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Entre la vida y la muerte. Así pasan sus días las familias que viven en los parajes del Salado Norte, en Santiago del Estero. En muchos ni siquiera hay salitas de primeros auxilios, y en otros, solo pueden atender lo urgente.
Todo lo demás es derivado a las ciudades más cercanas, que tampoco cuentan con un sistema de salud de calidad. En el caso de los partos, es muy probable que las mujeres los tengan solas en sus casas, de camino al hospital, y en el mejor de los casos, sólo asistidas por una enfermera.
Un año atrás, a Celia Palavecino le tocaron la puerta de su casa a la madrugada: era una mujer que estaba a punto de parir. Habían llovido más de 100 milímetros y no había posibilidades de que llegara la ambulancia. Repasó en su cabeza todo lo que había aprendido en la teoría y atendió su primer parto. "No sabía qué hacer. Preparé mi casa para asistirla y nació una bebé de 3,7 kilos. Por suerte salió todo bien", dice todavía con miedo porque no está habilitada para esa tarea. Ante la urgencia, todos se convierten en médicos.
Palavecino es agente sanitaria en la zona de Manga Bajada, en el monte santiagueño, hace 12 años. Tiene 125 casas asignadas, que va visitando todas las mañanas. A las 8 de la mañana se sube a su moto y arranca su recorrido. A cada lugar que llega, golpea las manos, porque la mayoría no tienen puertas. "Hay pocos casos de chicos con desnutrición en la zona. En este tiempo de invierno lo que más se ve es gripe, fiebre y un poquito de diarrea", explica.
En casos de urgencias, tienen una radiobase en la posta sanitaria con la que llaman al hospital de San José de Boquerón que queda a 15 kilómetros. Una de las preocupaciones de las familias, es la contaminación de arsénico en el agua. "El otro día un señor que tomaba agua de la surgente se puso todo negro y está en tratamiento en Santiago del Estero. Se le cambió de color la piel, la lengua, el paladar y creen que es por el arsénico", dice.
La gente la conoce, la recibe y la hace pasar. Entre mate y mate, los revisa, les toma la presión y les reparte los medicamentos necesarios, que nunca alcanzan. "Lo que más necesitamos es ibuprofeno, paracetamol para atender la fiebre y algunos antibióticos", pide Palavecino.
El aislamiento y la poca oferta de salud, aumenta de manera considerable las muertes, y también los casos de menores con discapacidad por complicaciones en los partos. "En el pueblo vemos muchos chicos con discapacidad. También estos últimos años hubo muchas muertes de nenitos por desnutrición, muchos de los cuáles tenían enfermedades patológicas. A uno lo tenían que operar del corazón y no podían porque tenía bajo peso y otro tenía parálisis cerebral y se terminó muriendo de neumonía", explica Carolina Schahovskoy, directora del uno de los centros de Haciendo Camino en Monte Quemado.
Según las Estadísticas Vitales de la Dirección de Estadística e Información de Salud de la Nación, el índice de mortalidad infantil era de 10,7, en 2016, para Santiago del Estero. En Tierra del Fuego, era de 6,7.
Hay pocos casos de chicos con desnutrición en la zona. En este tiempo de invierno lo que más se ve es gripe, fiebre y un poquito de diarrea
A Lucrecia Gil Villanueva, trabajadora de la Secretaria de Agricultura Familiar y coordinadora del Plan Nacional de Primera Infancia en San José de Boquerón, la salud la desvela. Y la angustia ver la cantidad de horas, de plata y de tiempo que las familias pierden tratando de encontrar una cura para lo que tienen. "El 20% de los niños necesitarían algún tipo de tratamiento complejo que no existe. Por eso pasa que un chico con una sordera leve se transforma en una pensión por discapacidad. Son todos casos prevenibles", dice.
Para Sebastián Quintana, de Haciendo Camino, en temas de salud lo más grave es el acceso. "En Los Tigres y Urutaú cuentan con postas sanitarias que no siempre tienen atención y eso hace que tengan que derivar los casos al hospital zonal de Monte Quemado que está prácticamente vacío. Para cualquier caso de emergencia se tienen que ir a Santiago que tardan cinco horas o a Sáenz Peña que demoran tres", explica.
