“¿Qué hacés vos para cambiar la situación del país?”: la pregunta de un joven que explica por qué la juventud que hace trabajo voluntario tiene más deseos de seguir en la Argentina
Nacho Benegas estaba en Costa Rica cuando le ofrecieron un contrato en un hostel a metros de la playa donde surfeaba a diario, pero decidió volver a Buenos Aires para continuar el trabajo solidario con chicos hospitalizados o sin cuidados parentales; en el país, el 54% de los jóvenes de 18 a 24 años son voluntarios y entre ellos mejora la mirada que tienen sobre el país
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Ignacio “Nacho” Benegas Lynch sentía que estaba en el paraíso. Era el verano de 2020 y había ido a pasar tres meses a Santa Teresa, un pequeño pueblo de Costa Rica. Sus días transcurrían entre el verde más exhuberante, playas de arena blanquísima con olas ideales para practicar surf (un deporte que le encanta) y atardeceres eternos sobre el mar.
Un par de amigos habían abierto un hostel. Él ya había ido en otras dos oportunidades a visitarlos y ayudarlos con el trabajo, pero esa vez, se quedó más tiempo. Incluso lo llevó a Oliver, un border collie que es su fiel compañero de viajes. Entonces, sus amigos le hicieron la propuesta: la posibilidad de un contrato laboral fijo, a largo plazo, para que se instalara en esa playa de ensueño. En la Argentina, la situación socioeconómica y las chances de progresar eran una preocupación para Nacho. Por eso, la calidad de vida y la puerta laboral que se abría en Costa Rica, resultaban más que tentadoras.
“Desde la casa donde me quedaba, caminaba 100 metros para un lado y llegaba al laburo; y, 100 metros para el otro y estaba en la playa”, recuerda Nacho. Aunque dudó mucho en aceptar el trabajo, finalmente decidió volver a Buenos Aires, donde aterrizó diez días antes de que se declarara la cuarentena por el Covid-19.
Entre los principales motivos que lo llevaron a tomar esa decisión, estuvo el continuar con la tarea de voluntariado que lleva adelante desde hace ocho años en la agrupación de jóvenes que cofundó, Cuerdas Azules. Desde allí se dedica a acompañar a niñas, niños y adolescentes que atraviesan enfermedades o que viven en hogares para chicos privados de cuidados parentales. “Te diría que un 40% de lo que me motivó a volver fue Cuerdas; otro 40% la facultad, que tenía que terminar; y el restante 20%, una serie de miedos”, cuenta Nacho, que tiene 29 años y vive en Beccar.
En un contexto de crisis económica y social que se profundizó desde el inicio de la pandemia, 7 de cada 10 jóvenes señalan que les gustaría vivir fuera de la Argentina, considerando que tendrían mejores posibilidades de desarrollo laboral, profesional y educativo. Sin embargo, las perspectivas de quedarse en el país cambian notablemente entre aquellos que realizan tareas de voluntariado, como Nacho.
Así, mientras que el 23% de las chicas y los chicos que participan de ese tipo de actividades señala que la Argentina “es el mejor país para vivir”, la cifra baja al 14% entre quienes no son voluntarios. Los datos se desprenden de un estudio realizado recientemente a nivel nacional por la consultora Voices!
Otro resultado significativo es que este año se registró un pico histórico en relación a quienes hacen tareas de voluntariado: el 36% de la población indicó haberlas hecho en los últimos 12 meses (Estudio de Voices! y Qendar). Sin embargo, si se pone la lupa entre los jóvenes de 18 a 24 años, el porcentaje se eleva al 54%, mientras que en la franja que le sigue, de 25 a 34 años, un 46% son voluntarios. En ese grupo está Nacho.
“Lo que vemos es que los jóvenes están altamente desesperanzados y tienen una visión muy pesimista sobre el futuro del país en todos los aspectos, pero especialmente en lo vinculado con el incremento de la pobreza, las menores oportunidades laborales, el empeoramiento de la situación económica y el aumento de la inseguridad. No poder progresar es la principal preocupación que tienen de cara al futuro”, explica Constanza Cilley, directora ejecutiva de Voices!.
