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Emiliano Ruiz parece un chico feliz. Tiene 10 años, y pasa su infancia en el paraje santiagueño de Piruaj Bajo. Para él es normal compartir la habitación con sus otros cuatro hermanos o no tener plata para ir a ver a un médico por su problema de crecimiento. “Somos tres changos y tres chinitas”, dice y hace una mueca de media sonrisa con la boca.
En cambio, su mamá, María Alejandra Ruiz, sí sufre el no poder darle todo lo que le gustaría a sus hijos. "Tengo el deseo de tener algún día una piecita más. Para mi entender los varones no deberían dormir con las mujeres", explica.
Luciano (12) vive con su abuela que lo cuida desde los seis meses. Sabrina (17) recién está en 9no grado junto con su hermana Tatiana (15) porque durante dos años no hubo de donde sacar dinero para mandarla. "Tendría que estar en 3ero pero no había con que pagar la cuota ni comprarle las cosas para ir", dice su madre angustiada. La parroquia de San José de Boquerón la empezó a ayudar con los útiles escolares y Ruiz va dos meses por mes a cocinar al colegio para "contribuir" por no poder pagar. Gracias a eso, hoy todos sus hijos van a la escuela. Samira, de 3, todavía se queda en la casa.
A simple vista, se nota que Emiliano tiene una contextura física más pequeña que la que corresponde a su edad. Pero él corre, salta y juega con la honda como cualquier otro chico. Augusto, su hermano cuatro años más chico que él, lo supera en tamaño.
"Lo hice ver con un médico hace un año porque no crecía y era muy chiquito. Lo tenía que llevar a Santiago del Estero para hacerlo ver con un especialista pero hasta hoy día no lo he llevado porque es muy caro el boleto", dice esta madre que todavía no tiene un diagnóstico para su hijo. "Es normal, no se le nota nada", agrega para intentar explicar que no pareciera tener un retraso intelectual.
A Emiliano todos le dicen "Pochi" pero a él no le gusta tanto ni sabe de dónde surgió el apodo. Le encanta el monte, conoce todos los árboles y los animales. "Ese es un quebracho blanco, ese un quebracho colorado, allá hay un mistol. Yo ando por todos los caminos de por acá, todas las huellas", dice orgulloso mientras se adentra en su tierra.
De todos sus hijos, su mamá dice que "Pochi" es el que mejor se porta. "Es tranquilo, buenito. Le gusta jugar a la pelota y salir a hondear. A donde va, tiene amigos", resume.
Uno de sus amigos es el hermano jesuita Rodrigo Castells - trabaja en la Parroquia de San José de Boquerón en el Salado Norte y en la Diócesis de Añatuya - con quien todas las semanas charlan y juegan a la honda. "Pochi tiene la mentalidad mágica del niño que explora el mundo. Tiene una familia muy valiosa", explica.
Los días de semana Emiliano se levanta a las 7:30 porque a las 9 ya tiene que estar en la Escuela 380 de Piruaj Bajo, que queda a dos kilómetros. Se lava la cara, se viste, agarra la mochila y va caminando o en moto con sus hermanos mayores.
"Me gustaría poder tener una bici para ir solo. Casi nunca falto al colegio porque cuando sea grande quiero ser maestro", cuenta con ojos esperanzados. Cuando vuelve, si está muy cansado se acuesta a dormir la siesta o se pone a hacer la tarea. Revisa uno por uno los cuatro cuadernos – Matemáticas, Lengua, Ciencias Sociales y Ciencias Naturales – y arranca con las divisiones. "Sé escribir hasta el 1.200 y la tabla del cinco. Lo que más me gusta es estudiar y me saco un montón de 10", dice, mientras da vuelta páginas por página.
Ruiz es madre soltera. Después de terminar la primaria, hizo un curso de agente sanitario y trabajó durante diez años en la salita pero "en negro". Ahora se quedó sin trabajo y hace malabares para "estirar" los $5200 que cobra de la AUH y los $2300 de la tarjeta alimentaria que usa para comprar mercadería. "Los primeros tres chicos son reconocidos del padre pero no me ayuda nada", se queja.
