Los pocos días que le faltan para dar a luz a su segunda hija, Jazmín, – evidentes en una puntiaguda y pesada panza–, no le impiden a Rocío Juarez (24) entregarse a la tarea voluntaria que tanto disfruta. Son las 11 de una mañana soleada y en el hogar de niños de laFundación Manos Abiertas de Villa de Mayo, provincia de Buenos Aires, ella ayuda a preparar la comida para 10 niños que en una hora llegarán de la escuela, con ganas de disfrutar de un rico almuerzo y muchos mimos. Sabe más que nadie lo que es para estos pequeños cada gesto de amor: es egresada del hogar y hace algunos años estuvo "del otro lado", le tocó vivir en carne propia lo que hoy atraviesan los chicos que por diferentes motivos fueron separados de sus familias de origen.
La primera vez que Rocío llegó a la Casita de Manos Abiertas, –"su casa", como ella la llama–, tenía 10 años. Recuerda que sintió miedo y angustia. Ya había pasado por varios hogares desde que sus papás la habían abandonado y estaba muy resentida con la vida. "Para mí todo era negativo, estaba todo mal. Con el tiempo fui aprendiendo un montón de cosas que me ayudaron a madurar", confiesa, sin descuidar la atención de su hijo Teo (5) y de Manu (4), uno de los pequeños residentes de este hogar fundado hace 17 años y por el que ya pasaron 65 chicos.
"Pasé por etapas de rebeldía y de dolor pero pude salir adelante. Pensar que cuando era adolescente me quería ir de acá y ahora, todo lo contrario, lo que más quiero es quedarme. Para mi esta es mi casa, mi familia. Si no hubiera estado acá hoy sería cualquier cosa", reflexiona y agrega: "Creo que si soy lo que soy hoy en día es por todo lo que me enseñaron y por los valores que recibí".
Rocío piensa que el primer paso para sanar fue aprender a perdonar a sus padres por haberla abandonado. "Si uno no perdona, lamentablemente, se estanca. Entendí que todos nos equivocamos. Hoy que soy mamá, puedo entenderlos desde otro lugar–confiesa–. Ellos no tuvieron una vida fácil ni tampoco gente que los apoyara. En cambio yo, gracias a Dios, siempre conté con personas que me ayudaron y aconsejaron. Ellos no tuvieron esa oportunidad, hicieron lo que pudieron".
El deseo más profundo de Rocío siempre fue tener una familia, "ser mamá" como ella decía cuando de pequeña le preguntaban cuál era su sueño. Y el tiempo le dio la revancha: hoy está en pareja, tiene su casa propia y es madre de Teo y próximamente de Jazmín. "Siento que la vida, de todo lo que perdí o me quitó, hoy me está devolviendo", revela.
Transformar el dolor en servicio
Rocío va al hogar a colaborar como voluntaria una o dos veces por semana. Siente que es una manera de devolver todo lo que recibió y "aportar su granito de arena".
Sus comienzos como voluntaria no fueron fáciles. Se veía reflejada en las historias de los chicos, sobre todo cuando extrañaban a sus papás. "Al principio me afectaba mucho verlos sufrir, pero después me di cuenta de que eso me permitía ponerme en su lugar y ayudarlos mejor, darles consejos, hablarles", explica.
Rocío está estudiando y sueña con ser asistente social. Quiere superarse, ser una mejor persona y poder ayudar cada vez más y mejor. Cuenta que quiere darles a sus hijos lo que ella no tuvo, "pero no en lo material sino en el cariño, en demostrarles que se puede, que por más que uno no tenga a sus padres, si uno se lo propone, puede salir adelante, que no hay excusas", opina. Otro de sus deseos es adoptar a un niño y darle la posibilidad que ella no tuvo.
A pesar de que reconoce que logró sanar el dolor gracias al acompañamiento que recibió en el hogar, para Rocío "lo mejor para cada chico es tener el amor y la contención de una familia".
