“Pasó por 23 internaciones: ya no sé qué más hacer”: es mamá de una joven que tiene una adicción e hizo un pedido desesperado en TikTok
Guadalupe Gundin, de 43 años y con 154.000 seguidores en esa red social, comparte la odisea que vive desde que su hija de 24 consume drogas; recibió cientos de mensajes de quienes atraviesan situaciones similares y Gastón Pauls se contactó para ofrecerle ayuda
- 11 minutos de lectura'
La tarde del martes pasado, un feriado nublado y frío, Guadalupe Gundin, de 43 años, se sentó frente al celular y grabó una seguidilla de tres videos que subió a su cuenta de TikTok, donde la siguen más de 154.000 personas. Estaba aturdida, angustiada, pero sobre todo atravesada por la impotencia, por la incertidumbre de no saber qué más hacer.
“Recién acaba de llegar Melisa en uno de los peores estados en los que ha estado. Hoy estoy invadida por la bronca y el enojo. Ya no tengo dónde internarla, ya no hay quién la interne porque no duró en ningún lado: fueron alrededor de 23 internaciones. No sé cuántas veces más va a volver [a casa]. Algún día, ya no va a volver…”, dijo. Y sumó un pedido desesperado: “Necesito que alguien la ayude para que se pueda recuperar, porque ya no queda mucho tiempo”.
Melisa es una de sus hijas, que tiene 24 años y desde los 14 tiene una adicción a las drogas (hoy, específicamente al paco), que además le desencadenó una patología psiquiátrica.
“Su situación es muy compleja, ya que las comunidades terapéuticas en general no reciben personas con enfermedades psiquiátricas y los hospitales psiquiátricos no tratan las adicciones: una vez que estabilizan a la persona, le dan el alta y se olvidan”, explica Guadalupe. Habla desde su casa en Moreno, en diálogo telefónico con LA NACION la tarde siguiente después de contar en redes sociales sobre la vuelta de Melisa, de quien durante los cinco días anteriores no había sabido nada.
Mientras conversaba con este medio, el miércoles de esta semana, Guadalupe “hacía guardia” frente a la puerta del cuarto de su hija para evitar que volviera a irse mientras esperaban “el milagro”: que apareciera un lugar donde la joven probara, nuevamente, hacer un tratamiento. En esa espera, hasta Gastón Pauls se comunicó con ella ofreciéndose a ayudarla, luego de que varios de los seguidores de Guadalupe lo “etiquetaran” para que viera sus videos.
Pero menos de 24 horas después, la madrugada del jueves, a eso de las 4.30 y cuando todos en la casa dormían, Guadalupe de pronto sintió frío. Se levantó y encontró la puerta abierta: Melisa había vuelto a irse, llevándose con ella una computadora nueva y el poco dinero que Guadalupe y su marido tenían en la billetera. “Hasta ahora nunca nos había robado. Fue durísimo, porque no es que se llevó solo esas cosas: se llevó otra vez la ilusión de esperar una internación. Estoy destruída”, asegura la madre en una nueva charla con LA NACION.
En TikTok, donde sus videos acumulan miles de comentarios de personas que pasan por situaciones similares, Guadalupe puso sobre la mesa una problemática que si bien en los últimos años y sobre todo de la mano de Marina Charpentier, la mamá de Chano, logró un mayor lugar en la agenda de los medios, en general permanece invisibilizada: la odisea que atraviesan las familias que tienen un integrante arrasado por las adicciones. Ese padecimiento se potencia cuando se suman otras problemáticas psiquiátricas, como en el caso de Melisa. Es un combo sumamente complejo al que se denomina “patología dual”.
El arduo recorrido que tienen que atravesar madres, padres, hermanos y otros familiares va desde conseguir un lugar donde sus seres queridos puedan hacer un tratamiento (los espacios suelen estar colapsados por la demanda) y que, una vez ingresados, efectivamente lo sostengan; hasta el peso de vivir con el temor constante de que un día esa hija o hijo no vuelva más a casa. “Muchas noches en que ella no está me quedo despierta hasta las dos o tres de la mañana esperando recibir una llamada donde me digan que tengo que ir a reconocer su cuerpo”, admite Guadalupe. Así de crudo y real.
