“Quería apagar el dolor”: el testimonio de una adolescente después de intentar suicidarse
Delfi tiene 16 años y luego de haber pasado por internaciones psiquiátricas, cuenta su experiencia; el rol de los grupos de pares y la importancia de hablar de una problemática que creció durante la pandemia
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Suicidio. Solo decir (o escribir) la palabra, ya da cosa. Es un tema que siempre fue muy tabú y calculo que va a seguir siendo así. Aunque muchos chicos, sobre todos los adolescentes, tengamos problemas como depresión o incluso pensemos en la posibilidad de un suicidio, no sé si algún día se va a normalizar el hablar de salud mental. Y eso no está bueno.
Me llamo Delfi. Va, en realidad ese no es mi nombre: el de verdad, prefiero no decirlo. Todo el resto de lo que voy a contar, pasó así, tal cual. Tengo 16 años, estoy en cuarto año del secundario y tuve más de un intento de suicidio. Sí, ya sé: es un tema redifícil, pero me propusieron contar mi experiencia y me gustó la idea, porque pienso que le puede servir a otras chicas y chicos que por ahí están pasando por situaciones parecidas a las que viví yo.
¿Qué le pasa por la cabeza a un adolescente que intenta suicidarse? ¿Cuáles son las señales a las que hay que estar atentos? ¿Qué papel juega la escuela en todo esto? ¿Se habla de depresión en las aulas? ¿Y en las familias? ¿Cómo llegas a una internación psiquiátrica y de qué manera se atraviesa esa experiencia? ¿Se puede salir de ese lugar y volver a empezar? Me parece que hay muchas preguntas que las personas pueden hacerse. Y, si bien obviamente cada caso es particular, yo voy a contar mi experiencia.
Si tuviera que describirme, diría que soy una persona en la que se puede confiar. Además, me gusta mucho lo artístico, pintar y cantar, por ejemplo. También la música y salir mucho con amigos, necesito de lo social. No me gusta estudiar. Voy a una escuela privada y como no tengo un promedio alto, no pude elegir la orientación y me mandaron a la que nadie quería: Naturales.
Soy hija única. Mis papás se divorciaron cuando era chica y, hasta la última internación que tuve, vivía con mi mamá. A partir de ese momento, me mudé con mi papá. Mi mamá también tiene depresión y las recomendaciones de los médicos fueron que me fuese a vivir con él. Acá me siento bien.
En mi caso, creo que todo empezó cuando me enteré que mi mamá tenía depresión, que era algo que yo no sabía. La veía triste, pero no pensaba que fuera algo más allá de tristeza. Cuando me enteré de eso, mi mamá no sé si se empezó a comportar distinto o yo la empecé a ver de otra forma. Pero me acuerdo que un día, en mi cumpleaños, tuvimos una pelea muy fuerte porque me empezó a decir que se quería hacer daño, que no me fuera con mis amigos, que me quedara con ella. Siempre fuimos muy pegadas y, al día de hoy, le cuesta soltarme. En ese momento tenía 14 años y fue ahí que empecé con terapias.
Yo los llamo “bajones”, aunque ojo, obviamente sé que no cualquier “bajón” es algo serio. No hay que confundirse. En mi caso eran bajones muy, muy grandes y muy seguidos. ¿Cómo me sentía cuando estaba tan triste? Sentía que no me daba la voz, la respiración, para poder seguir llorando. Me quedaba como sin aire. Quería apagar los sentimientos, apagar el dolor, apagar todo. Por eso mucha gente que tiene depresión duerme mucho: porque es el momento en que estás inerte, en que no pensás nada. En ese momento te sentís bien, pero cuando te despertás…
Mucha gente dice y yo ahora lo creo que el suicidio es “el camino más fácil”. A veces te cansás mucho y querés ir por el camino fácil, pero hay que remarla con las herramientas que tengas. Estaría bueno que cada uno podamos encontrar nuestra propia solución, porque no creo que haya una para todos y definitivamente no creo que nunca pero nunca esa solución sea el suicidio.
