Sin proyectos personales: a cada vez más argentinos les cuesta pensarse más allá del día a día
Según un informe que se presentó hoy, en 2020, el malestar psicológico afectó a casi un cuarto de la población urbana del país, impactando en los proyectos personales; en los sectores más vulnerables, los índices se triplican y las jefas de hogar fueron las más afectadas
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La pava eléctrica fue la gota que rebalsó el vaso. María la había comprado ahorrando hasta el último peso y, cuando se rompió menos de dos semanas después de tenerla, la angustia y el estrés acumulado explotaron en forma de llanto: “¡Ayyy, por qué todo me tiene que pasar a mí!”, dijo en voz alta agarrándose la cabeza. Tiene 31 años y es madre soltera de Ayelén (10) y Celeste (4). Viven en la villa 21-24 de Barracas y María no tiene a nadie que la ayude con todo lo que implica sostener un hogar con dos niñas pequeñas. En el barrio no viven otros parientes y el padre de las chicas colabora “poco y nada”.
Cuando a María se le pregunta por sus proyectos a futuro, se queda en silencio. Tras una pausa que parece interminable, responde: “Pienso en el día a día, porque sin un trabajo no se puede planear nada”. Terminar el secundario y arreglar su casita de material, hoy suena a ciencia ficción. “Durante la pandemia todo se complicó más todavía. Había días que tenía ganas de salir corriendo de la angustia, porque veía a mis hijas y tenía que buscar la manera de sacar de donde sea las cosas para vivir”, cuenta la mujer.
Como en su caso, la ausencia de proyectos personales y el malestar psicológico (como los sentimientos de desesperanza, tristeza y nerviosismo), son problemáticas que en 2020 alcanzaron, respectivamente, al 16% y al 23,6% de la población urbana del país, los niveles más altos de la última década. Lo mismo ocurrió con el sentirse “poco a nada feliz”, sensación que manifestó el 14,5% de los encuestados. Los más afectados fueron siempre los sectores vulnerados en el acceso a derechos, que en algunos indicadores triplican o quintuplican a los estratos más privilegiados. Por otro lado, quienes presentaron mayor prevalencia de falta de proyectos personales y sintomatología ansiosa y depresiva, fueron las jefas de hogares monoparentales, como María, en los que hay inseguridad alimentaria (es decir, que tuvieron que reducir las porciones de comidas o pasaron hambre).
Los datos se desprenden del documento estadístico “Privaciones estructurales en el desarrollo humano. Argentina urbana 2010-2020 bajo el escenario del Covid-19”, que presentará hoy el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la UCA y al que LA NACION accedió en exclusiva. El informe echa luz sobre cómo, más allá de las características particulares de la pandemia, la desigualdad en los recursos psicosociales, entre otros indicadores, se relaciona fuertemente con condiciones estructurales como el nivel socioeconómico y educativo, la inserción laboral o la jefatura del hogar.
Solange Rodríguez Espínola, coordinadora del estudio, explica que la ausencia de proyectos personales se triplica en los niveles y estratos socioeconómicos y ocupacionales más bajos con respecto a los estratos medios y los niveles socioeconómicos más altos. Mientras que alcanza alrededor del 20% de las personas pobres y de los que no completaron el secundario, ronda el 13% en quienes están sobre la línea de la pobreza y completaron su escolaridad. Por otro lado, el percibirse a uno mismo como infeliz es casi cinco veces más frecuente en aquellos que pertenecen a un estrato bajo marginal que en los que se encuentran en los estratos más acomodados, como el medio profesional: 24,4% contra el 5,1%. “El tener o no proyectos personales y el sentirse o no feliz, están fuertemente relacionados”, analiza Rodríguez Espínola.
"La ausencia de proyectos personales se triplica en los niveles y estratos socioeconómicos y ocupacionales más bajos con respecto a los estratos medios y los niveles socioeconómicos más altos. Por otro lado, el percibirse como infeliz es casi cinco veces más frecuente."
