Paloma Herrera: “Generalmente, los que llegan es porque han trabajado un montón”
A los 15 fue contratada por el American Ballet Theatre; a los 19 ya era la primera bailarina; en Management 2030, Herrera habló con José Del Rio, director de Contenidos de LA NACION, sobre el éxito, la soledad del artista y su retiro
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Voló tan alto como solo ella podía hacerlo. Y, casi paradójicamente, logró conservar los pies en la tierra. Como si esto fuera poco, su nombre es Paloma.
Para hablar de talento, en el marco del evento Management 2030, la bailarina Paloma Herrera charló con José Del Rio, director de Contenidos de LA NACION, en el nuevo auditorio del diario.
Por qué llegan los que llegan, la constancia, la pasión y la soledad del artista, algunos grandes hitos de su carrera y cómo imagina su futuro fueron parte de los temas que se trataron, alternando la conversación con imágenes que transportaron a algunos de sus momentos más icónicos.
“Generalmente, los que llegan es porque han trabajado un montón y han sido muy agradecidos de tener la posibilidad de hacer lo que uno ama. Y siguen trabajando. Las personas que realmente son artistas y son top tienen una mega función, las flores y el aplauso, y al día siguiente los ves agarrados de la barra otra vez, practicando. Ahí está también la inteligencia del bailarín”, explica Paloma Herrera.
No se obnubiló cuando la eligieron para ser la tapa de la revista dominical de The New York Times, en noviembre de 1994. Más bien, para sorpresa de quienes estaban a cargo de prensa en el American Ballet Theatre, a esta joven de dieciocho años le preocupaba solamente poder llegar a tiempo a su ensayo. Y no tuvo problema, porque el horario para la luz especial que quería el fotógrafo era el de las seis de la mañana. Esa foto recorrió el mundo y, en aquel entonces, ni siquiera estuvo cerca de distraerla de la barra. “Para mí, siempre, lo más importante eran mis clases, mis ensayos, mi arte, mi burbuja. Los premios, las tapas, las entrevistas no eran lo que me atraía”, recuerda Paloma, y el movimiento de sus brazos es casi hipnótico. “El domingo anterior había visto que eran pilas y pilas y pilas de las revistas que uno ve que van bajando y ahí estaba yo en la tapa. Yo estaba contenta con la foto porque es linda. Estoy siempre preocupada por el pie, la mano. Pero no le di la dimensión, realmente era super importante”.
Paloma Herrera fue contratada por el American Ballet Theatre de Nueva York cuando tenía 15 años. A los diecinueve, se convirtió en primera bailarina, la más joven con esa responsabilidad, y allí se destacó durante 25 años. La disciplina, el trabajo y el esfuerzo constante fueron parte de su vida desde muy joven. Aunque cuando uno la escucha hablar, lo que transmite es pasión y disfrute. “En mi caso, no puedo decir que fue sacrificio porque siempre lo hice con total pasión, con total amor. Yo era feliz en mi burbujita de la danza, siento que era mi lugar en el mundo. Pero sí, es una vida muy diferente”.
Empezó a estudiar danza en el estudio de Olga Ferri, y a los diez años ganó un concurso en el que no había límite de edad. Su debut en el rol del Cupido principal en Don Quijote en el Teatro Colón fue a los doce años. Y sus logros a edades tempranas siguen sorprendiendo.
La pantalla de fondo que está en la pared del estudio muestra a una Paloma vestida de negro y con tutú blanco. Está muy concentrada ensayando en una sala del Teatro Colón. Y el tema de la soledad es inexorable. “Siempre fui muy solitaria. Uno en el escenario está muy solo y no hay nadie que pueda ayudar, por más que uno tenga un montón de amigos y familia. Por eso, son tan importantes la contención y los maestros. Ahí estaba Irina Kolpakova, que fue mi coach desde los 15 años. Y hasta el día de hoy estuve en Nueva York y la fui a visitar, tiene 89 años y sigue impecable. Es muy importante estar al lado de gente que realmente te apoye y que saque lo mejor de cada uno. Eso es fundamental”.
Estuvo al frente del Ballet Estable del Teatro Colón, lanzó un perfume propio, escribió su autobiografía. Casi como si la atravesara una multiplicidad de vidas, o, más bien, como si fuera evidente que llegó a la cima siendo muy joven. Cómo convivir con las críticas, con la mirada ajena constante, cuando la personalidad sigue en plena formación.
“Pienso que a los 30 tuve como ese equilibrio de decir ya llegué. Siempre digo los maravillosos 30. Yo a los 19 ya había llegado a ser primera bailarina en una de las mejores compañías del mundo. Era un shock también. ¿Cómo se sigue, no? Uno trata de siempre más, más y más. A los 30 dije ya está, lo hago por mí, porque adoro, porque disfruto, pero no tengo que probarle nada a nadie”.
El ballet Don Quijote, fue uno de los primeros roles que tuvo a los 19 años como primera bailarina. Por eso mucha gente cree que es su favorito. Más allá de si es o no su rol favorito, lo que sí es cierto es que fue muy importante en su carrera, y que lo hizo muchas veces. Sin embargo, lo más difícil fue haber tenido una función como “once in a lifetime”, esas funciones únicas en la vida a los 19. Cómo hacer para seguir. La respuesta viene de su mano. Seguir ensayando, claro, constantemente. Y pensar que siempre puede ser mejor por diferentes razones.
Serena, calma, sonriente. Disfrutando el paso a paso de la conversación que iba mostrando diferentes facetas de Paloma. La niña de rodete impecable conservó su entusiasmo con el correr de los años. Y, casi de modo imperceptible, nos trasladamos de su debut en el rol de Cupido en el Teatro Colón, a su decisión de retirarse de los escenarios, y de seguir vinculada a la danza, pero desde otro lugar.
“Uno sabe cuándo cerrar un ciclo. Yo no planeo nada y vivo el día a día a full. Entonces, no tenía una fecha exacta, pero sabía que me quería retirar temprano, en mi mejor momento, por el público y por mí, sobre todo. Quería recordar mi carrera feliz, contenta disfrutando, sin dolores. Se fueron acercando los cuarenta y dije es el momento. A los cuarenta le puse moñito.”, reflexiona sobre su despedida.
Además, la tecnología llegó a incomodarla, no por estar en contra de su avance, sino porque al ser de otra generación, muchos de sus partenaires se iban retirando. Y los nuevos bailarines apenas hacían algo en la barra, se sacaban una foto con el celular y mandaban un mensaje. Durante su carrera, el escenario era un templo. Cada función era única e irrepetible. No estaba permitido grabar, y el foco en la función era total. “Me empecé a sentir desconectada. Esto es buenísimo, pero no es para mí”.
Equilibrio es el concepto que trae cuando imagina su futuro. Después de sus cinco intensos años al frente del Ballet Estable del Teatro Colón, y después de una vida de talento superlativo sobre el escenario, habría que encontrar un balance que permita desplegar, una vez más, su mejor versión combinando la gestión y el arte. Mientras, su mayor anhelo es lograr un mundo mucho más justo, en el que cada uno trate de aportar algo desde su lugar.