“No pueden”: Según el Inadi las personas con discapacidad son las más discriminadas
Marcos Montero conoce la discapacidad en primera persona. Se enteró de que tenía el Síndrome de Asperger de grande, cuando se lo detectaron a su hijo Facundo a los 4 años. Mientras el médico le enumeraba los síntomas, fue como mirarse al espejo por primera vez. Recién ahí entendió por qué su cabeza siempre está a punto de explotar, el origen de su obsesión por la lectura, su pulsión por estar solo y su imposibilidad de entender el sarcasmo.
"En el caso de Facundo todo esto está más acentuado. Él puede hacer cosas increíbles como aprender varios idiomas o programar pero se frustra con las cosas más simples de la vida. Por ejemplo, tiene 16 años y no se puede atar los cordones", explica.
Montero - como el resto de las familias que tienen algún miembro con discapacidad - sufre todos los días la incomprensión de una sociedad, un sistema educativo y un Estado que todavía no abrazaron la inclusión.
"Nosotros en la Argentina estamos a años luz de entender la discapacidad. La gente dice "pobrecito le falta una mano" y no ven que es un ser humano que tiene unas capacidades impresionantes. Quizás le falta una mano pero con la otra mano puede dar vuelta el mundo", enfatiza Montero.
Indiferencia, miedo, rechazo. Todos estos sentimientos son contra los que cotidianamente tienen que luchar las personas con discapacidad, el grupo más discriminado según el Inadi. Durante el primer semestre de 2019, el 18% de las denuncias que recibió el organismo corresponden a discapacidad, liderando el ranking.
"Esto se viene repitiendo hace cinco años con un promedio del 20%, lo cual también es importante señalar porque muestra una constante. Las personas con discapacidad no solo sufren discriminación por su condición sino que pueden estar atravesados por otras vulnerabilidades", explica Guillermo Seggiaro, responsable del área de discapacidad del Inadi.
Una de ellas puede ser la pobreza. De hecho, según cifras del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA elaboradas para el proyecto Redes Invisibles, el número de jóvenes de 18 a 29 años con alguna discapacidad en el estrato más pobre (4,8%), triplica a la de los jóvenes del estrato más rico (1,5%).
Redes Invisibles es una iniciativa que apunta a mostrar cómo los prejuicios limitan la oportunidades de los jóvenes de contextos vulnerables, y refuerzan su situación de exclusión y pobreza. Si además tienen alguna discapacidad, todo se les hace cuesta arriba. Se enfrentan a desafíos como moverse en silla de ruedas en calles de tierra o embarradas, tomarse tres colectivos para llegar a un hospital y hacer filas eternas, no contar con una obra social que les cubran las prestaciones que necesitan o vivir en una casa precaria que pone en riesgo su salud.
"El desafío es comprender por qué la gente por miedo, por vergüenza, por desconocimiento o por falta de sentido común, no se anima a saber un poco más sobre este tema", dice Lorena Santos, Licenciada de la Dirección General de Discapacidad y Atención Especial del Ministerio de Desarrollo Social de Neuquén. Y agrega: "Yo escucho frases como "pobrecita, ¿cómo va a vivir sola" o "¿no ven que tiene una discapacidad?¿por qué no lo ayudan?". Nosotros siempre explicamos que ellos pueden y mucho, obviamente con el acompañamiento del Estado y de la sociedad".
Según los últimos datos del Indec, el 10,2% de la población argentina tiene algún tipo de discapacidad, lo que equivale aproximadamente a 3,5 millones de personas. De ellos, solo el 33,4% tiene certificado de discapacidad vigente, el 32,2% trabaja y el 27,6% son jóvenes de 15 a 39 años que asisten a un establecimiento educativo. Los demás son invisibles y están excluidos del sistema.
"La mayoría de los chicos que vienen a la institución tienen sobreedad en la escuela. Y nos encontramos con una franja muy grande de personas con discapacidad que nunca tuvieron acceso a conocimientos y eso hace que las puertas al trabajo las tengan completamente cerradas", señala Daniela Carrera, presidenta de Neuquén Discapacidad y Deporte (Neu.De.Dis).
Quienes primero tuvieron que romper con el paradigma del "no pueden" al de la independencia son los propios padres, que históricamente sobreprotegieron a sus hijos. "Muchas veces la misma familia, que es el apoyo inicial, es la primera barrera hacia la autonomía de la persona. Hay que derribar la mirada que oculta a la discapacidad y tenemos que centrarnos en que enfrente tenemos a una persona. La discapacidad no la tiene la persona sino la sociedad porque lo que discapacita es el medio", señala Seggiaro.
La cobertura de salud es otro de las principales falencias para este grupo, independientemente de si tienen una obra social o una prepaga privada. Los datos del Indec muestran que el 59% de las personas con discapacidad tiene obra social o PAMI.
Los ámbitos en donde más se radica la discriminación, según el Inadi, son la educación, el transporte, el empleo y la administración pública. "Tenemos que relacionar uno de los principios rectores de la Convención Internacional de las Personas con Discapacidad, que plantea no solo tienen que ser incluidas sino que también tienen que ser autónomas. Ahora si no podemos incluirlas en el ámbito educativo, su preparación para un futuro empleo que puede darle una independencia económica, va a ser más precaria. Y eso también tiene relación con la pobreza, porque solo pueden acceder a los empleos más precarios y con sueldos más básicos", agrega Seggiaro.
La mayoría de los especialistas coinciden en que, gracias a la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, en los últimos años la mirada social hacia este grupo ha ido cambiando de forma positiva pero que siguen existiendo barreras actitudinales.
La apuesta sigue siendo poder ver a estas personas como ciudadano plenos de derechos básicos como la educación, la salud, la sexualidad y una vida familiar. "Las personas con discapacidad mental son las que sufren mayor discriminación. A veces la barrera actitudinal es mucho más difícil de romper que construir una rampa", dice Carrera.
Hacia una escuela inclusiva
El ámbito más propicio para aprender de las diferencias es la escuela. "No hemos compartido la infancia ni el aula con personas con discapacidad, no jugamos con ellos y después nos cuesta convivir. El gran desafío es el cambio social que se produce en la escuela y mientras tanto hay que trabajar con las personas con discapacidad que hoy tienen 30 y 40 años y no tienen oportunidades", explica Carrera.
Hace falta cambiar la mirada. Que las escuelas apuesten por una verdadera inclusión, que lo vean como un valor, que los padres dejen de pensar que un compañero con discapacidad "va a atrasar a mi hijo" y que todos los chicos puedan ejercer su derecho a la educación. "La ley de escuelas inclusivas abre las puertas a todas las personas y nosotros tenemos que ir generando esa confianza para que el docente se sienta cómodo en su nuevo rol. Es muy importante la inclusión de las personas con discapacidad porque estamos construyendo ciudadanos más empáticos", señala Seggiaro.
Carrera sostiene que para trabajar con personas con discapacidad hay que poner el corazón, eso es lo que hacen todos los días en Neu.De.Dis. En cuanto a la responsabilidad del Estado, señala que los funcionarios tienen que ser habilitadores y no barreras. "Tienen que tener ese plus de saber que ese expediente tiene una cara, un nombre, una historia y que esa persona está en el hospital porque no tiene una red que lo sostenga. Para mí es clave entender que no son situaciones individuales sino que reclaman respuestas sociales, con un Estado que tiene que hacerse cargo", dice.
Lo que más necesitan los jóvenes con discapacidad son oportunidades. "Ellos ven el mundo de otra forma. Hay que poder encontrarle la veta a cada chico y potenciarlo", concluye Montero.