Adrián Anacleto creció en un hogar vulnerable de Laferrere; vivía en una “casita que se parecía a un galpón” y trabaja desde los 10 años; estudió Ciencias de la Computación en la UBA y fundó Epidata; “estudiar le salva la vida a tu familia”, asegura
- 5 minutos de lectura'
Lo que más recuerda Adrián Anacleto sobre su infancia, además de la pobreza en la que vivía con su familia en una casita de Laferrere, es que la gente decía que “a tal persona le había ido bien porque era un bocho”. Y él creció con esos “drivers”, sabiendo que iba a estudiar para progresar. Hoy, a los 46 años, es el CEO de Epidata, una empresa de diseño y desarrollo de software y aplicaciones que emplea a 600 personas en Argentina y otros países.
Valerio Adrián Anacleto heredó su primer nombre de su abuelo materno, pero no lo usa. Nadie en su familia terminó la escuela. Su padre José Hilario sabía leer y escribir, pero no pasó de 2° o 3° grado. Su mamá, Patricia Ferrarese, llegó de Los Cisnes, un pueblito de Córdoba con 500 habitantes, donde tampoco completó su educación.
José Hilario y Patricia trabajaban de lo que podían y construyeron su casita “parecida a un galpón” en Laferrere, al lado del arroyo Susana (que entonces no estaba entubado) y rodeada de villas. Él, su hermana Mahara y sus hermanos Sebastián y Matías iban caminando a la Escuela N°181. Tenían que cruzar el arroyo con cuidado por un puente que estaba roto.
—¿Qué pasó cuando terminaste la primaria?
—Por algún motivo que desconozco, no me anotaron en la secundaria. Supongo que como no había plata en la casa, mis padres querían que siguiera trabajando, como hacía desde los 10 años, vendiendo frutas en una feria con un matrimonio boliviano. Yo, durante ese año sin clases, con lo que ganaba en una tornería en La Tablada me pagué un curso de Computación en un instituto privado, donde me di cuenta de que tenía facilidad, mucha más que la gente grande que estudiaba conmigo.
—¿Y qué ocurrió entonces con la escuela secundaria?
—Finalmente convencí a mi mamá de que me anotara al año siguiente en el turno noche de la Escuela Técnica N°7, de Electrónica con orientación en Robótica, porque ya había juntado la plata para comprarme útiles y libros. Yo quería programar robots porque me encantaban el de la serie Muelle 56 y El auto fantástico.
—¿El secundario te despertó ganas de emprender?
—A los 14 años ya me había comprado con mi plata una computadora 286 XP y apenas terminé el secundario puse un negocio de Computación en pleno centro de Laferrere, pero vinieron solamente tres alumnos y fundí. Ya había trabajado también en un supermercado, había limpiado talleres en Pompeya, fui albañil e incluso “extra” en programas de Polka.
—¿Cómo fue la llegada a Ciencias Exactas de la UBA desde la escuela del Conurbano?
—Estoy feliz de haber seguido el consejo de mi profesora María Elena Borocielo, que estudiaba Geología en la UBA y me dijo que allí estaban los mejores docentes y estudiantes. Me anoté en Ciencias Exactas y acá encontré a los mejores, que me enseñaron a aprender, descubrir e inventar, a ser un científico de la Programación. Es muy duro, pero cuando te sentís poco, o nada, ves a los profesores y los admirás tanto que empezás a vestirte, hablar y estudiar como ellos.
—¿Cómo te sentiste en la facultad?
—En ese entonces daba la vuelta a la Capital desde Laferrere, a la ida por un lado y a la vuelta por otro (porque eran más baratos los boletos), para estudiar. Y aunque al comienzo me sentía un poco fuera de lugar por mi condición social y porque mi educación no era como la de otros alumnos que venían del Carlos Pellegrini o el Nacional Buenos Aires, enseguida la universidad pública te nivela por tu capacidad y tu estudio, y te permite progresar y superar la barrera social. Acá conocí a mis mejores amigos, a mi esposa Deborah, madre de mis hijos Magalí y Facundo, y a mis socios en la empresa.
—Entiendo entonces que no te resultó fácil la facultad…
—¡No! No es fácil estudiar. Hay que romperse el alma, pero vale la pena. Hace poco di una charla en la Villa 31, donde muchos adultos se arrepentían de no haber estudiado. Yo creo que estudiar es fundamental, ya sea carreras largas o cortas, porque le salva la vida a tu familia. Sin universidad pública, personas como yo jamás llegarían a ser CEO de una empresa que emplea a 600 personas.
—Contanos de tu empresa
—Seis meses después de mi graduación en Ciencias de la Computación, en 2003, inicié una empresa llamada Epidata con dos socios, a quienes hace tiempo les compré su parte. La empresa hace lo que llamamos outsourcing de innovación, se dedica a brindar servicios de diseño y desarrollo de software, modernización de aplicaciones, RPA, aprendizaje automático y Big Data. Sus soluciones transforman negocios, optimizan operaciones y generan mejores experiencias digitales para clientes (grandes firmas de la banca, telecomunicaciones, tecnología, retail y salud) y colaboradores.
—¿Cómo sentís que devolvés todo lo que te dio la educación pública?
—En primer lugar, cuando fui profesor, traté de ser el mejor y creo que lo era, para transmitir todo lo que sabía. En segundo lugar, siempre trato de capacitar en nuestros programas de inserción laboral y dar trabajo sin sesgar a las personas: todas tienen la misma oportunidad, incluso las que menos chances tienen en otros lugares. Yo no me olvido que a mí no me tomaban en algunas compañías porque tenía el pelo largo por la cintura y me decían “Indio”. Pero en mi empresa eso no pasa. Y por último, trato de transmitir los valores y la felicidad que me brindaron durante mi formación a todos quienes trabajan conmigo, que ya son 600 personas en nuestro país, Uruguay, Chile, Colombia, Perú, México y Estados Unidos.