Renunció al mundo corporativo para abrir una librería a la que llegan madres de todo el país: “Encuentran lo que necesitan sus hijos”
Laura González es contadora y hace 13 años puso una librería en Ciudadela que se convirtió en referencia para muchas familias que tienen hijos con discapacidad; “empecé a vender productos relacionados con la inclusión sin saber que nadie más los vendía”, dice
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En la librería y juguetería de Laura González hay útiles tradicionales pero también otros que generan curiosidad porque uno no sabe para qué sirven. Hay muchísima variedad de lápices y de cuadernos, incluso unos con renglones más espaciados o cuadrículas más anchas. Hay reglas comunes y otras con relieve o con un dedito que sirven para escribir espaciado. Hay diferentes modelos de adaptadores para agarrar el lápiz. Hay témperas que pintan sin necesidad de usar agua o pincel. Hay masas didácticas sin TACC. Hay transportadores y compás con inscripciones en braille. Hay muñecos en silla de ruedas. Hay libros con pictogramas y hasta una caja con juguetes de mano que se llama “La caja de la calma”, orientados a calmar la ansiedad.
Laura explica con paciencia la funcionalidad de cada cosa. No es terapeuta, ni docente, ni tiene un familiar con discapacidad, pero habla como una especialista. “Todo empezó con un cuaderno”, dirá esta mujer de 44 años sobre la larga lista de productos que ofrece en su local para que, a la hora de jugar o estudiar, nadie se quede afuera. Fue hace 13 años cuando esta contadora dejó la comodidad de un buen trabajo en relación de dependencia y se lanzó a emprender. Empezó vendiendo juguetes didácticos y artículos de librería tradicionales hasta que, un día, una clienta le dijo: “Mi hijo necesita un cuaderno diferente”.
Ese cuaderno, con renglones más anchos y marcados, fue el primero de muchos productos orientados a chicos y chicas con dificultades para aprender de la mano de los útiles tradicionales. “Lo que yo no me imaginaba es que estos artículos no se conseguían fácilmente en las librerías. Ni siquiera en los mayoristas”, cuenta Laura, entre cliente y cliente, en Somos Confirma, su local ubicado en la localidad bonaerense de Ciudadela.
“Me ha pasado muchas veces de recibir a mamás de chicos con discapacidad que, cuando ven todo lo que ofrezco, se ponen a llorar y me cuentan que en sus barrios no hay nada de esto. Yo las abrazo y lloramos juntas”, reconoce Laura. Y cuenta que algunas de esas madres recorren muchos kilómetros para llegar hasta este barrio del partido de Tres de Febrero, alertadas por las redes sociales de la librería o por el boca a boca.
Pero no todos pueden llegarse hasta la calle Padre Elizalde al 300. Por eso, en las redes de la librería es frecuente encontrarse con comentarios de este estilo: “¿Llegan hasta Uruguay?”, “Ojalá en Venezuela hubiera algo así”. También, dice Laura, reciben muchos mensajes de otras provincias. “En el interior no hay nada como esto. Como también vendo online, este año pasé de tener dos ventas mensuales a quinientas”, explica con tono incrédulo esta librera, mamá de Milo, un nene de 8 años que en un momento de esta nota pasa a saludar junto a su otra mamá.
“A esa madre le pasa lo mismo que a mí”
Mientras Milo testea las témperas sólidas, ideales para quienes no desean usar agua o tienen dificultades para manipular un pincel, Laura dice que hay una pregunta que le hacen con frecuencia: “Si tu hijo no tiene discapacidad, ¿por qué empatizás tanto con este tema?” “Las familias que tienen chicos con discapacidad viven un infierno porque la sociedad las deja muy solas. Yo me siento muy agradecida de que no me tocó vivir eso, pero me siento responsable de hacer algo desde mi lugar para cambiar esta realidad”, dice con los ojos llenos de lágrimas.
Pero si bien la discapacidad no la tocó de cerca, el integrar el colectivo de la diversidad y ser mamá instaló en Laura preguntas y preocupaciones que trascienden cualquier bandera. Todavía recuerda que, cuando Milo nació, se preguntaba en dónde se iba a sentir reflejado su hijo si no había historias de chicos con dos mamás. “Ahí abrís la cabeza y empatizás con otras madres que también están luchando contra miradas horribles y decís: ‘A esa madre le está pasando lo mismo que a mí pero desde otro ángulo’. Porque esa mamá también siente que a su hijo no lo mira nadie o que es el señalado, el raro, y eso duele”, reflexiona con emoción.
Recorrer el local de Laura es entender cómo debería ser la inclusión. No hay espacios para útiles tradicionales y útiles especiales. No hay juguetes catalogados por tipo de discapacidad. En sus estanterías convive lo tradicional y lo inclusivo sin ningún tipo de etiquetas, apenas sectorizado por temática.
