“No estoy solo”: a través de retiros con otros adolescentes, les devuelven la esperanza a los chicos
La organización El Camino, integrada por misioneros voluntarios, desarrolló una metodología exitosa que pone el foco en formar líderes positivos
Micaela tiene 16 años, ocho hermanos y ganas de retomar la secundaria. Vive en Fiambalá, Catamarca, y asegura que ser joven en su pueblo es difícil. Tan difícil que allí, a seis horas en colectivo desde San Fernando del Valle de Catamarca, el número de suicidios adolescentes llegó a 16 casos en 2014.
Fiambalá tiene 4639 habitantes según el censo de 2010, y alcanza unas 8000 personas, si se suman también los alrededores, conocidos como los pueblos del Norte: Saugil, Medanitos, Barrialito, Palo Blanco, Tatón, La Puerta, Barranco, Punta del Agua.
El clima de a ratos se vuelve algo hostil, y si bien el acceso a la educación primaria y secundaria está garantizado en casi la totalidad de la zona, los jóvenes de Fiambalá a duras penas pueden soñar con una carrera universitaria por falta de oferta y problemas de distancia.
La salida laboral para un joven fiambalense se limita al trabajo de siembra o cosecha en la viña, a ser docentes, tener un empleo municipal o migrar al sur del país para dedicarse a la actividad minera, con el desarraigo que eso implica.
“Intenté matarme tres veces. Hasta el día de hoy me acuerdo de eso y lloro, fue una época muy marcada, pero uno necesita saber su historia y reconocerla para saber quién es”, explica Mica, como la conocen sus amigos, parada en el patio de su casa en Barrialito, Fiambalá, mientras cuida a su sobrino Ian en brazos.
No sentirse escuchados, falta de oportunidades educativas y laborales para proyectar un futuro, consumo de drogas y alcohol, soledad en las casas por padres que migran para trabajar y creencia en San La Muerte son sólo algunos de los factores que impactan en los jóvenes.
El efecto de San La Muerte
Carlos Robledo, sacerdote del pueblo, sostiene que son muchos los factores de angustia que afectan a los jóvenes del pueblo: “Hay un efecto diabólico con San La Muerte que está instalado, y a estas cuestiones se les suman la improvisación educativa y la falta de espacios de esparcimiento. Además, recién el año pasado vino una psicóloga a vivir acá”.
A la casa de Micaela se acercaron los jóvenes de El Camino: un grupo de chicos de Buenos Aires que después de varios años de misionar en la zona decidieron hacer algo respecto de la alarmante cantidad de suicidios de jóvenes en la localidad. Asesorados por psiquiatras especializados, elaboraron un proyecto para formar jóvenes líderes que fueran agentes positivos y constructores de sentido en sus comunidades.
Para lograrlo se apoyaron en el pilar que ya venía siendo su base durante los años de misionar en el pueblo: la espiritualidad. A principios de 2015 organizaron un retiro de cuatro días para los jóvenes, donde a través de la reflexión comenzaron a trabajar con ellos el sentido de sus vidas y lo valiosas que son para los demás. Aquel encuentro fue el disparador de un proceso a tres años que hoy funciona con éxito: la tasa de suicidios se redujo de 16 casos entre 2013 y 2014 a uno solo durante 2016.
La metodología del retiro busca que los jóvenes se reconozcan como “hermanos de historias” y no sientan vergüenza de compartir sus propias luchas, alegrías y dolores, como casos de abusos, de violencia o sentirse abandonados. Esa introspección espiritual se combina también con actividades lúdicas para que predomine el disfrute en los jóvenes y puedan soñar sus proyectos de vida.
“Ahí los chicos encuentran un lugar de contención, un espacio de fraternidad donde si uno estaba pensando en hacerse algo, ya tiene un lugar al cual recurrir”, expresa Joaquín Casaburro (24), voluntario de El Camino, y agrega: “Después de esa experiencia inicial seguimos trabajando durante todo el año para decantar lo vivido y acompañar los procesos de los jóvenes”.