“Un día te fuiste y no supiste cómo volver”
Desde hace cinco años, Guadalupe vive con su familia (su esposo y sus hijos más chicos) en Moreno, pero se crió en Ituzaingó, cerca de Parque Leloir. Hace dos años aproximadamente abrió su cuenta de TikTok, donde hace humor pero sobre todo muestra su trabajo: tiene un emprendimiento en el que vende “amigurumis”, muñequitos de animales hechos al crochet, y atrapasueños que ella misma teje. “Reír es lo q vale la pena!”, es el mensaje que encabeza su perfil. Pero también comparte pinceladas de su vida cotidiana, y fue así como un día empezó a hablar de su recorrido como madre de una joven adicta. Los miles de mensajes de quienes se sentían identificados, no tardaron en llegar.
En uno de sus videos (que ya tiene más de 315.000 vistas), muestra varias fotos de Melisa y se escucha la voz de Guadalupe en off, hablándole directamente a su hija: “‘Ma, ¿me hacés dos colitas?’ Me decías antes de irte a la escuela. ¡Ya pasó tanto tiempo! Yo miraba por la tele a las Madres del Paco y decía: ‘Pobres madres’. Un día, no sé cómo ni por qué, me tocó a mí. Y en cada internación decía: ‘De esta va a salir, de esta sale’. Pero no salías y volvías a empezar. Un día te fuiste y ya no supiste cómo volver a casa. Y tu casa fue la villa, esa villa de la que te saqué tantas veces. Y a la madrugada escucho: ‘Ma, llegué’, pero no hay nadie en la ventana. Ahora espero que vivas un día más”.
Guadalupe cuenta que Melisa empezó a consumir drogas a los 14 años, cuando estaba en la secundaria. “Hasta ese momento, nunca había tenido problemas, como ninguno de mis hijos. Calculo que probó por curiosidad… Primero fue un porro pero rápidamente pasó a drogas más duras, hasta el día de hoy que es consumidora de paco. Fue un proceso largo. Va, sigue siendo largo: ya son 12 años”, dice la madre.
Los primeros cambios que notó en su hija fue que empezó a faltar a la escuela, “a ratearse y cambiar de amistades, a estar más contestataria”. Tiempo después, desaparecía durante días enteros de la casa familiar, mientras Guadalupe se sumía en la desesperación: “Fue todo muy rápido. A los 15 dejó la escuela. Cuando desaparecía, yo subía posteos en Facebook y corría por los comisarías y juzgados en una maratón que fue al pedo: llegué a hacer 48 denuncias y cada vez que me veían llegar me miraba con cara de ‘otra vez vos acá’. Pero no hacían nada”, asegura Guadalupe.
Mientras conversa con LA NACION, le golpean la puerta. Es uno de sus vecinos: apenas pasa los 20 años, vio los videos de Guadalupe en TikTok y fue a pedirle ayuda porque quiere internarse para tratar su adicción. Ella le dice que le de unos minutos, que está haciendo una entrevista: “Te espero”, responde él. “No puedo con mi hija y me vienen a pedir ayuda en el barrio”, subraya la mujer de vuelta al teléfono.
La historia de ese joven, la conmueve: “Es un laburante, tiene potencial. Se mata trabajando y se lo gasta en droga: eso me da mucha pena. Me preguntó si lo podía llevar a internarse y le dije que sí. El problema es que tiene dos hermanos que también consumen: ‘¿Y cuando vuelva, qué voy a hacer?’, me dijo. Es todo un tema salir de ese círculo”, resume.
El jueves por la madrugada, tras la ida de Melisa, Guadalupe subió un nuevo video con un mensaje para sus seguidores más jóvenes: “El problema es que una vez que entraste es muy difícil volver a encontrar la puerta de salida. Melisa era una nena normal, que iba a la escuela como vos, que usaba aritos, colitas, se delineaba los ojos y se ponía la última ropita que más o menos se le podía comprar. ¿Pobreza? No, no había en casa. ¿Nadar en dinero? Tampoco. ¿Mamó en una mesa con su familia el tema de las adicciones? No. A mí siempre me vieron laburar. La droga no está solamente en las villas, en la pobreza, en la indigencia: aplica a todos los contextos sociales”.
“¿Por qué me hacés esto?”
Guadalupe afirma que vivió la adicción de su hija por etapas. “La primera fue de odio, de bronca, de enojarme. El típico: ‘¿Por qué me hacés esto?’ Como si te lo estuvieran haciendo a vos. Eso es inservible. Después vino la etapa de pensar: ‘Yo la voy a salvar’, como si fuera Gandhi. Cuando me di cuenta de que no era así y empecé a recurrir a organismos que supuestamente son competentes para estas cosas, no me dieron respuesta”, detalla. “Cuando Melisa cumplió la mayoría de edad, la última vez que vi a la jueza y le pedí una internación compulsiva, me dijo que no era una delincuente, que no podía internarla”.