En el hospital de Monte Quemado, por ejemplo, no hay pediatra, ni anestesista ni cirujano y muchas mujeres dan a luz con una enfermera. Es una atención primaria básica.
El hermano Rodrigo Castells también reconoce que hay muy pocos médicos en la zona y que eso hace que el sistema de salud sea muy frágil. "Hay algunas postas sanitarias pero que no llegan a todos los parajes de este monte en el que vivimos. Eso hace que el Chagas sea un problema importante porque su atención y su seguimiento no es bueno", concluye.
Se le quedó la placenta adentro durante el parto
Vilma Loto disfruta de cada mamadera que le da su hijo Fabrizio, de dos meses, de manera especial. Casi muerte en el parto y siente que cada momento compartido, es un regalo. Ella vive con su marido y su otra hija Ivette, en Los Tigres, un paraje ubicado sobre la ruta nacional 16, en el que viven cerca de 50 familias.
Cuando una noche de junio empezó con contracciones, llamó a la ambulancia y no pudo creer la respuesta que escuchaba: "No querían venir porque decían que les estaba mintiendo y finalmente tuve que llamar a un remis para que me lleve".
Fueron 35 los kilómetros que hicieron desde su casa hasta el Hospital de Monte Quemado. A la 1:40 de la madrugada pudo tener a su hijo en brazos. "Él ha nacido bien pero no me podían sacar la placenta. Esperaron a ver si salía sola y dos horas después me trasladaron a Santiago del Estero", cuenta Loto.
Lo que recuerda de ese largo camino de casi cinco horas era seguir sintiendo un profundo dolor de parto. Iba con suero y tenía a su hijo recién nacido con ella. "Eran como contracciones y estaba asustada porque en el parto anterior no había pasado nada", agrega.
Llegó a la capital de la provincia cerca de las 6 de la mañana y la llevaron a terapia. Después de un par de pujos, lograron sacar la placenta. Vilma quedó internada tres días más y le dieron la peor noticia: no podía tener más hijos.
"Pensaba ir a Santiago con mi mamá para hacerme la ligadura de trompas. Ahora estoy tomando pastillas que me dan en el hospital", explica.
Como quiere hacerle un control a Frabrizio y en la salita de Los Tigres la enfermera va "a veces", Vilma está esperando a que una conocida que trabaja en la Mesa de Entradas del Hospital de Monte Quemado, le avise cuando el médico vaya a atender.
Casi muere por una picadura de araña
Norma Visgarra vive en Los Tigres y es madre de 11 hijos. Su casa es un rancho muy precario de adobe, techo de chapas y barro. Hace unos 10 años, una noche mientras dormía, sintió que un bicho la picaba cerca de las 4 de la mañana. Logró aplastarlo con la mano, lo puso debajo de la almohada y siguió durmiendo.
"Me levanté como si nada, me puse con los animales y después a lavar. Yo sentía que me dolía todo el cuerpo. Entonces me fui a fijar qué bicho era y descubrí que era una araña coral, de esas coloradas", recuerda Visgarra. De un momento para el otro, tuvo una reacción alérgica y le empezó a salir espuma por la boca.
En la salita de Los Tigres no contaban con el suero necesario y no sabían si iba a aguantar hasta la ciudad más cercana.Lo que vino después son solo flashes: sus hijos alrededor de la cama preocupados, gente corriendo en busca de ayuda, ella totalmente desarmada, su marido volviendo de trabajar en el carbón para subirla a una traffic y llevarla de urgencia a Monte Quemado.
"Tiraba espuma por la boca como el sapo. Estaba inconsciente y las enfermeras me ayudaron a meterla. Por suerte con el tiempo se compuso", recuerda Nolasco Santillán, su marido. Durante esa internación, en los análisis de sangre de rutina a Norma le descubrieron Mal de Chagas.
"Eso me trae problemas en el corazón. Todavía tengo duro el lugar en donde me picó la araña y este dedo no me funciona", muestra Norma casi como si fuera una herida de guerra. Para hacerse atender ella o sus hijos, Norma prefiere ir a Pampa de los Guanacos que a Monte Quemado.
