“Pitu” Salvatierra: “La inflación de los pobres es la de los alimentos. Hace mucho que sólo gastan en comer y viajar”
El referente social afirma que, ante el actual contexto de aumento de precios, los habitantes de los barrios transitan por dos caminos: los comedores comunitarios y el endeudamiento; también remarca la necesidad de derribar los prejuicios para que “villero” deje de ser una mala palabra
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Alejandro “Pitu” Salvatierra intenta resumir su historia. Le lleva algo más de una hora contar lo más saliente. Desde aquel día, a los doce años, cuando perdió la vida que conocía –la de un chico que quería ser abogado, que iba a la escuela, y al club–, su recorrido tuvo todos los condimentos de una película: desde pobreza, situación de calle, delincuencia y adicciones, pasando por privación de su libertad, militancia y toma de tierras en el parque Indoamericano, hasta un presente en el que se codea con empresarios encumbrados en el coloquio de IDEA, es referente de una organización barrial y, en paralelo, columnista radial.
Contrastar pasado y presente en la vida de Salvatierra podría hacer creer a más de uno que es cierta aquella idea de que, con esfuerzo, se sale de la pobreza. “Nosotros creemos en el esfuerzo, es más, nos esforzamos mucho para salir adelante. Pero por mucho que te esfuerces, si no hay un contexto que te ayude, no llegás”, relativiza este hombre de 42 años, conjugando un plural en el que condensa la voz de todo un barrio, como si fuera su embajador.
“Pitu” habla, concretamente, del Barrio 15, mejor conocido como Ciudad Oculta. El mismo que lo acogió de chico, cuando quedó en situación de calle junto a su mamá y sus hermanos. Allí, Salvatierra está al frente del Instituto Villero de Formación, que nuclea diferentes cooperativas barriales, una escuela primaria y otra secundaria, ambas para adultos, y que ofrece comedor para 600 personas. Pero muchas de las historias que cuenta se replican, casi calcadas, en otros barrios del país. Esto lo convierte en una voz autorizada cuando habla de la necesidad de romper prejuicios y tender puentes entre las empresas tradicionales y la economía popular. Y también cuando sostiene que el actual contexto de inflación está asfixiando a la gente.
“La situación está compleja. La mayoría de nuestra gente vive al día. La inflación no es nueva, pero en estos niveles, a nosotros nos liquidó. Primero tenés que fijarte que la inflación de los pobres, es la inflación de los alimentos, que en los últimos meses estuvo siempre por encima de la inflación promedio. Nuestra gente hace mucho tiempo que sólo gasta en comer y viajar.”, explica.
¿Le alcanza para eso?
Desde hace unos años no llega a pagar la comida. Lo que produce la inflación en los sectores populares es un nivel de asfixia superior al de cualquier otro sector social porque nosotros no tenemos en donde volcar la inflación. No hay paritarias para nosotros. Nuestra economía popular comprende desde el que tiene un taller textil en la casa hasta el que te vende pañuelitos en el semáforo. Y si el que te vende pañuelitos te los aumenta 10 pesos, no se los comprás más. Entonces, ese aumento que él tiene, no tiene en donde volcarlo.
¿Cómo se hace entonces?
Se recurre siempre al comedor. Lo que pasa es que, en el comedor, comés al mediodía, pero a la noche también tenés que comer en tu casa. Ahora en algunos barrios se empezó con la venta de ciertos productos a granel: arroz, azúcar, yerba, fideos, por gramos. La gente sufre para llegar a fin de mes, lo padece cada vez más. También se endeuda.
Pero la pobreza hace mucho más en la vida de una persona que complejizar la forma de endeudarse.
Totalmente. Imaginate que la expectativa de vida del norte y del sur de la ciudad de Buenos Aires es distinta.
¿De qué manera condiciona tu trayectoria de vida el lugar en el que nacés?
