CORRIENTES
-Ahora que sabés lo que implica, ¿hubieras esperado más para tener a tu hija?
-No, porque me enseñó muchas cosas. Un hijo no es una traba para tu futuro. Si antes tenía en claro lo que quería, ahora lo tengo mucho más. Cuando tenés un hijo, ya no se puede boludear.
La que responde con voz entrecortada es Jennifer Araujo, una chica de 21 años que nació en el seno de una familia muy humilde, en el Barrio Purayuí, en la capital de Corrientes. Sentada en la cama de la casita de material que se está construyendo poco a poco, le cuesta hablar de todas las discriminaciones que tuvo que atravesar desde que tuvo a Valentina, hace dos años y medio. En el barrio, en la escuela, e incluso en su propia familia.
"A mí siempre me decían que un hijo te arruina la vida pero para mí si vos querés y tenés ayuda, podés. Es simple. Yo quedé embarazada, terminé la escuela, conseguí un trabajo, quiero estudiar. Levanté sola mi casa y no tengo un plan social que me ayude", dice Jennifer, con lágrimas de satisfacción en los ojos.
Con mucho esfuerzo, terminó la escuela siendo escolta, tiene un trabajo en blanco y se desvive por darle un presente digno a su hija. Ella es una de las tantas madres adolescentes de contextos vulnerables que rompen con el prejuicio que tiene el 46% de los argentinos que es creer que los pobres suelen tener más hijos para cobrar los planes, según un relevamiento nacional de la consultora Voices! de este año.
Las cifras oficiales del Anses sobre cuál es el perfil de las beneficiarias de la Asignación Universal por Hijo (AUH) también desmienten esta creencia. El promedio de hijos es de 1,7 (mas de la mitad tiene solo un hjjo) y el 47,4% de las mujeres trabaja.
Gracias al apoyo de su familia, de algunos docentes y de la Fundación Cruzada Argentina, pudo ir consiguiendo cada uno de los objetivos que se había propuesto. Su historia de lucha integra la cuarta entrega de Redes Invisibles, un proyecto de LA NACION que apunta a demostrar cómo los prejuicios limitan las posibilidades de futuro de los jóvenes de contextos más vulnerables y profundizan su situación de exclusión. Y que también cuando aparecen personas y organizaciones les dan las oportunidades que se merecen y los acompañan, estos chicos logran romper con el círculo de la pobreza.
A Jennifer su maternidad precoz la catapultó a la madurez sin escalas. Desde que nació Valentina, empezó a guardar todas las monedas que conseguía en un botellón de cinco litros de agua mineral. "Trato de ahorrar la mayor cantidad posible porque siempre las monedas se pierden o se tiran. Y yo se que esto después se transforma en billetes. Lo uso para cualquier emergencia", cuenta Jennifer sobre sus estrategias de supervivencia, temblando de frío porque es invierno y ella no tiene campera. "Con el próximo sueldo me voy a comprar una. Lo importante es que Valen tiene la suya", dice.
Ya no está más sola. Ahora tiene una vida en sus manos. Y eso implica sacrificios. "Lo que veo es que las madres adolescentes se vuelven más responsables, porque saben que si no se reciben y tienen un título, ¿quién se va a hacer cargo de esa criatura? Y priorizan el terminar la secundaria para poder salir adelante", dice Martín Temporeti, uno de los docentes que más la acompañó durante su embarazo.
Valentina tiene dos años y medio y es un torbellino de energía. Con su pullover fuxsia y dos colitas de pompones blancos en el pelo, reclama atención permanente. Jennifer no pierde la paciencia y por momentos interrumpe la grabación para jugar un rato con ella, prepararle la mamadera o cambiarle los pañales.
Jennifer nació en un contexto muy pobre. De chiquita se tuvo que enfrentar al estigma de ser parte de una familia de "carreros" (su papá y sus hermanos trabajan repartiendo materiales de construcción con un carro tirado por un caballo) y de que su papá entrara y saliera de la cárcel por diferentes causas. Por este motivo, se perdió el nacimiento de su nieta. Desde el 29 de marzo de este año está preso porque tuvo una pelea con los vecinos.