Solange Rodríguez Espínola, coordinadora del informe del ODSA
Como era de esperarse, la inseguridad alimentaria pesa fuerte. “No poder alimentar a la familia o haber tenido que reducir las porciones de alimentos a algunos de los miembros del hogar, ha sido una situación que se asocia a sintomatología ansiosa y depresiva”, subraya Rodríguez Espínola.
“No se puede planear nada”
María describe la época de la cuarentena más estricta como una pesadilla que sigue a flor de piel: “No había lugar en ningún comedor de la zona y había que hacer malabares para que no faltara la comida. Además tenía mucho miedo al contagio. Estoy sola son las nenas y si me enfermaba, ¿qué iba a hacer?”, se pregunta. Sin embargo, aclara que sus preocupaciones vienen de mucho antes y que “cuando pase todo esto, van a seguir”.
Antes de que naciera Celeste, trabajaba como empleada doméstica, pero con dos hijas y sin ninguna ayuda, tuvo que dedicarse de lleno a las tareas de la casa. Garantizar la comida y que las chicas estudien es su principal preocupación. Se las rebuscan con lo que reciben las niñas por la Asignación Universal Por Hijo (AUH) y, durante un tiempo, la mercadería que entregaban en la escuela, como fideos o arroz, fue un apoyo clave.
En algún momento −“cuando se pueda”, aclara−, le gustaría terminar el secundario y mejorar su casita, que construyó con mucho esfuerzo tras trabajar nueve años en una casa de familia. Su principal objetivo a corto plazo es conseguir un trabajo, algo que hasta hace poquito parecía imposible, pero ahora no tanto: no solo Ayelén retomó las clases presenciales semana por medio, sino que Celeste empezó a ir, todos los días, al Espacio de Primera Infancia de la Misión P. Pepe. Autogestionado por vecinos, se sustenta con donaciones de particulares y nació para darle una respuesta a familias que no conseguían vacantes para sus pequeños y que necesitan de esa contención fundamental para poder trabajar. Van 75 chicas y chicos de 2 a 4 años y, además de hacer actividades didácticas y recreativas, desayunan, almuerzan y meriendan.
Mirna Florentín es referente comunitaria de la villa 21-24 y de la Asociación Civil Padre Pepe, de la que depende, entre otros, el espacio de primera infancia, dos comedores con menú convencional y uno para personas con enfermedades crónicas como diabetes o hipertensión. “La pandemia azotó con fuerza a las familias que asistimos, que fueron el blanco principal de todo esto. El impacto emocional fue enorme, ni hablar en las jefas de hogar, en las familias numerosas y en las monoparentales. Con las vacunas bajó un poco la angustia, pero a nivel económico no cambió: es una problemática estructural”, sostiene Florentín.
Sobre el espacio de primera infancia, cuenta: “Es muy importante que esté dentro del barrio, porque ‘quedate en tu casa’, en las villas es ‘quedate en tu barrio’. Poder llevar adelante una acción comunitaria y contener a las niñas y los niños, equivale para muchas familias a la posibilidad de acceder a un espacio laboral”. Con respecto a la posibilidad de pensar a futuro, Florentín asegura que hubo un “paréntesis muy importante” durante la pandemia: “Se puso en primer plano la cuestión económica y el cuidado sanitario, y después la realización personal. Conozco a muchos jóvenes que tuvieron que dejar sus estudios porque tienen familias que mantener”.
"Se puso en primer plano la cuestión económica y el cuidado sanitario, y después la realización personal. Conozco a muchos jóvenes que tuvieron que dejar sus estudios porque tienen familias que mantener."
Mirna Florentín, referente de la villa 21-24 de Barracas
Que le abrieran las puertas de par en par en el espacio de primera infancia, para María fue una bocanada de aire fresco. “Me puse recontenta porque Celeste ahora puede ir a un lugar donde aprende. Las seños son muy amables, muy cariñosas, me contienen y ayudan”, dice la mujer, para quien la red de contención que encontró allí es invalorable.
