Agustín Salvia: "La pobreza es la gran grieta que hace que la Argentina no pueda ser vista como una sociedad unificada"
En un país con casi 13 millones de pobres, familias que pasan hambre y chicos sin posibilidades de un futuro, la necesidad de repensar las políticas de Estado en torno a la pobreza se torna urgente. ¿Es posible lograr un cambio profundo en los próximos 10 años? El sociólogo Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, advirtió que no basta "solo con programas sociales y un mercado de trabajo que se reactive", sino que se requiere una política de redistribución de la renta y una fuerte inversión en la primera infancia. De lo contrario, "vamos a seguir reproduciendo la marginalidad estructural", sostuvo.
-Hace muchos años que usted viene trabajando y evaluando la pobreza. ¿Cree que a la sociedad argentina le interesan los pobres?
-Ser pobre significa estar privado de recursos y capacidades de desarrollo económico y social de manera injusta. Pero depende del grado de desarrollo económico, social, político y moral de una sociedad dónde se fija el umbral de lo injusto, lo indebido y lo indeseado. En nuestra sociedad, una parte viene estando sobre los mínimos de los estándares de los recursos, viene satisfaciendo esas necesidades, y no percibe que otro sector va quedando cada vez más rezagado. A quienes les interesa poder salir de esta situación es a los propios pobres y, a veces, no tanto, porque consideran que es un problema de su competencia, se sienten victimarios de su propia situación. También las clases medias y profesionales los visualizan como generadores de su condición, responsabilizándolos.
-¿Son los prejuicios los que llevan a tener esa mirada?
-La sociedad argentina tiene un conjunto de grandes prejuicios sobre la pobreza. Se considera, desde una construcción cultural, que se es pobre por autorresponsabilidad: porque se es vago, porque no se han puesto los esfuerzos ni las energías suficientes. Es un prejuicio de una sociedad que tiene como guía la meritocracia, aunque, contrariamente, gran parte de las clases medias no lo son porque se lo merecen, sino que han heredado esos capitales culturales, sociales y económicos que les permiten estar en esa situación. Así, se va creando una sociedad mucho más segmentada, fragmentada, en donde no solo hay una barrera económica, sino cultural y social, entre quienes son pobres y quienes no lo son.
-¿Esa es la verdadera grieta?
-Esa es la gran grieta que hace que la Argentina no pueda ser vista como una sociedad unificada, sino como la suma de fragmentos de sociedades, donde hay un segmento muy globalizado, de clases medias y profesionales con capacidad de ingresos, educación, salud y bienestar a escala global, y clases muy pobres, muy marginales, que viven con estándares sociales y culturales de los países más pobres de América Latina, con condiciones de exclusión que se multiplican de generación en generación.
-¿Cuál es la proyección de la pobreza para el 2019?
-De seguro, en el primer trimestre del año, a la cifra oficial del 32% del semestre pasado se le hayan sumado unos puntos. Tal vez, encontremos el techo del aumento de la pobreza en un 34%, pero ese techo también está marcando un piso, y aunque venga una etapa de crecimiento y recuperación en dos o tres años, difícilmente podamos bajar más de cinco o seis puntos, volviendo al 28% de pobreza estructural que es el piso natural del sistema económico argentino. Es una cifra que no va a bajar si no se tiene una política integral de desarrollo social con inclusión a largo plazo.
-¿La promesa de "pobreza cero" era viable?
-Es muy importante entender que el mundo de la pobreza no es homogéneo. Cuando se es pobre por ingreso y también se tiene más de una carencia, pasa a ser pobreza extrema. Ahí es donde hay una situación grave. Hay un 16% de la población en esa condición y dentro de ese grupo están los indigentes, que son cerca de la mitad. El otro sector pobre de la sociedad, entre un 15 y 16%, lo es en términos monetarios y en alguna de las carencias de derechos, pero tiene más facilidad de movilidad social a través del propio trabajo. Son 6.000.000 de personas las que con un mejor empleo tendrían una salida. A ese sector apuntó el presidente Mauricio Macri cuando decía "pobreza cero", más allá de ser muy ambicioso y poco claro en el objetivo. La consigna pasa a ser un eslogan político, pero el problema es que iba dirigido a unas expectativas que el propio Gobierno iba a lograr a través de su propia identidad, algo que no ocurrió. Entonces, los pobres que pretendían ese proceso de movilidad social se ven frustrados. A ellos se les suman incluso las clases medias que no eran pobres y que pasan a estar en esa situación.
-¿Es posible pensar en bajar la pobreza en 10 años?
-A 10 años, en el mejor de los escenarios, tenemos la posibilidad de que solo la mitad de los pobres se puedan incorporar a un modelo de crecimiento. El otro 16% de pobreza extrema o estructural, en mi diagnóstico, va a seguir requiriendo de programas sociales y el cambio se va a lograr intergeneracionalmente, si es que se hace una fuerte inversión en la primera infancia y en las condiciones de hábitat y de salud para que esos niños más vulnerables se desarrollen. Porque ahí vive el 24% de los niños, es decir, un cuarto de los chicos viven en la marginalidad y la exclusión, más allá de que el 55% está en hogares pobres.