“Problemas de chicos”
Muchas veces escuchamos a adultos que dicen: “Ahhh, ¿qué problemas puede tener, si es un chico?” O: “¿Imaginate qué preocupaciones va a tener, si es un adolescente?”, como si los problemas de los chicos fueran chiquitos, y solamente los de los grandes fueran importantes. No creo que se puedan comparar. A toda edad tenemos conflictos: por mínimo que parezca desde afuera, para ese nene o adolescente puede ser un problema grande. El bullying, por ejemplo, es algo que sufren muchos y no debería nunca minimizarse. No hay que tener compasión, sino ponerse en los zapatos del otro. Que los adultos se acuerden que alguna vez fueron chicos y que, aunque el contexto fuera muy distinto, algún problema habrán tenido.
Mi primera internación por un intento de suicidio fue a los 14 años, en 2019. Sinceramente, no me acuerdo bien todo lo que pasó antes de terminar internada: creo que una parte del cerebro, cuando sufre un trauma, se lo intenta olvidar. En ese momento tenía un novio que actualmente es mi amigo. Él me conoce muy bien, sabía que yo estaba decaída, no me veía bien. Cuando tuve el primer intento yo le conté lo que me había hecho y él llamó a mi mamá, estuvo ahí y fue muy importante para mí porque creo que no estaría acá sino fuese por él.
Después, tuve otra internación el año pasado, durante la pandemia. Mi psiquiatra me contó que en la cuarentena aumentaron de forma alarmante las consultas por este tema: para muchos jóvenes, no fue fácil. Al principio, a mí no me afectó mucho, porque pensaba que iban a ser 15 días. Pero después empecé a tener bajones. No era que estaba todo el tiempo bajoneada: en el día estaba bien y a la noche, bajón.
¿Cuáles fueron las señales de alerta? Me gusta hablar de este tema porque quizás a alguien puede servirle. La señal más grande, en mi caso, creo que era el estar muy desganada. Me empecé a sentir decaída: siempre quería dormir, no tenía ganas de nada, casi ni de salir con amigos. En mi casa tampoco quería estar: nunca estaba bien en ningún lado, no me sentía cómoda. Durante un tiempo, también tuve trastornos de la alimentación: no me sentía bien con mi cuerpo, mi autoestima estaba por el piso. Me acuerdo que además empecé a autolesionarme. Sentís una herida emocional tan grande, que tenés que representar de alguna manera. Siempre es un llamado de advertencia y lo tenés que tomar así: “Necesito ayuda”.
Estar internada
Muchas personas se imaginan cosas muy raras cuando piensan en una internación psiquiátrica. Lo primero que se les viene a la cabeza es un manicomio. En mi caso, fue en una clínica privada y la verdad es que no tuve una mala experiencia, aunque obviamente no es algo agradable, que uno quiera.
Generalmente estás 30 días, mínimo. Conocí a muchas personas ahí que tuvieron millones de problemas más graves, más fuertes, y que podían llegar a estar tres meses, por ejemplo. La primera semana siempre creo que te la vas a pasar llorando: “¿Por qué estoy acá?”, cosas así. No entendés nada y querés volverte a casa. La segunda semana ya me fui incorporando más al grupo, porque eran muy unidas las chicas. Había gente más grande que te trataba como si fueras una hija. Mi mamá me podía visitar y la primera semana se quedó conmigo, pero después se tenía que ir a trabajar. La gente ahí era muy compañera y te cuidaba.
La última semana ya no das más, te querés ir, decís: “Estoy bien, quiero ir a mi casa”. Tal vez no estés completamente bien, pero necesitás volver a casa. Además te sacan el celular, cualquier tipo de contacto con el exterior. Yo empecé a leer muchos libros. De alguna manera, es un tiempo de “relax”, porque no tenés que pensar en otros problemas, que quedan afuera.
La última internación fue en pandemia y tenía un cuarto para mí sola, pero la anterior me acuerdo que había dos cuartos para adolescentes y jóvenes y después otro para adultas. La rutina era muy cansadora: te levantaban temprano, te daban la medicación y no te dejaban dormir mucho. Había un patio chiquito con rejas y ahí estaban todos fumando, pero si te la aguantabas podías ir, tomar sol… No era tan malo. También tenías actividades, talleres como origami, para hacer pulseras con mostacillas o musicoterapia.
