Romper el prejuicio. “Cuando me miran les pregunto si pasa algo y no saben dónde meterse”
Soy sorda de nacimiento. Mis padres se casaron, decidieron tener dos hijos y para sorpresa, mi mamá quedó embarazada por tercera vez. Nunca se imaginaron que iban a tener una hija sorda hasta que me tuvieron. Se angustiaban con mis abuelos pensando que yo no iba a poder hablar ni gritar si me pasaba algo para pedir ayuda, ni conseguir un trabajo, ni poder independizarme, ni iba a tener una vida como los demás.
Mi familia fue muy importante para mi aprendizaje. Cuando era chica, jugaba siempre con mis hermanos y los vecinos de la cuadra a la pelota, a la mancha, a la rayuela, con mi perro o hacíamos imitaciones a famosos. Mis hermanos me ayudaron en mi crecimiento y me corregían si decía mal alguna palabra. Me cuidaban porque era la más chica y si alguien me molestaba, ellos salían a defenderme. Un día mi hermana me hizo una lista de verbos, adjetivos y palabras nuevas que ideó mi madre, lo pegaron con mi hermano en la pared de la cocina para que yo aprendiera. Porque para los sordos todas las palabras son nuevas. Por ejemplo, pusieron "¿Qué dijo?" para que yo usara cuando no entendía lo que la gente hablaba o me decía algo. Porque hasta ese momento en esas situaciones yo reaccionaba haciéndole gestos a mi mamá, señalando a la persona y moviendo los labios sin decir nada concreto. Sólo quería poder oir y entender conversaciones, es lo único que siempre me pasó, me pasa y me pasará.
En esa época tenía vergüenza porque los chicos de mi edad se quedaban mirando mi audífono o porque hablaba "diferente". Pero de grande, no. Si me miran así, pienso que les falta educación y los miro, a veces les pregunto si pasa algo y no saben dónde meterse. Es sólo para que entiendan que no se debe mirar así o al menos que disimulen. Es divertido cuando me preguntan de dónde soy por el acento que tengo.
No éramos una familia rica ni pobre. Vivíamos en Villa de Mayo. Mi mamá era ama de casa y vivía para sus hijos y el hogar. En los últimos años de su vida, se recibió de profesora de gimnasia y tenía su gimnasio y sus alumnas en casa. Mi papá era cafetero, recorría las calles con café y facturas, y era el principal sostén económico de la casa.
A mi mamá le recomendaron en el hospital Gutierrez que me llevara a un colegio especial de sordos. Le dieron una lista de colegios y el primer nombre que figuraba era el de "Las Lomas Oral". Se acercó y habló con la directora Inés Funes. Mi mamá se angustió al enterarse de que era un colegio muy bueno y caro, pensando que no lo iba a poder pagar.
La directora le dijo: "Lo importante es que Carolina venga acá a aprender a hablar, de la plata después hablamos". Este pequeño gesto tuvo un impacto enorme en mi vida. En ese colegio pude aprender a hablar y a oir gracias a los audífonos. Tenía un año y medio y aprendía cosas que parecían imposibles. Era feliz. Mi familia decidió entonces hacer un gran esfuerzo para poder pagarlo con la ayuda de mis abuelos y pudimos conseguir una beca del 50%.
Usar audífonos ayudaba mucho. En el colegio teníamos una fonoaudióloga que nos hacía estudios y seguía nuestros pasos, nos hablaba de espaldas o tapando la boca con un papel para que pudiéramos identificar los sonidos. Y las profesoras que nos hacían repetir palabras por sílabas hasta que nos salían bien. Me gustaba todo del colegio, era mi segundo hogar, mi segunda familia. Crecí ahí. Tuve una linda infancia. Lo mejor de todo era que podíamos charlar con nuestras profesoras y compañeros de nuestras vivencias diarias, eramos como sus hijos. Lo mejor, por supuesto, eran los recreos. Salíamos a pasear, a explorar y actuábamos para el teatro de fin de año.
