Caru Grossi tenía 4 años cuando fue víctima de violencia sexual por primera vez; es ilustradora y hacer un libro de cuentos para ayudar a que más chicas y chicos logren romper el silencio fue parte de su proceso de reconstrucción personal
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Se ve ahí parada, en el umbral de la puerta, tan chiquita y tan rota. Miró a su mamá, sentada en la máquina de coser, y por un instante sintió que iba a hablar, a poner en palabras la violencia que minutos atrás la había atravesado como un rayo. Pero no pudo decir nada. Dio media vuelta y se fue al baño. Y ese silencio se convirtió con los años en un agujero negro que se fue haciendo más y más grande, tragándose los recuerdos de aquel día, que de vez en cuando escupía en forma de síntomas que nadie lograba ver.
Ese verano Caru Grossi fue víctima de abuso sexual por primera vez. Tenía 4 años y el agresor era un amigo de sus padres, ese que a la vista de todos era un tipo macanudo, con el que compartían comidas y salidas. El hombre se suicidó tiempo después, cuando ella ya había cumplido los 7. De adulta, buscando respuestas en terapia, Caru fue desempolvando lo que había pasado aquel febrero. Empezó a echar luz y a entender el origen de lo que hasta entonces resultaba incomprensible: la sensación de absoluta soledad que la había acompañado siempre, la culpa que la carcomía por dentro, el despertar abrupto de la sexualidad, la incomodidad en los abrazos y en la cercanía de los otros, la desconexión con el propio cuerpo y los trastornos de la alimentación en la adolescencia; la certeza de que era rara, distinta.
“El silencio te deja completamente sola, no importa la edad que tengas. Por fuera era una nena comunicativa e hiperquinética, pero tratar de encajar fue un trabajo enorme para mí: me sentía reapagada y hacía mil cosas para dejar de sentirme sola. Hoy casualmente estoy vestida toda de gris y negro: este es el color que me identificó internamente toda mi vida”, dice Caru. Y en seguida aclara: “Eso es lo que pasa cuando te quedas con un secreto por tanto tiempo. Hacés lo que podés y te sobreadaptás de una manera increíble. Yo estoy pagando todavía hoy las consecuencias de esa sobreadaptación”.
En terapia, Caru empezó a nombrar lo que nunca había nombrado, a reconstruir su historia y a trazar un camino de sanación que continúa hasta la actualidad. “Para mí, hablar fue el primer paso. De a poco empecé a desarmar la vergüenza y la culpa, a poder nombrar lo que me había pasado cada vez en voz más alta”, asegura. Hoy, con 42 años, esta ilustradora acaba de publicar, junto a la escritora Magela Demarco, Sola en el Bosque (La Brujita de Papel), un libro que es mucho más que un cuento. Con un mensaje tan breve como potente, se propone abrir una puerta que en muchas casas permanece bajo siete llaves: que las niñas y los niños que atraviesan situaciones de violencia puedan romper el silencio y pedir ayuda; y que las personas adultas que buscan protegerlos encuentren herramientas que les permitan abrazar esa develación y darle una respuesta adecuada.
De esto sí se habla
En muchísimos casos, los adultos no pueden ver las señales de la violencia sexual que las niñas, niños y adolescentes, van dando. Para los chicos que atraviesan esa traumática experiencia, romper el silencio impuesto por el agresor es el primer desafío; encontrar adultos receptivos que les crean y los protejan, el segundo. “El abuso es algo que sucede tan solapadamente y suele ser tan habilidoso el agresor, tan ‘encantador’, tan mentiroso, que es muy difícil desenmascararlo. Pero no son intocables”, subraya Caru.
La ilustradora agrega que si una chica o un chico nos dice “no quiero saludar a tal” o “no me quiero quedar con fulano solo”, lo tenemos que escuchar. “Los que pasamos por un abuso, damos aviso. Seguramente yo di aviso y mis padres no supieron verlo. Y no es que eran malas personas que querían dejar que eso me pasara: ¡no la vieron ni ahí! Cuando de grande los encaré y les conté lo que me había pasado, me miraban como diciendo: ‘¿Cómo no nos dimos cuenta?’ No podrían creer que hubiese pasado ahí, delante de sus narices”, describe Caru.