Cuando era pequeña ella quería tener una familia como la tenían sus compañeros de escuela. Pero esto no fue posible. Por ello sostiene que "los jueces no deberían esperar tanto para dar en adopción a un niño porque la mayoría de la gente quiere nenes chiquitos. A mí me pasó que cuando yo quería que me adopten la gente no quería nenes grandes".
María Laural Casal, directora del hogar asiente con la cabeza. Ella fue testigo de la historia de Rocío y de la de numerosos niños cuyas causas quedaron estancadas en los juzgados "por tiempos y procesos demasiado largos y muchas veces inexplicables".
"Son muy chiquitos, no pueden entender los tiempos judiciales. Por ejemplo el juzgado les promete que les va a buscar una familia y pasan nueve meses sin novedades. Para ellos, ese tiempo es una eternidad. Muchos chicos después crecen, son grandes y la gente ya no quiere adoptarlos", señala Casal.
La directora del hogar opina que desde los servicios locales no se trabaja bien con las familias, no se realiza un trabajo intensivo con cada una. Todo esto hace que no se tomen decisiones a tiempo. "Los perjudicados son los chicos a los que se priva de vivir en el seno de una familia. Los equipos técnicos de los juzgados quizás no llegan a entender lo que significa para un chico estar seis años en un hogar, como pasó en varios casos", sostiene.
Son las 12. El olor a pollo asado que sale del horno y un gran abrazo de las voluntarias y cuidadoras les da la bienvenida a los niños de entre 2 y 12 años que regresan de la escuela. Cuelgan sus mochilas, se preparan y van a la mesa que pronto bendecirán y compartirán todos juntos. María Chimondeguy, otra de las voluntarias que los acompaña explica: "Tratamos de que los chicos vivan en un ambiente familiar, que lo que no pudieron tener en su casa por el motivo que sea, que puedan sentir lo que es el calorcito de hogar, un plato caliente, el olor a sopa de verdura, a la torta que se cocina; ellos van al colegio, vuelven, tienen sus propios amigos. Me parece que el mejor legado que les podemos dejar es que algún día ellos puedan tener su propia familia".
Sobre la pared, un cuadro con la frase "Amar y servir" junto a otro de la Madre Teresa de Calcuta simbolizan el motor de esta Fundación que mueve 2155 voluntarios en todo el país con 69 obras destinadas a acompañar a los más olvidados y vulnerados de la sociedad. En este momento hay 3255 beneficiarios en diferentes provincias.
Los niños terminan de almorzar y algunos salen corriendo a jugar al jardín, otros eligen los bloques o el rincón de las muñecas. Rocío, sentada en el piso, juega con ellos. Tan solo hace unos años, ella estuvo ahí y alguien en el lugar que ella ocupa ahora como voluntaria, jugándole y brindándole el amor que le permitió perdonar y salir adelante.
Cómo ayudar
Actualmente la Fundación necesita ayuda económica para poder seguir con esta obra ofreciéndole a cada niño la atención y apoyo que necesita. Es por ello que lanzó una campaña para conseguir 2000 personas que pongan $100 o más pesos mensuales.
Además necesitan juegos para el parque como por ejemplo un tobogán.
Los que puedan colaborar llamar al 0810-555-62667 (MANOS) o escribir a buenosaires@manosabiertas.org.ar
https://www.manosabiertas.org.ar/
Sobre Manos Abiertas
Es una organización que trabaja para que personas en situación de soledad y vulnerabilidad puedan vivir, crecer y envejecer con dignidad. Lo hace a través de programas educativos, de salud y promoción social que se materializan en hogares, centros de cuidados paliativos, centros educativos, centros de salud mental y talleres de oficio.
Nació en Buenos Aires en la Localidad de Villa de Mayo en 1992, por la iniciativa de un grupo de voluntarios. Después de más de 25 años, la organización cuenta con 10 delegaciones en todo el país: Buenos Aires, Córdoba, San Juan, Concordia, Entre Ríos, Chaco, Salta, Mar del Plata, Jujuy, Santa Fe, Neuquén.