Quién es Ferni de Gyldenfeldt, la folklorista trans no binaria que pudo contra el dualismo de género del Festival de Cosquín: “Dejé de esconderme”
La artista y docente repasa las dificultades que debió atravesar hasta poder abrazar su identidad. “Lo más doloroso es sentir que una está fallada”, sostiene y abraza como un gran cambio positivo que hoy su mamá le da el buen día con un mensaje de texto que empieza con la frase “hola hija”.
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En su última edición, el Festival de Cosquín dio un giro novedoso al reemplazar las categorías “Voz Masculina” y “Voz Femenina” por la de “Solista Vocal”.
La razón de este gesto inclusivo tiene nombre y apellido: Ferni de Gyldenfeldt. Esa actitud no estuvo exenta de polémica: en un principio, los organizadores del festival le propusieron a esta artista trans no binaria que continuara cantando como varón para permanecer en el certamen, una tensión sobre la que más adelante hablaremos.
Con 32 años, Ferni es cocreadora de un espectáculo llamado Opera Queer, que fusiona el género lírico con los aportes de las disidencias sexuales. Lleva bastante tiempo dedicándose al repertorio popular argentino. Es parte de la agrupación Allpa Munay, que reversiona la obra poco difundida e inédita de Atahualpa Yupanqui que el propio hijo de Yupanqui, el Coya Chavero, les acercó. También canta, junto a Nahuel Quipildor, obras del cancionero popular argentino, fusionándolo con un nuevo repertorio del colectivo travesti trans no binario.
En paralelo, De Gyldenfeldt es docente de música en una escuela media porteña desde hace ocho años. “Es la misma en la que cursé el secundario. Volví para ser la profe trans que nunca tuve”, reconoce en una charla con LA NACION en uno de los auditorios del CCK mientras se acomoda el pelo. El rosa furioso de sus labios hace buen contraste con su barba.
“Vengo de una familia muy cultural. Mi madre es filósofa y mi padre también, además de ser pintor, escritor, poeta y tocar el piano. Crecí en una casa con muchos libros, en donde la pregunta, la música, el teatro, siempre estuvieron en el centro”, rememora.
–¿Qué lugar había para la diversidad en tu casa?
FDG: –Y… poco espacio, desde ya. Nulo. Es lo que nos debe pasar a muchas disidencias sexo-genéricas de mi edad, hay algo que nos nuclea y tiene que ver con el silencio, con la imposibilidad de pensar otros posibles. Imaginate que en mi educación secundaria no tuvimos educación sexual y tengo 32 años. Ni siquiera hablábamos de la heterosexualidad. No se nombraba.
–Era la norma…
FDG: –Si habías nacido con pene, te tenían que gustar las chicas. Y, por ende, también había cosas que tenías que hacer. Por ejemplo, juntarte con tus compañeros y yo lo sufría horrores porque yo ya veía que esas cosas, en mi cotidiano, no entraban. Mis mejores amigas eran mis compañeras. Había algo de formar parte de esa masculinidad que yo nunca la sentí. Entonces, la familia era muy artística y muy libre en un punto, pero para la diversidad reinaba el silencio.
–¿Tus padres no sabían o no querían saber?
FDG: –No eran tan ingenuos esos silencios, tenían que ver con la propia educación de mis padres. Yo recuerdo que cuando se empezaba a esbozar el deseo de contar, aparecía primero como respuesta un “bueno, será cosa del momento, se va a pasar”. No tanto por el lado de mi madre. En el caso de mi padre, cuesta un poquito más y siguen costando ciertas cuestiones. Incluso hoy en día, con mi viejo… También es entender que cuando me sigue nombrando “hijo” y me abraza, siento que abraza esta que soy porque yo ya no oculto más cómo soy, cómo me visto y cómo me gusta expresarme. Siento su gesto de amor.
–¿Pudiste abrirte con alguien durante la infancia y la adolescencia?
FDG: –Ahí tuvo una importancia enorme en mi vida el haber nacido gemela de la Luchi, también trans, que se dedica a la música igual que yo. Con ella hacemos un espectáculo, Opera Queer que, en algún sentido, son esas dos gemelas que, cuando se iba nuestra vieja de casa, se disfrazaban con la sábana y cantaban ópera, ¿entendés? Me recuerdo angustiada, acercándome a Luchi y decirle: “Tengo que decirte algo”. Tendría ocho años y le dije: “Siento que me gustan los hombres”. Y Luchi me dice: “Ah, pero a mí también me pasa” (se ríe). Quedamos las dos tildadas, pero yo pude decir: “Bueno, esto mismo le pasa a otra persona también”. Si bien el proceso interno fue muy personal, y cada una hizo su recorrido.
–¿Cómo fue el tuyo?
FDG: –Fue muy pausado y con mucho dolor. Durante años, este aspecto de mi vida quedó congelado y me dediqué a otras cosas: a estudiar, a militar. Durante la adolescencia, ni siquiera hablábamos con Luchi de esto porque estaba tan impuesto el régimen heterosexual que era un “como si” permanente. Yo pensaba que había algo que estaba mal. En lo personal, lo más doloroso es sentir que una está fallada. Pero a mis veintilargos pude comprender que no era solo una cuestión de orientación sexual sino que tenía que ver con mi identidad, en el sentido de que no era solamente un chico al que le gustaban los chicos. Lógicamente influyó mucho hacer terapia y recibir un montón de abrazos de otros profesionales de la salud.