Vos nacés en un sector social y conocés gente de ese sector social. Yo conozco chicos que tienen 25 años que son hijos de empresarios y conocen a otros hijos de empresarios y entonces todo es mucho más fácil. Y, de repente, ¡salen con una cadena de 40 supermercados! En cambio, los vínculos que genera mi vecino es con aquel que está peor que él. ¿Qué mano te va a poder dar? Eso te condiciona totalmente. Y después, las posibilidades que la sociedad te da o no te da. Un pibe acá, en una esquina, puede conseguir cualquier cosa: las drogas o las armas que vos quieras. Pero después, cuando va a buscar vacante a una escuela, le es difícil conseguirla.
¿Con qué trampas de desigualdad se va encontrando ese chico desde que nace?
Arranca con la alimentación. Si hay una familia que tiene una pobreza muy extrema, comés salteado, te bañás menos... El acceso a la educación ya es difícil y aparte, cuando la familia no puede suplir las cuestiones básicas, necesarias, entra en un estado de depresión en donde todo vale poco. Y si el chico va a la escuela, va a la escuela; y si no va, no va. Si vos no tenés para morfar, si el pibe está cagado más tiempo… si está un poco sucio el piso, como que todo se va deteriorando. En el momento de crisis, incluso la venta de droga, el menudeo empieza a ser una opción. La prostitución… todo se deteriora.
¿Qué pasa con las oportunidades de ese chico?
De chico empezás mangueando. “Doña, ¿tiene algo?” Eso te hace sentir que hay ciudadanos de primera y de segunda. Después salen a juntar cartón, botellas con sus pares, con su hermano mayor, o si no se van a pedir al semáforo, a limpiar vidrios. Y ahí también son maltratados, ahí molestan, cuando van a limpiar el vidrio o cuando un nenito golpea para pedirte una moneda. ¿Cuántas veces, un chico que está en un semáforo, recibe como respuesta: “no”? ¿Y cómo martilla eso en la cabeza? ¿Cuánto se acostumbran a ese no?
¿Qué pasa con ese chico unos años después?
Ese pibe va pidiendo moneditas cuanto tiene 7 u 8 años y va a la escuela salteado. Cuando tiene 12 o 13, como es costumbre en los barrios populares, por falta de acceso a métodos anticonceptivos y educación sexual, tienen noviecita y enseguida son padres. Y bueno, ya no alcanza con pedir moneditas en el semáforo para darle de comer al pibe. Trabajo a esa edad tampoco hay. En los mejores casos, se hacen vendedores ambulantes, y también molestan. En la otra mayoría de los casos, salen a chorear. Y la sociedad después viene, los agarra la policía, les cae con toda la ley y pretende que esas personas se adecuen a las normas de una sociedad que nunca se interesó por ellas. Es como que tu papá te abandone cuando sos chico y vuelva cuando tenés 18 años y te diga cómo tenés que vivir. Flaco, nunca te importó. ¿Ahora te importa? Ahora porque te puedo hacer daño te importa.
¿Cómo se hace para evitar que ese rechazo social se canalice a través de la violencia y el resentimiento?
Tratamos de construir modelos a imitar, damos debate, somos crudos: cualquier pelotudo le pone el arma en el pecho a otro y le saca todo, ¿qué hay de astucia, si el otro no tiene nada y vos tenés una pistola? Eso lo hace cualquier pelotudo. Ahora, levantarse a las cinco de la mañana, ir a laburar todos los días por dos mangos, sabiendo que no te va a alcanzar para llegar a fin de mes… hay que tener huevos para eso. Lo otro lo hace cualquiera. Y ahí damos los debates: hay que tener huevos para bancar a la familia de esa manera. Hay que tener honra. Y bueno, nosotros tratamos de apuntar con esto a nuestros jóvenes, es una lucha desigual, les decimos: “No conozco chorro jubilado”, todos terminan muertos o presos.
¿Es fácil para la gente de los barrios conseguir trabajo? Muchas veces se dice que se perdió la cultura del trabajo en los barrios.
Eso es mentira, nunca se perdió esa cultura. Es tan así que hemos creado todo un sistema por fuera, que es la economía popular.
