Hay un antes y un después de la pandemia en la vida de todos. Millones de argentinos están transitando este período por caminos que jamás hubieran imaginado. Antes de la cuarentena eran trabajadores, emprendedores, pequeños empresarios que engrosaban las filas de la clase media. Ahora, tras haber pasado un mes confinados en sus casas y sin saber cuándo podrán volver a trabajar, deben ingeniárselas para que el poco dinero que les queda –en caso de que les quede– les alcance para comer y solventar otras necesidades básicas.
Muchos debieron recortar gastos que antes consideraban fundamentales y hoy se volvieron prescindibles, como el wifi de sus casas, el abono del celular y hasta la obra social. Incluso, en algunas familias la dieta se hizo más austera y, en ocasiones, se come menos veces por día. En no pocos hogares han comenzado a acumularse las deudas: dejan de pagar el alquiler y las facturas de los servicios básicos, esperando tiempos mejores. Y cuando ya no queda dinero, deben recorrer los diferentes caminos del asistencialismo: ir a comedores o merenderos, pedir bolsones de comida o tramitar algún tipo de subsidio, como el Ingreso Familiar de Emergencia.
Antes de que estallara la pandemia, los últimos datos del Indec marcaban que un 38% de la población vivía en la pobreza. Algunos especialistas, como Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social Argentina, estiman que la mayor parte de ese segmento terminará el aislamiento siendo todavía más pobre. Pero los pronósticos no terminan ahí: también se prevé que, durante la cuarentena, alrededor de un 10% de la clase media caiga en la pobreza, una situación que será más o menos pasajera según la manera en que se gestione este tiempo de aislamiento.
En ese sentido, el Gobierno anunció esta semana una ampliación del paquete de ayuda económica orientada a los trabajadores y las pymes. El programa de Asistencia al Trabajo y la Producción incluye diferentes medidas, como el pago de hasta el 50% del salario de los empleados de compañías que se hayan visto perjudicadas por la pandemia, o el aumento del seguro de desempleo de 6.000 a 10.000 pesos. Por otra parte, se ofrecerán créditos a tasa cero para monotributistas y reducciones en el pago de las contribuciones patronales para empresas afectadas, con una simplificación de los requisitos para acceder a tales beneficios. Habrá que esperar un tiempo para ver qué impacto concreto tienen.
"Están asesinando a la clase media"
Marcelo Solano es técnico electrónico industrial. Vive en San Francisco, Córdoba, un polo industrial caracterizado por la alta presencia de pymes. "Hasta la primera semana de la cuarentena, algo se movía de la economía. Pero, a partir de la extensión del aislamiento, se paró todo. Los cheques empezaron a venir rebotados. El Gobierno no tuvo en cuenta a la clase trabajadora en todo esto. Están asesinando a la clase media", se lamenta Solano.
Este hombre de 53 años, especializado en arreglar maquinaria industrial y en modernizar aparatos obsoletos, reconoce que la cuarentena no lo agarró en su mejor momento. "Veníamos sufriendo una crisis importante que, en mi caso, había significado una merma de clientes, al punto de tener que bajarme de categoría en el monotributo por esa baja en la facturación. Pero me encontraba estable y podía pagar todos mis gastos fijos: alquiler, impuestos, el celular, la obra social y hasta el contador", recuerda.
Ahora tuvo que recortar todo lo posible y empezar a endeudarse con el resto. "Mi prioridad es la alimentación. Ya corté el teléfono fijo, el wifi y tuve que dar de baja la obra social, lamentablemente. A los propietarios de la casa en donde alquilo les dije que tenía dos opciones: o les pagaba y no comía, o comía y no les pagaba. Me dijeron que no hay problema, que pueden esperarme, pero sé que me estoy endeudando. Que las facturas siguen aumentando y los intereses también", sostiene.
Hoy en día, reconoce que tiene una alimentación más austera. "Como menos variado si se quiere. Hay que armarse de un kit de supervivencia por si la cosa empeora. Así que estoy tratando de aprovisionarme con avena, legumbres, atún, alimentos no perecederos de larga duración por si pasa algo peor. No sé hasta cuándo voy a poder soportarlo porque el poco ahorro que tenía, uno se lo termina comiendo. Lo peor va a ser el frío", asegura.
En esto de prever lo que vendrá, Solano, un profesional con treinta años de trayectoria, tiene también un plan de contingencia en caso de que la cuarentena se extienda más allá de lo que den sus ahorros. "Me acerqué a Caritas. Tengo que hacer lo que jamás hubiera pensado que iba a hacer, que es salir a pedir un bolsón de comida. Pero si esto se extiende hasta septiembre, como se dice, no tengo manera de llegar sin ayuda. Voy a tener que ir a hacer cola para pedir un plato de comida. Es tristísimo", se lamenta Marcelo, quien espera con ansias el cobro del Ingreso Familiar de Emergencia.