–El clima social era otro…
FDG: –El empezar a recorrer y encontrarme con otros, otras y otres que habían vivido lo mismo y se mostraban, me permitió imaginarme orgullosa de ser quien soy. Ahí empecé a sentir que era posible vivir en libertad (se emociona) con mi identidad disidente. Asumir la responsabilidad más enorme que se puede tener y trasciende al género, que es tomar las riendas y decidís ser protagonista de tu vida, ser quien sos.
–Ese momento te llegó de adulta.
FDG: –Hace 20 o 25 años el clima era diferente. No había espacio para que las infancias pudieran decir lo que le dijo Lulú a su mamá: “Yo nena, yo princesa”. Y bueno, era otro el contexto.
Con esa certeza hecha carne, un buen día (jueves, para ser precisos), Ferni llegó por primera vez maquillada y con pollera a dar clases en la escuela. La naturalidad con que sus alumnos de primer año la recibieron fue, recuerda, el abrazo más dulce que podría haber recibido. Tenía 28 años.
“Dejé de esconderme y de hacerlo únicamente en lo privado. Incluso, decidí tomar el compromiso de que, en toda mi propuesta artística, y no solamente Opera Queer, mi identidad y este posicionamiento tomaran el eje central”, recuerda.
–Un cambio rotundo. Porque si yo te googleo, en las publicaciones de hace cuatro o cinco años todavía no había podido emerger Ferni…
FDG: –Absolutamente. Sí. Pero yo abrazo al Fernando que fui.
–¿Qué pasó con tu entorno, en ese momento? ¿Pudieron empezar a verte como Ferni?
FDG: –Todavía sigue el proceso. Como con la pregunta: “Ferni de Fernando, ¿no?”, que me pasó esta semana. Hasta que yo entendí que Ferni era de Ferni, con la fuerte certeza de que lo estaba pudiendo hacer porque me tocó vivirlo con un marco legal tan increíble y tan distinto que hace 20 años atrás… Entonces fue asumirlo, verlo y sentirlo. Cuando le pedí al colegio en el que doy clases que por favor, me cambien mi nombre en las planillas seguramente sabía que no era una cuestión que dependiese de la voluntad de la otra persona, era mi derecho.
–Así y todo, más allá de los derechos, la discriminación y los prejuicios contra las diferentes identidades del colectivo LGTBIQ+ son cosa de todos los días…
FDG: –Me da cosa incluso decirlo sabiendo que tengo un trabajo en blanco, pero ¿cuántas compañeras, compañeros y compañeres no consiguen un trabajo digno? Nos seguimos preguntando dónde está Tehuel, un compañero trans que fue a buscar trabajo y nunca volvió a su casa. Entonces, las microviolencias están presentes en todos los espacios, pero también lo más terrible: los travesticidios y transfemicidios.
–¿Y en lo personal?
FDG: –Y… te tengo que hablar de Cosquín. Ya era la que soy ahora cuando, con toda la ilusión, me acerqué a cantar a un festival que para mí había significado un centro de resistencia cultural importante. Pero, en cambio, me dijeron que no podía cantar. Que no podía cantar folklore y que no era una cantante legítima, ¿entendés? Fue muy doloroso, se metieron con mi identidad y, sobre todo, con mi identidad musical.
En diciembre, su paso por la audición del pre-Cosquín (la que define los concursantes que se presentarán en el festival) la convirtió en noticia nacional. Al final de aquella presentación, el jurado la convocó para darle dos noticias: una buena y otra demoledora.
“Me dijeron: ‘Fuiste la artista que más nos gustó, pero la comisión organizadora dice que no podés seguir cantando (se emociona). Que te pases a la categoría de Voz Masculina si querés y no hace falta que te escuchemos, seguís cantando por ahí'”, recuerda.
Lo que siguió, cuenta Ferni, fueron días de mucha angustia. Llegar al pre-Cosquín plantada desde la que era para cantar un repertorio cercano al colectivo travesti, trans no binario había sido el resultado de un proceso arduo, cargado de silencios y dolor. Tenía reservadas unas estrofas de “Celedonia Batista”, de Teresa Parodi, que dicen: “Téjame un tiempo infinito donde no cueste la vida”.
Que los organizadores no pudieran verla en su integralidad era un empujón al pasado.
Aconsejada y acompañada por su núcleo más cercano, la artista se acercó al INADI. “El estatuto de Cosquín no podía estar por encima de la Ley de Identidad de Género”, argumenta. Y así fue. Tras la intervención del organismo, en cuestión de horas la llamaron para avisarle que el reglamento había cambiado y que podría representar a la ciudad de Buenos Aires sin inconveniente. Así lo hizo y llegó hasta la final. Su mamá estuvo alentándola desde el público.
–Y ya en Cosquín, ¿qué te devolvió el público?
FDG: –Me llegó una cantidad inmensa, muchísimo más inmensa que el odio, de amor de personas que no me conocían. Recibí mensajes como: “Tengo un hijo trans y verte a vos le da sentido a esta crianza”. Incluso, un señor muy mayor me dijo: “Vos sos la persona que nunca me animé a ser en mi vida”.
–En todo este proceso en el que estás, ¿pudiste empezar a ponerle palabras a los silencios familiares?
FDG: –Hoy hay un tipo de familiaridad con el pronombre, con la identidad y con todo lo que soy por parte de mi vieja, de mis tías, de mi hermano y mis hermanas. “Hija, ¿cómo estás?”, es el mensaje de mi mamá todos los días. “Hija, ¿Todo bien? Cuidate que hace frío, abrigate hijita”. Fue todo muy natural con ella, aunque debe haber hecho su proceso. Como le escribí hace poco en una carta: “La niña que no pude ser y está presente ahora te abraza”. Con otros integrantes, en cambio, he tomado la decisión de distanciarme. Si no hay amor, ahí no es un lugar donde yo quiera estar.