San Juan: Para los más jóvenes, vivir del campo ya es un sueño más que una realidad posible
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“Cuando sea grande quiero ser policía o gendarme”, dice la gran mayoría de los chicos de las zonas rurales de San Juan. Sus padres están desempleados, trabajan como jornaleros esporádicos en las cosechas o son pequeños productores. Pero ellos quieren encontrar otra forma de escaparle a una pobreza que está cada vez más arraigada en estos lugares en donde las economías familiares están en crisis.
Este es el caso de José Sandovare. Tiene 15 años, vive en el asentamiento Las Talas, en el departamento de Caucete y sueña con ser policía. En este momento, ninguno de sus padres tiene trabajo. "Les pediría a los políticos que arreglen la calle, que nos den electricidad y agua potable, y que hagan casas buenas", dice José. Su mamá, Rosa, agrega con angustia: "A mi marido no lo llaman para trabajar en la cosecha y entonces está en casa. Ahora solo nos mantenemos con la asignación".
Según el Indice de Vulnerabilidad realizado en exclusiva por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA para el proyecto Hambre de Futuro, Cuyo es la tercera región con mayor pobreza infantil del país (detrás del NOA y NEA, respectivamente). En estas provincias, el 25,1% de los niños de hasta 17 años tiene déficit de consulta a un médico, el 20,3% en la calidad de la vivienda y el 5,1% en el saneamiento.
Hasta allá viajó LA NACION para conocer cómo viven los chicos más pobres de San Juan, en los departamentos de Caucete y Bermejo. No pasan hambre pero sí ven que cada vez hay menos comida en la mesa. Viven en ranchos de palos y techos de paja y tienen cómo única oportunidad de futuro, migrar a una ciudad.
"Que hay pobres no lo podemos negar. Los pequeños productores son los que más sufren en este momento. Nosotros tratamos de ayudar a los que más podemos", dice Andrés Díaz Cano, Ministro de Producción de San Juan. Y agrega que para él, el problema no es la generación de empleo sino de falta de cultura: "Hay gente a la que le damos cosas que tampoco la aprovechan por un tema de educación. Tratamos de hacer abordajes completos porque si entregamos un tractor y no estamos acompañándolos, lo más probable es que lo rompan la primera vez que lo arrancan".
En la Patagonia, lo más acuciante para las familias es el aislamiento y soportar el frío y en el noroeste, el tener que vivir sin luz ni acceso al agua. En Cuyo, a los problemas habitacionales y de acceso a servicios que siempre afectan a las zonas rurales, hay que sumarle la peor de todas las plagas: la falta de trabajo. A los pequeños productores no les cierran los números y a los jornaleros cada vez los convocan menos.
San Juan, históricamente, se destacó por su enorme producción de vinos y aceites de oliva. También en otras zonas se hace ganadería o se especializan en los cultivos de cebolla, tomate o membrillo. Las familias, incluso las más vulnerables, siempre hicieron su aporte a la economía desde su pequeña producción o trabajando en las cosechas. La gran mayoría tenía sus animales y cosechaba sus propios alimentos.
Augusto Mallea tiene 80 años y es jubilado de la municipalidad de Jáchal. Vive en Gran China y trabajó en la cosecha de cebolla, tomate y ajo. Él, como tantos otros, puede dar testimonio del deterioro de la producción local. "Antes la cebolla y el tomate valían y en todas las parcelas había quince personas trabajando con el escardil. Hoy la gente produce y no hay nadie que se los compre. Los secaderos y las plantas procesadoras fueron cerrando", dice Mallea.
Con la agricultura en su mínima expresión de subsistencia, las familias no tienen fuentes de trabajo alternativas. Además, dependen de las inclemencias del clima. "La cebolla de Jáchal era la mejor de la Argentina. El productor chico ha perdido toda su riqueza en plantar cebolla porque no la puede vender. El año pasado cayó una helada y se perdió toda la producción. Al no valer el producto, los pequeños productores fueron fundiendo su capital. Y ya no puede ni arrancar con la producción", dice José Carlos Cepeda.
Al quedarse sin fondos ni estrategias, los pequeños productores lotean y venden sus parcelas porque necesitan un ingreso para poder vivir. "Las economías locales se están rompiendo. Lo que está pasando es la absorción de esa tierra por productores más grandes que tienen más espalda y más posibilidades de comercialización", explica Silvana Villavicencio, quien hasta hace dos meses trabajaba como técnica de la Secretaría de Agricultura Familiar, en la zona de Caucete y fue despedida junto a otros 447 compañeros.
