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Para Ivette el patio de su casa, ubicada en el paraje santiagueño de Los Tigres, es un parque de diversiones. Tiene 5 años y en esos diez metros cuadrados de tierra, encuentra un mundo aventuras, lleno de juegos y animales.
Más allá de vivir en una de las comunidades más pobres del noroeste argentino, su mamá, Vilma Soledad Loto, hizo – y hace todos los días - un esfuerzo enorme por darle a su hija una infancia digna y un futuro lleno de sueños. Para eso, terminar la escuela es el primer objetivo.
"Ella es muy inquieta, se da con todos. A donde va, encuentra amigas", detalla Vilma para intentar explicar la frescura y sociabilidad de su hija.
Ivette vive con su mamá, su hermano Fabrizio de tres meses y su papá, Wiliam Visgarra que se dedica al carbón. Todos los días sale a las 8 de la mañana para ir a un campo que queda a 7 kilómetros y vuelve alrededor de las 18. Horas y horas dedicadas al duro trabajo de hachar y cortar árboles. "Mi papá carga la leña en el horno y la cocina. Se va muy temprano y viene tarde después de que yo me bañe", dice esta nena que tiene las uñas pintadas de fucsia.
"En la zona no hay mucho trabajo formal. Los que trabajan lo hacen en los hornos de ladrillo, haciendo carbón. Hay algunas mujeres que crían a los animales, y se ocupan de las casas y de los hijos", dice Sebastián Quintana, coordinador regional de Haciendo Camino en Monte Quemado.
Mientras su papá trabaja, Ivette va a la escuela pública de Los Tigres. Desayuna leche con tortilla y su mamá la lleva caminando para entrar a las 9. "A mí me gusta el jardín pero algunos de mis amigos pelean porque no se quieren. Ahí cantamos y bailamos. Yo quiero seguir estudiando", dice Ivette que tiene puesto un buzo de Mickey y Minnie.
Vilma está preocupada por la educación de su hija porque percibe que los maestros no son buenos ni están del todo comprometidos. "No le enseña casi nada la maestra. Ella se pone a estudiar sola. Todavía no sabe poner bien su nombre", dice su madre que sólo hizo hasta 6to grado.
Y agrega: "Para mí es importante que estudie. Nosotros algo sabemos pero poco. Yo me arrepiento de haber dejado la escuela. Tenía una amiga que me decía que terminara y yo no quise. Ella ahora es maestra jardinera. Si yo hubiera seguido estudiando capaz hoy sería como ella".
Los Tigres está sobre la ruta nacional 16 y eso favorece su acceso. Cuenta con una posta sanitaria que no siempre tienen atención y por eso la mayoría de los casos de salud se atienden en el hospital de Monte Quemado (ver aparte).
Ladrillo por ladrillo, su papá levantó la pequeña casa en la que viven, a unos metros de las vías del tren. Le puso techo de chapa y construyó un baño precario. Si bien su economía es bastante frágil, tienen agua, luz, gas, heladera y lavarropas. También pudieron instalar DirecTV y la señal de celular que funciona de a ratos. Vilma incluso le puso un toque de color a la casa armando unos canteros de paraísos.
"La luz viene de la estación de tren y la dividimos entre las cinco familias. Pagamos cerca de $500. El agua viene del canal. A veces la largan desde la mañana hasta el mediodía. Hay días que viene clarita y otros, turbia", detalla Vilma.
En el fondo, ya casi entrando en el monte, Ivette tiene un corral con chanchos a los que les da de comer. "Les doy polenta o alimento", dice esta niña verborrágica y de sonrisa fácil. El resto de su zoológico está compuesto por un gatito y tres perros. "Uno se llama Roque, el otro Pichicho y el otro nosé", dice con inocencia.
Cuando Ivette está arriba de su bici rosa - que ya le queda bastante chica - se siente superpoderosa. Hace unos meses aprendió a andar sin rueditas, y la usa para dar vueltas alrededor de la casa. "Yo les pedí que me las sacaran. Me he caído por ahí pero ya ando perfecto por acá, porque no me dejan ir sola al monte", explica Ivette, quien a pesar de su corta edad entiende sobre peligros.