Fui creciendo y con el tiempo llegué a ser abanderada del colegio y a recibir el premio al mejor promedio. A los 12 años ya estaba lista para integrarme en un colegio de oyentes. Estaba contenta y triste a la vez. De un mundo seguro, protegido y preparado para los chicos sordos, salía a enfrentar el mundo real, quedando solaen mi camino, sin la red que me protegía y tenía que aprender a defenderme.
Cuando me cambié a un colegio común fue difícil porque en nuestra época veía las novelas como "Amigovios" y "Chiquititas", y pensaba que el mundo era algo así pero después me encontraba con la realidad y tuve que vivir rechazos, aunque también fui aceptada por compañeros oyentes de mi edad.
Justo en ese momento falleció mi mamá y eso me partió el alma. Estaba sola. Recibí rechazos de algunos compañeros que no siempre me querían en trabajos prácticos grupales. Me acuerdo que algunos se quejaban de que los maestros me daban una atención especial y ellos siempre aclararon que no era así. Tan sólo me preguntaban si entendí o me avisaban de alguna fecha de examen o trabajo práctico.
Con mi familia siempre nos comunicamos de manera oral y aprendí la primera seña a los 17 años cuando vi a un grupo de personas sordas que hablaban con las manos. Para mí fue el descubrimiento de un nuevo mundo donde encontré mi identidad como persona sorda porque naturalmente nos resulta más fácil comunicarnos a través de gestos. Me sentía identificada con ellos y pude empezar a socializar y tener amigos como yo. Sé lo básico de señas y me falta todavía aprender porque estoy acostumbrada a hablar de forma oral por el trabajo, la facultad y la familia pero las personas sordas dicen que me manejo bien con las señas.
En un cumpleaños, cuando tenía 17 años y estaba por terminar la secundaria, me preguntaron qué quería hacer y con una sonrisa, contesté que quería ser abogada. La reacción no fue la que esperaba: todos me dijeron que era imposible, que no iba a tener vida social y que no existían abogados sordos. Me quedé callada unos segundos y contesté: "Si vos crees, podés". Siempre tenía presente la actitud de mi madre que era mi fortaleza.
Estudié en la Universidad John F. Kennedy de la cual tengo una muy buena impresión por el apoyo de los docentes y compañeros. Me ayudaron siempre. A veces me perdía cosas que decían los profesores pero agarraba los libros, los códigos, las leyes y estudiaba de ahí como también de los apuntes de mis compañeros que anotaban todo en las clases. Con mucho esfuerzo, después de nueve años, me recibí de abogada.
Ahora tengo 35 años, estoy casada, trabajo como administrativa municipal desde hace 14 años, soy abogada independiente y trabajo con mi socia. Tenemos clientes oyentes y sordos. Y las cosas se van haciendo sobre la marcha. Estamos arrancando. Me gustaría trabajar en algo estable y fijo como abogada. No pierdo la esperanza de que me llamen un día para contratarme.
Todavía existen muchas trabas sociales e institucionales para las personas sordas. Hay gente que cuando se acerca en la calle a una persona sorda para preguntarle algo y se da cuenta que es sorda, se asustan y se van en vez de tratar de dialogar y preguntarle lo que quiere saber. Nos faltan muchos derechos. No tenemos accesibilidad a los medios de comunicación como los subtitulos en la televisión, faltan intérpretes de Lengua de Señas en cursos, capacitaciones, conferencias, universidades, etc. Cuando vamos al hospital, muchas veces dependemos de otra persona para que nos llamen por apellido o número en vez de tener pantallas accesibles para todos.
Mi sueño es poder trabajar y vivir de mi profesión. Lograr con mi ejemplo que haya mas abogados sordos porque la gente sorda necesita profesionales que se pongan en su piel y poder comunicarse en el mismo idioma con total comodidad y confianza.
La sociedad tiene mucho que hacer para poder cambiar su postura hacia la persona con discapacidad porque todos somos distintos y únicos a la vez. Nadie es mejor que otro. Yo soy sorda y soy profesional, así como otra persona que no tiene ninguna discapacidad, no quiere ni hace un esfuerzo con su vida para salir adelante. Salir adelante depende de uno y la sociedad ya nos estigmatiza por poseer una discapacidad cuando no debe ser así. Por suerte cada vez somos más los que demostramos que todo es posible cuando se quiere.
Carolina Uslenghi