Para apoyar a los sectores más vulnerables, Andrés Díaz Cano, ministro de la Producción de San Juan, explica que tienen en marcha el programa Frutas y Verduras a través del cual los ayudan con los fletes y la comercialización. Y que también tienen un Subsidio de Riego para los pequeños productores de menos de 5 hectáreas.
"En Jáchal es verdad que a los pequeños productores no les rinde la cosecha de cebolla porque ahora los costos de flete influyen. No es lo mismo fabricar una cebolla cerca de los grandes centros urbanos que desde el campo", afirma Díaz Cano.
La gente está preocupada porque no llega a fin de mes, reclama que falta el trabajo y que las viviendas se caen a pedazos. En los últimos meses, el Gobierno provincial reconoce haber recibido más pedidos de alimentos, frazadas y hasta camas.
"También hemos detectado necesidades habitacionales que antes se resolvían con un familiar o conocido que les prestaba un lugar y hoy se lo quieren cobrar porque necesitan el ingreso. También hay demandas para abrir comedores, copas de leche y merenderos", dice Marcelo Bartolomé, Director de Niñez, Adolescencia y Familia de San Juan.
Generalmente, los hombres son peones de finca y las mujeres se quedan en la casa con los chicos. "Viven con un solo sueldo que es el de un obrero. Hay cada vez menos trabajo porque disminuyó mucho la cosecha en los últimos años", señala Cecilia Pont, integrante de la entidad Sí, Acompaño que trabaja en la zona de Caucete.
Franco Gil, integrante de la comunidad Huarpe Pinkanta también coincide con que la situación general de la población se está deteriorando. "No hay comunidades en situación de pobreza extrema porque hay alguna presencia del Estado. Sí falta mucha asistencia de salud y resolver la problemática del trabajo en general", afirma.
Los especialistas señalan que en las últimas décadas, la matriz productiva agrícola fue perdiendo terreno y se fue concentrando en pocas manos, el tren dejó de pasar y creció abruptamente la actividad minera, lo que llevó a un cóctel explosivo que perjudicó a las economías locales.
Incluso, en las zonas más aisladas, como Marayes o La Planta, en los que las minas fueron cerrando, los pueblos están en riesgo de desaparecer. "Hay lugares en los que la tierra no produce, como en La Plata y Marayes. Son lugares desérticos. El régimen de lluvia es de 100 milímetros anuales, prácticamente nada. Esas son las zonas más difíciles para los cultivos porque no tienen manera de producir", explica Díaz Cano.
La consecuencia directa es que la subsistencia de los pequeños productores esté en riesgo y que los jóvenes tengan que migrar en busca de un futuro mejor. Por eso se explica que la mayoría quiera ser policía o gendarme. "Solo les piden el secundario y además empiezan a cobrar desde que empiezan a estudiar. Es lo mismo que antes pasaba con la docencia", explica Jorge Lozano, director de la Escuela República de Bolivia, en La Planta.
Para Quiroga, el problema con la falta de oportunidades es que hace que se disparen todas las amenazas que pueden haber como la delincuencia o la drogadicción. "Los jóvenes necesitan modelos. Los ves muchas veces sentados en la esquina sin hacer nada con el teléfono, captando el wifi", afirma.
Además, las nuevas tecnologías y la globalización hace que los jóvenes empiecen a mirar para afuera y a poner sus expectativas en lo nuevo y diferente. "Los chicos se empiezan a ir porque tampoco está puesto en valor lo local. ¿Por qué no está bueno ser cabritero? Porque los valores son los de la ciudad. Son otras cosmovisiones", dice Mariana Martinelli del INTA San Juan.
Para ella lo que está claro es que "las economías regionales no están funcionando. Los agricultores familiares garantizan el 60% de los alimentos que llegan a las mesas y solo tienen el 13% de la tierra".
En lo que todos coinciden es en el camino a seguir: hay que generar nuevas fuentes de trabajo locales y fortalecer la forma de producir, intercambiar y vender de los pequeños productores. “En la Argentina desaparecen cerca de veinte pueblos por año. La cosecha viene en baja y se vive una economía de subsistencia. Hay que retomar la producción de algarroba, cera de retamo y plantines de tomate, por ejemplo”, sostiene Martinelli.