A Ivette le encanta jugar con sus muñecas y peluches. Pero de todos los juegos que tiene en su casa, sin dudas su preferido es su hamaca. Consiste en unos par de cables negros que están colgados de un árbol pero para ella es su mejor oportunidad de sentir el viento en la cara. "Me la hizo mi papá con nudos", dice Ivette. Otro de los tesoros que su papá le construyó es una trampa de madera para atrapar pajaritos. "Trampeamos a los pajaritos para que no se coman los huevos de las gallinas.Esto lo ponés así y cuando lo tocan, se cierra del golpe", explica Ivette.
A su mamá la llama Vilma y a su papá "Bebo". Ivette lleva el apellido de su mamá, porque cuando ella nació, su papá tenía solo 15 años y era indocumentado. Además, existían situaciones de violencia doméstica. Así de difícil era el contexto en el que llegó al mundo.
"Mi mamá me sugirió que le pusiera mi apellido para no tener problema porque antes él era malo conmigo. Era celoso y me pegaba. Me fui con mi mamá, él me fue a buscar para pedirme perdón y hasta el día de hoy que no pasó más", cuenta Vilma. Su segundo hijo, sí lleva el apellido del padre.
Entre lo que Vilma cobra por la AUH y lo que su marido saca del carbón, les alcanza para vivir bien. De hecho están tratando de ahorrar unos pesos para poder cerrar la galería y tener una habitación más. Hoy duermen todos juntos.
Vilma se levanta todos los días temprano para llevar a Ivette al jardín y después se queda haciendo las tareas de la casa como limpiar, lavar y cocinar. Si bien hay algunos almacenes en Los Tigres, se tiene que ir a comprar la mercadería hasta Monte Quemado porque es más barato.
Si Ivette pudiera pedir tres deseos, serían tener una bici nueva, juguetes de Frozen y un cuarto para ella. "Quiero muchas cosas de "libre soy"", dice con los ojos encendidos, mientras se va a la casa de al lado a jugar con sus primos. "Mi prima Iara me enseñó a hacer piruetas en la hamaca", dice con un dejo de admiración.
Una mamá que siempre quiere aprender
Vilma Loto es de esas personas que no le tienen miedo a aprender. Cuando fue madre, aplicó esa misma filosofía a su nuevo rol: recibir de Haciendo Camino toda la ayuda y conocimientos para poder ser la mejor mamá posible.
En la posta sanitaria conoció sobre el trabajo y la atención de Haciendo Camino. "Después ellos dejaron de venir", recuerda Loto. Cuando estaba embarazada de su segundo hijo y una amiga le comentó sobre las actividades la entidad seguía desarrollando en su sede en Monte Quemado, no dudó en cargar a su hija a cuestas para ir a ver de qué se trataba.
"Yo antes iba a la sala de acá pero mi amiga de Monte me dijo que fuera para allá porque te ayudan y participás de los talleres", recuerda Loto, que se tomaba el colectivo o hacía dedo con su hija, en la madrugada, para llegar en horario a los talleres. "Como no tenía en donde parar y no me gusta ir a molestar en la casa, solíamos estar en la plaza o en la terminal hasta que abriera el centro", dice hoy sentada en el patio de su casa, con su hijo Fabrizio de 3 meses en brazo. Ivette, de 5, da vueltas sin parar en su bicicleta.
Para Sebastián Quintana, coordinador regional de Haciendo Camino en Monte Quemado, fue muy emocionante ver el esfuerzo que Vilma hacía para llevar a sus hijos a la fundación "Ahí pudo participar de nuestras charlas sobre temas nutricionales, de higiene y de sexualidad para derrumbar mitos y asegurarnos de que adquieran los conceptos básicos sobre la importancia de la lactancia materna o del cuidado del agua", cuenta.
PARA AYUDAR:
Los que quieran ayudar a Ivette a comprarse una bici y a su familia a cerrar la galería para tener una habitación más o a mejorar el baño, pueden comunicarse con Sebastián Quintana de Haciendo Camino al 115699-4389.