¿Cómo fue el proceso de reconstruir el abuso que atravesaste en tu infancia?
Me pasó que de adolescente fui violada y no pude reaccionar. Y eso me generó todo un mambo adentro. Porque de alguna manera fue como si hubiese dejado que me pase, esa fue mi sensación, la de no poder defenderme. Fue terrible para mí. Era como si mi cuerpo no hubiese sido mío. No pude gritar, no pude pegarle. No sé cuántas cosas me pasaron por la cabeza hasta que me animé a hablarlo con mis padres. Ellos no pudieron medir la magnitud de lo que estaba pasando cuando se los conté, porque era el hijo de sus mejores amigos, de toda la vida. Ellos pensaban: “No, ¿cómo?, no puede ser, si es divino. ¿En qué momento? Si estamos siempre juntos”. No sé qué palabras usé, para mí, fui clarísima; pero mis padres no terminaron de entender lo que les estaba diciendo. Fue tremendo. En ese momento, yo no tenía registro de lo que había pasado a mis 4 años y fue como algo aislado en mi adolescencia.
¿Y qué pasó después?
Obviamente al hijo de esos amigos de mis padres no lo vi nunca más. Nunca más entró a mi casa, nunca más hubo almuerzos familiares ni nada. Pero no se hizo la denuncia: como generalmente pasa, quedó puertas adentro de las familias. Yo tenía 15 años y la culpa de no haber podido reaccionar. A los 19 o 20 empecé terapia, ya estaba viviendo en Buenos Aires y mis padres se habían separado. En algún momento empecé a tener sueños donde yo era chiquita y era abusada. Me despertaba a la mañana y el sueño volvía y volvía. Le conté a mi psicóloga y le dije: “Si tengo estos sueños es porque soy una persona que está enferma”. Ella me respondió: “O que te pasó algo cuando eras chica”. Empezamos a trabajar en cómo desempolvar toda esa situación que estaba tan enterrada. Y el abuso de mi infancia apareció.
Caru recordó todo. Desde la cara del agresor de su infancia, hasta la temperatura del sol en su piel: era febrero y hacía calor. Comprendió entonces, con los profesionales que la acompañaron en el proceso, por qué había reaccionado de la forma en que lo hizo cuando fue nuevamente violentada en la adolescencia. “Entendí que a los 15, yo no tenía 15 frente a esa situación, era como si hubiese tenido nuevamente 4 años y sentí que no iba a poder hacer nada. Entender eso fue lo que limpió esta cosa de ‘yo lo provoqué’, ‘yo lo busqué’, todo eso que va creando la mente cuando atravesás un abuso: te sentís responsable, que es tu culpa y que deberías haber hecho algo distinto para que no fuera así.
El lobo está
Caru vive en la zona norte del conurbano bonaerense con su compañero y sus dos perros, Jeremías y Molly. Nació en Bariloche, se crio en la ciudad de Neuquén y se vino a vivir a Buenos Aires cuando le tocó empezar la universidad. Aunque lo suyo siempre fue el arte y le gustaba dibujar, todavía no se imaginaba dedicándose a la ilustración, menos que menos de libros para chicos. Rebotó por distintas carreras, trabajó como vestuarista y en diseño de indumentaria, en productoras y televisión. Cuando entendió que tenía que ir por otro lado, la ilustración apareció como ineludible. El libro Retratos de Pablo Bernasconi, que le regaló una de sus primas, fue el puntapié definitivo: “Esto es lo que quiero hacer”, se dijo. El haber podido estudiar con Mónica Weiss, su “gran maestra”, hizo el resto.
En el proceso de ir dándole forma a Sola en el Bosque, Caru y Magela −que también fue víctima de violencia sexual en su infancia− se propusieron que el texto “ayudara a las chicas y los chicos a contar”. Caru, explica: “Lo que pasa muchas veces es que la violencia sucede y los niños se quedan mudos, no lo cuentan porque aparece el miedo, la vergüenza, la culpa. Las emociones son tan variadas como las personas que lo viven, pero en esas coincidimos todas y todos los que atravesamos por esto”. Para ella, poder generar con los libros espacios de imaginación, contar historias mágicas y reírse, es fundamental, pero también considera que “hay un montón de cosas que no se hablan y que se pueden hablar a través de los libros”, convirtiéndolos en herramientas que nos ayuden a encarar distintas problemáticas desde otro lugar.