Buscando a su hija, Guadalupe solía recorrer los pasillos de la villa 1-11-14, en el Bajo Flores, y del Barrio Ejército de los Andes (conocido popularmente como Fuerte Apache). “Me metí en las casas de los transas y hay lugares a los que ya no puedo volver… En el camino, pasamos por 19 comunidades terapéuticas a las que nos mandaban desde la Sedronar: todas eran de puertas abiertas, donde la internación es por voluntad, pero lo primero que un adicto pierde es la voluntad y Melisa duraba seis horas. También pasamos por tres hospitales psiquiátricos”, asegura Guadalupe.
Su hija tenía 17 años cuando Guadalupe judicializó el caso y consiguió una internación en un instituto de La Plata. “Durante un año, iba todos los domingos a verla y llevarle lo que pedía, porque la manipulación de las personas adictas también es enorme… Cuando salió, no pasó ni un mes hasta que volvió a consumir. Sentís que te quedás sin opciones y es agotador”, admite. “En ese instituto le descubrieron que tiene una patología psiquiátrica y le hicieron el certificado único de discapacidad (CUD). Tiene una psicosis por el uso del paco. Por eso necesita medicación, pero no la toma”.
Hace cuatro años, Melisa vive en situación de calle en Ituzaingó, donde Guadalupe cuenta que “la conoce todo el mundo”. Pide monedas y comida en un espacio de Cáritas. Sobre esta realidad, la madre reflexionó en uno de sus videos: “¿Cómo puede elegir estar en la calle, literalmente debajo de un cartón o en el hall de una escuela, a estar en su habitación con su acolchado y una estufa? El que no estuvo en esa situación no lo va a entender. Se rehúsa a venir a casa porque sabe que se viene el ‘vamos a internarnos, vamos a intentarlo de nuevo’. Muchos te dicen: ‘Bueno, cuando toque fondo…’. Pero no sé cuál es el fondo que tiene que tocar. Melisa estuvo en los fondos más oscuros que una persona puede imaginarse: hablo de todo tipo de cosas que vivió en la calle. ¿Cuál es el fondo? No sé”.
Guadalupe asegura que está “en la última etapa” del proceso: la aceptación. “Ella no tiene la voluntad de salir adelante y los lugares que nos ofrecen no sirven. Entonces, opté por no cerrarle la puerta jamás: sabe que puede volver en cualquier condición”, afirma. Pero también admite que cada vez que la joven aparece, en la casa familiar se vive un terremoto. “Cuando está, me paso horas mirando la mesa, sin poder tejer ni un punto, porque estoy pensando qué hacer”.
En estos últimos días, recibió varias propuestas de comunidades terapéuticas, pero cuenta que por las características de Melisa, no son adecuadas para ella. Por otro lado, muchas están en otras provincias, como Córdoba o Santa Fé: “¿Qué hago si ella se va a los dos días? ¿Cómo me voy hasta allá a buscarla?”, se pregunta la madre.
Los mensajes que llegan de personas pidiéndole asesoramiento, son muchos: “Hay un montón de gente que no sabe para dónde correr. Yo les cuento mi experiencia, pero cada persona es diferente, no son todas iguales. Lo que les diría a otros padres de hijos adictos es que hay que abrirles la puerta, no abandonarlos. Cuesta un montón, pero que no tengan a dónde volver es peor”.
Durante esta semana, también fueron muchísimas las manifestaciones de solidaridad y cariño de parte de sus seguidores: le encargaron a Guadalupe trabajos hasta para el año que viene, e incluso le hicieron llegar una almohada térmica y medicación para un dolor de ciático que la mujer venía sufriendo.
¿Qué espera para Melisa? “Ya no sé. No sé… No tengo un horizonte. Lo que salga”, responde con resignación. A los responsables de tomar decisiones, les diría “que se den cuenta de que esto es una enfermedad, una pandemia: las calles están llenas de droga, hacés 15 metros y tenés un transa. Es así continuamente, en cada cuadra, en cada barrio: no pasa por una cuestión económica. El que vive en Palermo consume una droga más cara, pero consume. Melisa va al paco porque es más barato”, concluye.
Más información
En la guía “Hablemos de adicciones” de Fundación La Nación podés encontrar más información sobre señales de alerta y sugerencias de cómo acompañar una persona con una adicción, entre otros datos útiles.