Son madre e hijo y no les alcanza para un alquiler, pero un programa de la AMIA evitó que terminaran en la calle
Ana es jubilada y Ezequiel trabaja en la cocina de un restorán; son una de las familias que viven en la residencia Lagur, un espacio para personas que no tienen dónde vivir
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“Con nuestros sueldos no podríamos alquilar”, cuenta Ezequiel (27), que vive junto a su madre Ana, ahora jubilada, en Lagur, un complejo habitacional que depende del servicio social de AMIA y ofrece alojamiento gratuito a familias que de otra manera terminarían en la calle. Él trabaja desde hace una década de cocinero y su madre cobra la jubilación mínima. Deberían gastar al menos un sueldo entero solo en el alquiler y “algo hay que comer”. Como mucho, podrían costear una habitación con baño y cocina compartidos en algún hotel.
De hecho, Ana vivió en habitaciones de ese tipo varias veces en sus 60 años de vida: cuando era chica, cuando fue madre y cuando se separó. Sin embargo, la última fue diferente a las demás. En ese momento vivía con su otra hija y su pareja en un departamento. Pero por una pelea derivada de la convivencia y la economía familiar, decidió agarrar a Ezequiel, que en ese momento tenía 16 años e irse. Pero esta vez no sabía a dónde, ni con qué dinero.
“Yo esa noche le había planteado a mi hijo que si no teníamos a dnde irnos, nos quedábamos en un bar toda la noche. Como madre, iba a hacer todo lo posible para no terminar durmiendo en la calle con mi hijo. Pero el miedo estaba ahí, latente”, recuerda Ana. Durante un par de noches, él durmió en casa de amigos y hasta profesores de la escuela, con quien está infinitamente agradecido y tiene vínculo hasta el día de hoy. Ella, que trabajó mucho tiempo como cuidadora, durmió en la casa de la señora que atendía durante el día.
“Recibimos a personas a punto de ser desalojadas, que ya no pueden pagar el lugar en donde estaban o que viven en condiciones extremadamente precarias. Se trata de una propuesta temporaria para personas en situación de vulnerabilidad para estabilizarse y repensar cómo ubicarse”, cuenta Karina Croudo, miembro de servicio social de AMIA y referente de la residencia Lagur. Sin embargo, a pesar de la idea inicial, admite que “por la situación del país”, las familias se ven obligadas a quedarse cada vez más tiempo.
Pero Lagur, que significa “habitar” y está ubicada en el barrio de San Cristóbal, es solo una de las partes que componen a la amplia red de programas sociales de AMIA. La organización busca mejorar la calidad de vida de unas 2000 personas de la comunidad que atraviesan diversas problemáticas sociales como desempleo, pobreza, violencia y vivienda. “En el ámbito habitacional, nos comprometemos a tratar de evitar que cualquier persona o familia quede en situación de calle”, asegura Paula Jait, coordinadora general del servicio social.
“Volvimos a nacer”
Si bien cuando se fue del departamento el miedo a tener que dormir en la calle dio algunas vueltas por su cabeza, había algo que tranquilizaba a Ana: saber que podría contar con el apoyo de AMIA, que hoy hace más de 20 años que la acompaña. Conoció a la organización cuando murió su mamá y un primo le comentó de un servicio fúnebre gratuito que ofrecía en el cementerio de Berazategui. Madre soltera de dos hijos chicos y viviendo en un hotel, además de darle esa ayuda la derivaron al servicio social.
“Me atendió Dorita, una de las tantas asistentes que tuve. Me acuerdo que ese mismo día sacó un voucher para que yo vaya a hacer compras, me dio dinero en efectivo y un turno para retirar mercadería”, rememora. Años más tarde, y en la incertidumbre de no saber dónde dormir, AMIA la ayudó con un subsidio económico hasta que se liberó una de las unidades de Lagur, en la que vive junto a su hijo hace ya ocho años: “Nos rescataron, volvimos a nacer”, declara.
La organización trabaja desde una perspectiva de derechos. O sea, orienta a las personas para que sepan qué derechos les corresponden y puedan gestionar las ayudas y subsidios que brinda el Estado. Por ejemplo, que tramiten ante el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires el subsidio habitacional, un apoyo económico para personas y familias en riesgo de quedar en la calle. Hoy son 10.642 beneficiarios, entre familias y personas individuales, las que perciben en promedio $132.016, según la cantidad de integrantes. Sin embargo, a muchos no les alcanza para pagar una habitación de un hotel.
“Nos dieron una oportunidad”
“De un hotel me fui porque las cucarachas caminaban por las paredes”, cuenta Ana. Lo que menos le gustaba de vivir así, era tener que compartir el baño. “Para bañarte tenías que salir de la habitación y en el invierno, haciendo ese camino, te morías de frío”, agrega Ezequiel, que lo compara con vivir en Lagur: “Acá es como un departamento, tenés todas las comodidades”. La unidad en la que viven cuenta con dos camas, una mesa, baño propio, electrodomésticos y un patio interno.
“Al recibirnos en Lagur siento que nos dieron una oportunidad, que creyeron en nosotros, en que podíamos avanzar en algo. Confiaron y siguen confiando en que estamos creciendo como personas y buscando salir adelante”, se emociona Ezequiel. Ya viviendo en la residencia, decidió terminar el secundario y alentar a su mamá para que lo hiciera lo mismo: “Yo veía que la ponía contenta, entonces la ayudaba. Es más, dejé mis estudios en pausa por un tiempo para dedicarme a darle una mano a ella”.
“Cuando llegué a AMIA yo estaba medio loca”, dice Ana entre risas. Desde la organización, la alentaron y ayudaron a empezar el psicólogo, algo que le cambió la vida: “Era un espacio que tenía para mí sola y que no compartía con nadie”. Es más, hace unos años recuperó la relación con su hija y ahora es parte fundamental en la vida de su nieta, a quien considera “su princesa”.
La próxima meta de Ana es “arreglarse la boca” que, por diferentes problemas que tuvo, “le da vergüenza” y le impide seguir participando de las actividades que organizan para adultos mayores. Para ella, AMIA les cambió la vida: “Fue y sigue siendo una ayuda importante. No solo me ayudaron económicamente. También me escucharon, me pusieron la oreja”.
Si bien está eternamente agradecido con AMIA, Ezequiel también fantasea con el día en el que puedan mudarse y dejarle su espacio en Lagur a otra familia: “Obviamente la idea es en algún momento mudarnos, independizarnos, es algo que hablamos mucho. A mí me gusta mucho trabajar en gastronomía pero es una profesión muy mal paga. Por eso, uno de mis sueños personales es tener un local, un emprendimiento propio que me permite mudarme con mi mamá, alquilar algo y decir: ‘lo logré”.
Más información
- Desde el servicio social de AMIA se brindan diversas prestaciones y servicios con el objetivo de mejorar la calidad de vida de las familias de la comunidad. Para inscripciones o consultas podés escribir a amiasocial@amia.org.ar o al 1130105810. Para saber más, visitá su página web.