-¿Cómo influye la exclusión crónica en esas generaciones futuras?
-La marginalidad estructural hace que se cree una cultura de la pobreza. Son poblaciones afectadas por la inseguridad alimentaria, la desnutrición, malnutrición, hacinamiento, depresión y explotación laboral, y para las cuales valores como la educación o la buena alimentación se constituyen en lujos. Tampoco tienen suficiente capacidad energética cognitiva ni emocional para depositarle mucho tiempo a una actividad concentrada, porque hay daños neuronales y fisiológicos. Es una población que va quedando excluida. Justamente, su forma de inclusión es la ruptura de esta reproducción intergeneracional de la pobreza extrema. Más allá de asistirla económica y socialmente con inversiones de alto nivel, hay que alterar ese circuito de la reproducción de su condición de autoexclusión.
-¿Ayudaría aumentar la inversión social? ¿Alcanza con la Asignación Universal por Hijo?
-Son compensaciones monetarias que permiten garantizar las condiciones de subsistencia mínimas, y si bien tienen algunas ventajas de externalidad porque crean cierto mercado de consumo precario en los barrios donde hay alta concentración de esos programas, no alcanzan. Es un programa muy pobre para los pobres. Si uno juntara todos los programas sociales, como la AUH, las pensiones no contributivas o Haciendo Futuro, no llegan al 2% del PBI. Según un estudio que hicimos recientemente para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en términos monetarios, salir de la pobreza implicaría una inversión de 5,8 puntos del PBI. No tenemos los recursos para hacerlo, pero sí los tenemos para crear trabajo, que ese porcentaje del PBI se cree con el propio trabajo de quienes son pobres y que ese 2% destinado para programas sociales, en lugar de distribuirse en un 30% de hogares pobres, se transfiera al 15% más vulnerable. Así, se duplicarían esas asignaciones.
-Los estudios de la UCA muestran que el país no solo padece la pobreza sino también una gran desigualdad. ¿Cuál es la diferencia entre estas situaciones?
-Son dos conceptos distintos. La pobreza marca esas privaciones indebidas, y la desigualdad marca cómo se distribuyen la riqueza económica y social. Si pretendemos una sociedad con menos pobreza, más integrada y con menos privaciones injustas, vamos a tener que pensar que no solo hay que crecer, sino que hay que redistribuir mejor esas rentas. Eso va a hacer que achiquemos las brechas, que el crecimiento rinda más y que logremos una mayor integración social en menos tiempo. En una sociedad como la actual, donde la carga impositiva es muy alta, hay impuestos regresivos para el conjunto de la sociedad, como el IVA, por ejemplo. Si se trabajara eliminándolo o poniéndolo en los productos suntuarios y no en los básicos, ya se estaría redistribuyendo en términos impositivos. Y también si se cargaran las rentas financieras o de las ganancias de las sociedades anónimas, no de las personas ni de las clases medias y los salarios de los trabajadores, sino de quienes hoy tienen gran capacidad de concentración económica en un modelo exportador que va a producir cada vez más para el mundo. Pero voy a decir algo: la redistribución no tiene que ser pensada en una revolución social sino en un modelo racional de sociedad que se parezca más al europeo que al americano. Nuestros sistemas tributarios reproducen la desigualdad, y con los sistemas de redistribución pasa lo que dijimos: apenas el 2% del PBI se traduce en materia de compensación hacia los pobres, mientras que los sistemas europeos aportan el 15%.
-¿Cómo debería proyectarse ese modelo de desarrollo sustentable con inclusión?
-Si pensamos en 10 años, con unos primeros cinco con políticas de relativo ajuste, donde estamos endeudados y pagando compromisos, y en los otros cinco años tenemos más capacidad de generar inclusión social, yo creo que vamos a estar mejor. Vamos a requerir de coaliciones y de consensos políticos amplios, de pactos redistributivos de la renta de los segmentos de mayor concentración hacia los de menos, de empresarios que participen comprometidos con ese modelo de desarrollo y de un sindicalismo que entienda y comprenda el cambio de época en materia de organización laboral. Todo esto exige una ingeniería económica y política y de acuerdos. Si cada uno de los segmentos sigue peleando por su propia renta y los pobres pelean por su propia renta pobre, si solo pelean por programas sociales y no por más capacidades para desarrollar una vida digna con mejores trabajos, mejores escuelas, mejores sistemas de salud y mejores hábitats, vamos a seguir reproduciendo la marginalidad estructural. Es uno de los grandes riesgos que corremos como sociedad: naturalizar esta situación.ß
* Agustín Salvia es sociólogo, investigador principal del Conicet e Instituto Gino Germani-UBA, director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA
Tres propuestas
- Redistribución de la renta. Un modelo racional de transferencia a los segmentos más vulnerables, para que el crecimiento "rinda más" y lograr más integración en menos tiempo
- Romper la exclusión crónica. Repensar la distribución de la ayuda social y elevar asignaciones a la pobreza extrema y así quebrar el ciclo intergeneracional de vulnerabilidad
- El foco en la primera infancia. Fuerte inversión en la niñez que vive en pobreza estructural, para garantizar sus condiciones de hábitat, educación, salud y crecimiento