Semana del prematuro: la vida después de nacer con 700 gramos en primera persona
Mis padres se separaron hace nueve años. Como yo estaba en la edad del pavo, solo me importaba una cosa: el recibir doble regalo el día de mi cumpleaños. Pero el tiempo no me dio la razón.
Hasta que logró asentarse, mi papá nos llevó a conocer –a mi hermana y a mí– casi todos los barrios de la Capital. Se mudaba de casa en casa. Era un padre nómade, soltero y de alguna manera, prematuro.
La mayor parte de mi vida, entonces, la viví –y la vivo– en la casa de mi mamá con mi hermana mayor. Criarse y convivir entre dos mujeres que se prestan ropa, que van y vienen con cremas en la cara, donde suenan los teléfonos a cualquier hora y te piden opiniones de vestuario, en cierto punto, se volvió una fuente de inspiración para la escritura. Lo admito: más de una vez les terminé preguntando si mi remera combinaba con el resto del conjunto.
Hace unas semanas, me topé con un caos en el pasillo de mi casa. Ropa tirada en el piso, cajas y videograbadoras de los noventa. Lo entendí al segundo: mamá estaba haciendo orden. "Limpieza de todo", repetía. "Vos tampoco zafás", me dijo.
Ellas amontonaban ropa y zapatillas que ya no usaban, y que otras personas le darían más uso y valor. Yo cerré la puerta de mi habitación y me tiré en la cama. Al instante, me llegó un mensaje al teléfono de una persona desconocida, Vanesa, en el que me contaba que había leído mi novela, 770 gramos, mientras su bebé luchaba en el hospital. Me agradeció porque le había dado mucha fuerza y que ya estaba de vuelta en su casa.
Al rato, me llegó otro más: una chica que no paraba de llorar en el subte mientras la leía. Se me erizó la piel. Ahora entendía a Stephen King: "la historia ya le pertenece a quién quiera leerla".
Finalmente, empecé con la limpieza. Cuando mamá insistía, mamá ganaba; además, siempre contaba con el apoyo de mi hermana. Llegó el turno de los cajones y, mientras ordenaba, me entretuve un rato en cada cuaderno de la facultad, en los exámenes del colegio, tickets y tarjetas personales.
Dentro de una bolsa llena de papeles, encontré el dibujo que tuve pegado en la incubadora durante los meses que estuve internado apenas nací y que me había hecho mi hermana. Lo conocía por fotos, pero tenerlo en las manos veintitrés años después era diferente. "Feliz primera semana", decía al margen escrito en lápiz negro.
Como por efecto dominó, fueron apareciendo más dibujos, todos llenos de color. "Feliz tercera semana", "Feliz mes", "Hoy lo logré: llegué a los mil gramos". También había cartas de papá hablándole a su hijo internado, que ahora las leía desde su casa.
En mi cabeza, sonaban las alarmas de las máquinas en la Neo. Recordé los días en que fui a visitarla mientras escribía la novela. Conversaba con los padres, les contaba de los míos y de cómo lo vivieron. Ver sus sonrisas me hacía bien. Era una luz que iluminaba autopistas dentro mío. Algunos de los padres me tomaban del brazo y se miraban entre ellos hipnotizados. "Es de verdad", decían, en broma, mientras se reían o se secaban las lágrimas, con la expectativa del futuro.
Todo ese material terminaría en la novela en proceso. Durante ese proceso, llegaba a casa y escribía. Me concentraba en transmitir lo que pasaba detrás de esa puerta. Historias breves y sutiles. Quería hilvanarlas y que conformaran una novela. Tenía muy en claro la trama y el contexto en el que transcurriría la historia. Solo tenía que encontrarle un protagonista y narrador hasta que, finalmente, lo encontré: mi protagonista sería el mismo bebé.
Con el transcurso de los años y gracias a los avances tecnológicos, se descubrió que el bebé siente, mira, percibe. Lo que no se sabe es qué mira, qué siente, qué percibe. Gracias a la ficción, pude encontrar esa voz pura e inocente del bebé, como una esponja que absorbe y narra lo desconocido.
"Cada día es nuevo y cada día vuelvo a nacer", escribe Paul Auster en Ciudad de cristal, novela que da inicio a La trilogía de Nueva York. Así es como transitan el mundo un bebé prematuro y su familia; todos nacen de nuevo cada día: el bebé, los padres, los enfermeros y el equipo médico. Los gramos que se perdieron ayer, hoy se pueden recuperar. La música del ‘pi, pi, pi’, suena y, si suena, eso es un canto a la esperanza.
Seguí husmeando en la bolsa de papeles y dibujos. Apareció otro cartel con la fecha de salida escrita en color rosa y, dibujadas, las manos dibujadas del resto de los bebés, mis compañeros, junto con sus nombres: Federico, Ezequiel, Sol, Patricio, Tatiana. Al final, la firma de los médicos, que me deseaban todos los éxitos.
Ese cartel indicaba que, después de tres meses, me iba a casa, con una operación en mi espalda como recuerdo. Para mis padres y familia, se terminaba una etapa llena de incertidumbre e imprevistos. Para mí, recién arrancaba. Solo faltaba crecer.
Concientización y acompañamiento
En el marco de la Semana del Prematuro, hasta el 17 de noviembre, diversas organizaciones, hospitales y clínicas brindarán actividades destinadas a padres, madres y familiares que estén atravesando la experiencia de recibir un recién nacido prematuro.
El contacto afectivo de los padres y la estimulación desde el inicio de la vida es fundamental para los recién nacidos prematuros. Es por esto que, a través de la iniciativa de la Semana del Prematuro, se busca generar conciencia y movilizar a los equipos de salud y a la sociedad en general para garantizar su protección y cuidado necesarios.
Como uno de los impulsores de la iniciativa, Unicef Argentina creó en su sitio web un foro de consultas y un muro de actividades en el que las organizaciones pueden subir qué acciones realizaran durante la semana.
Red de Familias Prematuras es una agrupación que, además de difundir y concientizar acerca de los derechos del prematuro y brindar contención y asesoramiento a madres y padres, colabora con las autoridades y profesionales de las áreas sanitaria, educativa y de servicios sociales. Durante la semana, brindarán charlas y talleres en diferentes hospitales. El jueves 15 en el Hospital Materno de San Isidro, a las 10; el viernes 15, en la Maternidad Sardá, en CABA, a las 9; y el sábado 17, en el Día Mundial del Niño Prematuro, en el Hospital Italiano, San Justo, a las 14, entre otros.
Además, el sábado se llevará a cabo una acción en redes sociales para que todos los que quieran colaborar suban a sus redes una foto con algo de color violeta (color de la prematurez) y con el hashtag #YoNacíAntes.