"Nosotros somos carreros y siempre nos acusan de las cosas que pasan acá", dice Jennifer angustiada. Es la mayor de cuatro hermanos a los que sus padres siempre les enseñaron el valor por el estudio y el trabajo. Su papá no terminó la escuela primaria y a duras penas sabe leer y escribir, pero era el que todas las tardes cuando volvían de la escuela, los sentaba a hacer la tarea. "Él sabe lo básico pero hacía que nos controlaba a ver si la habíamos hecho bien", recuerda emocionada Jennifer, mientras su hija que está a upa juega con sus anteojos. La sienta en una sillita rosa de plástico y se ponen a preparar juntas un picnic de fantasía.
Raquel Bruzzo, su mamá, es la que siempre machacó a sus hijos sobre la importancia de estudiar. Ella pudo terminar el secundario e hizo el intento de estudiar para ser contadora en Chaco. Pero no pudo continuar por falta de recursos y se dedicó a ser empeada doméstica para poder alimentar a sus hijos. "Cuando me dijo que estaba embarazada fue un baldazo de agua fría pero de a poco lo fuimos aceptando. Tenía miedo de que dejara la escuela y se juntara con su pareja. O se fuera a trabajar de empleada doméstica. Pero se manejó bastante bien y siempre la siguió peleando", dice Raquel. Para Jennifer, su mamá es el pilar más solido en su vida. "Siempre fue un apoyo incondicional. Mi mamá es todo", Jennifer.
Su realidad es la de muchas chicas que quedan embarazadas durante la adolescencia y tienen que enfrentarse a ese desafío. Jennifer era buena alumna, jugaba al fútbol y siempre fue líder en sus grupos de amigos. "Hace tres años estaba en un partido de fútbol frente al arco y vomité todo. Ahí me di cuenta de que estaba embarazada. ¿Cómo no le iba a pegar a la pelota?", cuenta Jennifer, entre risas.
Estaba de novia hacía unos meses y habían decidido no cuidarse. "Que sea lo que Dios quiera", dijeron con su pareja. Igual el embarazo la tomó por sorpresa. Su vida dio un vuelco. Al principio todo fue miedo e incertidumbre. "Costó mucho ser madre joven porque había muchos obstáculos y discriminación. Tenía un temor fatal de no saber qué hacer, cómo cuidarla. Es mucha responsabilidad y hay que tener muchas ganas. Lo más difícil es tratar de que no le falte nada", resume Jennifer.
Por eso destaca el acompañamiento de su mejor amiga, compañera de fútbol y madrina de Valentina, Yamila Fut. "Ella es una persona muy desafiante, le gustan las mujeres y sufrió mucha discriminación por eso. Yo estuve durante todo su proceso de cambio y ella estuvo en el mío. No fue como con otras compañeras que decían que eran mis amigas y después me dejaron de lado", señala Jennifer.
Arrancó el último año del colegio a punto de parir. Valentina nació prematura en abril y tuvo que estar un mes internada en el hospital. Jennifer estuvo todo ese tiempo sin ir a la escuela, pero los profesores María Eugenia Fleitas y Martín Temporeti la ayudaron para conseguir los apuntes y las tareas para que no se atrasara. "Ella tenía miedo sobre el momento en que tuviera a la bebé, si iba a poder seguir en el colegio. Mientras no pudo venir, retiraba el material en la escuela y lo hacía en la casa", señala Fleitas.
En el colegio – más allá de un altercado con una de las preceptoras – todos sus compañeros y docentes la ayudaban cuidando o hamacando a Valentina mientras no dormía. "Costaba un poco estudiar pero no era tan difícil porque ella era muy tranquila. Como en casa ella era más inquieta, venía temprano a la escuela para poder avanzar con la tarea", recuerda Jennifer.
