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Que son pobres porque quieren. Que les gusta vivir de arriba. Que los jóvenes son violentos y consumidores de alcohol y sustancias en exceso. Algunos de los principales prejuicios en torno de la pobreza, compartidos por buena parte de nuestra sociedad, no tienen sustento en la realidad.
Así lo sostienen el director del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, Agustín Salvia; la directora del Centro de Investigación Social de Techo, Gabriela Arrastúa, y Juan José Alberdi, encargado de los grupos para Jóvenes de la Fundación Franciscana, que trabaja con familias en situación de pobreza. Los especialistas y referentes fueron consultados para responder algunas de las creencias arraigadas en el imaginario colectivo, que quedaron en evidencia en la encuesta que la Consultora Voices! realizó para LA NACION el último año.
Según el mencionado relevamiento, el 77% de los argentinos cree que las personas que viven en la pobreza sufren discriminación. Entre otros de los mitos más difundidos, el estudio reveló que un 58% comparte la creencia de que los jóvenes pobres son violentos y consumen drogas y alcohol, y que el 54% piensa que las personas pobres no salen de la pobreza porque no trabajan lo suficiente. Pero hay más: entre los diferentes prejuicios también figura que las personas que viven en las villas lo hacen mejor que uno porque no pagan los servicios y que tienen más hijos para recibir más asistencia del Estado.
"No consiguen un empleo digno"
Sin embargo, para Agustín Salvia, la idea de que los pobres no trabajan lo suficiente es un mito que falsea la realidad. De acuerdo el especialista, las personas que viven en condiciones de pobreza trabajan a diario. "Pero no consiguen un empleo digno, de calidad. Por eso, a pesar de todos sus esfuerzos puestos en el mercado así como para conseguir ingresos complementarios, no consiguen tener un horizonte más allá del día a día a pesar de todo el trabajo que hacen para su supervivencia", explica.
"Pagan con esfuerzo, salud y dinero"
Por su parte, Gabriela Arrastúa sostiene que, quien afirma que las familias de los barrios populares no quieren pagar por los servicios, está negando dos realidades: que en los barrios populares no hay servicios básicos formales y que, por ende, lo que obtienen lo pagan más caro. "Lo pagan con su esfuerzo, con su salud y también con su dinero. Por ejemplo, tienen que buscar alternativas para acceder al gas como las garrafas y, para acceder al agua, realizar perforaciones que hacen funcionar con bombas eléctricas. Al carecer de cloacas, poseen pozos ciegos que muchas veces terminan contaminando el agua que las familias consumen", agrega.
"Una mirada sin juicios, una palabra de aliento"
Según el informe "Radiografía de las juventudes en la Argentina", elaborado por el Observatorio de la Deuda Social Argentina, los jóvenes del estrato trabajador marginal tienen 10 veces más chances de no tener obra social, mutual o prepaga que los más ricos; siete veces más posibilidades de no estudiar ni trabajar; seis veces menos oportunidades de tener proyectos personales, y tres veces más probabilidades de experimentar un déficit de apoyo social estructural. Sin embargo, según cifras de esa institución, solo el 9% de los jóvenes del estrato trabajador marginal tiene un consumo problemático de sustancias.
Es por eso que Juan José Alberdi, de la Fundación Franciscana, considera fundamental el compromiso de toda la sociedad para evitar que los jóvenes que viven en contextos vulnerables atraviesen situaciones de violencia o consumos problemáticos. "La experiencia nos muestra que cuando un joven recibe una mirada sin juicios, una palabra de aliento o un lugar de pertenencia y de expresión esto lo puede ayudar a desplegar sus capacidades al servicio de la sociedad", reflexiona.
La proliferación de mitos y estereotipos estigmatizantes hacia las personas que viven en la pobreza es una de las maneras en las que se manifiesta el racismo socioeconómico, un tipo de discriminación que el Inadi viene denunciando desde hace años. En el informe “Entender la discriminación”, difundido por el organismo, se sostiene que “la relación entre racismo y pobreza se hace evidente cuando se oyen expresiones asociadas al racismo biologicista clásico (‘son unos negros’) o al racismo cultural al, por ejemplo, desvalorizar los hábitos y gustos de las clases populares”.
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