La continuidad de ese proceso se da a través de viajes mensuales que hacen los jóvenes de El Camino de Buenos Aires a Catamarca para organizar encuentros y charlas con los chicos de Fiambalá y los pueblos del Norte. Además mantienen un vínculo fluido con los jóvenes del pueblo, quienes les dan alertas cada vez que toman conocimiento de un posible caso de suicidio, y ellos a la distancia lo derivan a la psicóloga o la terapista ocupacional de la zona.
“Los valores espirituales incluyen lo religioso, pero no lo agotan: funcionan y son un apoyo muy importante en el país, sobre todo en la Argentina profunda”, explica Héctor Basile, suicidólogo especializado en jóvenes.
Ezra Susser, catedrático e investigador de la Universidad de Columbia, tomó conocimiento del caso de Fiambalá a través del psiquiatra argentino José Lumerman y comenzará a estudiarlo. “El Dr. Susser me pidió que desarrolláramos una conceptualización de este caso que revirtió en prácticamente un 100% los suicidios de jóvenes en Fiambalá para aprovechar la experiencia y hacerla replicable internacionalmente.”
Hoy son los mismos jóvenes fiambalenses los que se volvieron agentes de vida en sus propias comunidades convenciendo a los demás que vivir vale la pena. “Una chica de acá intentaba suicidarse y una tarde fui a hablar con ella. Se quería matar por su novio y yo le dije: «¿Qué tiene de valioso ese chico que vale más que tu vida?». Capaz lo hacía porque no tenía con quién hablarlo”, explica Claudia, de 19 años, quien vive en La Puerta, a 30 kilómetros de Fiambalá junto a sus papás y sus nueve hermanos.
“Después de mis intentos de suicidio conocí a los chicos de El Camino: me ayudaron a ser yo misma por dentro y por fuera, a llevarme bien con mi familia, a saber escoger y cuidar a mis amigos”, dice Micaela, quien este año va a retomar sus estudios secundarios y es una gran promotora de los encuentros de este grupo que ya suma más de 50 jóvenes de Fiambalá y sus alrededores.
Parte del éxito de la experiencia también radica en la articulación que hicieron con la intendenta de Fiambalá, Roxana Paulón, y el gobierno provincial. “Hicimos un relevamiento de chicos con cierta vulnerabilidad y lo compartimos al municipio para que los sigan de cerca porque nosotros no estamos todos los días”, explica Mariano Nogueira (24), voluntario de El Camino. Además se logró una apropiación del proyecto por parte de la comunidad y todo el pueblo participa de la organización del retiro, ya sea con una donación o yendo a cocinar para los chicos.
A pesar de que hoy las tasas se revirtieron, son muchos los desafíos por sortear para hacer de la prevención de suicidios una política pública real. Desde El Camino aún no tienen un transporte propio para recorrer todas las localidades del departamento en busca de los jóvenes, y sueñan con tener una sede en el territorio que les permita terminar con la distancia que los separa desde Buenos Aires.
La voz de los protagonistas
Christian
18 años, Medanitos - Fiambalá
Vinieron los chicos a buscarme y yo acepté. Formar parte del grupo de jóvenes te da un pensamiento diferente, aprendí que pensando más en el otro se te van las ideas de hacerte algo malo a vos mismo. Quiero seguir estudiando, si abre la carrera en Tinogasta voy a ser profesor de biología.
Carla
14 años, Barranco - Fiambalá
Hace falta que a los jóvenes nos escuchen más. Conozco chicas que se cortan, que piensan en quitarse la vida. Pero yo les hablo y las tranquilizo un poco, les digo que disfruten la vida que es el mejor regalo.
Cristina
Madre de 10 hijos, la puerta - Fiambalá
Mis hijas participan de los encuentros con los chicos todos los meses. Han cambiado mucho su forma de ser desde que están en El Camino, se volvieron un ejemplo para el barrio y cuando ven a una persona mal van y hablan, saben aconsejar.
Marian
18 años, Medanitos - Fiambalá
Ver que podemos hacer cosas por los otros chicos me hace emocionar. Con algunos tenemos las mismas historias, y saber que no somos los únicos con esos problemas ayuda. Porque saber que hay alguien ahí para escuchar te da fuerzas para seguir.
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