"Hice el trámite porque estoy en la categoría B del monotributo, pero todavía no sé si me lo van a dar. Si me lo dan, lo primero que me van a descontar son las cuotas de monotributo que debo, así que me quedará un 50%. Eso va para comida, para subsistencia", asegura.
Comprar alimentos o pagar deudas
El destino que piensa darle Marcelo al subsidio, encuadra dentro de los destinos posibles que, según Agustín Salvia, tendrán esos 10.000 pesos para muchísimos de los beneficiarios. "Se van a usar para comprar alimentos, algo de salud o pagar deudas, por ejemplo, la de los colegios parroquiales a los que van sus hijos, o para tener crédito otra vez", prevé el especialista del Observatorio de la Deuda Social Argentina.
Salvia calcula que, entre ese 38% de pobres que estima el Indec, alrededor de un 6% había pertenecido hasta no hace mucho a la clase media baja, y esperaban recuperarse este año. "Son los cuentapropistas, los trabajadores independientes, los pequeños comerciantes del barrio, gente que brinda servicios de plomería, albañilería, jardinería, artesanos, peluqueros, asistentes informáticos. Segmentos informales de la economía que hasta ahora no cobraban ningún subsidio", grafica.
El escenario de la cuarentena puso a otros sectores en situación crítica. Salvia los enumera: "Las pequeñas empresas de turismo, las escuelas de danza o teatro, las personas que brindan apoyo escolar, y también los asalariados de pequeñas y medianas empresas, que están en gris, en blanco o en negro, y a los que el empleador no les pudo pagar todo el sueldo."
Los pronósticos de Salvia no son alentadores. Según el especialista, una vez que el aislamiento finalice, la recuperación de este segmento que haya caído en la pobreza no será inmediata. "El horizonte deseable sería que la pobreza se mantenga en el 38%, pero no va a ser posible. Se viene una recesión importante. Toda esta gente va a necesitar clientes que demanden sus bienes o servicios pero no va a haber plata porque el nivel de consumo terminará empobrecido", analiza.
Según el director del Observatorio de la Deuda Social Argentina, Agustín Salvia, alrededor de un 10% de la población ingresará a la pobreza durante la cuarentena
El aumento de la población que asiste a comedores y merenderos es otra muestra de que la crisis socioeconómica generada por la cuarentena está poniendo a miles de familias, quizá por primera vez, ante la imposibilidad de cubrir lo mínimo para su subsistencia. Hace pocos días, Cáritas Argentina informó haber incrementado en un 50% la asistencia alimentaria que brinda. "Este último tiempo hemos tenido que aumentar la cantidad de viandas que estábamos brindando por los efectos de la cuarentena. También ha aumentado el pedido de ayuda de las organizaciones que acompañamos y se han sumado otras más", señala el presidente de Cáritas Argentina, Monseñor Carlos Tissera.
Mil pesos para pasar toda la cuarentena
Antes de la cuarentena, Susana Vilte, una jujeña de 41 años, se dedicaba a atender el kiosco que tiene en La Boca, a tres cuadras de su casa, a ocuparse de su hijo de 10 años y a estar pendiente de las necesidades de su mamá. Ahora se instaló en el negocio. En parte para evitar tener problemas por el traslado y también por su nueva actividad pos aislamiento: cocinar en forma desinteresada –y en parte con dinero de su bolsillo– viandas para que sus clientes y vecinos tengan algo para cenar.
"Con el cierre de los negocios de la calle Caminito, mucha gente se quedó sin trabajo. Hubo patrones que les dieron 1000 pesos a sus empleados para que tiraran durante toda la cuarentena", se indigna Susana.
Fueron, justamente, esas historias las que la llevaron a ofrecer uno de sus mayores talentos según dice, que es el de cocinar para muchos con poco. "Un día vino un cliente mío que tiene un bebé a comprarme pañales sueltos y algunas cosas más. Al pagar me dijo: ‘Su, son los últimos quinientos pesos que tengo. No sé cómo voy a hacer para seguir’. Y ahí empecé a cocinar algunas viandas y, cuando me quise acordar, ya eran más de cien. Hemos llegado a repartir unas ciento sesenta. Ahora tuve que empezar a decir que no", se lamenta.
Todos los días de la semana, así sean sábados, domingos o feriados, Susana devuelve con comida los tuppers que le llevan sus clientes y vecinos. La cita es puntual a las 7 de la tarde. "Vengo de Jujuy, allá se cocina con todo. Sé que hirviendo mucho los huesos de pollo, una salsa me puede quedar sustanciosa. Para cocinar, le pido a la verdulera que me dé un poco de verdura y a la gente que viene le digo que si me trae arroz, fideos, lentejas, algo les cocino. Entonces van a pedir y me traen", explica Vilte, quien cuenta con la ayuda de algunos clientes e hijos de amigos. "Me venía manejando con mi cocina eléctrica, que es muy lenta y consume mucho. Ahora me prestaron un anafe a gas", agrega.