Un día que ella faltó a la escuela, integrantes de la Fundación Cruzada Argentina – que implementan la metodología de la Fundación Forge en Corrientes y Chaco - fueron a contarle a los alumnos del último año sobre su programa de capacitación dirigido a que jóvenes como ellos pudieran ingresar al mercado formal de trabajo.
Jennifer se enteró que algunos compañeros habían arrancado el curso y no quiso perderse esa oportunidad. Al otro día se presentó con su hija de dos meses y su hermana a la fundación para pedir que le dieran un cupo. "Dijo que quería ser parte del programa y que había venido con la hermana para que le cuidara a la criatura así ya podía arrancar ese mismo día. Casi no faltó ni con la lluvia, ni con el calor, el paro de colectivo y mucho menos por la escuela", recuerda Marcelo Velázquez, director ejecutivo de la Fundación Cruzada Argentina, sobre su enorme fuerza de voluntad.
Su tutora y la persona que le hizo el seguimiento cuerpo a cuerpo hasta que consiguió el trabajo en Mostaza hace ocho meses fue Erika Fogar. Hoy Jennifer trabaja de lunes a viernes desde las 18 hasta el cierre del local, mientras Valentina queda al cuidado de su abuela. Su sueldo es de alrededor de $7000 por mes pero está aprovechando para hacer la mayor cantidad de horas extras para poder terminar su casa. Tiene obra social y cobra $2500 de asignación familiar.
"Acá siempre se repite que nadie quiere trabajar y yo te aseguro que si vos bajás un poco los prejuicios vas a encontrar un montón de jóvenes con ganas de trabajar, responsables, que necesitan el trabajo y con los que podés formar un equipo formidable. Tienen objetivos, sueños que alcanzar y se van a comprometer con cualquier lugar que les permita alcanzar esos sueños", señala Erika convencida.
En este momento Jennifer está separada de Franco, el papá de Valentina, y vive en la casa de sus padres. Todas las mañanas las dedica a limpiar y seguir equipando su propia casa que queda a cinco cuadras. Por ahora solo tiene la habitación, los muebles y un horno eléctrico. El próximo sueño es poder terminar el baño.
"El sueldo me alcanza apenas para mantener a la nena. El papá no llega a ayudarme porque no tiene trabajo. Yo saqué un préstamo en la ANSES para poder comprarme los ladrillos y el piso. Lo urgente es tener el baño, después seguirá la cocina y el comedor", cuenta Jennifer entusiasmada.
Cuando su hija esté más grande, le gustaría intentar estudiar derecho para defender a las personas que tienen menos acceso a la justicia. "Es un recurso muy caro. Ahora, por ejemplo, nosotros no tenemos plata para pagar un buen abogado para sacar a mi papá de la cárcel", dice.
Jennifer sabe que sin la red de personas que la ayudaron, no habría llegado tan lejos. "A veces uno dice "no puedo sola". Si no tenes apoyo es como que te cuesta más. Pero necesitás que alguien te ayude y te de un empujoncito. Que te diga: "Probalo", dice emocionada.
Todo lo que hace es para educar con el ejemplo a su hija y poder darle todo lo que necesita. "Ella va a ser muy fuerte. Y yo le quiero dejar la enseñanza de que aunque uno tenga mucha gente en contra, se puede salir adelante. Y que si uno estudia, puede ser alguien", concluye Jennifer.
SUMATE A REDES INVISIBLES
Acercate a la Fundación Forge y se parte de que otros jóvenes como Jennifer puedan conseguir un empleo de calidad. Podés hacerlo aportando dinero o sumándote a su red de empresas que contratan a jóvenes egresados del programa.
Contacto: +54911-3040-4936
UNA CASA PARA JENNIFER
Si querés ayudar a Jennifer a terminar su casa y su baño, podés comunicarte con Marcelo Velázquez, director de Fundación Cruzada Argentina al +549362-483-9881 o por mail al marcelo.velazquez@cruzadaargentina.org.ar