María Soledad y Heriberto tenían un sueño en común cuando en 2011 se pusieron de novios: viajar a África como voluntarios al terminar sus carreras universitarias. Ella estudiaba para ser ingeniera agrónoma y él, contador. En 2014, después de hablar con el párroco de Río Cuarto, su ciudad natal y donde ambos misionaban, el sacerdote les sugirió unirse a un grupo que iba a viajar a Madagascar. Antes, debían formarse durante tres años y, como parte de esa experiencia, vivir un mes en una comunidad de extrema vulnerabilidad. Así, junto a otros jóvenes, en 2015 llegaron a Weisburd, un pueblo del noroeste de Santiago del Estero, de no más de 3000 habitantes. Eso cambiaría, para siempre, los planes y las vidas de María Soledad Scheurer (30) y Heriberto Roccia (29).
"La experiencia era simplemente conocer y compartir con las familias. Nuestra tarea era hacer actividades con los chicos. Vinieron cerca de 50", recuerda Heriberto. Sin embargo, después de hacerles diferentes propuestas de juegos y música, pasaban las horas y no había respuestas. "Nos miraban, pero no hacían nada. Les dijimos que se dividieran por color y se quedaban quietitos. Les dijimos que había un premio para el equipo ganador y no respondían", relata Soledad. Al tercer día, fueron a la escuela del lugar y contaron esta situación. "Nos dijeron: ‘Acá los niños nacen así, apagados, llegan a segundo o tercer grado y se van a una escuelita especial’", recuerda Heriberto. Fue un puñetazo, pero no los detuvo, todo lo contrario, los movilizó a buscar más explicaciones.
Después de un mes en esa comunidad, observando situaciones de profunda pobreza, volvieron a Córdoba y retomaron la rutina de sus trabajos: él, en un estudio contable, y ella, en una empresa agropecuaria. "Pero no podíamos dejar de pensar en esos niños", detalla Heriberto. La hermana de Soledad, que estudiaba nutrición, les acercó el libro Desnutrición, el mal oculto, de los doctores Fernando Mönckeberg Barros y Abel Albino. Así, entendieron lo que ocurría en Weisburd: los chicos vivían con hambre, estaban desnutridos.
Soledad y Heriberto decidieron pasar a la acción. Luego de compartir un café con Albino en Mendoza, se convencieron de crear en aquella zona de Santiago del Estero un espacio para combatir la desnutrición infantil con el método Conin, que se basa en el abordaje integral, trabajando también sobre las causas.
Era el inicio de un largo camino. "Teníamos la información de una metodología, pero había que buscar un doctor, una psicopedagoga, técnicos, nutricionistas, el espacio", recuerda Soledad.
Pasar a la acción
En Quimilí, la ciudad más próxima a Weisburd, el obispo los vinculó con una médica y les facilitó un lugar. De esa forma, comenzaron a contactarse con algunos profesionales. Ese fue el germen de lo que luego sería la Fundación Dignamente y lo primero que hicieron fue un relevamiento de la problemática: el resultado fue peor del esperado, ya que el 71% de los menores de 5 años padecían desnutrición.
Ahora, y con urgencia, necesitaban conseguir recursos económicos para trabajar con la comunidad. Y como ante problemas críticos hacen falta respuestas ingeniosas, se les ocurrió casarse y pedirles a sus familiares y amigos que, como regalo, se volvieran padrinos de la fundación.
Parecía una locura, pero pusieron fecha para el 29 de abril de 2017 y, para dejar en claro su objetivo, la tarjeta de invitación al casamiento fue una especie de diario en el que contaban la historia del proyecto, con datos bien concretos, incluido el pedido de padrinazgo. "Hicimos todo formal, con personería jurídica y cuentas bancarias, para que crean en la idea y se comprometan a aportar por una suma de dinero por un tiempo", cuenta Soledad. De todos modos, no hubo forma de impedir que la madre de él también les regalara un lavarropas.
Así fue como, en agosto de ese año, la Fundación Dignamente abrió su primer Centro de Nutrición Infantil y Promoción Humana en Quimilí, y empezó a atender a los primeros niños. En noviembre de 2018, inauguraron otra sede en Weisburd y este año, una en Campo Gallo.
Los beneficiarios son niñas y niños de hasta 5 años, con alto riesgo social y nutricional, y sus familias. El modo de trabajo es a través de la prevención y el tratamiento de la desnutrición infantil, y la promoción humana, entendiendo que los primeros dos años son fundamentales. "Es clave intervenir en ese período, con leche y estimulación afectiva, para que el niño logre salir adelante y alcance su pleno desarrollo", explica Soledad, mientras sostiene en brazos a Agustino, el bebé de la pareja. Para eso, centran su accionar en tres pilares: asistencia, educación e investigación.
Una vez que un niño ingresa al centro, asiste una vez a la semana junto a su mamá, donde entran en contacto, de forma simultánea, con un equipo interdisciplinario que hace un abordaje integral de la problemática social que da origen a la extrema pobreza. El alta puede llegar recién después de un año y medio, y se acompaña y educa a la mamá para que ella sea el principal agente de salud y cuidado de su niño.
Los tres centros de la Fundación, donde trabajan 56 personas, actualmente reciben ayuda del Estado nacional y del provincial, así como de dadores voluntarios.
En dos años de actividad intensiva, los resultados son contundentes: 305 niños y madres embarazadas recibieron tratamiento nutricional, 111 chicos fueron dados de alta, 875 chicos actualizaron sus controles de salud, 719 tienen calendarios de vacunación al día, 844 se incorporaron a instituciones socioeducativas, 421 mujeres se capacitaron en oficios y 740 hogares pudieron hacer mejoras edilicias.
Para Heriberto, fue clave trabajar integralmente con las familias. "Detectamos que había otros condicionantes, como el analfabetismo, el hacinamiento, la falta de higiene. ¿Cómo esas mamás se iban a transformar si no sabían leer las indicaciones para dar el zinc y la leche a sus bebés?", pregunta, a modo de ejemplo. Entonces, crearon el programa de Acompañamiento Familiar, donde se busca que la familia diseñe su propio plan de acción. "A partir de un proceso socioeducativo, ellos solos se dan cuenta de los cambios que tienen que hacer. Se promueve el trabajo en red y la apropiación colectiva de los recursos disponibles", destaca el fundador de Dignamente. Para eso, realizan distintos talleres de oficios y educación integral.
Otro de los proyectos que llevan adelante con éxito son las huertas comunitarias. Con el apoyo de la Estación Experimental Agropecuaria Quimilí de INTA, brindan a las familias herramientas para producir alimentos saludables e iniciar una fuente de ingreso a través de la producción y comercialización de las cosechas. En Weisburd y Tintina, hay huertas modelo, y el desarrollo del programa ya permitió que 154 hogares tengan parcelas de agricultura familiar.
"Venden los excedentes y mejoraron la economía del hogar. Hay muchos indicadores cualitativos con la perseverancia y unión en la familia", destaca, orgulloso, Heriberto.
Cómo colaborar
Se puede donar dinero, colaborar con productos como leches y pañales, o sumarse como voluntario
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