"Para mí, si no había golpes, no era violencia de género"
A la distancia, Sabrina pudo comprender que llorar, sufrir y hasta enfermarse por una relación no son una medida de la intensidad del amor, sino las señales de que algo va muy mal. "Me costó mucho entender que el manejo psicológico era una forma de violencia. Para mí, si no había golpes, no era violencia de género", reflexiona Sabrina Marcote, que ahora tiene 26 años, pero que entre los 17 y 22 estuvo inmersa en un noviazgo que le dejó, entre otras consecuencias, ataques de pánico, más de 40 kilos de sobrepeso y graves trastornos de alimentación. "No sé qué hubiese pasado si no lograba alejarme", asegura.
Estuvo cinco años con él, lo había conocido porque le vendió su viaje de egresados y la obnubiló con su personalidad y carisma. "Era divertido, me mostró otro mundo, me vendió una imagen de hombre maduro", cuenta. Pero todo era una fachada.
Una de las primeras señales fue el aislamiento. "No le gustaba nadie para mí, se peleó con mi mejor amiga y no me dejaba verla. Controlaba con quién estaba, pero él hacía lo que quería. Todo el tiempo tuvo relaciones paralelas", recuerda.
En ese momento, sin ninguna experiencia, para Sabrina la humillación y la manipulación no eran vistas como violencia: "Era adicto y yo le perdonaba todo por eso. Es más, el último tiempo me mude con él porque creía que podía cambiarlo".
Muchas veces, él desaparecía por días enteros y cuando volvía le hacía un gran escándalo. "Como para que yo quede como culpable y acabe pidiéndole disculpas", señala Sabrina. Y lo terminaba haciendo: "Perdoname –le decía–, no te enojes, es que estaba preocupada". Lo mismo pasaba las veces que la engañaba: "Era yo la que le terminaba diciendo: ‘No te pongas así’".
"El me decía ‘no quiero vivir más, soy una mala persona, andate’. En muchas de esas peleas, me daba a entender que se iba a matar. Yo seguía con él por ese miedo, tenía miedo de que lo haga", explica.
La angustia acumulada la llevaba a comer. "Llegué a pesar 110 kilos, 40 kilos más de lo que pesaba cuando lo conocí", recuerda. Y agrega: "Me sentía culpable de que él estaba con otras mujeres porque yo estaba gorda. Creía que me lo merecía, que no era suficiente mujer". Entonces, buscaba complacerlo en todo para "compensar esa falta".
"Mi familia no sabía que él se drogaba ni todo lo que me hacía. Yo lo protegía, mentía", cuenta. Hacia el final de la relación, ella tenía en claro que estaba siendo lastimada, pero seguía "dispuesta a perdonar todo" porque se repetía a sí misma que "estaba enamorada".
Una de las cosas que más le costó fue entender que eso no era amor. "Pude hacer el clic cuando falleció mi abuelo. Sentí tanto dolor que mi noviazgo pasó a un segundo plano, y en una pelea dije basta".
Para entonces, tenía ataques de pánico y lloraba todo el tiempo. "Él me buscó durante un año, fue ahí cuando tuve bulimia por tres años. Primero, le creí, pero gracias al apoyo de mis amigas, que se acercaron, y de mi familia, logré empezar a sanar", recuerda. En ese proceso, Sabrina también entendió la importancia de romper el aislamiento de la violencia: "La ayuda de tu círculo íntimo es esencial, no hay que dejar a las chicas solas.