Pudo estudiar en la universidad y conseguir un trabajo que la ayudó a cumplirle el sueño a sus padres: “La facu me cambió la vida”
Milagros González tiene 27 años y es nutricionista; sus papás tuvieron que trabajar desde niños y no pudieron terminar la primaria, pero hicieron de todo para que ella tuviese la oportunidad de elegir una carrera.
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“Más allá de haberlos llevado, me emociona que ellos tengan esa sensación de haber conocido algo que tal vez veían muy lejano o hasta imposible. Y me hace feliz que haya sido una experiencia compartida”, cuenta Milagros González, la merlense de 27 años que les cumplió a sus papás el sueño de conocer el mar por primera vez en sus vidas.
La familia partió en auto hacia Villa Gesell un jueves de abril pasado bien temprano. Cuando llegaron al departamento que había alquilado Milagros, ni siquiera se tomaron el tiempo de bajar las valijas. Simplemente estacionaron el auto del novio de Milagros, que la ayudó en esta travesía, se bajaron y empezaron a caminar la última cuadra que los separaba del mar.
“Para mí fue una emoción grandísima. Ver esa cantidad de agua toda junta es muy distinto a verlo por la tele. Lo sentís. Me puse a llorar porque no podía creer que estaba ahí, al lado de la playa, del mar”, recuerda Julio González, que tiene 55 años y trabaja como albañil de forma independiente. Su esposa, Élida Mansilla, tampoco puede evitar emocionarse al revivir la sensación: “Es algo que no se puede explicar con palabras. Yo siempre pensaba que lo iba a conocer, pero no sabía cuándo. Y al llegar el momento, me cambió la vida”.
Milagros González es licenciada en Nutrición y la primera universitaria de toda la familia. Estudió en la Universidad de La Matanza (UNLaM) y se recibió en 2022, en pleno festejo por la obtención del Mundial de Qatar. En julio rendirá el examen para entrar en la residencia. Por el momento, trabaja atendiendo pacientes en consultorios de Merlo, Marcos Paz y General Las Heras, donde ahora vive con su novio.
Para tener de recuerdo, Milagros grabó el momento en el que sus papás pisaron la playa por primera vez. Por diversión, hizo una pequeña compilación y la subió a TikTok, red social que “no usa mucho”. Nunca se imaginó que su historia se volvería viral, pero el video alcanzó las 230 mil reproducciones en un mes. “Tuvo que apagar el teléfono porque tenía que estudiar y no paraba de sonar”, asegura su papá.
A diferencia de sus padres, tanto ella como su hermano Julián (20), ya conocían el mar. En su caso, además de haber participado de competencias de danza Jazz en Mar del Plata o San Bernardo, cuando terminó sexto grado de primaria se fue de viaje de egresados a San Clemente del Tuyú.
@milagoonzalez no puedo parar de llorar
♬ Para Siempre - Benjamín Amadeo
“La educación es todo”
Julio y Élida viven hace 32 años en el barrio Arco Iris, del partido bonaerense de Merlo. Siempre tuvieron que elegir muy bien en dónde poner sus recursos y dejaron de lado muchas cosas para priorizar la educación de sus hijos. Si bien hubo épocas en las que les costó bastante pagarlo, apostaron por mandarlos a una escuela privada: el Instituto Privado de Merlo. “Para mí, la educación es todo, es lo principal. Si no tenés educación, te cuestan más las cosas. Podés conseguir trabajo, sí, pero no es lo mismo. Además, es más fácil que se aprovechen de vos y te paguen mal. Y es más difícil reclamar por tus derechos “, reflexiona la madre de Milagros.
Según las autoridades de la UNLaM, el 89% de sus alumnos son primera generación de universitarios. Mientras que un estudio del Observatorio Argentinos por la Educación advierte que solo 1 de cada 10 jóvenes de los sectores de menores ingresos del país alcanza estudios universitarios. A su vez, en los sectores de mayores ingresos, los jóvenes tienen cuatro veces más chances de acceder a la universidad.
Para ir a cursar, Milagros tomaba un colectivo hasta la estación, después el tren y finalmente otro colectivo hasta la universidad. “Capaz no podía comprar algún libro, entonces lo descargaba en PDF y lo leía en el celu. Después, mi prima me regaló una computadora. Y si no, me quedaba en la biblioteca y leía. Me fui haciendo de a poco”, comenta Milagros sobre el sacrificio que hicieron ella y su familia para que pueda recibirse. También se acuerda entre risas de una vez en la que necesitaba un ambo de un día para el otro y “andá a saber qué trabajo hizo papá” para conseguirlo.
Sin embargo, sus padres no tuvieron la posibilidad de estudiar. “La prioridad siempre era el trabajo”, asegura Élida, que, como su marido, sólo terminó el colegio primario. Ella trabaja desde los 13 años. Al principio cuidaba chicos en el barrio, después trabajó en talleres de costura y también fue empleada doméstica. Julio, por su parte, a los 10 años ya ayudaba a su padre con trabajos de albañilería y más tarde pasó por una empresa de logística y por una fábrica textil. Y finalmente regresó a su oficio de albañil.
Julio Mansilla, el abuelo materno de Milagros, oriundo de Chaco, ni siquiera había terminado el colegio primario. Sin embargo, a los 76 años logró finalizarlo gracias a una Iglesia Católica de Merlo que da clases de apoyo escolar a adultos mayores. De hecho, la familia tiene enmarcado en el living el diploma de alfabetización que recibió al completarlo.
Al principio, a Élida le parecía muy lejana la idea de tener una hija universitaria. Sin embargo, su idea fue cambiando a medida que Milagros crecía. “Sus maestros, desde jardín hasta la secundaria, siempre me decían que ella iba a llegar lejos, que tenía capacidad, que era muy inteligente”, cuenta. De hecho, el día que se recibió, con el ambo roto y sucio después de festejar con espuma y papelitos, pasó por su antigua escuela para sacarse una foto de recuerdo.
“La universidad me abrió la cabeza”
Para Élida, el día en que su hija se recibió fue “de una emoción enorme”. De hecho, cuando volvió a su casa, se encontró con un pasacalle en el que la felicitaron por su título y por todo el esfuerzo que le llevó conseguirlo. Además de ser la primera universitaria de su familia, también es una de las primeras del barrio, así que los saludos de sus vecinos tampoco faltaron.
Más allá de un título que le permite trabajar como nutricionista, la universidad pública le dio a Milagros otra mirada del mundo: “Me abrió la cabeza. Yo cambié un montón yendo a la universidad. Adquirí nuevo vocabulario, aprendí a viajar en transporte público, a socializar, a manejarme con las comidas, con la economía. Te cambia la mente completamente”.