Se aproxima una Navidad diferente, marcada por la pandemia, que aún oprime al planeta; en los brindis de esta semana sin duda estarán los voluntarios que ayudan a pasar este duro trance y los deseos por un tiempo mejor
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“¿Cómo puedo ayudar?” “¿Te hago las compras?” “Sé cocinar”. “Puedo dar clases”. “Me sumo con lo que necesiten”. En un año tan duro, complejo, excepcional, en el que el mundo pareció detenerse sin aviso previo, una vasta red de contención social, siempre presente pero muchas veces invisible y maltratada, salió a luz y demostró su importancia para que todos los engranajes sigan funcionando. Estuvo ahí, conteniéndonos, rescatándonos. Fue un sostén imprescindible para los más necesitados, pero también estuvo presente para el resto de la población, que en medio de la pandemia se dio cuenta de que sola no podía.
Las redes son acción. Son flexibles, pueden cambiar y amoldarse a las crisis, y por eso son capaces de ser sostén aun en los peores momentos. Se vio en los primeros días de la cuarentena obligatoria por el coronavirus, cuando las organizaciones sociales se pusieron al hombro las causas urgentes, esas que no resistían tiempos de adaptación.
Lo crítico de la situación mostró una vez más cómo estos grupos de personas consiguen asimilar el impacto de lo imprevisto, en este caso, nada menos que una pandemia, para rápidamente seguir haciendo su labor. Pese a todo, incluso el miedo a enfermarse. Desde el comienzo, fueron conscientes de que, a diferencia de quienes debían replegarse para protegerse, a las organizaciones sociales les tocaba estar en una primerísima línea, como pasó, por ejemplo, con los referentes de los comedores comunitarios.
Los lazos de colaboración y la inmensa solidaridad del pueblo argentino se hicieron sentir en 2020: se multiplicaron los voluntarios y hubo centenares de ciudadanos que se pusieron en marcha cuando el Covid-19 comenzó a poner en jaque al planeta. Ese deseo de ayudar de muchos se transformó en acciones concretas a lo largo de todos estos meses. ¿Será algo pasajero? Es uno de los grandes interrogantes.
Fue y es un aliciente y un dador de esperanza saber que en los momentos difíciles hay miles de personas dispuestas a dar una de las cosas más valiosas: tiempo y corazón
Quizá, justamente sea esa elasticidad, esa multiplicidad del entramado solidario, lo que hace que en una situación de crisis se vuelvan un pilar fundamental que resiste los embates. Eso mismo hace que las redes estén latentes, a veces, hasta inviabilizadas, pero listas para salir a flote cuando la coyuntura es insoportable, imposible de prever. Salvo en la ficción, ¿quién iba a imaginar que un virus llegaría para hacer que gran parte de la humanidad tenga que quedarse encerrada y que países enteros se paralicen?
Fue y es un aliciente y un dador de esperanza saber que en los momentos difíciles hay miles de personas dispuestas a dar una de las cosas más valiosas: tiempo y corazón. Así como la familia y el entorno de una persona se vuelven indispensables en ciertos trances, la sociedad también necesita esos millones de manos sosteniendo cuando las instituciones formales no dan abasto.
Fueron muchos los hombres y las mujeres que pensaron de qué manera podían ayudar y que no lo dudaron: desde acompañar con contención emocional a familias en duelo hasta hacer máscaras de protección, ofrecerse para transportar a médicos gratis o ver de qué manera su barrio o un vecino podían tener conexión a internet.
Incluso mucha gente trabaja en red sin saberlo. Cumple una función, de manera espontánea. A veces, simplemente, al mirar al otro con una postura más empática o dando alguna oportunidad. Se trata de potenciar los recursos y crear alternativas novedosas para solucionar problemas comunes.
No olvidemos que si bien las redes están pensadas como un instrumento que funciona de forma colectiva, están integradas por pequeñas individualidades, esos nodos que tienen la sensibilidad para que el hilo esté tensado o se afloje según las circunstancias. Porque lo novedoso no fue cómo lo colectivo y el voluntariado se revelaron esenciales, eso lo sabemos aunque no siempre se valore y reconozca. Lo nuevo, lo distinto, fue que esta vez todos necesitamos o fuimos parte de ese engranaje.
En un año donde lo impensable fue lo real, detenerse a pensar y a hacer un racconto de todo lo que generó 2020 en términos de entramado social es una forma de volver a darle valor a la vida en comunidad.
Que el espíritu de las Fiestas ayude a que se sigan multiplicando los lazos de colaboración, el trabajo colectivo y que pasemos del deseo a la acción para ser parte del cambio.