A los adultos muchas veces les cuesta comprender, aún frente a la develación de una niña o un niño, que algo tan doloroso es posible. ¿Por qué te parece que es así?
Es tal cual. Yo no soy madre, pero sí he visto a madres reaccionar frente a estos temas y muchas veces no entienden: “No, no es posible, eso no le pasó a mi hija o a mi hijo”. Es tan doloroso aceptar para esa persona adulta que bajo su supervisión, bajo su mirada, esto pasó y no lo advirtió, que ese hijo quedó desprotegido, herido y tiene un camino de toda la vida para intentar encararlo, que es imposible que puedan livianamente decir “sí, ocurrió”. Como adultos tenemos que estar más atentos, porque el abuso es muy frecuente. Es algo que tenemos que empezar a hablar y mientras más le saquemos el velo y rompamos con el tabú de “en mi casa no pasa”, más herramientas vamos a tener. Hay muchas mujeres grandes que no lo hablaron nunca, y llevan cuarenta años de silencio, depresión, ataques de pánico. Yo la tuve liviana si querés. Pero las ideas suicidas son frecuentes: es tan agobiante, es tan devastador en muchos casos, que la salida para muchas personas termina siendo el suicidio.
Hace unos días, en una charla que dieron con Magela, una adolescente le preguntó a Caru:
−Ahora que hablaste e hiciste el libro, ¿se te pasó?
−No, no se me pasó nada. Yo me levanto a la mañana, desayuno, mimo a mis perros, me ocupo de mis cosas y parte de mi rutina diaria es ir trabajándome. Siempre hay una capa más sutil para trabajar −le respondió Caru.
Para llegar a donde está hoy, tuvo que reconstruirse entera. “No es ‘tengo un poquito rotito acá’−explica señalándose el pecho−. No, no: estoy rotita por todos lados. El abuso es algo que se mete en un montón de cosas en tu vida, no solamente con tu sexualidad. El amor propio, la soledad, el no poder, el ‘no soy adecuada’, el sentirte no registrada. Porque vos necesitás que ese adulto a cargo te registre y te cuide, y si eso no está, es muy difícil. No terminás nunca de sanar: bueno, no sé, será que yo me tomé muy en serio este trabajo de reconstruirme”.
En el testimonio y el abrazo de otras personas que atravesaron en cuerpo y alma la violencia sexual (sobre todo mujeres), Caru fue encontrando una red de contención. Como la protagonista del libro, le cantó “¡piedra libre al lobo!” y ya no se siente sola. Y entiende que cuando alza la voz, lo está haciendo también por todos aquellos, chicos, chicas y grandes, que aún no pudieron romper el silencio.
Más información
- Sola en el Bosque (La brujita de papel) contó con el asesoramiento de los profesionales del Servicio de Salud Mental del Hospital Materno Infantil San Roque de Paraná. Tiene un recursero al que se accede con un código QR destinado a familiares o docentes. En ningún momento el texto menciona la palabra “abuso” o “violencia”. Cuenta la historia de una niña para quien su casa, cuando todos se van a trabajar, se transforma en un bosque oscuro y peligroso. Y aparece el lobo, que va mutando de la forma semihumana, a otra completamente animal. Como los agresores en la vida real, que tienen muchas caras: una para la sociedad, otra cuando se quedan puertas adentro con sus víctimas. El libro está disponible para comprar online y también en las librerías de El Ateneo, Yenny y Cúspide de todo el país, entre otras.
- En la guía online “Hablemos de abuso sexual de niños y niñas” podés encontrar información vinculada con las señales de alerta, qué hacer en caso de una develación o dónde hacer la denuncia, así también como datos respecto a organizaciones sociales que trabajan en la temática. El libro Romper el silencio, por infancias y adolescencias libres de violencia sexual (DAO) también ofrece un recursero para familias y puede conseguirse online.