Organización vecinal
La organización entre vecinos para dar una respuesta rápida a los desafíos que se multiplicaron en el contexto de la pandemia jugó un rol fundamental. Desde TECHO Argentina lanzaron, con fondos del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación (a través del Programa de Integración Socio Urbana), y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), acciones en 15 barrios populares de distintas provincias con el fin de mitigar los efectos del COVID 19 por el lapso de tres meses. Se alcanzó a más de 2200 familias de sectores vulnerados.
Entre otros ejes de trabajo, se conformaron cuadrillas sanitarias que mantuvieron a los vecinos informados y entregaron kits de higiene; se construyeron tanques de agua comunitarios; se apoyaron emprendimientos productivos y se establecieron postas sanitarias, puntos de apoyo escolar y de acceso a Internet. “Se propuso un proyecto que mitigue los efectos de la pandemia sobre un territorio que estructuralmente vive en condiciones de mayor vulnerabilidad en relación con la ciudad formal”, resume Francisco Del Pino, director regional de TECHO en Buenos Aires.
Del Pino sostiene que la incertidumbre de los primeros meses de la pandemia, vinculada sobre todo “a que había mucho cruce de información”, generó una “inestabilidad psicológica muy fuerte”. Coincide con Florentín en que el impacto en las familias con inseguridad alimentaria, cuyas hijas o hijos no podrían acceder a la escolaridad virtual por falta dispositivos o conexión a Internet, y donde los jefes o jefas de hogar se veían imposibilitadas de salir a trabajar, se sintió con fuerza.
“El tener niñas o niños a cargo y no poder garantizar un plato de comida fue para esas madres sumamente estresante. Muchas referentes barriales se pusieron al hombro ollas comunitarias, sacando dinero de sus propios bolsillos”, describe el referente de TECHO. Y agrega: “Proyectos familiares como arreglar la casa, terminar la habitación de un hijo o lo que fuera, todo se dedicó a asegurar el plato de comida y, muchas veces, incluso no se pudo asegurar. El no saber si mañana no vas a tener para comer te afecta por todos lados”.
"Proyectos familiares como arreglar la casa, terminar la habitación de un hijo o lo que fuera, todo se dedicó a asegurar el plato de comida y, muchas veces, incluso no se pudo asegurar. El no saber si mañana no vas a tener para comer te afecta por todos lados"
Francisco Del Pino, director regional de TECHO Buenos Aires
María todavía no pudo comprar una pava eléctrica nueva. Cada vez que tiene que calentar agua y se les está por terminar el gas de la garrafa (con suerte, dura un mes), sufre pensando en que se irán otros 600 pesos. La esperanza está puesta en poder encontrar un trabajo y que las chicas estudien: “Siempre les digo que tienen que terminar la escuela y ser algo en la vida, para que no pasen lo que estoy pasando yo ahora”, dice. Y, tras un silencio, repite: “Siempre se los digo”.
Cómo colaborar
Espacio de Primera Infancia de la Misión P. Pepe, Villa 21-24 de Barracas: Para poder seguir fortaleciendo el espacio, necesitan mesas y sillitas “antigolpes” para 75 niñas y niños, dos cambiadores de pared y juegos didácticos para deambuladores y para estimular la psicomotricidad. Además, materiales didácticos como crayones, temperas, pinceles, espumas, rollos de papel, etc; y juegos de plaza infantiles (tobogán, calesita, arcos, aros de encestar, entre otros). Por otro lado, tienen una cuenta bancaria para quien desee hacer una colaboración por ese medio: Nombre de la cuenta: ASOC. CIVIL Y CPCPP DE LA SIERRA, CBU 0290042-11000004268062-5 Banco Ciudad de Buenos Aires Cta nº 4-042-0200426806-2, CUIT 30-71351070-6, Alias: TACHA.MARCHA.TENIS. Más información: amigosdelpadrepepe@yahoo.com.ar
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