#Niunamenos. La historia de horror y lucha por justicia detrás de la Ley Micaela
Durante la despedida de Micaela García, la joven entrerriana de 21 años que murió víctima de un femicidio en de abril de 2017, su mamá, Andrea Lescano, llevaba puesta una camiseta deportiva. Era de su hija y podría decirse que no se la sacó nunca más: Andrea creó una fundación para continuar la senda del compromiso social iniciada por "Mica" años antes de que le arrebataran la vida. Su violación y asesinato generó tal impacto que de esa lucha por justicia nació la ley que hoy lleva su nombre y obliga a los funcionarios de los tres poderes del Estado a capacitarse en género.
"Todavía no logro asimilar todo lo que sufrió. Eso es algo que no puedo superar", confiesa esta mujer de 50 años. Oriunda de Concordia, está radicada en Colón desde hace ocho años. Allí vive con Néstor "Yuyo" García, su marido; su hijo Alejo, de 18 años; y su madre. Sus otros hijos (Ayrton, de 21 y Jano, de 16) se dedican al deporte y residen en Buenos Aires, pero por la cuarentena ahora están todos juntos. "Dentro de mis 500 metros permitidos tengo un parque grande y hasta el río", cuenta por teléfono desde su casa, ese lugar que supo ser llamado "la casa del pueblo", cuando los niños García eran pequeños y las pijamadas con amigos eran moneda corriente. Tiempos en que el dolor parecía no tener cabida.
La muerte de la única hermana e hija mujer puso de cabeza la vida de todos los integrantes de la familia. Para Andrea, el femicidio de Micaela fue un tsunami que arrastró todo a su paso, incluidas su estabilidad emocional y hasta su memoria. "Vuela alto mi negra!! Como siempre lo hiciste. Te prometo que lucharé por tus ideales, que todos te puedan ver. No me salen las palabras. Siempre estás en mi corazón", escribía en sus redes sociales a principios de abril de aquel año, a modo de despedida.
La manera que encontró para cumplir esa promesa al cielo fue la Fundación Micaela García "La negra", inspirada en los sueños de su hija. "Muchos amigos se sumaron a la propuesta. Ella era militante, pero de una política comprometida, y además era una alumna brillante", la recuerda su madre.
Antes del asesinato de Micaela, Andrea era una mujer fuertemente abocada a su trabajo y a su familia. "Yo soy de las que hacen todo en su casa. Mica me lo reprochaba. Me decía que estaba criando hijos machistas", agrega. Por entonces, era una exitosa profesional que trabajaba en buena parte de la provincia de Entre Ríos como técnica en Seguridad e Higiene. "Me recibí de grande, en 2011. Cuando terminé la secundaria, me había puesto a estudiar Sistemas. Me gustaba el Análisis pero no la Programación. Así que dejé. Conocí a Yuyo y nos casamos. Siempre trabajé en trabajos administrativos", recuerda esta mujer que supo vender ollas para costearse los estudios en aquellos años de juventud.
Cuando la familia decidió radicarse en Colón, Micaela cursaba 4° año del secundario. "Ella nos planteó que no quería mudarse, para no perder su vida ahí, así que la dejamos quedarse en Concepción", agrega su madre. Una vez recibida, decidió comenzar a estudiar el profesorado de Educación Física, que se cursaba en Gualeguay. Así que, durante el ciclo lectivo, se radicaba en esa ciudad en la que fue violada y asesinada luego de asistir a una fiesta.
El peor final
"Estaba muy comunicada con Mica. Ella venía los fines de semana, así que hablábamos todos los viernes. La última vez que hablé con ella fue a eso de la 1 del sábado, antes de que se fuera a aquella fiesta. Ese sábado iba a venir en micro. Ella tenía una camioneta viejita, pero estaba en el mecánico. La íbamos a entregar en parte de pago de una auto nuevo para ella. Nos lo iban a entregar el 4 de abril", reconstruye.
"Ese sábado, ella tenía un baby shower a la tarde –continúa–. Yuyo se había ido con Jano a pescar y en eso me llama el novio de Mica para decirme que no la encontraban. Que en el departamento seguía su mochila con todas sus cosas, o sea que no había llegado a salir para Colón. Lo llamé a Yuyo, que por suerte tenía señal, y nos fuimos para Gualeguay."
Lescano recuerda que, al principio, la policía se mostraba reticente de tomarles la denuncia. "Pensaban que seguro se había ido con alguien. No podían creer que a los 21 años estuviera todo el tiempo en comunicación con sus padres y nos contara todo. Encima, el ser parte del Movimiento Evita, también generó cierto prejuicio. Pero eso fue cediendo, sobre todo porque vieron que, tanto desde el Movimiento como sus amigos, la estaban buscando por todos lados. Eramos muchos buscándola", agrega.
Durante aquellos días, habían difundido su número telefónico para contactarse, en caso de tener alguna pista. "Me costaba entender la maldad de alguna gente. Me llamaban a las 2 o 3 de la mañana, respiraban y cortaban. Me decían: '¡Ma!' o 'Auxilio' y cortaban. Un día me entra un llamado y escucho: 'Ma, ma... No me peguen!", y para mí era la voz de Mica… Yo tenía fe de encontrarla con vida, porque siempre, ante situaciones límite, Mica sacaba lo mejor de ella y la situación se resolvía", reconoce.