Enseguida, agrega: “La tendencia de un vuelco al voluntariado es una reacción de un grupo de jóvenes ante tamaña desesperanza. Yo lo ilustro con el proverbio chino que dice: ‘Más vale prender una vela que maldecir la oscuridad’. Entre los voluntarios aumenta la conexión y el deseo de vivir en el país, porque las actividades que realizan los interpelan desde un montón de lugares”.
Nacho lo resume así: “Ser voluntario te hace más humano”. Asegura que tiene un efecto inmediato: “Ves la vida de otra manera y apreciás más lo que tenés: desde los vínculos hasta la salud”. Pero claro, también admite que la incertidumbre sobre la situación económica del país, no desaparece. “A los jóvenes nos afecta un montón. No vivimos la realidad de otras generaciones donde la gente podía comprarse una casa, un departamento o un auto a pesar de que siempre había problemas. Hoy es imposible. Para un pibe de mi edad es difícil encontrar laburo. Yo me aferro a lo que tengo porque no sé qué va a pasar”, reflexiona Nacho. Sin embargo, cuando pone todo sobre la balanza, es mucho lo que suma: “En la Argentina tengo mis cosas, mi familia y Cuerdas”.
En todos estos años, él y sus compañeros de Cuerdas Azules acompañaron a chicas y chicos con historias difíciles, incluyendo a jóvenes que fallecieron a causa de una enfermedad. “El apoyarse en el grupo fue clave desde el comienzo. Siempre decimos: ‘Solos, nada’”, subraya Nacho. Para él, el trabajo del voluntario consiste en sembrar semillas que generan frutos inesperados.
En la pandemia, por ejemplo, recibió un mensaje por Instagram que lo tomó por sorpresa. Era de Emi, una niña a la que conoció cuando ella tenía 8 años. “Es de Entre Ríos y la acompañé durante varios meses: tuvo un accidente automovilístico y fallecieron sus hermanos y padres. Formamos un vínculo muy lindo, pero cuando salió del hospital y volvió a su provincia, al tiempo perdimos el contacto. Cuando me escribió fue muy loco, porque se acordaba un montón de todo lo que hacíamos juntos: ahora la veo disfrutar de la vida y es lindísimo”, dice Nacho con emoción.
Los jóvenes, a la cabeza
Según los relevamientos de Voices!, el voluntariado en la Argentina viene aumentando de forma sostenida en los últimos años: en 2015, el 23% de la población realizaba estas tareas; en 2018, el 27%; en 2019, el 33%; en 2020, el 35%; y, en 2022, el 36%. “Hay un incremento gradual y sostenido en todos los estratos sociodemográficos, pero la diferencia relevante que notamos es el aumento de esta actividad en los jóvenes, que no eran tradicionalmente un segmento volcado a las tareas de voluntariado, donde solía liderar la gente de mediana edad. Eso cambió por completo. Hoy más de la mitad de los jóvenes son voluntarios”, explica Cilley.
Otro estudio de Qendar y Voices! muestra que los jóvenes son el grupo que más dona bienes, como ropa o juguetes. Por otro lado, Cilley destaca que son menos “pudorosos” al comentar sus acciones solidarias con otros. “Piensan, en forma mayoritaria, que es importante comentar estas iniciativas y son muy conscientes de que dar implica también un recibir, de que es un win-win. A diferencia de los mayores, que tienden a pensar que puede ser ‘de mal gusto’ hablar de esto y son más pudorosos. Ese empuje de los jóvenes es clave, porque los estudios demuestran que el efecto contagio que generan las acciones solidarias es muy grande”, señala la directora de Voices!
Cuando en las encuestas se le pregunta a las nuevas generaciones qué caracteriza a los argentinos, en primer lugar destacan la solidaridad. Nacho está de acuerdo: “Si hay algo que uno siempre rescata de nuestro país es la calidez y la preocupación por los otros, y eso en los jóvenes lo ves muchísimo. Solo hace falta entrar a Instagram para darse cuenta y ver la cantidad de iniciativas que hay: desde los chicos de TECHO, trabajando para asegurar el derecho a una vivienda; hasta Módulo Sanitario, garantizando algo tan básico como un baño; o Monte Adentro, que acompaña a las comunidades rurales. Hay un montón de gente que quiere hacer de nuestro país algo mejor y todos son jóvenes. Esa es la realidad”, dice Nacho.
