Sean McKaughan: “La Argentina tiene mucho para enseñar sobre reciclaje”
Su español –aprendido desde niño "como todo buen texano"– es impecable, pero dice que su portugués es mejor. Sean McKaughan, de paso por la Argentina, es el presidente de Avina, una fundación dedicada al trabajo para la sustentabilidad, sobre todo en América latina, y lleva más de veinte años en el área, tras haber egresado de su maestría en planeamiento urbano y estudios latinoamericanos de la Universidad de Texas en Austin. En la Feria del libro de Buenos Aires presentó su libro ColaborAcción. Guía práctica para la sustentabilidad (editorial Temas) .
–¿Qué es ColaborAcción?
–Avina tiene veinticinco años de trabajo en Latinoamérica y ahora cada vez más afuera de la región, siempre con la idea de desarrollo sostenible. En ese período hemos aprendido mucho y hemos tenido muchos errores, hemos intentado varias maneras de producir cambios, de mejorar la condición de vida de la gente. El libro es como la destilación de ese aprendizaje. Hemos encontrado que para la sostenibilidad los actores, la sociedad civil, deben trabajar en colaboración. Los desafíos son siempre así: hay que colaborar a través de fronteras, entre diferentes sectores; gente que no se habla debe ponerse de acuerdo. Siempre se requiere colaborar entre grupos diferentes. Este es el nudo. Avina se ha especializado en promover los procesos colaborativos para el cambio, en usar el conocimiento generado tras haber acompañado procesos de cambios exitosos, de acceso al agua, de reciclaje, en energías renovables y conservación. La intención es ver qué componentes se repiten en el éxito y cuáles se pueden usar para fortalecer los procesos de cambios en cualquier área. Entonces, el libro explica el abordaje que desarrollamos y lo hace a través casos concretos. Por eso se llama ColaborAcción, siempre con otros, nunca hacemos nada solos.
–¿Qué casos de éxitos citaría?
–El caso de la matriz energética de Chile. Hace quince años, la energía de Chile era causa de muchos conflictos, se querían instalar represas en la zona de Aysén, en el sur. Había protestas, no había una política nacional energética, había muchos conflictos sociales y en la calle. Avina y otros aliados provocamos diálogos públicos y varias agendas compartidas con actores para definir visión nacional para el futuro. Este proceso se describe en el libro.
–¿Qué resultado tuvo?
–Chile ahora tiene una matriz energética envidiable, fruto de varios procesos colaborativos. Lo interesante es que cuando comenzamos nuestros aliados querían apoyar acciones en contra de las represas, era un "Movimiento NO". Después de una cierta reflexión dijimos que tenía que ser un "Movimiento SI", a favor de algo, una visión que sea definida por el ciudadano en procesos transparentes. No había esa política, esos espacios de concertación, abiertos y participativos. Y si después de ese diálogo resulta que las represas son lo mejor, bien, quizás no estemos de acuerdo, pero es resultado de ese proceso abierto y democrático. Y lo que se vio es que no es la mejor solución. Por eso la matriz de renovables ha crecido bastante en los últimos años, con eólica, con geotérmica. Hay mucha inversión en estas otras áreas, tanto que nadie quiere invertir en represas o termoeléctricas.
–¿Podría nombrar un caso argentino de éxito?
–El Impenetrable, en el Chaco, donde Avina y (la ONG) Banco de Bosques, entre otros, con capital social de varias ONGs, conseguimos movilizar a la ciudadanía a favor de la creación de un parque nacional. La historia también se cuenta en el libro. Básicamente, para nosotros es muy interesante por la innovación de todo el proceso, que fue de abajo hacia arriba; vino de la sociedad civil, no del gobierno. Construir una coalición de esos diferentes actores trabajando juntos es para nosotros un ejemplo de un cambio colaborativo de acción.
–Últimamente también se ha revalorizado el concepto de fracaso como clave en el camino del éxito por las enseñanzas que deja. ¿Podría citar un caso en el cree que Avina fracasó?
–Diría conceptos, no casos. En algún momento, y muchas fundaciones pasan por eso, se cree que hay una bala mágica. O sea, que sólo con la innovación, el liderazgo y el emprendedurismo social o promoción de prácticas se van a cambiar las cosas. Pero los procesos de cambios son muy complejos, involucran todo eso y mucho más. Son importantes, incluso esenciales, los proyectos, las donaciones, el emprendedurismo pero siempre es más complejo y hay que tener una óptica de procesos e involucrar a muchos actores diferentes, también de gobiernos y empresas, porque todos tienen su papel. Tuvimos fracasos en ese sentido, en que apostamos a sólo uno de los componentes, sin incorporar a los demás. Ahora tenemos un abordaje que da importancia a los diferentes componentes y ofrece un método para hacerlo.
–¿Qué hay en su agenda del cambio?
–Hay un programa muy fuerte de reciclaje que se puede citar. Trabajamos con cartoneros en la ciudad de Buenos Aires en la formalización, en incorporarlos a la cadena del valor formal. En Latinoamérica la solución para el reciclaje tiene que involucrar a la gente que ya lo hace. Las propuestas de gobiernos o de empresas a veces piensan en sacar a esa gente de la calle. No, ellos ya lo hacen así y deben seguir haciéndolo. Es un proyecto en el que estamos con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y empresas como Coca Cola, Danone, Pepsico. La Argentina tienen mucho para enseñar en este sentido.
–Se habla mucho de capital social, ¿pero qué significa tener capital social?
–El capital económico son los recursos; el capital social es cuando se habla de personas, de las organizaciones que pueden generar el cambio. Y no solo son personas sino la calidad de las relaciones entre esas personas. Para hacer un cambio sistémico, no solo un cambio puntual, la intención es ayudar a un grupo grande a formar el capital social necesario para que sí pueda cambiar.
–¿De qué se habla cuando se habla de cambiar el sistema?
–Para mí es muy sencillo. Las comunidades quieren cambiar el sistema que no da acceso al agua, o cloacas; no cambiar todo el capitalismo del mundo. El cambio sistémico es preguntarse por qué faltan pozos de agua, por qué el sistema genera que a la gente le falte algo, hay que ver de dónde viene esa carencia.
–Para cambiar hace falta cierto grado de optimismo en el futuro, ¿se puede ser optimista en el contexto argentino actual?
–Sí, claro, se puede. Nuestra fundación trabaja en dieciocho países, hemos visto un poco de todo durante este tiempo. Siempre, en alguna parte, un país anda mal, o tiene un sistema desvalido, o con conflictos políticos. Sin dudas la situación actual de Argentina preocupa y tenemos un equipo para ver qué oportunidad hay en este contexto para cambios. Una crisis puede ser una oportunidad para cambiar sistemas también.