna o resolver un trabajo práctico. Uno se llena de prejuicios, pero podés lograrlo cuando tenés gente que te acompaña”, reflexiona Lorena. “Volver a estudiar es lindo porque es una decisión propia: te aprendés a valorar, a quererte y a saber que merecés algo mejor. Es lindo instruirse y superar esos miedos”.
CasaSan y Casa Trans trabajan de forma articulada para dar esas oportunidades. “Es emocionante ver a todas esas mujeres que pensaron que nunca iban a poder terminar la secundaria y acceder a la posibilidad de tener un futuro mejor para ellas y sus hijos. En general son mujeres monoparentales, que sostienen el hogar. Verlas llorar cuando reciben el diploma no tiene palabras”, asegura Mercedes Frassia, fundadora de CasaSan, donde 187 personas ya pasaron por el programa Adultos 2000.
El próximo lunes, a Lorena le van a entregar el diploma. “Es un triunfo y una gran puerta a todo lo bueno que se viene. Hoy valoro mi resiliencia y mis lagrimas ya no son de dolor, son de alegría. No tengo nada pero también tengo mucho: me refiero a toda esta esta gente que fue aparecido en momentos puntuales y que me volvió rica”, asegura Lorena. Actualmente, su expareja está preso: a las denuncias de ella se le sumaron otras causas por violencias contra otras mujeres. Ella se siente feliz, libre, capaz de lograr todo lo que se proponga. Su sueño es conseguir un trabajo formal, que le permita a ella y su niña poder alquilar un lugar propio y proyectar un futuro para ambas. Hoy, siente que no tiene límites.
Cómo ayudar
- Para colaborar con Lorena, hay que contactarse con CasaSan al 11 6551 0290 o a fundacioncasasan@gmail.com. O con Casa Trans a casatransarg@gmail.com. Sueña con tener un trabajo formal y poder alquilar un lugar propio.
- Para recibir información sobre el secundario que funciona en Casa San hay que llamar al 11 6551 0290.
- Para terminar los estudios en CABA: en la Ciudad hay diferentes opciones tanto de primaria como de secundaria. También para capacitarse sobre diferentes oficios y actividades. Para más información, contactarse con la Ventanilla Única de Adultos por mail a ventanilla.unica@bue.edu.ar o por WhatsApp a 11 3849 5735, 11 3851 0070 y 11 3846 0945.
Dónde pedir ayuda y denunciar:
- Línea 144: brinda asistencia y orientación a las víctimas de violencia de género