Empleo doméstico: siguió lo que parecía un simple consejo y rompió un mandato social de dos generaciones
Si bien es un oficio que suele pasar de madre a hijas, la educación permite quebrar esa herencia, según señala un informe de Fundar; la abuela y la madre de Gimena trabajaron en casas de familia, pero ella logró la tan buscada “movilidad social”
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Las 20 personas esperaban por Gimena afuera de la facultad. La abuela, que trabajó toda su vida como empleada doméstica y en su retiro la cuidaba y la llevaba todos los días al colegio, repartió harina y papel picado. La madre, también trabajadora en casas de familia, que viajaba dos horas de ida y vuelta y la retiraba de la escuela por la tarde para compartir lo poco que restaba del día, la pensó de niña y adolescente: “Siempre con tanto carácter, nuestra defensora de pobres y ausentes, delegada de su curso”.
Gimena estaba por recibir su título de abogada y a su madre y a su abuela, como al resto de los familiares que la esperaban en la vereda de la Faculta de Derecho de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, no les cabía el orgullo en el pecho. Sería la primera universitaria de la familia y también, la primera que rompería la herencia laboral de dos generaciones que ayudaron a la economía del hogar con un oficio en el que hoy se emplea al 15% de las mujeres ocupadas del país.
“Ser empleada doméstica es un trabajo digno, como cualquier otro. Pero siempre le inculqué a mi hija que estudiara. Quería que tuviera más herramientas que yo para defenderse en la vida. Yo terminé la secundaria, mi marido no. Los dos tuvimos que trabajar desde muy jóvenes y los padres siempre queremos que nuestros hijos sean mejores y estén mejor que nosotros”, dice a LA NACION Mirtha Salvatierra sobre su hija Gimena Paredes, de 28 años, vecina de Lomas de Zamora y quien hoy es parte de un estudio de abogados en Capital Federal.
Lo que rompió la herencia laboral, es decir, lo que logró esa movilidad social después de dos generaciones, no solo fue el estímulo de la madre y el padre hacia su hija, sino también la posibilidad del acceso a una educación.
Esto es lo que refleja un estudio realizado por la organización Fundar sobre movilidad social y que se basa en la Encuesta Nacional de Estructura Social (ENES). De acuerdo con el informe, la incorporación de las mujeres al empleo doméstico “se transmite de madres a hijas” por lo que “las hijas de trabajadoras del servicio doméstico tienen una probabilidad mayor al promedio de adoptar ese oficio”.
No obstante, los autores, Martín Trombetta y María Fernanda Villafañe, destacan un dato clave del relevamiento que realizaron: “Si las hijas acceden a cierto nivel de instrucción, esa herencia desaparece”.
La historia de una abuela, una madre y una hija
Justa, la abuela de Gimena, llegó desde Santiago del Estero a Buenos Aires junto a su marido y sus hijos en los ´60. Eran una familia numerosa así que mientras su marido trabajaba como operario, ella comenzó a trabajar en casas de familia.
“Mis padres nos dieron todo, pero el estudio no era lo principal en esa época. Terminé la secundaria con ganas de ser profesora de matemáticas, pero había que trabajar”, cuenta Mirtha, hija de Justa y mamá de Gimena. El primer trabajo de Mirtha fue de operaria en una imprenta. Allí conoció a su marido. Trabajaba 12 horas, de 6 de la mañana a 6 de la tarde. “Era una locura, pero eso logró que tengamos nuestra casa”, explica.
Cuando nació el hermano mayor de Gimena, Mirtha dejó su trabajo para dedicarse a su hijo y más tarde a la pequeña. “A mis dos años ella volvió a trabajar porque no alcanzaba con el salario de mi papá” continúa la historia familiar Gimena.
“Comenzó a trabajar de empleada doméstica en Palermo y en Recoleta, gracias a unos contactos de mi abuela. Viajaba dos horas desde Lomas. Mi abuela me cuidaba y me llevaba al colegio. Me retiraba mi mamá a las 17, así que solo la veía en la merienda y la cena”, dice la joven sobre Mirtha, que hace 26 años trabaja con una familia y hace 20, con una segunda, ambas en Capital Federal. Actualmente, Mirtha está registrada como empleada doméstica.
En la Argentina hay alrededor de un millón de trabajadoras domésticas. De ellas, el 70% es de bajos recursos y solo el 30% recibe aportes por su trabajo, según indica una investigación de las periodistas Camila Bretón, Carolina Cattaneo, Dolores Caviglia y Lina Vargas en el libro “Puertas Adentro”.
Si bien el empleo doméstico es una posibilidad de inserción laboral para las mujeres que poseen bajos recursos, no suele ser una plataforma para que consigan otro tipo de empleos mejor pagos, por lo que no se puede hablar en ese sentido de movilidad social, explica la socióloga Ania Tizziani desde un informe del Conicet de 2011.
Desde la investigación volcada en el libro “Puertas Adentro”, se informa que en la Argentina, las trabajadoras domésticas ganan la sexta parte de lo que percibe el resto de las asalariadas. De acuerdo a las paritarias determinadas para marzo de 2024, cobran entre $1900 y $2600 la hora, según la categoría y tareas que realicen.
La posibilidad de acceder a la educación
“En las sociedades más desarrolladas hay más movilidad y más igualdad. Esto origina igual acceso a la calidad del trabajo, la educación y la salud, derechos que el Estado debe garantizar justamente por el desarrollo del país”, detalla a LA NACION Trombetta basado en el estudio de Fundar.
“Terminé el secundario y tuve el apoyo de mis padres para iniciar mi carrera universitaria y dedicarme un 100 porciento al estudio”, cuenta Gimena, que supo que le gustaba el Derecho gracias a una profesora de su colegio que era abogada y que le habló sobre esa carrera al verla al frente de su curso como delegada. Al terminar el sexto año se anotó en la facultad de su ciudad.
“La universidad pública era la única forma que yo tenía de acceder a una educación universitaria. Era imposible para mis papás costear la cuota de una privada. Al año comencé a trabajar en un estudio de abogados como administrativa, y como era de media jornada, tampoco la podría haber solventado yo misma”, explica la joven.
“No me arrepiento en absoluto. Ahí se ven distintas realidades, desde chicos que solo estudian hasta mujeres que son madres que cursan, trabajaban, y encima se ocupan de la casa”, afirma.
Si bien la carrera se le hizo cuesta arriba, ya que cursaba a las 7 de la mañana y después viajaba dos horas al trabajo y volvía a casa a las 21, trató de no desanimarse. “Me dije ´tardaré más, pero voy a llegar a mi meta”, resume Gimena y aclara: “No necesitaba trabajar, pero aprendía mucho en el trabajo. La facultad da la teoría, no el oficio”.
Mirtha y Gimena hablan del esfuerzo y las oportunidades. “Hay mucha estigmatización en el empleo doméstico, te ven como si una no supiera nada. Pero yo sí sabía que el estudio tenía que ser el camino para mi hija. Pasaron dos años de su graduación y no puedo evitar decirle a todo el mundo que es abogada, estoy orgullosa porque ella se sacrificó mucho”, cuenta.
“Yo soy la que está orgullosa de mi mamá. Mi papá también trabajaba todo el día. Ellos fueron mi ejemplo, toda la vida laburadores”, devuelve Gimena, que recuerda el día en el que le dieron el título, y en medio del acto de colación, lloró de emoción al verlos llorando.