Hasta hace dos años, vivían en una casa rancho de paredes de plástico y techo de chapa. Después de hacer un pedido al Ministerio de Desarrollo Social provincial, consiguieron que les asignaran una casa de material, con camas y armarios. "Cuando llovía me iba para la casa de mi padre para estar con los chicos ahí. Ahora estamos mejor. Con la plata que cobré de la parte de la libreta de salud y vacunación de los chicos compré los materiales para hacer el baño. Todavía me falta la parte de los caños", agrega.
Mientras tanto, toda la familia sigue usando el monte de inodoro. Y se bañan con un fuentón. Emiliano explica el proceso: "Saco agua de la cisterna, si está helada la pongo en la cocina a calentar, de ahí la vuelco en el tacho y ahí me baño. Si hace mucho calor, a veces voy directamente para la surgente y me baño con la manguera".
La casa tiene un panel solar que alcanza para unos pocos focos, desde el Ministerio de Medio Ambiente les dieron una cocina a leña, juntan agua de la represa y hacen brasa para llevarla adentro cuando hace frío.
"Traemos agua del surgente en zorra, para bañarnos y lavarnos. Y para cuando llueve usamos la cisterna pero no me alcanza para todo el año. Cuando no tengo, le voy a pedir a mis vecinos que tienen dos aljibes. Sino la Iglesia Católica tiene un aljibe que también sacamos", dice Ruiz.
Emiliano se siente grande de poder ayudar con las tareas de la casa. Sabe manejar la zorra, buscar agua, hachar, juntar leña. Y esas son todas actividades que comparte con sus hermanos.
"Yo siempre salgo solito y me pongo a hachar. También de noche con una linterna. Para allá hay una represa o una surgente. De ahí vamos a traer agua. Atamos al burro en la zorra, ponemos los bidones y enchufamos una manguera para que se llenen", detalla, paso por paso.
La segunda casa de Emiliano es la de su abuelo. "Yo le digo papá", cuenta. Comparten mucho tiempo juntos, salen a cazar quirquinchos, miran televisión o van al monte a hachar. "A veces también lo acompaño a buscar el agua o a traer la leña. O con los animales. Tiene una cabra con dos cabritos, recién nacidos. Yo los cuido. También cuchis", dice Emiliano.
Su abuelo fue la primera persona que le compró una honda. Esa con la que todas las tardes desafía a sus hermanos y amigos. Cada uno prepara sus propias municiones para disparar. "Hay un barro que lo juntamos y lo hacemos bien redondito. Ahí lo ponemos a secar al sol y después lo guardo en un escondite especial porque sino viene uno, lo va a alzar y se lo va a llevar. Siempre que se corta la honda, mi abuelo nos compra otra", dice.
Emiliano también ayuda mucho a su mamá en las tareas de la casa. Hace de todo menos cocinar: junta la basura, limpia, extiende las camas. En su tiempo libre, lo que más disfruta es jugar al fútbol e ir a la Iglesia de Dios. "Soy delantero, el número 10. A la noche solemos ir para el culto y todos los domingos tenemos escuelita dominical", explica.
Emiliano disfruta de su ser "niño" al aire libre. Tiene un caballo que se llama Trueno, la última vez que lloró fue hace unos días cuando se cayó de un tronco y si pudiera pedir tres deseos serían tener electricidad, una pelota de fútbol y unos botines". "También una caja con juguetes, lo que más me gusta son las pistolas que tiran balas", agrega.
Cada dos meses, su mamá lo lleva a él y a sus hermanos, por tandas, a un médico en Boquerón para hacerles un control. "Cuando puedo voy en la moto. Ojalá estén bien", dice juntando las manos a modo de rezo. Ese mismo gesto es el que usa cuando piensa en el futuro de sus hijos: "Yo siempre les digo que tienen que estudiar. Las más grandes que están en 9no se tienen que ir a Boquerón para poder seguir. Todavía no sé cómo pero de alguna forma las tengo que mandar", concluye Ruiz.
PARA AYUDAR:
Emiliano necesita una bicicleta para poder ir al colegio. Además, sueña con tener una pelota de fútbol y unos botines. Su familia también precisa un freezer a gas, zapatillas para sus hermanos y ropa. Las personas que quieran saber más sobre su familia y cómo ayudarla pueden comunicarse telefónicamente con Carmen Eswein (Buenos Aires) al 114-049-4000 o por Whatsapp con el Hermano Rodrigo Castells al +54-911-69749665.