Mientras describe cada uno de los sectores, Laura explica algo que parece obvio pero que no lo es: los productos inclusivos sirven para todos, no únicamente para chicos con alguna discapacidad. “Los mayoristas no lo entienden. Me cuesta mucho conseguir algunas cosas”, se queja. “Hay chicos que necesitan una regla para no escribir amontonado o un adaptador para el agarre del lápiz, o descubren que con un juguete de mano, como una pelotita de goma, bajan la ansiedad y dejan de comerse las uñas. Quizás no tienen una discapacidad, pero tienen dificultades, como las tenemos todos”, ejemplifica Laura.
El local invita a pararse a cada paso y descubrir todo lo que ofrece. Hay, por ejemplo, un espacio con juegos didácticos para trabajar lectoescritura. Otro con pictogramas que describen actividades como ir a la escuela o ir al médico, para anticiparle a los chicos en qué consiste esa acción y evitar que sientan ansiedad en el proceso. También un sector para trabajar la ESI y las emociones y, debajo, canastos con juguetes de mano, sumamente útiles para bajar la ansiedad.
“Acá mi hijo no molesta”
“Lo primero que compré acá fue una pizarra magnética”, explica Mariana, abogada y mamá de Toni, de 8 años. La mujer cuenta que recibir el diagnóstico de autismo de su hijo, hace 5 años, fue un alivio pero también el inicio de una carrera de obstáculos que todavía no termina. “Salir a hacer compras con Antonio es todo un desafío. Entrás a un negocio y lo ven aletear o que quiere tocar las cosas, y los comerciantes se ponen nerviosos. Me he ido de muchos lugares por eso. Pero acá viene feliz. Y yo siento que estoy llegando a un lugar en el que mi hijo no molesta”, dice emocionada.
Entre masas, pictogramas y los diferentes productos que fue comprando en los últimos años, Mariana destaca “La caja de la calma”: una invención de Laura que consiste en una caja que contiene 10 juguetes de mano ideales para bajar la ansiedad. “No podemos olvidarnos “La caja de la calma” cuando viajamos en auto”, explica la mujer.
Entonces entra Soledad, una psicomotricista y terapeuta en estimulación temprana que trabaja a la vuelta de Somos Confirma. Viene a retirar un pedido que hizo por la web. “Prefiero venir poco para no tentarme porque me quiero llevar todo”, suelta risueña. Y entonces dice lo que, a su entender, convierte a la librería de Laura en mucho más que un comercio: “Acá tenés de todo y para todos. Pero también tenés escucha, que es un montón para estos temas”, dice.
En estos años de trabajo, Laura reconoce en las familias a sus grandes maestras. “Aprendí muchísimo en estos años. Empecé haciendo foco, principalmente en autismo pero fui descubriendo otros diagnósticos o dificultades, como la disminución visual, la dislexia o la discalculia”, explica.
“Investigo sobre lo que sus hijos necesitan”
Detrás de muchos de estos productos, no hay grandes marcas sino pequeños emprendimientos familiares que crearon esos objetos que sus hijos necesitaban y los comercios no vendían. “Hay una mamá con hijos con autismo que, ante la falta de libros con pictogramas para sus hijos, los editó ella. Y hay otra mamá que como descubrió que no existían masas sin TACC para que su hijo celíaco pudiera jugar, las creó”, cuenta a modo de ejemplo.
“Parte de este trabajo también es investigar: cuando las familias me hablan de algo que sus hijos necesitan y no tengo, me pongo a buscar si alguien lo hace para empezar a venderlo”, reconoce.
En estos momentos, su nuevo desafío es dar con una lapicera roller borrable, un clásico para los chicos que empiezan a escribir con tinta, pero que sea gruesa. “Hay chicos que no pueden agarrar las de tamaño tradicional. No entiendo cómo es que las marcas de útiles escolares no piensan en todos. Yo les reclamo mucho. Les pregunto en dónde está su responsabilidad social como empresa”, cuenta.
Hacer de la suya, una librería inclusiva, le hizo descubrir que todo el tiempo, ahora mismo, hay familias necesitadas de recursos para sus hijos que no se consiguen en los comercios tradicionales. “Son familias a las que todo les sale más caro: lo que a mí me sale 1000 pesos, a ellas les sale 5000 “, dice con tristeza. Por eso, cada día, Laura pone en acto la convicción de que todos, desde el lugar que nos toque, podemos hacer del mundo un lugar sin incluidos y excluidos. Un lugar para todos.
Más información
- Somos Confirma es una librería y juguetería didáctica e inclusiva. Está ubicada en Padre Elizalde 350, Ciudadela, partido de Tres de Febrero. Algunos de sus productos se pueden ver en su cuenta de Instagram o en su sitio web. Para más información pueden escribir al WhatsApp: +54 9 11 6517-2771. Atienden de 9 a 13 y de 16 a 20.
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