Lescano y su marido sabían de casos de trata de personas en Gualeguay. Por eso, en aquellos días, la peor de las pesadillas era no encontrarla jamás. "Cuando nos avisaron que la habían encontrado, por suerte me convencieron de no ver sus restos. En mi inconsciencia yo decía que, si algunos órganos llegaban a estar bien, que los donaran. Me acuerdo de que el policía al que se lo dije se me quedó mirando descolocado."
Los detalles que empezaban a salir a la luz sobre las circunstancias en las que su hija murió eran tan difíciles de digerir, que Andrea perdió la memoria de corto plazo. "Tuve que empezar un tratamiento psiquiátrico. Me olvidaba de lo que acababa de decir, perdía cosas. Mi psiquiatra dice que es un mecanismo de defensa", cuenta. Tuvo que dejar su trabajo de ese momento. Aunque hace más de medio año pudo recuperar la memoria, reconoce que hay fechas especiales, como cumpleaños o el día de la madre, en que las emociones la pierden.
Hoy en día tiene un puesto de ropa en un balneario de la zona. El mayor nivel de exposición es lo que más le cuesta. "Me molesta que se metan en mi vida privada. Me afectaron mucho las críticas por cómo la despedimos, porque yo no estaba vestida de negro, que hubiera tanto bochinche, que fuera masivo. Molestaron los bombos, la música, los cánticos. Que no lo llamáramos una despedida sino un abrazo a Micaela", enumera.
Rearmarse después del horror
La institución que hoy encabeza está comprometida con la lucha contra la violencia por cuestiones de género y el empoderamiento de la mujer. "Nuestro desafío más grande es sacar a la mujer del circuito de la violencia. Empezamos también a acompañar a los hombres para ayudarlos a erradicar sus conductas violentas. También promovemos una crianza diferente", detalla. La sede está en Concepción del Uruguay. Funciona en una casa muy chiquita que, por esas vueltas de la vida, Lescano alquiló sin saber que, años antes, su hija había querido alquilar.
La fundación cuenta con unos 50 voluntarios que replican el modelo de trabajo que realizaba Micaela en los barrios más vulnerables como parte del Movimiento Evita. "Con promotoras territoriales en género tenemos presencia en ciertas zonas a las que el Estado no llega", detalla Andrea. Desde que comenzó a transitar este camino, no cesa su afán por capacitarse. Ahora mismo está participando en un curso sobre conductas violentas masculinas. La participación en jornadas y encuentros ligados a esta temática se han vuelto una constante en su vida.
A poco más de tres años de su muerte, la figura de Micaela García se convirtió en un símbolo para múltiples iniciativas. Por ejemplo, la editorial Chirimbote presentó ayer el libro de la joven como parte de la colección Antiprincesas. Hace unos diez días, la ley Micaela, comenzó a tener alcance nacional luego de que Tucumán adhiriera a la norma.
La conmoción social que generó el femicidio de la joven impulsó la presentación en el Congreso de varios proyectos de ley para prevenir la violencia de género. El hecho de que el autor del crimen gozara de salidas transitorias por una condena anterior por violación también puso en evidencia la necesidad de una mayor capacitación en estas temáticas por parte de todos los funcionarios. "Falta una formación en género. Aún hoy, a los mayores de 35 les cuesta hablar de ciertos temas. Por eso yo soy partidaria de la ESI. Afortunadamente, las nuevas generaciones vienen con otra cabeza. Ojalá mis nietas lleguen a un mundo mejor", ansía Lescano, quien es plenamente consciente del impacto que tuvo el caso de su hija en el seno de la sociedad. Y tiene algunas teorías al respecto.
"Cada vez que intentaron ensuciarla, por militante o por lo que fuere, se limpió ella sola, con su nombre. Inspiró a muchos chicos, y además ayudó a derribar prejuicios. Lo que a ella le pasó le puede pasar a cualquiera. No tenés que ser de clase baja, e incluso si sos de clase alta, enseguida suponen que andabas en algo raro. Ella era de clase media, buena estudiante, excelente compañera", analiza.
En paralelo a su trabajo y sus tareas en la Fundación, Andrea realiza varios cursos a la vez. Uno de ellos era una asignatura pendiente desde hacía más de veinte años. "Estoy retomando el curso de Alta Costura que había empezado antes de que naciera Mica y que, cuando ella nació, no pude continuar. Ella siempre me decía que tenía que dejar de postergarme. Que no dejara cosas para después, porque uno nunca sabe lo que puede pasar".
En ese sentido, se siente una afortunada por no tener asignaturas pendientes con su hija. "Estuve presente en su vida de todas las maneras posibles –afirma–. Acompañándola en sus sueños. Y la sigo acompañando hoy. No me quedaron cosas pendientes con ella. Aunque sí las cosas propias de la vida, como verla recibida o tener un hijo."
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