No sé nada de discapacidad
Mi experiencia personal con este tema arranca desde chico cuando en el barrio empiezo a tener contacto con muchos niños con discapacidad. Por ejemplo, mi primo Erasmo, se movía en sillas de ruedas. Para nosotros – mis hermanos y otros primos - era el "malo de la película" porque tenía la costumbre de que si había algo que no le gustaba, inmediatamente te lo hacía saber mediante un golpe o un grito. Por esa característica se ganó el apodo de "El Capitán". Para mí era tan normal jugar con él que lo único distinto era que no podía correr y yo sí, por ende me podía escapar de sus golpes.
En el barrio también había otros niños con dificultades y nos relacionábamos con ellos de la misma manera que con cualquier otro. Cuando jugábamos a las escondidas, nos turnábamos para que siempre alguno se tuviera que esconder Erasmo, y ahí el desafío era el doble porque no solo no te tenían que descubrir a vos, sino que tampoco a él.
Recuerdo a otro vecino, Federico, que tenía Síndrome de Down y siempre te saludaba. Les puedo asegurar que nunca experimenté una risa tan sincera, honesta, inocente y contagiosa como la de él. Después de grande descubrí que cada una era diferente y buscaba transmitir algo en particular. Escribiendo esto me pregunto dónde se pone en valor todo lo que una persona con "discapacidad" te enseña.
Claramente en los barrios de bajos recursos económicos, la posibilidad de que las personas con discapacidad puedan acceder al tratamiento que necesitan, a una estimulación adecuada, a una infraestructura acorde o una organización pública que los asista, son escasas.
¿Por qué le tenemos tanto miedo a hablar de inclusión o integración? ¿Por qué tenemos que tener programas "especiales" cuando debería ser moneda corriente?¿Cómo podemos hablar de escuelas bilingües donde lo bilingüe pasa por aprender otro idioma pero no el lengua de señas?
Conozco programas de inclusión en las empresas que funcionan como algo extraordinario o exótico, donde no se toman el trabajo o el tiempo para entender cuáles son los prejuicios y paradigmas que siguen funcionando contra estas personas. Eso solo trae como consecuencia que no se produzca una verdadera inclusión. Terminan quedando como acciones aisladas o superficiales, simplemente porque no nos preguntamos cuáles son nuestras propias limitaciones para poder pensar como el otro.
Por otro lado quiero reconocer experiencias de trabajo, las cuales admiro y respeto mucho, entre las que está CRE-ARTE, una organización social que utiliza al arte como una herramienta increíble para trabajar la integración de personas con discapacidad. También he conocido a personas que trabajan con el teatro inclusivo como Roxana Bernaule y Mirna Gamarra, una persona no vidente, hoy madre, masajista y que participa de distintas actividades en CreerHacer, institución que lidero.
Una vez más sostengo que lo que te hace verdaderamente rico o pobre, no es tu clase social ni tu discapacidad. Somos ricos cuando logramos ver más allá de lo que una discapacidad pueda limitar a una persona y reconocer todo el potencial que tiene para dar. Poner en valor el aprendizaje, la inocencia y el amor puro, son las claves para ser felices. Como lo es Federico, que los sábados disfruta de la música en algún boliche o como también lo es mi amiga Mirna, quien formó una familia hermosa y no le importó que su hijo recibiera el amor de dos padres con una discapacidad visual. Hoy son una familia hermosa.
No sé nada de discapacidad y justamente por eso me siento responsable, al igual que todos, de generar oportunidades, diálogos, empatía y desarrollar una capacidad de escucha que me permita ver al otro como alguien diferente, del cual tengo mucho que aprender y con el cual quiero compartir nuevos desafíos.