De la primera internación salí con ganas de muchas cosas, dije: “Quiero hacer esto, esto y esto”. Sentí que había un gran cambio, pero después volvieron los bajones. Con todo esto lo que quiero decir es que es un proceso que lleva su tiempo y hay que tener paciencia. Pasé por millones de psicólogas, pero después de mi última internación, dije: “Yo quiero a S.” Y volví con mi psiquiatra actual. En mi familia, hubo un cambio positivo: me empezaron a apoyar familiares con los que no tenía mucha relación, que me dijeron: “Cuando necesites, podés llamarnos”. No se lo tomaron como un tema tabú y eso estuvo bueno.
En el colegio fue otra cosa. Me acuerdo de que cuando salí de mi primera internación, en 2019, mucha gente me preguntaba: “Eu, ¿estás bien?”. Pero creo que lo hacían más por pena o por quedar bien, que porque enserio lo sintieran. Me miraban con cara de: “Uh, pobre”. Lo que pasa es que, en general, en los colegios no se habla mucho de salud mental. En el mío, después de lo que me pasó creo que se empezó a hablar más. Este año tenemos un espacio donde tratamos problemáticas adolescentes como depresión, dependencia emocional o cosas así, que está bueno. Me parece una muy buena prevención para muchos chicas y chicos que están sintiendo eso y tal vez no se animan a decirlo o no quieren asustar a la gente que tienen al lado.
Si le tuviera que hablar a un joven que pensó en la posibilidad de suicidarse, le diría, sin dudas, que busque otros recursos. Yo lo viví y realmente no creo que es la solución ni lo que las personas quieren realmente en el fondo: creo que es algo más superficial, “acabar con el dolor”, sin ponerte a pensar todo lo que va a suceder si llegas a suicidarte (empezando por las personas que amás y te aman) o todo lo que podría haber pasado si seguirías vivo. Siempre hay alguien que te puede ayudar: a pesar de que sea un tema tabú, hay muchos espacios donde se puede buscar ayuda, incluso en las redes sociales a veces te aparece publicidad de lugares a los que podés llamar para hablar con alguien.
Yo creo que los suicidios se pueden prevenir de muchas formas. Me acuerdo que una vez fui a depilarme y, cuando la chica que me atendió me vio las marcas de las autolesiones que tenía en mis piernas, me dijo: “Yo pasé por lo mismo, te doy mi número y si alguna vez querés que hablemos, llamame”. Creo que esa es una muy buena manera de ayudar: involucrarse. Si ves a una persona que estuvo en tu misma situación o que te das cuenta que no está bien, no mires para otro lado. Darle apoyo es fundamental. No “normalizar”, sino animarnos a hablar de esta problemática. No esquivarla.
Aunque nunca llamé a esa chica, en ese momento me sentí apoyada. Sentí que a una persona al menos le preocupaba lo que me pasaba. Ahora, cuando yo veo a alguien que no está bien, aunque no tenga mucha confianza, le digo: “Si querés hablar, acá estoy”. Te puede parecer que no aportás nada, pero pienso que de alguna manera podés hacer que esa persona se sienta como me sentí yo cuando esa chica me dio su número de teléfono.
¿Cómo estoy hoy? Últimamente me estoy sintiendo bien, no estoy teniendo bajones, me levanto rápido, tengo amigos que me reapoyan y lo supervaloro. Haga terapia con S., mi psiquiatra, cada 15 días, y también con una psicóloga. Y voy a tener un acompañante terapéutico tres días por semana, por tres horas, para que me acompañe a sobrellevar algunas situaciones que todavía me cuestan. Además, voy a hospital de día, donde comparto con un grupo de otros chicos que pasaron situaciones parecidas.
Para terminar, a las madres y los padres les diría que, aunque sus hijos adolescentes los esquiven (algo que es bastante normal), los apoyen si se dan cuenta que les está pasando algo. Que les muestren que están ahí, que les importa lo que les pasa, que pueden contar con ellos y que no minimizan sus problemas. En definitiva, que hablen.
* Esta nota fue escrita en colaboración con la periodista María Ayuso.
Dónde pedir ayuda
- Línea 135: El Centro de Atención al Suicida (CAS) atiende 18 horas diarias (consultar horarios en la web), de forma anónima, gratuita y voluntaria. La técnica que utiliza es la “escucha activa”, con intervenciones orientadas a que el “consultante” hable. La línea 135 es gratis desde CABA o Gran Buenos Aires; y el (011) 5275-1135 o el 0800 345 1435 son para todo el país.