Poner el cuerpo: los curas villeros, pilares del tratamiento
Cuando, en 1999, el padre Guillermo Torre llegó a la parroquia Cristo Obrero, en la villa 31, el paco casi no existía. Los problemas eran el crecimiento de la pobreza, el desempleo y la exclusión que vivía la gente del lugar. Una década después, en 2008, Jorge Bergoglio creó los centros barriales del Hogar de Cristo, porque en esos años el narcotráfico había tomado las principales villas porteñas y, ante la ausencia del Estado, de una forma urgente había que sacar a los chicos de las adicciones. El paco, especialmente, los hace adictos muy rápido y empiezan a vivir inmediatamente en situación de calle.
Los curas villeros, como se los llama popularmente, hacen una obra inigualable en estos lugares y el Estado se la reconoce porque entiende que llegan a donde ellos no pueden. Por eso, generan políticas públicas y subsidios para facilitar el acceso a la salud, a la educación y a los servicios básicos ciudadanos.
"Nosotros acompañamos y ayudamos al otro a ponerse de pie y elegir qué quiere de su vida. A veces vienen sin nada. El Hogar de Cristo es su familia para muchos chicos, es la mística de nuestro trabajo", describe el padre Guillermo. Y explica que cuerpo a cuerpo es justamente eso: acompañar la vida en forma personalizada.
"A los que llegan sin ropa les damos abrigo; a los que no tienen dónde dormir les buscamos un lugar; si no tienen documento, los ayudamos a sacarlo. Buscamos que se sientan personas, porque, por ejemplo, si no tenés documento, no existís, y es necesario para acceder a otros beneficios. Es muy artesanal y respetando los tiempos de cada uno. Es un trabajito arduo el de acompañar, sin horario. Acá estamos siempre", señala el sacerdote.
En la villa 1-11-14 la apuesta es aún más fuerte. El padre Juan Isazmendi es el párroco y coordina el Hogar Santa María, con más de 100 personas que viven allí, incluidas madres con bebés, a diferencia de los otros centros barriales, que son ambulatorios. Él llegó luego de haber estado varios años en Villa Trujuy, provincia de Buenos Aires, y ve que la problemática del paco y las enfermedades que genera es la misma en ambos lugares. "En los barrios populares, la marginalidad que sufren los chicos desde chiquitos es profunda. En las villas de Capital veo elaborado algún proyecto más fuerte de la Iglesia y alguna presencia del Estado. No lo llega a ser, pero lo intenta. Está sembrada la conciencia de que son barrios que necesitan mucho acompañamiento", señala .
Sin embargo, el párroco sostiene que en la provincia de Buenos Aires no hay nada de eso y que es muy difícil trabajar en la prevención. "La fuerza espiritual de la comunidad es impactante, al no haber recursos, solo hay fuerza propia y organización pastoral. El paco es el rostro de la marginalidad, la tuberculosis es un síntoma de ese abandono de esos chicos más pobres, que hicimos como sociedad. Está ligada a la calle y a un derecho de salud muy vulnerado. El acompañamiento 'cuerpo a cuerpo', como dijo Bergoglio, es no teorizar tanto sobre un problema, sino ponerle el cuerpo día a día", reflexiona.