"Te atienden mejor en Pampa y por eso prefiero ir allá y pagar un poquito más. A veces me voy en colectivo y como solo tengo para ir y volver no comemos ni tomábamos nada en todo el día pero los chicos tienen salud", dice con orgullo.
Tuvo una fractura expuesta y tardaron 16 días en operarla
Una mañana María Palma estaba en su casa de Piruaj Bajo y se resbaló con las ojotas que tenía puestas. El golpe fue tan fuerte que tuvo una fractura expuesta en la tibia. Su marido no estaba en la casa porque se había ido a cortar leña al monte.
"Le pedí a uno de mis hijos que le avisara a un vecino y me de ahí me llevaron al hospital de Boquerón", recuerda esta madre de cinco hijos, parada en el hueco de la puerta del rancho que usan para cocinar. El hueso había roto la piel y María no podía ni apoyar la pierna. Avisaron a la salita y consiguieron un transporte para llevarla al hospital de Boquerón, que queda a media hora.
"Ahí enseguida me trasladaron a Santiago del Estero porque ellos no me podían operar", agrega María. Fueron cuatro horas más que se le hicieron eternas por el dolor. Una vez que llegó, las respuestas fueron nulas. "Me dijeron que tenía que esperar porque había otros turnos antes", dice María. Un total de 16 fueron los días que estuvo tirada en una camilla, casi sin poder moverse, con esa herida al aire y con riesgo de contraer una infección.
"La operaron gracias al chango que hoy es comisionado de acá que yo lo conocía. Él estaba trabajando en el Programa de Chagas, justo me lo crucé por la calle y le pedí que me ayudara. Sino hubiera sido peor", dice Miguel, su marido, con bronca.
Hoy María tiene secuelas en ese pie, que soldó como pudo y en el tobillo tiene un ancho mucho mayor que el normal. "Los días de humedad me molesta pero no me queda otra", aclara esta mujer que hizo hasta 7mo grado y cobra la AUH por dos de sus hijos. "Apenas nos alcanza para la comida porque solo me quedan $1800 limpios porque lo demás lo perdemos en el traslado", explica.
Su hijo tiene retraso madurativo y no hay posta sanitaria en su paraje
Wilson Maldonado tiene 9 años y le cuesta aprender en el colegio. Tuvo su primera convulsión a los dos años y eso le trajo varias secuelas: un leve retraso madurativo y también de crecimiento.
"Hay días que sabe y hay días en que no. De chico tuvo principio de epilepsia y parece que ahí se le quemaron unas neuronas y tampoco crece bien. Tiene 9 años y está chiquito él", explica su mamá Lucía Cuella, quien paga con angustia y desesperación los costos de tener que criar a un chico con discapacidad no solo en la pobreza, sino también aislada de todo tipo de servicio de salud.
En La Firmeza, el paraje en donde vive, ni siquiera hay posta sanitaria. "Cuando tuvo el primer ataque tuve que pagar un remis para que nos llevaran a Monte Quemado a atenderlo porque no tenía como llevarlo", recuerda angustiada. Allí le dijeron que tenía que tomar un jarabe, que Lucía le daba religiosamente todas las tardes. Pero su hijo no mejoraba. Al contrario.
"No podía hablar bien, se le cortaban las palabras. Hasta que cinco años después, cuando lo llevamos a Resistencia, nos dijeron que le teníamos que dejar de dar el jarabe porque le estaba haciendo mal", dice sin terminar de entender bien lo que tiene su hijo ni cuál es el tratamiento adecuado para él.
Lucía vive con sus dos hijos, su marido y las dos hijas de él. Cada vez que tiene que llevar a Wilson al médico, tiene que sacar plata de dónde no tiene para poder afrontar el traslado.
“Ahora Wilson está un poco mejor. En la escuela hace lo que puede. Repitió un año. Acá no hay sala para que lo revisen y lo atiendan”, se queja. En la última visita al médico, le dieron unas pastillas para que Wilson tomara pero ya se le acabaron. “Me dijo que teníamos que hacerle más estudios en Santiago para ver cómo seguir pero nunca lo pudimos llevar”, dice Lucía.