Y asegura: “Yo me río y me enojo al mismo tiempo cuando la gente mayor dice: ‘La juventud está perdida’. Le preguntaría a cada persona que dice eso: ‘¿Qué estás haciendo vos hoy para cambiar la situación del país?’”.
En esa línea, Cilley dice que problemas tan vastos como la pobreza pueden generar inacción en muchas personas: “Es como decir: ‘Qué puedo hacer yo para cambiar algo que no para de crecer’. Esa sensación de sentirse abrumado genera una distancia, un ‘no puedo hacer nada, me alejo’. El voluntario de alguna manera quiebra eso, entra en el problema y encuentra un lugar desde el cual accionar”.
Los vínculos como esencia
El germen de lo que sería Cuerdas empezó para Nacho en 2014, cuando Adrián Santarelli, un sacerdote con especial vocación por los enfermos, lo convocó para empezar un proyecto solidario. Santarelli había quedado impactado con el cortometraje de animación Cuerdas, del director español Pedro Solís García, que cuenta la historia de María, una chica que genera un vínculo especial con un chico que tiene parálisis cerebral: ella busca superar a toda costa las barreras que dificultan el que pueda compartir con sus compañeros de escuela.
Para iniciar el proyecto, el sacerdote contactó a tres jóvenes que no se conocían entre sí: Nacho, Felicitas Meilán y Joaquín Romero Pierri. La propuesta era que cada “joven cuerda” hiciera una visita semanal a hospitales (como el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez de la ciudad de Buenos Aires y el Bernardo Houssay de Vicente López) u hogares de niñas y niños (como el que tiene la Fundación Cor en San Isidro), estableciendo un vínculo de acompañamiento y contención que se sostuviera a largo plazo. “La cuerda significa que atás tu vida a cualquier persona enferma o en situación de vulnerabilidad que te necesite”, explica Nacho.
Cuando él empezó tenía 21 años. “Yo creo que a todo los que hacemos o hicimos en algún momento alguna actividad de voluntariado, lo que nos mueve es el servicio, el poder hacer algo por el otro. Tuve la suerte de nacer en una familia que siempre me cuidó y me dio lo necesario para desarrollarme, mientras que otros niños y jóvenes no tuvieron esa oportunidad”, explica Nacho.
Con la pandemia, desde Cuerdas tuvieron que transformarse. Acostumbrados 100% a la presencialidad, buscaron encontrarle la vuelta para no quedarse de brazos cruzados y así surgió Cajas Azules, a partir de una charla que tuvo Nacho con María José, la coordinadora del merendero Pequeños Valientes, de Benavídez. “Apadrinamos a 110 familias a las que todos los meses les entregábamos una caja personalizada con distintos elementos que pudieran ayudarlas a atravesar la pandemia. Buscamos continuar con nuestra esencia, que era formar un vínculo”, detalla Nacho.
La semana que viene, los jóvenes de Cuerdas (actualmente, 30 chicas y chicos de entre 18 y 30 años) volverán a iniciar sus actividades en los hogares de Fundación Cor y Familias de Esperanza. “Como compartimos con niños, lo más importante es vincularse a través del juego, que es el medio por el que ellos van conociendo el mundo”, dice Nacho, que está a punto de recibir su título de licenciado en terapia ocupacional en la Universidad de San Martín, y solo le queda presentar la tesis en los próximos días.
Su objetivo, poco a poco, es ir dejando que Cuerdas quede en manos de las nuevas generaciones, esos jóvenes que tienen una edad similar a la que tenía él cuando empezó. “El perfil de un voluntario del grupo requiere sobre todo compromiso y ganas de ayudar. Si cumplís con esos dos requisitos, podés participar”, concluye Nacho.
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Cuerdas Azules: están en Instagram, y Facebook. También se les puede escribir a info@cuerdasazules.org