Según el estudio "El impacto social de la cuarentena", escrito por los investigadores del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (Cedlas) Cristian Bonavida Foschiatti y Leonardo Gasparini, la tasa de pobreza podría subir cerca de 5 puntos por efecto de la cuarentena. "Los resultados de ese ejercicio sugieren que los efectos negativos de corto plazo de la pandemia serían mayores en los estratos de menores recursos, lo que implicaría un aumento significativo de la pobreza y las brechas de ingreso en el país, aun considerando el efecto paliativo del Ingreso Familiar de Emergencia y otros bonos de ayuda social recientemente implementados", expresan los economistas en el mencionado trabajo.
Consultado por LA NACION, Gasparini considera que, en momentos tan excepcionales como éste, no son muchas las alternativas con las que cuenta el Estado para evitar el desmoronamiento económico de su población. "El camino más natural es reforzar los programas de tansferencias de ingresos, no condicionales y focalizados en los que más necesitan. Pero ante la magnitud del shock y con los apremios fiscales actuales, es difícil pensar en una política social que evite por completo los costos sociales", considera el especialista, quien no es precisamente optimista a la hora de delinear un escenario post cuarentena.
"Todo va a depender de cuánto se prolongue el riesgo de contagio. La economía se va a ir abriendo de a poco, pero en sectores y actividades en las que es posible mantener el distanciamiento. Lamentablemente, muchas de las personas vulnerables no trabajan en ese tipo de ocupaciones, por lo que el impacto negativo se va a extender por bastante tiempo", asegura.
Más miedo al hambre que a la pandemia
A una cuadra y media del kiosco de Susana Vilte funciona Casa San. Antes de la cuarentena era un centro cultural comunitario, que ofrecía una treintena de talleres, merienda, asistencia psicológica y ropero solidario para 500 chicos de la zona. Hoy es un merendero que le abre sus puertas a muchas personas no solo chicos- que, como Pablo Armando, necesitan por primera vez en sus vidas de la solidaridad de otros para poder comer.
Pablo es un fotógrafo y artesano de la zona. Antes de la cuarentena tenía un puesto en la feria de artesanos ubicada en la Vuelta de Rocha. Allí vendía cuadros y cuadernos en los que pintaba escenas típicas de La Boca. La suspensión de la feria, ocurrida unos días antes de que se estableciera la cuarentena, lo sorprendió sin ahorros suficientes para pasar este tiempo sin trabajar.
Cuenta que alquila una habitación en La Carbonería, el espacio que fue hogar del mismísimo Benito Quinquela Martín. "Podía vivir bien. Lograba incluso sustentar algunos viajes. En enero pasado hice una caminata por el Cristo Redentor. Caminar las montañas es hermoso", rememora.
Es, justamente, no poder caminar lo que le impide encontrarle la vuelta a este momento de incertidumbre. "No solo no podés trabajar sino que no podés circular. Y como artesano, si se pudiera circular, podés sacar conejos de la galera, te la rebuscás. Me encantaría tener una bici para hacer delivery. Pero como no tengo, estoy esperando a cobrar el subsidio de los 10.000 pesos para ponerme a producir barbijos con estampas y mensajes. Ese es mi pequeño plan", asegura Pablo, quien dice tenerle más miedo al hambre que a la pandemia.
Actualmente cuenta con algunos alimentos en donde vive porque recibió un bolsón de comida. Además concurre junto a dos amigos al merendero de Casa San, en donde también colabora. "Nunca antes había necesitado un subsidio o ir a comedores. Y ha habido momentos en los que tuve que salir de la nada, como en 2001. Ahora el problema es la inmovilidad. La mayoría de mis amigos artesanos está tecleando como yo", reconoce.
A Pablo lo tranquiliza saber que, aunque no puede pagar por su techo, lo tiene, por el momento, asegurado. "El dueño de la pieza me dijo que me va a esperar lo que sea necesario. Además, sé que hay un decreto que prohíbe los desalojos hasta septiembre, lo que me parece bien porque quedarse sin techo durante una pandemia me parecería bastante contradictorio", sostiene.
Enamorado de La Boca, Pablo agradece que la cuarentena lo haya encontrado en este barrio. "Aquí vive gente muy trabajadora, que no se está bajando de un estatus muy alto para vivir esto. Todavía te cruzás con personas que te sonríen y te saludan. Aunque el otro día me contaron de una vecina que se quería tirar del balcón. Yo creo que van a tener que flexibilizar las restricciones sobre quién puede salir a trabajar. Uno tiene que poder elegir cómo quiere morir. Y yo preferiría morir trabajando."
Cómo colaborar:
Casa San: Banco Ciudad de Buenos Aires, Titular: Fundación CasaSan, CBU: 0290066700000000139182, CUIT: 30-71594710-9. También cuenta con la posibilidad de comprar productos de primera necesidad que se utilizan en el merendero. Consultas: fundacioncasasan@gmail.com
Susana Vilte: su kiosco queda en Olavarría 974, en La Boca, y su celular es: 11-5425-4208