¿Por qué fue necesario crearla?
Porque la Argentina no crea empleo formal hace un montón de años. La población creció tres veces más y sigue habiendo los mismos seis millones de puestos de trabajo que hace veinte años. Es el trabajo que nos inventamos los que no tenemos trabajo y no tenemos en donde trabajar. Algunos se ponen a hacer tortillas con chicharrón y van a las paradas de los colectivos, otros son recicladores urbanos, otros trabajan en casas de familia, otros se ponen un puesto en una feria, otros cosen para empresas.
Diste charlas en el coloquio de IDEA. ¿Qué te aportó esa experiencia?
Durante buena parte de mi vida yo había creído que el empresario era garca. Hoy creo que el empresario tiene puntos en común con el villero
¿Por qué?
Porque nuestras identidades se construyen de afuera hacia adentro. Muchas veces los medios juegan un papel fundamental en eso. Los empresarios que salen en los medios lo hacen, fundamentalmente, por cagadas que se mandan. Y cuando los medios vienen a los barrios, pocas veces vienen a mostrar las cosas buenas que pasan en los barrios. Y hay gente que piensa que nosotros vivimos esquivando puñaladas y tiros en los barrios cuando acá, los que viven de esa forma son los menos. Siempre fueron los menos.
Pero uno se queda con una idea diferente…
Se construye una identidad en el inconsciente colectivo que nos afecta muchísimo porque el villero termina encarnando lo malo. Y, en ese sentido, para mí, los empresarios eran garcas. Y la verdad es que no son tan así. Y para ellos los militantes éramos todos planeros, o vagos, o que queremos sacar provecho. Punteros, negros, chorros, cabecitas, un montón de cosas.
También está la idea de que los planes sociales fomentan la vagancia. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
No generan vagancia. No lo veo yo. En la economía popular hay 6 y 8 millones de personas y solamente un millón y pico cobra el Potenciar (N. de la R.: se refiere al programa Potenciar Trabajo). Son los menos lo que cobran. Pero el problema de la Argentina hoy no son los planeros. Es mentira. Son gente que en su mayoría trabaja, son recicladores urbanos, tienen otro empleo y con eso complementan un sueldo. Nadie puede vivir en la Argentina exclusivamente con los planes sociales. Todo el mundo hace otra cosa para subsistir. Pensar que las organizaciones sociales llevan de las orejas a la gente pobre sin entender nada a cortar una calle es una fábula.
Algunos pícaros lo hacen…
Sí, pero el que está ahí siempre tiene un propósito. Comúnmente el propósito es: “traigo a mi hermano que no cobra el plan y quiero que lo cobre”. En otros casos las organizaciones los aprietan porque si no les quitan el plan, por supuesto, en otra parte se les quita una parte del plan y nosotros combatimos eso. Pero siempre son los menos. Porque eso también es decir que la gente pobre es tonta. Y no toda la gente pobre es tonta.
No es tonta, pero quizás está desesperada.
Sí, pero mirá que no es la única manera. Es mentira que las organizaciones tengan el poder pleno de quitar o poner los planes sociales. Hay una fantasía con eso. Al menos nosotros, no lo podemos hacer. Pero digo, a veces parece que le echamos la culpa al pobre de la pobreza.
Sobre Escenas de desigualdad
Escenas de desigualdad es un proyecto de Fundación LA NACION que busca mostrar las enormes brechas en el acceso a derechos básicos que todos los días enfrentan las personas más pobres de la Argentina. Incluso las acciones más cotidianas como viajar al trabajo, preparar el almuerzo, pedir un turno médico o ir a la escuela –por mencionar sólo algunos ejemplos– se vuelven más difíciles en escenarios marcados por la carencia. La desigualdad se manifiesta con su peor cara: la de la falta de oportunidades. El objetivo de esta serie de notas es contar historias reales y ponerle rostro humano a las barreras que son parte de la vida de millones de argentinos.
Si conocés alguna historia atravesada por la desigualdad, podés escribir a loliva@lanacion.com.ar